Una vez más la centralidad geográfica de Pakistán ha puesto al país de 220 millones de habitantes en una circunstancia que podría derivar en una guerra civil. En el actual juego geoestratégico, como ha pasado desde tiempos inmemoriales en esa región, que además abarca Afganistán, China, India e Irán, una crisis de proporciones no solo afectará a los países fronterizos, sino que se corre el riesgo de que una fortuita guerra se expanda más allá de sus fronteras.
La escalada de violencia política que no se detiene, ejercida contra el ex primer ministro Imran Khan, junto a otros vectores de la realidad pakistaní, parecen estar apuntalando para que ese espectro por fin se encarne.
Desde abril del 2022, cuando un golpe de Estado “parlamentario” contra el entonces Primer Ministro Imran Khan, enmascarado en un voto de censura producto de una conjura de la que formaron parte el establishment político, el ex jefe del ejército, el general Qamar Javed Bajwa y, obviamente, la embajada norteamericana, por el que además de ser desplazado, un tribunal lo inhabilitó para ejercer cargos públicos por cinco años, lo que también le hizo perder de manera automática su banca en el Parlamento.
Desde entonces la persecución de Khan no se ha detenido, sin olvidar el “detalle” de que apenas siete meses después de su destitución, exactamente el 3 de noviembre, fue blanco de un intento de asesinato del que salió herido en una pierna.
Si dicho ataque hubiera terminado con la vida de Khan, hoy el único país musulmán con armamento nuclear estaría ardiendo en una guerra civil. Ninguno de estos dos fantasmas se ha alejado de la realidad pakistaní. (Ver: Pakistán, los muertos que vos matáis…)
Dichas acciones, con el solo fin de conseguir su aniquilación física con ataques directos o política utilizando artilugios legales, no se han detenido. Docenas de procesos judiciales se han abierto en espera de su encarcelamiento o proscripción. No sabemos cuántos sicarios aguardan el momento justo para actuar, pero en un país con vasta experiencia en magnicidios, como el del Primer Ministro Liaquat Ali Khan, asesinado por un sicario en un mitin político en 1951; el del destituido Primer Ministro Zulfikar Ali Bhutto, ahorcado por los mismos militares que lo derrocaron en 1979 tras un juicio amañado; Benazir Bhutto (hija del anterior) Primera Ministra del país en dos oportunidades, fue asesinada en 2007, cuando se alistaba a una tercera elección, por lo que Khan sabes muy bien que un nuevo atentado es una posibilidad que siempre está rondando.
La troika que lo derrocó conoce muy bien el riesgo que asumiría de concretarlo, ya que Khan es hoy la máxima figura de la política de su país, seguido con fervor por millones de pakistaníes.
Muestra de ello es que su partido, el Pakistan Tehreek-e-Insaf (PTI), se ha impuesto en 37 elecciones parciales a lo largo del país en estos últimos meses. En las parlamentarias nacionales parciales de fines del año pasado la agrupación de Khan se hizo con seis de los siete escaños en disputa. Por esa razón es que el gobierno acaba de suspender las elecciones en las provincias de Punjab, su lugar natal, y en Khyber Pakhtunkhwa, donde el PTI cuenta con un extraordinario apoyo. Tras el golpe de abril habían sido intervenidos ambos gobiernos y parlamentos, en los que el partido de Khan era mayoría. Por eso la Comisión Electoral debería establecer otra fecha, lo que se está demorando en espera un guiño de Islamabad. El Gobierno de facto tampoco ha respondido a la exigencia de Khan, quien pretende que se adelanten las elecciones previstas para el próximo octubre.
La fuerte presencia de Khan en la política de Pakistán ha sido recientemente verificada por un muestreo de Gallup Pakistán que indica que, desde abril pasado, su caudal electoral se ha incrementado en un 61%, lo que confirma que es, según la encuestadora norteamericana, “el dirigente político más importante de su país”.
Un nuevo paso para bloquear su inevitable victoria es un pedido de detención emitido por la Corte Suprema por lo que se conoce como el caso Toshakhana, en sánscrito “casa del tesoro”, una figura legal controlada por la División del Gabinete de Pakistán que preserva para el Estado todos los regalos recibidos por funcionarios de alto nivel. Según la acusación contra Khan éste habría querido vender un reloj de alta gama y otros obsequios recibidos por él durante su mandato y ocultar las ganancias a las autoridades pertinentes.
Khan ha conseguido mantenerse en libertad, pero por ejemplo quien fue su ministro de Informaciones, Fawad Chaudhry -que además es el vicepresidente del PTI- ha sido detenido acusado de “socavar la seguridad del presidente de la Comisión Electoral y otros funcionarios del Gobierno”, al igual que otros dos importantes colaboradores de Khan: Farukh Habib y Hassan Niazi.
El 5 de marzo Khan brindó un discurso en Lahore en el que reiteró las acusaciones de corrupción contra Shehbaz Sharif. A pesar del fuerte operativo policial no se consiguió su detención, ya que sus partidarios se interpusieron resistiendo ante el embate de las fuerzas de seguridad. Khan sigue faltando a las citaciones judiciales por temor a ser detenido y ya en prisión aparecer “misteriosamente” muerto.
Con el fin de evitar que su figura se siga popularizando, la Autoridad Reguladora de los Medios Electrónicos (PEMRA, por sus siglas en inglés) había prohibido a las cadenas de televisión emitir el discurso de Lahore, acusado de “difundir” discursos de odio que en realidad blanquean lo que todo el mundo conoce acerca del sentido antidemocrático y pronorteamericano del actual Gobierno. A la emisora privada Ary News se le ha suspendido su licencia por transmitir los discursos de Khan.
Todo listo para el naufragio
El nuevo Gobierno, digitado por el Departamento de Estado norteamericano, del Primer Ministro el mian (Señor) Muhammad Shehbaz Sharif, zozobra no solo por la presencia ubicua de Khan, sino por la crisis climática que originó las inundaciones del año pasado causando pérdidas por más de 30.000 millones de dólares, mientras que la rupia se ha desplomado frente al dólar, llegando a mínimos históricos, y la inflación bate también récord superando el 30 por ciento.
Pakistán enfrenta la posibilidad de no alcanzar las metas exigidas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) que le permitan firmar un acuerdo de rescate, con lo que dejaría al país a la deriva. Ya en diciembre pasado una delegación de esa entidad, tras pasar diez días en el país, se retiró sin haber llegado a un acuerdo.
A las monumentales dificultades económicas hay que añadir la presencia de bandas fundamentalistas como el Tehrik-i Taliban Pakistan (TTP o talibanes paquistaníes) cada vez más activa, que golpea desde sus santuarios en la frontera norte con Afganistán, lo que ha tensado sobremanera las relaciones con Kabul. A la violencia wahabita, hay que sumar los movimientos separatistas, centrados particularmente en el Baluchistán pakistaní que, junto a sus hermanos de Irán y Afganistán, pretenden la creación de un estado Baluch.
Si bien la insurgencia baluchi no es tan activa como las khatibas del TTP, organizaciones como el Ejército de Liberación de Baluchistán (BLA) o el Ejército Nacionalista de Baluchistán (BNA), creado tras la fusión, en enero de 2022 del Ejército Republicano de Baluchistán y el Ejército Unido Baluchis, que son un permanente foco de inestabilidad para Islamabad, como el ataque que dejó al menos nueve hombres muertos de las fuerzas de seguridad y otros 13 heridos el pasado lunes 6 de marzo.
Otro de los conflictos militares siempre latentes de Pakistán es India por la cuestión de Cachemira, una herida profunda para ambas naciones que nunca alcanza a cicatrizar y siempre está dispuesta a abrirse.
Más allá de las crisis de seguridad y económicas el mayor azote para el pueblo pakistaní son los Estados Unidos, que con sus políticas de intervención globales han ahogado a decenas de países.
Para terminar con la grave realidad económica, una de las alternativas más inmediatas de Pakistán es la implementación del acuerdo IP-GSPA (Acuerdo de Compra de Venta de Gas) para el que Islamabad debía construir un oleoducto de más de 700 kilómetros en su territorio por un valor de 3.000 millones de dólares, inversión que finalmente lo aliviaría de ingentes gastos en gas licuado.
A pesar de que Irán cumplió su parte y ha llevado el gasoducto hasta la frontera, son las sanciones norteamericanas contra Teherán las que han impedido la finalización del proyecto, vital para la economía pakistaní.
Otra de las posibilidades con que cuenta Islamabad para destrabar sus finanzas es la concreción de la Nueva Rutas de la Seda, el monumental proyecto chino para llevar por rutas y vías férreas sus productos a los mercados de Medio Oriente y Europa, lo que para Washington representa un gravísimo inconveniente, que un país clave para su diseño geoestratégico cuente como socios a dos de sus mayores enemigos, China e Irán, una excelente causa para incendiar Pakistán en defensa de la democracia y la libertad, como siempre.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
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