No son pocas las problemáticas que el nuevo presidente norteamericano Joe Biden, debe atender con urgencia en el plano internacional, las múltiples demandas, no solo son responsabilidad de la inoperancia de su inmediato predecesor Donald Trump, sino, y principalmente, se deben a los frentes que abrieron y profundizaron George W. Bush y Barack Obama, de quien Biden fue vicepresidente en sus dos periodos.
Entre todos esos frentes, sin duda Afganistán, quizás sea el más crítico, ya que, según la información oficial, Estados Unidos ha invertido en esa guerra más de ochocientos mil millones de dólares, y la vida de dos mil cuatrocientos estadounidenses entre militares y contratistas (mercenarios), para mantener lo que se considera la guerra más prolongada de su historia.
Las políticas iniciadas por Obama y continuada, con más lentitud por Trump, han reducido el número de efectivos en ese país centroasiático en unos 2500 hombres, su nivel más bajo en veinte años, que tiene la orden de evitar entrar en combates, dado los acuerdos de Doha, Qatar, firmados a finales de febrero de 2020, entre Washington y el Taliban.
Si bien buena parte de esos acuerdos se han ido cumpliendo a lo largo del pasado año, como la retirada paulatina de la tropa norteamericana, que el próximo mayo debería ser total; además de la obligación de reducir las acciones armadas, del Taliban, que también debe terminar su vieja alianza con al-Qaeda, y combatir la presencia del Daesh Khorasan (DK) Además de continuar con las negociaciones entre el poder político de Kabul, y la organización fundada por el mullah Omar en 1994, las que resolvieron con notable éxito uno de los puntos más ríspidos “la liberación de prisioneros” de ambos lados.
Las conversaciones en Doha, que se reiniciaron en septiembre pasado, se encuentran prácticamente congeladas, cuando se tendría que discutir un plan que defina un camino político para una salida definitiva de la guerra que nuevamente se está incrementado con acciones casi diarias por parte del Taliban, a lo largo del año pasado se han contabilizado casi 18 mil ataques por parte de los hombres del mullah Hibatullah Akhundzada.
Las acciones han tenido, más allá de una fuerte demostración de fuerza, el fin de presionar tanto al presidente afgano Ashraf Ghani, como a la nueva administración norteamericana, que no le quedan muchos caminos a elegir o sede ante los reclamos de los muyahidines, confirmando el retiro de todos los efectivos norteamericanos para mayo, cuestión a lo que Trump,con el fin de sacarse el problema de encima lo iba a conceder o endurece su posición y da marcha atrás, para que una vez más la guerra afgana se vuelve a encender en toda su intensidad.
Se conocen que Biden está de acuerdo, en parte con la retirada de tropas, ya que su idea sería mantener una pequeña fuerza norteamericana anti insurgente, por lo menos hasta que al-Qaeda y el Daesh Khorasan; dejen de representar una amenaza, además Biden ya ha expresado su intención de redefinir el rol de los Estados Unidos acerca del contraterrorismo.
Por lo que, de seguir el rumbo marcado por Trump, sin duda el Talibán, o al menos los mandos medios que han pasado prácticamente su vida en guerra contra los Estados Unidos, verán su oportunidad de entrar victoriosos a Kabul, lo que prácticamente garantiza un retorno a la sharia en su versión más atrabiliaria, que haría estallar los pocos avances que ha conseguido la población civil respecto a modernización de la sociedad.
Si bien la ofensiva de los talibanes viene en un franco in crescendo desde 2015-2016, en el último año sus acciones contra las fuerzas de seguridad afganas se han incrementado de manera sustancial. Los insurgentes han ampliado su base de combatientes y consolidado el control en la mayoría de las rutas principales, como también en torno a importantes ciudades y pueblos.
Sin duda, para alcanzar este nuevo posicionamiento convergieron dos factores claves que surgieron de los acuerdos de Doha, que desequilibró la situación a favor de los integristas, obligando una nueva lectura del conflicto: el retiro gran parte de las tropas norteamericanas y la liberación de prisioneros. Solo mil en el caso de la tropa regular retenidos por los talibanes, y cinco mil muyahidines, que permanecieron en estos años en las prisiones afganos-norteamericanas, de los que la gigantesca mayoría han vuelto al combate.
Biden, es un profundo conocedor de las alambicadas relaciones que el Talibán mantiene históricamente con Pakistán y la participación de la India en ese conflicto, por lo que sus análisis y decisiones también tendrán que comprender a esas dos potencias regionales, que nunca han estado ausentes del conflicto.
La guerra en cuotas
Una nueva ola de acciones terroristas, de poca intensidad, pero siempre letales se está produciendo en Afganistán desde el año pasado. Asesinatos selectivos enfocados a periodistas, militantes de derechos humanos, médicos y funcionarios gubernamentales. El último de ellos se produjo el pasado domingo 18, por la mañana, contra dos juezas de la Corte Suprema, que se dirigían a sus oficinas en un vehículo oficial. Ambas mujeres, que no fueron identificadas, murieron alcanzadas por los disparos que los takfiristas les hicieron desde una motocicleta, en el barrio Taimani de Kabul, si bien los funcionarios han responsabilizado a los talibanes del hecho el grupo fundamentalista lo ha negado. Desde hace tiempo que el Taliban opera con muy poca frecuencia en la capital afgana y los sucesivos ataques han sido reconocidos tanto por el D.K. y la Red Haqqani históricamente vinculada al Taliban, pero a partir de las negociaciones de Doha, ha tomado distancia de ellos.
Los ataques del Daesh Khorasan, en la capital, Kabul, a lo largo del 2020, han sido frecuentes quizás el más notorio se haya producido en marzo, donde unas cincuenta personas murieron tras el ataque explosivo contra el templo de la minoría sij de Gurudwara Har Rai Sahib, en su mayoría alumnos que asistían a una escuela de ese predio (VER: El Daesh en India, un choque inevitable). También el DK, reivindicó en diciembre, ataques con cohetería contra la principal base estadounidense del país, aunque no se conoció de víctimas.
El día del ataque contra las juezas, también se produjeron acciones en un puesto de control de la ruta Baghlan-Samangan en Pul-e-Khumri, capital de la provincia de Baghlan, donde al menos murieron ocho hombres de las fuerzas de seguridad, dos resultaron heridos y otros dos han desaparecido. Dos vehículos del ejército fueron destruidos, al tiempo qu8e los muyahidines, se llevaron armas y equipos de comunicación, al día siguiente en un nuevo ataque del talibán, en un ataque contra controles de rutas en la provincia de Khunduz, habrían muerto cuatro efectivos del ejército y unos quince combatientes. Ninguna de estas informaciones ha sido verificada, ya que la región de Khunduz, ha sido vedada para la prensa.
Como respuesta a la nueva ola de violencia, la alianza afgano-norteamericana intensificó operaciones aéreas intentando golpear, con lo que como ha sucedido en incontables oportunidades, golpean a civiles inocentes, como el sucedido el pasado sábado 9 por la noche, en que un ataque aéreo dejó al menos 18 personas muertas, todas integrantes de una misma familia, en la aldea de Manzari, del distrito de Khashrod de la provincia de Herāt, junto a la frontera con Irán, entre las víctimas había mujeres y niños.
El Ministerio de Defensa afgano, prácticamente negó el “error” argumentando que en la zona había un escondite talibán, donde murieron combatientes paquistaníes y cinco militantes afganos, al tiempo que otros seis habían sido heridos. Aunque también se informó que se está llevando una investigación sobre las denuncias de víctimas civiles.
Los ataques del ejército afgano, con apoyo estadounidense, en los primeros nueve meses del año pasado, habían matado o herido a unos 340 civiles. Mientras que se sabe que Naciones Unidas, tiene documentadas más de 100 mil víctimas civiles entre muertos y heridos desde el 2009 en esta clase de “accidentes”, por lo que mister Biden, tendrá que esperarme mucho para finalmente ser bienvenido en Afganistán.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.