Tras veinte años de guerra y ocupación militar, tras innumerables matanzas y bombardeos, Estados Unidos abandonó Afganistán en el verano de 2021, dejando atrás un reguero de destrucción y muerte.
Estados Unidos no mejoró la situación en el país, y tras su huida la situación ha continuado deteriorándose. Decenas de miles de afganos civiles murieron por las operaciones militares estadounidenses, que causaron además más de once millones de refugiados. Estados Unidos no solo destruyó el país: lo utilizó también como centro de operaciones para adiestrar a sus tropas y después para envenenar la región en su declarado objetivo de «contener a China. El diario británico The Guardian publicó recientemente revelaciones sobre los centros secretos de detención en Afganistán creados por el mando del Pentágono y que las fuerzas estadounidenses utilizaban como «escuelas» donde se maltrataba a los detenidos y se adiestraba en duras técnicas de tortura a los nuevos agentes encargados de interrogar a los prisioneros. Muchos prisioneros murieron en esos centros. Así, no puede extrañar que el proyecto “Costs of War”, impulsado por The Watson Institute for International and Public Affairs, de la Brown University estadounidense, demostrase que el gobierno de Washington y el Pentágono crearon «lugares negros» en al menos cincuenta y cuatro países y regiones en todo el mundo, donde a lo largo de los últimos veinte años fueron detenidas cientos de miles de personas.
La huida estadounidense de Afganistán dejó el país en manos del talibán, aunque el país sigue sin conocer la paz y hoy continúan combates en las regiones fronterizas con Uzbekistán, en las provincias orientales fronterizas con el Warizistán pakistaní, región muy permeable, y la acción de los grupos terroristas de Daesh, que se oponen al gobierno talibán, ocasiona frecuentes atentados en bazares o en templos de otras confesiones religiosas. El desastre estratégico de Estados Unidos, enterrando miles de millones de dólares en destruir el país, no le ha enseñado nada a los militares del Pentágono a la vista de sus nuevos objetivos en Asia.
Con la ayuda internacional bloqueada, el hambre atenaza ahora a Afganistán: veinticuatro millones de personas no tienen acceso a alimentos de forma habitual, y casi cuatro millones de niños no disponen de comida suficiente. El gobierno talibán trata de navegar en ese mar de desgracias aplicando su delirante programa. El mulá Haibatullah Ajundzadá (que sustituyó a Ajtar Mansur, a quien Obama ordenó asesinar), principal dirigente de los talibán, insiste en la aplicación de la sharia, ley islámica, y a principios de julio de 2022 se reunió con tres mil quinientos ulemas y jefes de clanes para examinar en la Loya yirgah los mecanismos y procedimientos del gobierno islamista. Pero el sufrido pueblo afgano no puede esperar.
Estados Unidos se apropió de las reservas de divisas de Afganistán, impidiendo a los talibán que dedicaran esos recursos a la compra de alimentos: Biden es responsable de la hambruna en el país, en un momento en que el precio de la harina de trigo ha aumentado casi el 50 por ciento y el precio del aceite subió un 40 por ciento respecto a 2021. En la completa desgracia, solo faltaba el reciente terremoto, que causó más de mil muertos en el sur de Afganistán. El hambre es más terrible que la guerra: en Afganistán se venden ahora niñas por trescientos euros, y quienes son «afortunados» pueden llegar a conseguir algo más de dos mil euros por una niña de ojos tristes; se arreglan bodas forzadas por la miseria y el hambre, y en muchas ocasiones padres avergonzados venden a sus hijas a cambio de algunos alimentos, y otros entregan como esposas a niñas de ocho años a hombres mayores. Ni Estados Unidos ni los gobiernos títeres que impuso a lo largo de veinte años acabaron con esas prácticas, que se han agravado ahora con la hambruna.
China, que ha enviado ayuda humanitaria e intenta detener la catástrofe, ha exigido a Estados Unidos que devuelva a Afganistán los activos nacionales que intervino, más de siete mil millones de dólares, para que el país pueda combatir la hambruna. El gobierno de Pekín ha recordado también que Estados Unidos apoyó y participó en la producción y comercio de drogas en Afganistán, y que el cultivo de la amapola y la producción de opio aumentaron tras la invasión estadounidense, y la proliferación de drogas en todo el país ha causado una gran mortandad y serios problemas sanitarios a los que el gobierno talibán de Kabul no puede hacer frente. El presidente iraní, el clérigo islamista Ebrahim Raisi, también ha denunciado el papel de Estados Unidos y la OTAN en el aumento del tráfico de drogas durante la ocupación del país, cuyas redes llegan a Irán introduciendo cargamentos de narcóticos. En Irán viven cinco millones de refugiados afganos.
China, que ha desconfiando siempre de los talibán, busca la estabilidad, y está interesada en que el Movimiento Islámico del Turkestán Oriental no pueda operar desde Afganistán, y vigila la actividad del Congreso Mundial Uigur (una organización independentista de Xinjiang que dirige Rebiya Kadeer, apoyada por Estados Unidos) cuyas acciones causaron casi doscientos muertos en Urumchi en 2009. Pekín impulsa también la colaboración con Kabul en la Organización de Cooperación de Shanghái, OCS, y en las reuniones de ministros de asuntos exteriores de los países vecinos, y en citas de mandatarios en el formato «China+Asia Central» (el llamado C+C5, por las cinco antiguas repúblicas soviéticas de la región), para controlar el terrorismo islamista, alcanzar acuerdos para la reconstrucción del país y para frenar el desastre humano. Tras la pandemia, China pretende que los países de Asia central contribuyan a la recuperación económica, el desarrollo de proyectos para la construcción de gasoductos de gas natural, el impulso a los trenes de carga entre China y Europa y del ferrocarril China-Kirguizistán-Uzbekistán, así como el desarrollo de una «ruta de la seda digital» y una «ruta de la seda verde», junto con la cooperación para modernizar la agricultura en la región, y para todo ello es importante la pacificación de Afganistán.
Mientras los afganos soportan la dictadura talibán y los nuevos brotes de cólera, y el fantasma del hambre se adueña del país, van apareciendo noticias que revelan la sanguinaria acción de los militares de la OTAN, porque la comisión de crímenes de guerra ha sido una constante de la acción de las fuerzas estadounidenses y británicas en Afganistán. La BBC daba cuenta recientemente de que miembros de los grupos de operaciones especiales británicos, los SAS, asesinaron a sangre fría a cincuenta y cuatro hombres afganos desarmados y detenidos: los letales asesinos de las SAS salían de caza por las noches y, tras las redadas, torturaban y mataban a los detenidos. El mando militar británico encubrió los asesinatos, pero Londres y Washington se desentienden ahora de la desgracia afgana, sin que parezca inquietarles la hambruna que han dejado atrás.
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