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A un año de la «nueva era» de Scholz

Fuentes: Rebelión

Si el siglo XIX fue largo, desde 1789 hasta 1914, el XX, corto, desde 1914 hasta 1989, el XXI, el llamado “siglo americano”, ha sido un suspiro; desde 1989 hasta el 2022.

Tres días después de la agresión de Rusia a Ucrania, el 27 de febrero del pasado año, el nuevo primer ministro alemán, Olaf Scholz, afirmó que el mundo entraba en una “nueva era”. Al mismo tiempo, anunciaba la creación de un fondo de 100 mil millones de euros para modernizar el ejército alemán, el aumento del presupuesto de guerra al 2% del PIB y la entrega a Ucrania de armamento para resistir la invasión rusa.

A un año de este anuncio de la “nueva era” de Scholz, todos los miembros europeos de la OTAN han seguido el camino que los EEUU venían exigiendo desde hacía años, el aumento de los gastos militares, lo que pone al mundo en una carrera armamentística cualitativamente superior a la de la guerra fría. En aquel momento la carrera se ceñía a dos potencias, los EEUU y la URSS, a la que los demás asistían como espectadores; hoy no.

Guerra vs. diplomacia: la ONU, un cascarón vacío

La actual carrera armamentística abarca a los EEUU, principales gastadores en inversiones militares, China, los segundos, Rusia, y así hasta llegar al último país del mundo. Los miembros de la OTAN, por su parte, que se mantenían en un segundo plano, han dado un giro y en la Cumbre de junio pasado acordaron, uno, la estrategia “360º”, que es que la OTAN puede intervenir en cualquier parte del mundo sin el aval de la ONU, dos, aumentar sus gastos militares hasta un mínimo del 2% del PIB.

La “guerra fría” fue eso, una guerra fría que, como el “gran juego” del siglo XIX entre Gran Bretaña y el Imperio Zarista, nunca llegó a un enfrentamiento directo, a una guerra caliente. Se basaba más en movimientos y demostraciones de fuerza que en guerras abiertas con un organismo “bonapartista” supranacional de “arbitro”, la ONU. Eso no quiere decir que no las hubiera, pero no eran directas entre las potencias.

Solo en un momento se pudo llegar a las manos, cuando la crisis de los misiles de Cuba, pero la política de “coexistencia pacífica” de la burocracia soviética no apuntaba al choque con los EEUU, sino al acuerdo, que fue lo que sucedió y se impuso la “diplomacia” frente a la guerra.

En este cuadro de un “gran juego” entre dos grandes potencias, la ONU cumplía el papel que se le había otorgado tras los pactos de Yalta y Potsdam, ser la clave de bóveda de la correlación de fuerzas surgida en 1945, con la derrota del fascismo y el fortalecimiento de los dos polos, el imperialismo estadounidense y la burocracia soviética.

Como dice la Carta Fundacional de la ONU en su primer punto:

“Mantener la paz y la seguridad internacionales, y con tal fin: tomar medidas colectivas eficaces para prevenir y eliminar amenazas a la paz, y para suprimir actos de agresión u otros quebrantamientos de la paz; y lograr por medios pacíficos, y de conformidad con los principios de la justicia y del derecho internacional, el ajuste o arreglo de controversias o situaciones internacionales susceptibles de conducir a quebrantamientos de la paz”

Los firmantes de esta Carta buscaban un organismo que sirviera como terreno de juego para resolver las contradicciones que quedaron muy vivas tras la II Guerra, bajo una correlación de fuerzas en la que ni el imperialismo podía destruir a la URSS por la vía militar, mientras esta fomentaba la existencia de ese organismo supranacional como expresión de su política de “coexistencia pacífica” y pacto con el imperialismo.

Como las contradicciones sociales de fondo se mantenían, ambos contendientes no dejaban de rearmarse con el fin de “enseñarle” los dientes al otro.

Pero “nada dura para siempre”. La ONU tuvo un sentido mientras la economía crecía a ambos lados del Muro de Berlín y la lucha de clases era reconducida al sindicalismo, a cambio de la renuncia de la revolución. Las burocracias sindicales y políticas, influidas por la política de Coexistencia Pacífica, la aplicaban en sus estados, a cambio de conquistas sociales que se llamaron “estado del bienestar”.

Este equilibrio entre ambos bandos quebró con el crack del 67 y se fue al garete en la crisis de los 70, a la que imperialismo anglo norteamericano respondió con la declaración de guerra que fue el neoliberalismo salvaje de los gobiernos de Thatcher y Reagan, y el papado de Juan Pablo II. Una declaración de guerra que no solo era contra las clases obreras nacionales, sino contra los símbolos de que eran posibles estados sin capitalistas, los estados obreros, a los que se les impuso un ritmo de desgaste económico con el objetivo inequívoco de semicolonizarlos.

A la URSS se le impuso un nivel de inversiones militares (“la guerra de las galaxias” de Reagan) que profundizaron las taras de la planificación burocrática de la economía soviética hasta su colapso. El final del camino es, por diferentes caminos (no es lo mismo China que Rusia, Cuba que Vietnam), la restauración del capitalismo en todos ellos.

La ONU comienza a perder su sentido, puesto que los acuerdos de Yalta y Potsdam entre la burocracia soviética y el imperialismo que le dieran origen, ya no tienen ninguna vigencia. El mundo ya no está dividido en “campos sociales” opuestos, sino que todo él es un campo, es un mundo capitalista bajo la hegemonía estadounidense. Tras la I Guerra del Golfo es Bush I, “el padre”, el que declara la “pax americana”.

2016, el año clave

La “pax americana”, por poner alguna fecha, dura poco más de diez años, cuando se producen los atentados de las Torres Gemelas, y el imperialismo norteamericano declara “la guerra al terrorismo”.
La “pax americana” ocultaba un proceso ineluctable que va a marcar el presente: habían ganado la “guerra fría” al restaurar el capitalismo en los ex estados obreros, y con la aportación de materias primas y fuerza de trabajo especializada sustentaron el crecimiento de los años 90; pero la decadencia del imperialismo yanqui venía de antes, de la crisis de los 70 cuando tuvieron que romper el acuerdo de Bretton Woods y la paridad “dólar -oro”.

En ese momento los EEUU le dijeron al mundo, ya no podemos ser vuestros banqueros, porque no tenemos reservas de oro suficientes para hacer frente a la cantidad de dólares que circulan por el mundo; para sostener el dólar precisamos de otra materia, estratégica para todos los estados, pues es la que los mueve, el petróleo. Surgió así el petro dólar.

Ya no es la paridad dólar-oro, sino la obligación de hacer los pagos de petróleo en dólares lo que les daba solidez. A cambio, se comprometían a garantizar la seguridad de los grandes productores petróleo, con Arabia Saudí al frente. Por eso, cuando Irak ocupa Kuwait, esperando que fuera el pago en especias por la guerra contra la revolución iraní que había llevado a cabo en nombre del imperialismo, los EEUU saltaron como un resorte y organizaron la I Guerra del Golfo: Arabia Saudí era intocable por los “petro dólares”.

Ningún país se opuso, como mucho se pusieron de perfil. Rusia era un caos, China estaba saliendo de la crisis de Tiananmén y Europa no era ni la Unión Europea, seguía siendo una jaula de grillos. El poderío militar estadounidense catalizaba su decadencia económica relativa, y le permitía seguir imponiendo sus condiciones al mundo: las dos guerras del golfo, la guerra en la ex Yugoslavia, fueron golpes de mano para demostrar que seguía siendo el dominante.

De nuevo, “nada dura para siempre”. El crecimiento de China, la estabilización de Rusia, la aparición de la UE empieza a poner en evidencia esa decadencia, es la aparición de lo que se ha dado en llamar “el mundo multipolar”. Que los EEUU siguen siendo la primera potencia, no lo duda nadie; pero también lo es el crecimiento exponencial chino, fomentado por ellos mismos con el “chinamerica”, que ha permitido el surgimiento de una burguesía china apoyada en el monopolio del poder por el P C Ch con intereses propios, diferenciados de los del imperialismo.

Si este proceso se hubiera dado en otro momento histórico, China se habría convertido en una semicolonia del imperialismo; pero no es así, se da en un momento en el que la potencia hegemónica lleva desde los 70 del siglo XX en retroceso en su dominio del mundo y comienzan a abrirse grandes grietas en las relaciones económicas entre los estados por donde entra no solo China, sino la propia Rusia, que recupera sus ambiciones imperiales. Hasta ex semicolonias como Turquía, Brasil, Irán, Sudáfrica, … piden su “esfera de influencia”, constituyendo algunos de ellos los BRICS, bajo el paraguas militar de la OCS (Organización para la Cooperación de Shanghái), construida alrededor de la alianza ruso china.

Este es, por cierto, el “frente multipolar” bajo el que se están agrupando sectores de la izquierda neo estalinista, castrista o chavista, al que consideran como un “frente antiimperialista” cuando no es más que un agrupamiento de “agraviados” por las potencias euro norteamericanas. Como veremos a continuación, es una corriente dentro de la izquierda que claudica en toda regla a potencias imperialistas emergentes, con China a la cabeza, al confundir contradicciones interimperialistas con “antiimperialismo”.

El año en que esta tendencia emergente del capitalismo chino cristaliza es el 2016, cuando el yuan entra en la cesta de divisas con derechos especiales de giro del FMI, compuesta hasta ese momento por cuatro referencias de orden mundial: dólares, euros, libras y yenes. El capitalismo chino, con toda su pujanza industrial, entra en la División de Honor del imperialismo y comienza a competir en el terreno financiero con el resto de las potencias imperialistas; los pagos de materias primas, deuda pública, etc., se pueden hacer también en yuanes. Así, el reciente acuerdo Arabia Saudí-China para el pago del petróleo en la moneda china anuncia el surgimiento del “petro-yuan”, alternativo al “petrodólar”.

Ya no solo es la fábrica del mundo, sino también uno de sus banqueros y comienza a establecer relaciones de “metrópoli-semicolonia” con continentes enteros, como África o América del Sur y Centroamérica. Que no tenga una política intervencionista militar no le exime de cumplir ese papel de metrópoli; los EEUU hasta 1945, e incluso después, fueron los adalides del “libre mercado mundial” y el “respeto del derecho de los pueblos a la autodeterminación” (fueron ellos los que lo introdujeron como un derecho fundamental en la Carta de la ONU), como ahora lo hace China.

Las consecuencias políticas de este cambio no se hacen esperar. En marzo de 2018, el presidente de los Estados Unidos de aquel momento, Donald Trump anuncia la intención de imponer aranceles de 50 000 millones de dólares a los productos chinos bajo el artículo 301 de la Ley de Comercio de 1974.
El 19 de mayo de 2019 Google, siguiendo órdenes de la administración de Estados Unidos, anuncia que dejará de proporcionar actualizaciones de su sistema operativo para móviles Android a los propietarios de teléfonos de esta marca, y que las nuevas unidades de Huawei no podrán utilizar las aplicaciones básicas para funcionar

El 1 de junio de 2018, después de una acción similar por parte de los Estados Unidos, la Unión Europea (UE) presentó quejas legales de la OMC contra China que la acusaron de emplear prácticas comerciales que discriminaban a empresas extranjeras y socavaban los derechos de propiedad intelectual de las empresas de la UE.

Esta guerra comercial entre las tres grandes potencias económicas del mundo llegó a su momento cumbre, cuando el pleno de la OTAN de junio pasado declaró “su preocupación por «la creciente asociación estratégica entre la República Popular China y la Federación Rusa», «ya que las dos potencias intentan socavar el orden internacional basado en normas, lo que es contrario a los valores e intereses de la Alianza Atlántica».

El big bang de lo que hoy sucede se sitúa en ese año del 2016, cuando China se convierte en competidor directo de las potencias imperialistas euro norteamericanas, y se pone en su punto de mira. La ONU en todo esto es un corcho en la tormenta, un cascarón vacío al que nadie pregunta ni hace caso, pues la “era” de la diplomacia, de los vetos en el Consejo de Seguridad, etc., han pasado a la historia.

La internacionalización de la guerra en Ucrania

Que el conflicto de Ucrania es parte de esta situación es algo que nadie puede negar, el acto de guerra -terrorista, le llamarían si lo hubieran llevado a cabo otros- que fue la destrucción de los gasoductos Nord Stream en el Báltico, a cientos de km de Ucrania, lo demuestra. Desde el 2008 los EEUU adoptan una política para su integración progresiva en la OTAN, de tal manera que, tras la desarticulación del levantamiento popular conocido como “el Maidán”, se puede afirmar que aunque “Ucrania no está en la OTAN, la OTAN si está en Ucrania”.

El conflicto está internacionalizado desde su origen, pues es el eslabón débil de las contradicciones inter capitalistas detonadas en el 2016. La cadena imperialista euro norteamericana percibe como un peligro a su dominio las aspiraciones imperiales de Rusia; por su parte, la Federación Rusa ve como una agresión la expansión de la OTAN al este, de la que la incorporación de Ucrania era un paso más, como acordaran en la Convención bilateral EEUU-Ucrania en noviembre de 2021; mientras China es bien consciente de que si Rusia cede, el próximo serán ellos.

De hecho, no podemos olvidar que la semicolonización de Rusia es un objetivo manifiesto desde que 21 naciones atacaron a la naciente URSS tras la revolución de Octubre, para repartirse el territorio en áreas de influencia, como habían hecho a lo largo de todo el siglo XIX en África, China, mundo árabe, etc. Esa y no otro fue la intención de la operación Barbarroja alemana en la II Guerra, y el mismo sentido tenía toda la política levantada por el imperialismo con la restauración del capitalismo en los 90.

La guerra de Ucrania fue consecuencia de esta tensión creciente entre las cadenas imperialistas, y más allá de quien disparara el primer tiro, nació internacionalizada que se ha ido alimentando a lo largo de este año de hostilidades. El envío de ayuda y armamento sistemático por todos los países de la OTAN, pero controlado desde el Pentágono, no solo se ciñe a armas, sino que incluye la participación de “contratistas”, “asesores” y “voluntarios”, demostrando la internacionalización del conflicto.

Que todavía no haya “botas sobre el terreno” de soldados euro norteamericanos se debe a que la OTAN no está preparada para un enfrentamiento directo con Rusia. El fondo de armario ruso (es un territorio inmenso, con la retaguardia protegida por China), el desconocimiento que los atlantistas tienen del calado real del ejército ruso, y, sobre todo, su propia debilidad, les frena a la hora de ser más agresivos, como quieren las repúblicas bálticas, Polonia y la propia burguesía ucraniana.

El estado de los tanques Leopard españoles es paradigmático de esta debilidad para enfrentar una guerra de alta intensidad como la que requeriría el choque con Rusia. Los tanques españoles, muchos de ellos, son chatarra para un caso así; pero es que la burguesía española los quiere para otra cosa, para mantener el orden dentro. Por ejemplo, les habrían sido muy útiles si el 1 de octubre en Catalunya la policía fuera desbordada: 300 Leopard, aun en mal estado, en las calles de Barcelona, serían una herramienta disuasoria muy convincente.

La OTAN está preparada -relativamente, como se demostró en la desbandada en Afganistán-, para ir a guerras de “baja intensidad”, contra guerrillas o ejércitos en desguace como el Iraquí; pero chocar con una potencia que puede llevar la guerra al propio territorio, a los USA o Europa Occidental, son palabras mayores.

Además, para ocupar un país es preciso, según los manuales militares, una relación de 3/1 soldados respecto al ejército opositor, y hoy la OTAN no es capaz de levantar un ejército que garantice esa relación. Por su parte, Rusia tampoco puede hacerlo, por lo que todas las tonterías de los Borrell de que Putin quería ocupar Europa “hasta Lisboa” era un banderín de enganche para justificar el militarismo que se avecinaba. Por este motivo, por la cantidad de soldados que Rusia movilizó, unos 200 000, es evidente que tampoco tenían la intención de ocupar toda Ucrania (los acuerdos de Minsk garantizaban la unidad nacional ucraniana, menos Crimea); esperaba, como mucho, que el gobierno de Zelenski colapsara y cambiar el títere, de un pro OTAN a uno pro ruso, o por lo menos, neutral.

En tercer lugar, las sociedades euro norteamericanas (como la rusa) no aguantarían la cantidad de víctimas militares y civiles de una guerra de alta intensidad como la que se desataría. Al poco, estarían exigiendo el cese de las hostilidades. Por eso, aun estando altamente internacionalizada, la guerra en Ucrania sigue apareciendo como una guerra nacional, entre una potencia agresora, Rusia, y una nación agredida, Ucrania.

Frente a la estrategia 360º: evitemos la III Guerra Mundial

Que hoy no estén preparados no quiere decir que no quieran estarlo. Este es el sentido profundo de las palabras de Scholz, la “nueva era” es la de la preparación para una nueva guerra mundial que se ha concretado en la cumbre de la OTAN de junio pasado, con la “estrategia 360º”.

De la misma manera que en “el Manifiesto de la Cuarta Internacional sobre la guerra imperialista y la revolución proletaria mundial”, se decía que “más allá de quien pegara el primer tiro”, hay que analizar las fuerzas en conflicto para determinar el carácter de una guerra. Y si algo está claro, salvo para los que se ponen las “gafas” del campismo entre “los demócratas y los déspotas” o su versión de izquierdas, “pro imperialismo vs. antiimperialismo”, es que la guerra de Ucrania es la manifestación actual de la quiebra del sistema capitalista, de que no puede salir de la crisis y abrir un nuevo periodo de crecimiento si no es sobre la base de la resolución de tres contradicciones que la atenazan a través de la fuerza, con el consiguiente empobrecimiento social generalizado al que ya estamos asistiendo:

uno, la tendencia decreciente de la tasa de ganancia hace que lleven más de una década sin ser capaces de hacer rentables las inversiones capitalistas al nivel que ellos desean. Desde la crisis del 2007/8 el sistema no ha encontrado un sector productivo lo suficientemente rentable para invertir, que sustituya a la construcción y las nuevas tecnologías. La carrera espacial y tecnológica desatada entre todos ellos es parte de la búsqueda de este sector/es que tire de la economía en su conjunto, como en el pasado fue la máquina de vapor y el carbón, el motor de explosión y el petróleo, y la informática y la electricidad.

Dos, los límites objetivos en la relación del ser humano con la naturaleza, puesta al borde del colapso por la anarquía absoluta que se derivan de las relaciones sociales de producción capitalista. Al trabajar en función del valor cambio de las mercancías producidas, sea esta la extracción de materias primas o la fabricación de productos manufacturados, la rentabilidad o no de un nuevo sector no está en función de la resolución de las necesidades humanas, sino del beneficio privado. La naturaleza, incluido el ser humano que es tan parte suya como cualquier otro animal o planta, es un valor de cambio, y como tal lo explotan.

Tres, el fin de toda una era de hegemonía del mercado mundial, el “siglo americano” que comenzara en 1945 tras la derrota de las potencias del Eje (Alemania, Japón e Italia) y la confirmación de la decadencia de las dos grandes potencias del siglo XIX, Gran Bretaña y Francia. El mantenimiento, o no, del status quo en la jerarquía entre los estados construida a lo largo del siglo XX es la clave para ver quien se convierte en el beneficiario del nuevo proceso de acumulación de capital que se generaría si se superaran las contradicciones antes señaladas.

Son fuerzas tectónicas muy poderosas, enraizadas en las relaciones sociales de producción capitalistas y sus formas jurídico-estatales, las que empujan a hacer preparativos para desatar una nueva Guerra Mundial.

La guerra en Siria, tras el empantanamiento de la revolución en un conflicto que tenía ya muchos caracteres internacionales -en un momento dado, en Siria había, y hay, soldados rusos, turcos, israelís, estadounidenses, chinos y británicos- fue parte de esta tendencia a un mayor enfrentamiento, que ahora en Ucrania vemos corregido y aumentado.

La guerra en el Sahara entre el pueblo saharaui, con el apoyo de Argelia, que ha pedido la incorporación a los BRICS (la alianza económica alrededor del eje ruso chino), y la potencia ocupante, Marruecos (semicolonia de la UE y aliado estratégico de Israel), también es parte de la conformación de dos bloques imperialistas en conflicto, al que Rusia ha echado leña al reconocer el derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui.

Y por encima de todo, la estrategia 360º de la OTAN; todo esto demuestra que la tendencia a la resolución de los conflictos por la vía militar es el signo del “nueva era” de la que habla Scholz. A prepararse para una guerra de alta intensidad es lo que desde la Cumbre de Madrid han decidido, y esto es lo que la humanidad, si no quiere verse abocada a la barbarie, tiene que rechazar.

Pase lo que pase en Ucrania, salvo que el pueblo ucraniano convierta una guerra nacional en la revolución socialista, expulsando al invasor ruso y al ocupante euro norteamericano, las tendencias al choque no se modificarán: si Rusia consigue partir Ucrania y quedarse en Crimea y el Donbass, se sentirá -ella y sus aliados- más fuertes para desafiar a la OTAN; al revés, si el gobierno de Zelenski y sus protectores, los EEUU y la UE, derrotan a Rusia y la obligan a retroceder hasta sus fronteras, se sentirán más fuertes para empresas más ambiciosas, como ocupar la propia Rusia o provocar al “elefante en la habitación”, China.

Ante una situación semejante, “no se puede engordar al joven imperialismo frente al decrépito imperialismo”, decía Lenin; y esto es lo que hacen los que inventándose un “frente multipolar” supuestamente antiimperialista solo “engordan” a los que piden su parte en el mercado mundial, unos apoyándose en la pujanza económica y financiera (China), otros en su poderío militar (Rusia), pero que como buenos capitalistas solo buscan un papel hegemónico en las relaciones entre los estados.

Por otro lado, y en la línea del Manifiesto de la IV Internacional contra la II Guerra, “la tarea planteada por la historia no es apoyar a una parte del sistema imperialista en contra de otra sino terminar con el conjunto del sistema”, hay que rechazar categóricamente a aquellos “progresistas” como los Verdes alemanes o sectores de Podemos en el Estado Español, que se han convertido en los más ardientes defensores del belicismo de la OTAN, en nombre de la lucha contra el “despotismo” ruso, como hiciera la II Internacional en 1914, cuando justificó su voto a los presupuestos de guerra:

«Nos enfrentamos ahora con el hecho de hierro de la guerra. Estamos amenazados por los horrores de las invasiones enemigas. No decidimos hoy a favor o en contra de la guerra; simplemente tenemos que decidir sobre los medios necesarios para la defensa del país. Gran parte, si no todo, está en juego para nuestro pueblo y su libertad, en vista de la posibilidad de una victoria del despotismo ruso, que se ensucia a sí mismo con la sangre de lo mejor de su propio pueblo.

«De lo que se trata para nosotros es de alejar este peligro y salvaguardar la cultura y la independencia de nuestro país. Así honramos lo que siempre hemos prometido: en la hora del peligro no vamos a abandonar nuestra Patria. Nos sentimos de acuerdo con la Internacional, que siempre ha reconocido el derecho de cada nación a la independencia nacional y a la legítima defensa, al igual que nosotros condenamos, también de acuerdo con la Internacional, cualquier guerra de conquista. Exigimos que, tan pronto como el objetivo de la seguridad se haya logrado y los oponentes se muestren listos para la paz, esta guerra termine con una paz que haga que sea posible vivir en amistad con los países vecinos.

«Guiados por estos principios, vamos a votar a favor de los créditos de guerra».

La “nueva era” anunciada por Scholz es coherente con la política imperialista de la II Internacional, la de la “vieja sociedad” basada en la explotación, la opresión y la guerra.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.