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Estados Unidos ante Corea

«Hemos encontrado al enemigo, y somos nosotros»

Fuentes: El viejo topo

La República Popular Democrática de Corea (RPDC) celebró el 75º aniversario de la fundación del país con un gran desfile y concentración en Pyongyang donde la Agencia Central de Noticias de Corea (KCNA) destacó la presencia de diplomáticos chinos y rusos.

Como parte de la conmemoración se presentó también el primer submarino norcoreano equipado con armas nucleares tácticas, bautizado con el nombre de Héroe Kim Gun-ok, que fue transferido a la escuadra norcoreana de la Flota del Mar Oriental. El año anterior, Corea del Norte se había proclamado un «Estado con armamento nuclear» y esa definición se ha incorporado a la Constitución del país.

Las dificultades económicas en Corea del Norte, el aislamiento y las sanciones, y en Corea del Sur (el país con mayor porcentaje de suicidios del mundo) la extrema corrupción, las extenuantes jornadas de trabajo que pueden llegar a las catorce horas diarias, el escandaloso precio de las viviendas y la dura pobreza de los viejos, son una realidad que debería estimular el acercamiento y la paz definitiva entre las dos Coreas, pero la tensión persiste: a principios de septiembre de 2023, Seúl demolió el monumento a las «mujeres de solaz» que se hallaba en el centro de la capital, decisión que fue duramente criticada por Pyongyang. Con esa acción, Seúl quería borrar el recuerdo de la esclavitud y la violación de mujeres coreanas por el ejército nipón en los años de la Segunda Guerra Mundial.

La República Popular Democrática de Corea, fundada en 1948 tras la disolución por las tropas de ocupación estadounidenses del gobierno de la República Popular creado tras la derrota japonesa, tuvo que enfrentarse dos años después a los ataques de Estados Unidos, cuyas tropas llegaron a ocupar Pyongyang, y a la apocalíptica devastación causada por los bombardeos, y a los escombros de la guerra cuando llegó el armisticio de 1953. Los crímenes de guerra estadounidenses causaron millones de muertos y la barbarie de los bombardeos de los años cincuenta no se ha olvidado: Estados Unidos lanzó más bombas sobre Corea del Norte que todas las utilizadas en el océano Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial. El siniestro general Curtis LeMay, un carnicero que Estados Unidos sigue calificando de héroe, se jactó de que sus fuerzas habían bombardeado e incendiado «todas las ciudades de Corea del Norte». Era cierto.

Pocos días después de la conmemoración, el mariscal Kim Jong Un viajó a Rusia para entrevistarse con Putin, reafirmando su alianza. Washington centró sus críticas al encuentro alegando el posible envío de armamento coreano a Rusia, aunque el contenido de la cita trataba sobre nuevos acuerdos económicos y sobre la colaboración ante los agresivos movimientos militares estadounidenses en la península coreana y en todo Oriente, a la vista de que Washington sigue sin aceptar que se ponga fin jurídico a la guerra de 1950-1953 con un tratado de paz. El programa nuclear de Pyongyang experimentó un rápido desarrollo en los primeros años del siglo XXI. En las tres últimas décadas del siglo XX, y fuera del Tratado de No Proliferación nuclear ()TNP), Israel, India y Pakistán hicieron pruebas nucleares y crearon sus arsenales atómicos. En 2003 Corea del Norte abandonó elTNP y tres años después llevó a cabo su primera prueba nuclear. El momento histórico era inquietante y descifra la decisión de Pyongyang: Estados Unidos incluyó en 2002 a Corea del Norte en su «eje del mal», había invadido y destruido Afganistán el año anterior, e invadió Iraq en 2003 devastando el país; además, tras la desaparición de la Unión Soviética, Rusia seguía postrada después de la catástrofe de Yeltsin, mientras China mantenía un bajo perfil en las relaciones internacionales, centrada en su fortalecimiento. Pyongyang llegó a la conclusión de que ante la hipótesis de un ataque estadounidense, y a diferencia de 1950, era muy posible que ni Moscú ni Pekín le ayudasen, y que solo podía confiar en sus propias fuerzas. Ese fue el origen del pequeño arsenal nuclear con que cuenta hoy Corea del Norte.

Las negociaciones «a seis» (China, Estados Unidos, Rusia, Japón y las dos Coreas) se iniciaron en 2003, y en 2005 culminaron con la aceptación de Pyongyang de abandonar su programa nuclear a cambio de seguridad, pero Estados Unidos volvió a la política de sanciones. Tras la prueba nuclear norcoreana de 2009, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó por unanimidad la resolución 1874, imponiendo sanciones a Corea del Norte con objeto de que detuviese su programa nuclear y de misiles. China votó a favor al considerar que Pyongyang se apartaba del objetivo de la no proliferación nuclear, aunque Pekín prefería la diplomacia a las sanciones, y Rusia utilizó argumentos semejantes insistiendo en que las sanciones no deberían afectar al pueblo norcoreano. Estados Unidos dobló la apuesta, y el gobierno de Obama lanzó operaciones de guerra electrónica para sabotear el programa nuclear norcoreano. En 2017, con Trump, se añadieron sanciones con el embargo a productos petroleros, y la diplomacia y los servicios secretos estadounidenses rastreaban las empresas mixtas que podían colaborar con Corea del Norte. El objetivo: asfixiar a Pyongyang.

Contrariando la constante criminalización de Corea del Norte aireada en la prensa conservadora occidental, lo cierto es que Pyongyang apuesta desde hace años por el desarme y la desnuclearización de la península coreana. Ya en 2011, el embajador Ri Tong Il, representante norcoreano ante la ONU, afirmó que «el desarme nuclear debe orientarse hacia la prohibición total del uso de armas nucleares y su eventual eliminación». Porque ha sido Estados Unidos quien ha impedido una solución pacífica para las disputas en la península coreana. Las diferencias entre Washington y Pyongyang aumentaron tras el incumplimiento estadounidense de sus compromisos: en 1994, con Clinton, los dos países acordaron detener la producción norcoreana de plutonio a cambio de facilitarle reactores de agua ligera para su abastecimiento de energía, y seis años después Pyongyang detuvo el desarrollo de misiles balísticos, pero ese acercamiento fue saboteado por el gobierno Bush en una belicista política exterior que llevó a las guerras de Afganistán e Iraq y a lanzar nuevas amenazas contra Corea del Norte, a la que incluyó en su «eje del mal», advertencia que Pyongyang solo podía interpretar como el anuncio de otra invasión estadounidense.

Durante la campaña electoral de 2016, Trump se declaró dispuesto a dialogar con Corea del Norte, aunque ya instalado en la presidencia sus cartas de presentación no fueron estimulantes: el mismo día de su encuentro con Xi Jinping en Florida el 6 de abril de 2017 (la Casa Blanca había informado a la prensa de que el principal asunto a abordar sería Corea del Norte), el Pentágono lanzó un diluvio de 59 misiles de crucero Tomahawk sobre Siria (desde el USS Porter y el USS Ross, destructores del escudo antimisiles estadounidense en Rota, desplazados al Mediterráneo oriental para el lanzar el ataque), en un obvio aviso sobre lo que podía ocurrir en Corea del Norte y como una camorrista y pendenciera señal ante Xi Jinping. En las semanas siguientes, las amenazas a Corea del Norte fueron constantes y Washington quiso dar la impresión de que podía lanzar un ataque contra Corea del Norte si realizaba su sexta prueba nuclear, que el gobierno de Trump esperaba que se produjese el 15 de abril con ocasión del aniversario de Kim Il Sung. La prueba no se realizó hasta el 3 de septiembre, y China la condenó, en un difícil equilibrio que tenía en cuenta el futuro del Tratado de No Proliferación, para preservarlo; el deseo de contener la crisis en el ámbito diplomático y su intento de reactivar las negociaciones «a seis». Desde 1961, China y Corea del Norte tenían suscrito un tratado de defensa mutua.

Previamente, China había planteado una propuesta a Estados Unidos para avanzar en la distensión: Pekín pediría a Corea del Norte la paralización de su programa nuclear a cambio de que Estados Unidos abandonase sus constantes maniobras militares en la península. Washington se negó. Seúl había anunciado en marzo de 2017 que las lanzaderas de cohetes del sistema antimisiles THAAD ya habían llegado a Corea del Sur y que la instalación estaría operativa en abril. El sistema antimisiles también fue desplegado en Japón. En abril de 2018, las dos Coreas decidieron “desnuclearizar” la península y Kim Jong Un y el presidente surcoreano Moon Jae-in (que fue elegido para reanudar el diálogo con Pyongyang) suscribieron un acuerdo para colaborar y establecer una paz permanente: desde 2007 no se habían encontrado los dirigentes de los dos países. Así, Pyongyang anunció que detenía sus pruebas nucleares y lanzamiento de misiles y que cerraría su centro de pruebas atómicas. Moon Jae-in, que se había opuesto al despliegue de baterías de misiles THAAD estadounidenses en su país, consideró «muy relevante» que Corea del Norte hubiera sido la primera en plantear la congelación del programa nuclear y, pese a ser partidario de la alianza surcoreana con Estados Unidos, planteó un acercamiento entre las dos Coreas e incluso la reunificación. Sin embargo, aunque la posibilidad de una reunificación estaba presente en las relaciones entre las dos Coreas durante la década de acercamiento que se cerró en 2008, desde entonces los gobiernos de Seúl han paralizado esa perspectiva y han optado por una política de mayor dureza hacia Pyongyang, en consonancia con la posición estadounidense que se guía sobre todo por desnuclearizar a Corea del Norte, prescindiendo de sus necesidades de seguridad: aunque Estados Unidos niega que disponga de armas nucleares en Corea del Sur y afirme que fueron retiradas en 1991, el gobierno norcoreano sabe que Washington puede introducirlas en cualquier momento y que sus submarinos nucleares pueden atracar en el puerto surcoreano de Busán: de hecho, el 18 de julio de 2023, el sucesor de Moon en la presidencia, Yoon Suk-yeol, fue a recibir al submarino nuclear estadounidense USS Kentucky dotado de veinte misiles balísticos, enviado por el Pentágono en una exhibición de fuerza ante Pyongyang. Pyongyang no olvida las invasiones estadounidenses de Afganistán e Iraq y la agresión en Siria a principios de siglo y no quiere padecer el mismo destino. El complejo industrial de Kaesong se cerró en 2016, y el contacto de 2018 llegó cuando las relaciones económicas entre Seúl y Pyongyang estaban suspendidas desde hacía dos años. El gobierno norcoreano había dado por fracasadas las negociaciones «a seis bandas» por la insistencia de Washington en inspeccionar las instalaciones norcoreanas sin reciprocidad.

En mayo de 2018, atendiendo a las habituales reclamaciones de seguridad de Pyongyang, el gobierno de Moon pidió a Estados Unidos que los bombarderos nucleares B-52 Stratofortress no participasen en los ejercicios militares aéreos conjuntos Max Thunder (que se desarrollaron con más de cien aviones durante todo ese mes). Estados Unidos se negó. Tras la cumbre de abril entre ambas Coreas, y en muestra de buena voluntad antes de la cita de Kim con Trump, Corea del Norte desmanteló y voló el 24 de mayo de 2018 los túneles del polígono de Punggye-ri donde realizaba sus pruebas nucleares, y Donald Trump y Kim Jong Un se encontraron en Singapur el 12 de junio de 2018 por primera vez. Antes, en abril, el gobierno Trump advirtió explícitamente que sobre Corea del Norte «todas las opciones están sobre la mesa», incluido un ataque militar, en una evidente amenaza de invasión, al mismo tiempo que presionaba a China exigiéndole que forzase a Pyongyang a detener su programa nuclear y los lanzamientos de misiles. En febrero de 2019, tuvo lugar una segunda cita en Hanói, que terminó mal: para detener el programa nuclear, Kim puso la condición de que Estados Unidos retirase las sanciones económicas a su país, a lo que Trump se negó, y el aire estaba lleno de malos presagios: cinco días antes de la cita, la CIA estadounidense asaltó la embajada norcoreana en Madrid, que había estado dirigida por Kim Hyok Chol y que en el momento del asalto dirigía la delegación de Pyongyang en las negociaciones nucleares y que estuvo presente en Hanói en la entrevista de Trump y Kim. El 28 de junio de 2019, tras asistir a la cita del G-20 en Japón, Trump aterrizó en Corea del Sur. Después, acudió inesperadamente a la zona desmilitarizada de la frontera entre las dos Coreas, la ZDC, en Panmunjom: allí se encontraron de nuevo los dos mandatarios el 30 de junio, sin ningún resultado a causa de las exigencias estadounidenses. Tres meses después, en octubre, los dos países anunciaron que se volvían a iniciar las negociaciones, aunque Trump y Bolton, consejero de Seguridad Nacional, diferían sobre el camino a seguir.

Las negociaciones que tuvieron lugar en 2019 en la isla de Lidingö, junto a Estocolmo, entre una delegación norcoreana dirigida por Kim Myong Gil, y otra estadounidense a cargo de Stephen Biegun (Representante Especial de Estados Unidos para la República Popular Democrática de Corea) fueron un fracaso. En noviembre de 2022, el viceministro ruso de Asuntos Exteriores, Serguéi Riabkov, constató que las negociaciones «para la desnuclearización de la península de Corea se suspendieron por iniciativa de Washington». Las «conversaciones a seis» siguen bloqueadas, y el gobierno de Biden ha optado por lo que califica de «disuasión severa» hacia Corea del Norte, definición que no es tranquilizadora para Pyongyang, mientras el Pentágono organiza regularmente los mayores ejercicios militares en la península coreana de los últimos años.

El gobierno Biden ha continuado la política de acoso a Corea del Norte. En mayo de 2022, Estados Unidos propuso una resolución al Consejo de Seguridad de la ONU para endurecer las sanciones a Pyongyang por las nuevas pruebas con misiles, propuesta que fue vetada por Pekín y Moscú. China responsabilizó a Estados Unidos de las tensiones en la península coreana, y su representante permanente en la ONU, Zhang Jun, argumentó que Washington no ha atendido las preocupaciones de seguridad de Pyongyang y que debe abandonarse la política de sanciones. De nuevo en octubre se repitió la situación, y tanto Moscú como Pekín consideraron que los lanzamientos de misiles son una respuesta a los agresivos ejercicios militares estadounidenses en la peníngula. Pero, al mismo tiempo, Pekín y Moscú consideran que el aumento del arsenal norcoreano dificulta la política de no proliferación nuclear en el mundo, que ya cuenta también con los arsenales indio, paquistaní e israelí, y de los cinco países permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU.

En agosto de 2022, el secretario general de la ONU, António Guterres, se entrevistó en Seúl con el presidente surcoreano, Yoon Suk-yeol, y con el ministro de Asuntos Exteriores, Park Jin, para pedir la desnuclearización total de Corea del Norte. Desde 2017, Corea del Norte no había realizado lanzamientos de misiles balísticos intercontinentales, pero los reanudó en 2022. Esos lanzamientos que ha efectuado Pyongyang en 2022 y 2023 siguen la pauta de sus anteriores pruebas: muestran la decisión de responder a cualquier acto agresivo o ataque directo por parte de Washington y Seúl, a la vista de las reiteradas maniobras militares cerca de sus fronteras. En marzo de 2023, Miroslav Jenča (un diplomático eslovaco activo defensor de las propuestas estadounidenses en Ucrania y en Asia, que ejerce como secretario general adjunto de la ONU para Asuntos Políticos y Construcción de la Paz en Europa, Asia Central y América) denunció ante el Consejo de Seguridad que en 2022 Pyongyang había lanzado setenta misiles balísticos con capacidad para atacar a sus vecinos y que sus proyectiles «son capaces de llegar a la mayoría de los puntos de la Tierra”. Jenča insistió en que Corea del Norte sigue desarrollando el plan que inició en 2021 para producir nuevos misiles balísticos de intercontinentales (entre ellos, uno con un alcance de 15.000 kilómetros), armas nucleares tácticas, sistemas aéreos no tripulados, y una «ojiva hipersónica de vuelo deslizante», además de un satélite de reconocimiento militar, y aseguró que el Organismo Internacional de Energía Atómica, OIEA, había detectado actividad en Punggye-ri, y se construían nuevas instalaciones en Yongbyon. Jenča, aunque pidió al Consejo de Seguridad que trabajase conjuntamente para encontrar una solución pacífica para la península de Corea, se abstuvo de hacer referencias a la constante actividad militar estadounidense en las cercanías de las fronteras y las aguas territoriales de Corea del Norte.

El lanzamiento de un misil balístico norcoreano en noviembre de 2022 voló unos 6.100 kilómetros y podría alcanzar todo el territorio de Estados Unidos, según afirmó el ministro de Defensa japonés, Yasukazu Hamada. Por iniciativa de Washington, el G-7 exigió también que Corea del Norte abandonase sus armas nucleares y sus «armas de destrucción masiva», y cerrase su programa nuclear y de misiles balísticos, pero omitió una constatación fundamental: la principal amenaza nuclear para el mundo no es el pequeño arsenal de Pyongyang sino los gigantescos depósitos de Estados Unidos instalados en tierra en América y en Europa, y en submarinos y aviones de bombardeo.

A finales de 2022, Estados Unidos estableció en la base de Osan, cerca de Seúl, una unidad de su United States Space Force, USSF, que dirige el general John W. Raymond y que fue creada por Trump alegando que era para detectar lanzamientos de misiles balísticos por Corea del Norte. Pero, además de esa función, la unidad es también una fuerza de ataque, característica omitida por Washington. Además, Charles Taylor, el vicecomandante de esa unidad en Corea del Sur, reveló en agosto de 2023 que la USSF establecería otro puesto de mando en Japón, donde los militares estadounidenses ya estaban trabajando en la logística. Esas iniciativas estimulan la carrera armamentista en el espacio e inquietan a Pyongyang, pero también a Moscú y Pekín. China está sumamente preocupada porque esos centros están dirigidos, sobre todo, contra los misiles balísticos intercontinentales chinos y sus sistemas antisatélites, y pueden interferir la coordinación de la marina, la aviación y las fuerzas nucleares chinas. Biden continúa la estrategia de Trump de levantar una poderosa USSF con capacidad defensiva y ofensiva.

La guerra por delegación en Ucrania de la OTAN contra Rusia ha hecho aumentar la percepción del peligro en Moscú y en Pekín. No fue precisamente improvisada la intervención del ministro ruso de Asuntos Exteriores, Lavrov, que afirmó en la Asamblea General de la ONU celebrada en septiembre de 2023: «Tan pronto como Muammar Gadaffi abandonó el programa nuclear, fue inmediatamente destruido: esto afecta la iniciativa de desarme nuclear”. «Negarse a negociar se ha convertido en la tarjeta de presentación de Occidente: los estadounidenses y los europeos asumen compromisos y luego simplemente no los cumplen. Occidente es un imperio de mentiras.”

La desconfianza de Pyongyang hacia Estados Unidos tiene bases muy fundamentadas, que no se encuentran solo en los años de la guerra de Corea de 1950: recuerda también la ruptura por Bush de los compromisos suscritos por Clinton con Corea del Norte, y en los últimos años ha visto la expansión de la OTAN en Europa oriental, rompiendo los acuerdos con Moscú; las invasiones en Oriente Medio, y la ruptura del acuerdo nuclear 5+1 con Irán. La persistencia de la crisis coreana se debe a la negativa de Estados Unidos a firmar un tratado de paz con Pyongyang: busca el hundimiento de Corea del Norte, el deterioro de las relaciones de Pekín y Seúl, de gran importancia económica, y el mantenimiento de un peligroso foco de crisis en las puertas de China. Pekín no está dispuesto a tolerar que la continúa presión de Estados Unidos sobre Pyongyang acabase desembocando en una guerra en sus fronteras, en una hipotética invasión y en el establecimiento de fuerzas estadounidenses en Corea del Norte.

Corea del Norte tampoco olvida que, en 1994, con Clinton, Estados Unidos estuvo a punto de bombardear el reactor nuclear de Yongbyon, a cien kilómetros de Pyongyang, e iniciar una escalada. La mediación de Carter, que visitó a Kim Il Sung (primer presidente y abuelo de Kim Jong Un) en junio de aquel año cerró la crisis pocos días antes de la muerte del presidente norcoreano. Pero las provocaciones militares estadounidenses han sido constantes, y no se limitan a la península coreana: baste recordar que el 22 de febrero de 2019 un comando paramilitar de la CIA, integrado por diez hombres armados y encapuchados, asaltó la embajada de la República Popular Democrática de Corea en Madrid violando la Convención de Viena. Robaron los ordenadores y los teléfonos móviles, y torturaron a los diplomáticos presentes para obtener información. El asalto, que se quiso presentar como obra de oscuros y anónimos delincuentes, fue una operación organizada en Langley para robar información y documentos del último embajador de Corea del Norte en España, Kim Hyok Chol, responsable de la legación asaltada hasta su expulsión, exigida por Estados Unidos en 2017 al gobierno de Rajoy. Fue muy revelador de lo que buscaba el comando de la CIA que, con Trump, en las negociaciones nucleares que se entablaron entre Washington y Pyongyang, la delegación norcoreana estuviese dirigida por Kim Hyok Chol. Era tan evidente la responsabilidad de Estados Unidos en el asalto a la embajada que la propia policía española pidió explicaciones a la estación de la CIA en Madrid. El gobierno español no se atrevió después a pedir responsabilidades a Washington y ambos gobiernos optaron por mantener un silencio sepulcral al respecto, que todavía se mantiene hoy.

China lleva mucho tiempo advirtiendo de que para que Corea del Norte abandone voluntariamente su programa nuclear, debe contar con la garantía de que las grandes potencias avalarán su seguridad. No existe un criterio conjunto para las tres grandes potencias y para las dos Coreas sobre el significado de “desnuclearización completa de la península de Corea” (CDKP), pero es obvio que la desnuclearización del norte debería ir acompañada de la retirada de las fuerzas estadounidenses de Corea del Sur, opción que Seúl rechaza, junto con la garantía de que Estados Unidos no introducirá armas nucleares y que su «paraguas nuclear» para sus aliados japonés y surcoreano no convertirá a Corea del Norte en un objetivo potencial. La compleja ecuación debe también ofrecer seguridad a Tokio y Seúl, algo que necesariamente implica a China y Rusia. La vía podría ser la declaración de una «zona libre de armas nucleares» en Asia oriental, pero esa hipótesis no es aceptada por Estados Unidos porque afectaría a su posición en toda la región, y en ese complejo expediente estratégico predomina su plan para «contener a China», objetivo que implica su rearme en toda Asia-Pacífico. En agosto de 2022, Estados Unidos ya anunció la creación de un sistema para interceptar misiles balísticos intercontinentales en Asia, y en julio de 2023 China recordaba el «carácter político y de garantía de la seguridad» del conflicto en la península coreana y defendía la llamada «doble congelación» (de lanzamiento de misiles norcoreanos y de maniobras militares estadounidenses) para una solución pacífica y la desnuclearización.

El horror y la devastación causados por los bombardeos estadounidenses no se han olvidado. La presión sobre Pyongyang ha sido una constante desde hace décadas, y las agresivas maniobras militares estadounidenses con Corea del Sur en las proximidades de la frontera intercoreana, el envío frecuente de portaaviones y los patrullajes aéreos, presentados siempre como iniciativas defensivas, son vistas por Corea del Norte como una amenaza de guerra. La lógica política de Pyongyang es evidente: cree que solo su poder nuclear evitará la invasión estadounidense y la guerra, aunque ello facilita a Washington su rearme en Oriente, ata a sus aliados asiáticos a la estrategia estadounidense y ayuda a configurar renovadas alianzas militares en Asia-Pacífico, con Corea del Norte entre sus objetivos, pero sobre todo mirando a China. El despliegue de los escudos antimisiles estadounidenses en Asia tiene esa función.

A mediados de septiembre de 2023, el belicista presidente surcoreano, Yoon Suk-yeol, declaraba a la Associated Press que un ataque nuclear norcoreano desencadenaría una «acción decisiva» de represalia por parte de Estados Unidos y Corea del Sur. «Nuestros países han confirmado que cualquier ataque con armas nucleares por parte de Corea del Norte será respondido con una respuesta rápida, aplastante y decisiva que conducirá al fin del régimen norcoreano». No existía el menor indicio de preparativos de ataque por Pyongyang pero eso no importaba, y el aumento de la tensión se constató a finales de septiembre de 2023 en la intervención de Kim Song, embajador norcoreano, ante la Asamblea General de la ONU, que acusó a Estados Unidos de llevar a la península de Corea «al borde de una guerra nuclear». El mismo día, el ministro de Defensa ruso, Shoigú, reveló que Rusia estaba llevando a cabo ejercicios en el lejano Oriente para garantizar su seguridad ante el impulso de Estados Unidos para «desarrollar bloques militares en Asia-Pacífico». Y ante la agresiva declaración de la OTAN en la cumbre de Vilna de agosto de 2023, el portavoz chino, Wang Wenbin, insistió en que «la OTAN, que no es parte del problema de la península coreana, en su declaración menosprecia la esencia del mismo y las consecuencias negativas del uso de la presión militar y de la aplicación de una política de doble rasero en materia de no proliferación nuclear, lo que no contribuye a avanzar hacia una solución política al problema coreano». Porque Estados Unidos rechaza que Corea del Norte disponga de un arsenal nuclear pero acepta que Israel tenga uno mayor.

Un mes antes, en julio de 2023, Yoon Suk-yeol, un hombre partidario de desplegar armas nucleares estadounidenses en Corea del Sur, llegó a amenazar con «ataques preventivos» a Corea del Norte, y se jactó del compromiso de Washington y Seúl de «desplegar regularmente activos estratégicos estadounidenses». Como no podía ser menos, el presidente surcoreano aseguró que era con objeto de «dar credibilidad a la disuasión». En medio de una crítica situación internacional donde aumenta la tensión y el futuro del planeta se oscurece, Biden y Yoon Suk-yeol traen a la memoria el personaje del historietista estadounidense Walt Kelly, que exclamaba: “Hemos encontrado al enemigo, y somos nosotros”.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.