Desde su independencia en 1776 y durante el siglo XIX los Estados Unidos concentraron sus esfuerzos en la edificación del Estado Nacional federal. James Monroe (1817-1825) fue el primer presidente en tomar posición frente a la naciente América Latina, región en la cual todavía se vivían los procesos finales por la independencia. La proclama “América para los americanos” estuvo destinada a proteger el continente frente a cualquier intención europea por restaurar regímenes coloniales y, al mismo tiempo, para asegurar la presencia e influencia norteamericana en la gigante región. Sin embargo, a pesar del “monroísmo”, en el siglo XIX se sucedieron varias incursiones europeas y durante la presidencia de James K. Polk (1845-1849) la guerra contra México sirvió para que los EE.UU. se hicieran con la mitad del territorio mexicano. En contraste, fueron buena parte de los países latinoamericanos los que abolieron la esclavitud en la década de 1850 (Ecuador en 1851), mientras en los EE.UU. se logró recién en 1863 con el presidente Abraham Lincoln (1861-1865).
La guerra con España en 1898, durante la presidencia de William McKinley (1897-1901) y en medio de la lucha por la independencia de Cuba, fue aprovechada por los EE.UU. para intervenir en la acariciada isla y también en Puerto Rico; pero, además, inauguró la era imperialista, que el presidente Theodore Roosevelt (1901-1909) la consagró sobre América Latina con su política del “Gran Garrote” (Big Stick) y el “derecho” del poderoso país a intervenir en cualquier nación para hacer que prevalezcan el americanismo, la “democracia” y los intereses de las grandes compañías norteamericanas, lo que incluyó el involucramiento en la separación de Panamá de Colombia (1903) para construir el canal transoceánico.
El siglo XX pasó a ser el de la expansión imperialista mundial y hegemónica de los EE.UU. incluso favorecida por las dos Guerras Mundiales, que desplazaron la primacía que tuvo Europa en el pasado. Para América Latina significó una era de constantes injerencias, acciones desestabilizadoras y hasta intervenciones militares directas para imponer gobiernos favorables a los intereses norteamericanos, a pesar de la política de “Buena Vecindad” del presidente Franklin D. Roosevelt (1933-1945), quien con el importante programa del “New Deal” impulsó una economía social en su país.
En pleno auge de la Guerra Fría, Dwight D. Eisenhower (1953-1961) y, sobre todo, John F. Kennedy (1961-1963) la extendieron en América Latina a raíz del triunfo de la Revolución Cubana (1959). El irracional anticomunismo fue cultivado en forma refinada entre las fuerzas armadas de la región y activado en todos los países por la CIA. Sin embargo, resulta paradójico que con Kennedy por primera vez los EE.UU. se interesaron por el desarrollo económico de América Latina y plantearon la “Alianza para el Progreso” como estrategia parecida a un “Plan Marshall” (ejecutado en Europa de la postguerra), que perdió fuerza con los presidentes sucesores. Richard Nixon (1969-1974) ahondó el macartismo americanista patrocinando el establecimiento de la brutal dictadura de Augusto Pinochet en Chile, cuyo “ejemplo” fue seguido por los gobiernos militares del Cono Sur, un asunto que Jimmy Carter (1977-1981) confrontó en forma muy relativa, con su política de derechos humanos.
Ronald Reagan (1981-1989) inauguró la “era neoliberal” que en los EE.UU. deshizo la economía social instaurada desde la época de F. D. Roosevelt, mientras en América Latina fue impuesta por intermedio del FMI a raíz de la crisis de la deuda externa. El fervoroso anticomunismo de Reagan motivó el apoyo a regímenes represivos de ultraderecha como en El Salvador y Guatemala, así como el financiamiento y sostenimiento de los “Contras” en Nicaragua. Centroamérica sufrió impresionantes violaciones a los derechos humanos, similares a las ocurridas en el Cono Sur. Pero el mundo cambió con el derrumbe de la URSS y del socialismo en Europa del Este, lo cual fortaleció la globalización capitalista y transnacional. Desde la presidencia de George W. Bush (2001-2009) se incorporó la guerra al “terrorismo”, en tanto el presidente Barack Obama (2009-2017) se interesó por nuevas relaciones con Cuba, visitó la isla (2016), realizando un gesto histórico en cinco décadas, pero no levantó el ilegítimo bloqueo.
El inicio del siglo XXI ha marcado la crisis de la globalización capitalista hegemonizada por los EE.UU. debido al despegue mundial de Rusia, los BRICS y particularmente China, así como por el avance de África contra los neocolonialismos. En América Latina coincidió el inédito primer ciclo de gobiernos progresistas que igualmente contribuyeron a delinear un mundo multipolar distinto al del siglo XX. Estas realidades permiten explicar la primera presidencia de Donald Trump (2017-2021), quien movilizó las consignas “America First” y “Make America Great Again” que deben meditarse, porque el sentido que tienen es el de recuperar la hegemonía de los EE.UU. ante un mundo que lo ha venido desafiando en forma inevitable. El gobierno Trump radicalizó las medidas migratorias ante las oleadas de latinoamericanos, renegoció el TLCAN (con México y Canadá), alentó regulaciones proteccionistas e industrialistas ajenas a las ideas de “mercado libre”, reconfiguró las “alianzas” con múltiples países, incluyendo los europeos, para recuperar la primacía de los intereses de seguridad y expansión económica de los EE.UU., condenó los regímenes “socialistas” agravando sanciones contra Cuba y Venezuela, apoyó a gobiernos conservadores como el de Jair Bolsonaro (2019-2022) en Brasil y cultivó una ideología vinculada a la superioridad de los “valores” norteamericanos y su “democracia”.
En forma coincidente el segundo ciclo progresista de América Latina resultó débil y desarticulado. En Ecuador, en cambio, el gobierno de Lenín Moreno (2017-2021) respondió a gusto con la “era Trump” e inició la persecución al “correísmo” para instalar un modelo económico empresarial que desmanteló el progreso logrado por el país durante la década anterior y su institucionalidad. Esas políticas prepararon la continuidad de los gobiernos de los millonarios Guillermo Lasso (2021-2023) y Daniel Noboa (2023-2025), que recobraron formas de dominación oligárquica comparables con la “época plutocrática” del país de hace un siglo. No era posible que ambos regímenes comprendieran la magnitud de las geopolíticas continentales y mundiales, por lo cual suscribieron acuerdos militares con los EE.UU. lesivos a la Constitución y a la soberanía ecuatoriana.
Las limitaciones de la presidencia de Joe Biden (2021-2025) para encarar el ascenso de la multipolaridad, han sido percibidas por la enorme mayoría de la población norteamericana que sueña con la recuperación de la grandeza histórica de su país. El “America First” ha vuelto a actuar con indudable fuerza y el actual triunfo de Donald Trump para un segundo mandato presagia la recuperación y profundización de las políticas levantadas en su primera administración. No son condiciones favorables para América Latina. Mucho menos para los gobiernos progresistas de la región. Y el futuro gobierno Trump no tendrá que hacer mucho esfuerzo ante gobiernos latinoamericanos empresariales o de la derecha política que, como se ha demostrado en otros momentos históricos, por si solos se alinean a los intereses de los EE.UU., país al que tienen como su referente ideal.
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