A lo largo de este año Imran Khan, el depuesto Primer Ministro de Pakistán destituido más de un año antes de la finalización de su mandato, ha sufrido dos intentos de asesinato, el primero simbólico, el pasado abril, tras un amañado voto de censura instrumentado por los Estados Unidos y ejecutado por el establishment y el ejército con las apelaciones habituales para estos casos: corrupción y vínculos con el terrorismo. Imran Khan no solo fue derrocado, sino que también intentaron inhabilitarlo por cinco años para ejercer cargos públicos. Las denuncias contra Khan sobre su relación con el terrorismo fueron rápidamente desestimadas por el tribunal superior de Islamabad pocos días después de haber sido presentadas, aunque la comisión electoral confirmó en octubre su inhabilitación para participar en las elecciones durante cinco años por cargos de corrupción.
Su segunda muerte fue planeada para el 3 de noviembre, cuando un lumpen abrió fuego contra él y parte de la comitiva que lo acompañaba en la caravana, seguida por miles de sus partidarios, con la que se dirigía a Islamabad para exigir al actual gobierno del Primer Ministro Shahbaz Sharif el adelantamiento de las elecciones, programadas para fines del año próximo. (Ver: ¿Hacia dónde marcha Pakistán?).
Desde su caída, y mucho más tras el atentado en el que murió uno de sus hombres y otros siete resultaron heridos, entre ellos el propio Khan, ha multiplicado sus acciones contra los golpistas y ha expuesto quienes han estado detrás de su destitución y su intento de asesinato, entre ellos Nawaz Sharif, predecesor de Khan y hermano Shahbaz.
Nawaz fue inhabilitado por la Corte Suprema en 2017 para ocupar cargos públicos de por vida por negarse a justificar el origen de su fortuna. Sharif, que vive en Londres a donde prácticamente escapó en 2019, es el soporte político de su hermano.
Con su actitud Khan ha expuesto una vez más a quienes ostentan el poder real en Pakistán: los militares. Con el sexto ejército más grande del mundo y el único musulmán que dispone de armamento nuclear, dicho ejército se ha convertido a lo largo de la historia, tras tres golpes y 30 años en el Gobierno, prácticamente en un ente autónomo del Estado. Y es el ejército el que acaba de cambiar a su jefe de Estado, tal como se estableció desde la asunción del general Qamar Javed Bajwa en 2016.
Mientras se aproximaba la fecha de retiro del general Bajwa el último día de noviembre, el 24 se conoció a su reemplazante, el teniente general Asim Munir, que se convierte en el decimoséptimo titular de ese cargo desde que la nación se independizó del Reino Unido en 1947. Una cifra discreta si se la compara con los 30 primeros ministros durante ese mismo período.
El General Munir, de excelentes relaciones con los sauditas y devoto lector del Corán, con todo lo que esto conlleva, ocupó la jefatura de las dos agencias de inteligencia más importantes del país. En 2017 la Inteligencia militar (MI) pasó a ocupar, con la llegada de Khan al gobierno en 2018, la Inter-Services Intelligence (ISI), quizás el corazón del poder real de Pakistán. La elección de Munir ha sido otra respuesta contra Khan, quien postulaba al general Faiz Hamid, otro exjefe de ISI.
La pésima convivencia entre Khan y Munir hizo que el todopoderoso jefe del ISI fuera destituido tan solo ocho meses después, en una demostración extrema del coraje de Khan, que además no dio las razones para semejante jugada, hasta entonces casi sin precedentes.
La decisión de Khan hizo que los militares se replanteasen su relación con Khan, a quien habían apoyado durante la campaña electoral por considerarlo la alternativa más dócil, que derrotó a la Liga Musulmana de Pakistán (N) o PML-N (Pākistān Muslim Līg Nūn) de la familia Sharif, que junto al Partido del Pueblo Pakistaní (PPP) de la familia Bhutto y junto a la casta militar desde 1947 rigen los destinos del país.
No fueron pocos los cortocircuitos entre el poder militar y el Primer Ministro, lo que para 2021 se evidenció con el rechazó de Khan al nombramiento de un nuevo jefe del ISI, lo que se tradujo en el retiro del apoyo militar, la ruptura de la coalición de Gobierno y finalmente su destitución tras el voto de censura. Un hecho para nada extraño en la política del país, ya que desde su independencia nunca un primer ministro elegido democráticamente ha conseguido finalizar su mandato según los tiempos constitucionales.
A Khan le han servido su destitución y el posterior atentado contra su vida para demostrar a toda la clase política de su país y a los grandes intereses internacionales que observaban Pakistán el formidable poder popular con que cuenta, particularmente entre los jóvenes, un dato nada menor si se tiene en cuenta que el 64 por ciento de su población es menor de 30 años. Y en muchos lugares del país, más allá de las provincias del Punjab, la más poblada del país, donde en las elecciones de medio término del mes de julio consiguió 15 de los veinte escaños en disputa y en las nacionales de octubre seis de los ocho para la Asamblea Nacional. Al igual que el Punjab, la provincia de Khyber Pakhtunkhwa se encuentra en manos de su partido, el Pakistan Tehreek-e-Insaf o PTI (Movimiento por la Justicia de Pakistán), fundado por Khan en 1996. Es un hecho irrefutable que el PTI ha cambiado la ecuación histórica en el Punjab, donde se imponía por grandes márgenes el PML-N de los Sharif.
Khan también cuenta con un indisimulado apoyo en los mandos medios de las fuerzas armadas gracias a sus postulados anticorrupción y antinorteamericanos.
Volver a matar a Khan
El propio sistema corrupto de Pakistán, que hoy no puede enfrentar los graves problemas del país: inflación desbocada, caída vertiginosa de divisas, síntomas de una crisis económica incontrolable a lo que se le suman los estragos del cambio climático, que este año con sequías y las inundaciones que afectaron a un tercio de su geografía, terminaron de detonar la economía, a lo que hay que agregar la violencia fundamentalista, encabezada principalmente por el Teḥrīk-ī-Ṭālibān Pākistān o TTP (Movimiento de los Talibanes Pakistaníes) que hace una semana anunció el fin del alto el fuego tras el anuncio de una prórroga indefinida de aquellos acuerdos de junio, gracias al avance en las negociaciones de paz, lo que a casi seis meses han vuelto a foja cero. Por todo ello el TTP no solo ha anunciado el fin de la tregua, sino que ha llamado a todos sus muyahidines a implementar sus estrategias de ataque y atentados, fundamentalmente contra el ejército y el Gobierno. El TTP, un grupo independiente de los talibanes afganos, más allá de su afinidad ideológica y la larga historia de lucha en común con la que consiguieron el regreso al poder en Afganistán en agosto de 2021.
Motivos suficientes para que Islamabad reclame a los nuevos amos de Kabul, controle sus fronteras y evite ataque por parte de sus hermanos del PPT como los del pasado 2 de diciembre, cuando un sahib (mártir) detonó su carga explosiva matando a cuatro personas e hiriendo a otras 23 en el suroeste del país.
También el Gobierno central tendrá que aclarar el asesinato, en muy extrañas circunstancias, de Arshad Sharif, un periodista muy próximo a Khan quien, tras el cierre del canal de televisión en el que trabajaba, abandonó el país y viajó sin que se sepa bien por qué razón a Kenia, donde finalmente sería asesinado el 23 de octubre en un control vehicular cerca de la ciudad de Magani, al sur de Nairobi. La policía keniata aseguró que el auto en el que viajaba no se detuvo al intentar ser detenido cuando se buscaba un vehículo similar relacionado con un caso de secuestro de niños. Khan denunció que Arshad Sharif fue mandado a asesinar por personajes vinculados al Gobierno, que ya lo habían amenazado antes de partir al exilio.
En respuesta a las acusaciones de Khan sobre la muerte de Sharif, el director general de ISI, en una conferencia de prensa, negó las afirmaciones del ex primer ministro acerca del asesinato de Sharif y la implicación del ejército en el atentado contra su vida en noviembre.
La disputa de Khan contra el Gobierno y el ejército ha enturbiado, todavía mucho más, la vida política del país, lo que se ha trasladado no solo a los medios y a la opinión pública nacional, opacando, incluso, la multiplicidad de problemas que viven a diario los 220 millones de pakistaníes.
Khan, gracias al inmenso respaldo popular, lo que podría llevar al país a una guerra civil de producirse un nuevo atentado contra su vida o intento de encarcelarlo, se ha convertido en una amenaza para la existencia de la casta militar y el sistema dinástico de los grandes partidos políticos que hoy parecen controlar solo sus feudos en el interior profundo del país, mientras que en las grandes fajas medias y bajas de los núcleos urbanos la popularidad de Khan no deja de crecer a pesar de las gigantescas operaciones de prensa contra él.
Más allá de cualquier análisis, lo único verdadero es que Imran Khan se ha convertido en el ariete más peligroso que ha debido enfrentar en toda su historia el establishment pakistaní, que posiblemente no llegue a evitar el adelantamiento de las elecciones las cuales, de no mediar fraude, darán una inevitable victoria a Khan y su partido, quien más allá del disparo en su pierna parece gozar de muy buena salud.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
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