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Informe especial: 80 años del apocalipsis nuclear

Una masacre más del capitalismo depredador

Fuentes: Rebelión

Una crónica del horror que el imperio quiere que olvidemos

La campana del Parque de la Paz aún retumba cuando el sol se alza sobre una ciudad que, hace ocho décadas, se convirtió en el infierno. Hoy, bajo el mismo cielo que se tiñó de negro y rojo el 6 de agosto de 1945, los supervivientes —los hibakusha— se arrodillan con huesos quebrados por la radiación y voces que aún gritan en silencio: «¿Por qué?».

El crimen que Estados Unidos jamás pagará

A esta hora exacta, hace 80 años, un bombardero B-29 llamado Enola Gay soltó sobre la población civil de Hiroshima una bomba atómica apodada Little Boy. No era un objetivo militar. Era un experimento humano: 180,000 personas —niños, ancianos, mujeres embarazadas— fueron carbonizadas en segundos. Tres días después, Nagasaki sufrió el mismo destino. La justificación del presidente Truman («salvar vidas americanas») fue una mentira cínica: Japón estaba derrotado. La verdad, oculta durante décadas, es que Washington quería intimidar a la URSS y marcar territorio en la guerra fría con sangre japonesa.

Las heridas que nunca cicatrizan

En el Hospital de la Paz, la doctora Hanako Nakamura, hija de una hibakusha, muestra radiografías de cráneos deformados por leucemia. «Mi madre perdió sus dientes a los 30 años. Yo nací sin huesos en mis manos. ¿Y ahora dicen que fue necesario?». Las estadísticas son un insulto: los muertos directos fueron 180,000, pero los que sucumbieron a cánceres, abortos espontáneos y suicidios no tienen número. El crimen continúa.

El mundo al borde del abismo

Mientras los políticos occidentales depositan coronas de flores en Hiroshima, sus arsenales apuntan hacia Moscú y Pekín. Según el Instituto de Estocolmo, 12,241 cabezas nucleares —2,100 listas para lanzar— siguen activas. En Ucrania, soldados ucranianos atacan bombarderos rusos nucleares. En el Mar de la China Meridional, bases estadounidenses rodean a China como una horca. Cada misil es un Hiroshima en potencia.

Grecia: cómplice del holocausto futuro

En la base de Souda, en Creta, submarinos nucleares estadounidenses recalan con silencio cómplice del gobierno de Kyriakos Mitsotakis. «Somos un portaaviones flotante para el imperio», denuncia el diputado comunista Lefteris Nikolaou. Mientras, en Atenas, la ministra de Defensa firma acuerdos para albergar «armas tácticas» en territorio griego. Los griegos serán escudos humanos en la próxima guerra.

El grito de los que no olvidan

En la plaza Syntagma, 5,000 jóvenes corean «No a las bases nucleares, no a la OTAN». Una estudiante, María Papadopoulos, sostiene una foto de una niña japonesa desnuda, quemada: «Esto no fue historia. Esto es capitalismo en su forma más pura«. El Partido Comunista griego lanza un ultimátum: «Cerrar todas las bases, salir de la OTAN, o seremos la próxima Hiroshima».

El olvido es un crimen

Cuando el sol se pone sobre Hiroshima, los turistas selfies se marchan. Pero las hibakusha se quedan, como cada noche, encendiendo 180,000 faroles de papel —uno por cada alma— que flotan en el río Motoyasu. Cada linterna lleva un nombre. Cada nombre es una acusación. El imperio quiere que olvidemos. Nosotros no olvidamos.

«Si el capitalismo justifica Hiroshima, Hiroshima justifica la revolución.»

El capitalismo necesita la guerra como un vampiro necesita sangre. No es un accidente ni un «exceso»: es su modo lógico y cotidiano de reproducción. Cuando el sistema entra en crisis —y lo hace cíclica y inevitablemente— no elige entre «reforma» o «guerra». La guerra es la reforma. La masacre es el plan de ajuste.

1. La crisis no es un «error»: es el motor

El capital vive de la plusvalía: robar tiempo de trabajo vivo. Pero cuando la tasa de ganancia cae (porque los salarios se resisten, la naturaleza se agota o la automatización destruye empleo), el sistema no se autocorrige. Se auto-canibaliza. La guerra no es un «desvío» sino el proceso más rentable para:

  • Destruir capital excedente (fábricas, ciudades, vidas) y así «reiniciar» la acumulación.
  • Apropiarse de recursos (petróleo, uranio, litio) a costa de genocidios.
  • Imponer deudas eternas al «vencedor» y al «vencido».

Ejemplo: Iraq 2003. La invasión no fue por «armas de destrucción masiva». Fue porque Saddam quería vender petróleo en euros, no en dólares. Resultado: 1 millón de muertos, Exxon y BP se reparten los pozos, y el pueblo iraquí paga la «reconstrucción» con préstamos del FMI.

2. Las masacres como «gestión de la demanda»

Cuando el capital no puede vender lo que produce (porque los salarios son miseria), destruye consumidores para «equilibrar» el mercado.

  • Hiroshima y Nagasaki: Japón estaba derrotado. La bomba no fue para «acabar la guerra» sino para probar el arma ante la URSS y justificar el gasto militar del Proyecto Manhattan (2.000 millones de dólares).
  • Gaza 2023-24: Israel no «combate al terrorismo». Bombardea 2,3 millones de personas encerradas en 365 km² porque la industria armamentista israelí (el 10% del PIB) necesita mercados de guerra permanente. Cada misil «Iron Dome» vendido a Europa es un niño palestino desmembrado.

3. El ciclo vicioso: guerra → deuda → guerra

  • EE.UU. gasta 877.000 millones en «defensa» (2024). ¿De dónde sale? De préstamos a bancos que financian a Lockheed Martin y Boeing.
  • La OTAN obliga a Grecia a gastar el 3% del PIB en armas (mientras cierra hospitales). Resultado: deuda eterna y bases nucleares en Alexandroúpolis apuntando a Crimea.
  • La guerra de Ucrania duplicó los beneficios de Raytheon. Cada HIMARS disparado es un recorte en pensiones.

4. La «solución final» del capital: destruir para no repartir

El sistema prefiere quemar alimentos (como en 2008 cuando 1.000 millones pasaban hambre) antes que regalarlos. Prefiere bombardear viviendas (como en Gaza o Donetsk) antes que garantizar vivienda.
Porque el capital no produce para satisfacer necesidades: produce para ampliar el capital. Y cuando las masas se vuelven «inútiles» (sin salario para comprar), el sistema las convierte en blanco.

5. La alternativa: no «controlar» la guerra, sino abolir su causa

Los acuerdos como el TPNW (Tratado de Prohibición de Armas Nucleares) son papel mojado mientras el capital exista. Porque:

  • Las armas nucleares NO son «tecnología»: son la forma más concentrada de capital (una sola ojiva = 1 millón de años de trabajo humano).
  • No se puede «reglamentar» un sistema que necesita crisis: hay que abolirlo.

Conclusión:

El capitalismo no «se desvía» hacia la guerra. La guerra es su curva de aprendizaje. Y cada ciclo es peor:

  • 1914: trincheras.
  • 1945: hornos crematorios y bombas nucleares.
  • 2025: IA militarizada, drones asesinos y Gaza como laboratorio.

No hay «capitalismo pacífico». Solo hay capitalismo agonizante que arrastra al planeta con él.
La única salida es la expropiación del capital bajo control social y la reorganización de la producción para la vida, no para la ganancia.

Como dijo Rosa Luxemburgo: «Socialismo o barbarie». Y la barbarie ya tiene nombre: capitalismo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.