Tras trece años de presencia de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), en el país centroasiático, se retira como quién cierra las puertas de un placard que sabe jamás va a poder ordenar, y lo abandona, con la única esperanza que no estalle y se derrame semejante fracaso. A esta retirada de Afganistán, […]
Tras trece años de presencia de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), en el país centroasiático, se retira como quién cierra las puertas de un placard que sabe jamás va a poder ordenar, y lo abandona, con la única esperanza que no estalle y se derrame semejante fracaso.
A esta retirada de Afganistán, solo le faltan los helicópteros partiendo desde los jardines de la embajada americana como en Saigón, aquel incómodo mes de abril de 1975. Las Fuerzas Internacional de la Seguridad (ISAF), como se han autodenominados las tropas invasoras de la OTAN, cubre los formalismos manteniendo una misión de apoyo de unos doce mil quinientos hombres, con orden de no participar en posibles enfrentamientos con el Talibán, y sí continuar con la formación del ejército afgano.
Nadie puede considerar que la situación en el país esté resuelta, ni siquiera que haya una remota posibilidad de solución. Tanto que Estados Unidos se reserva la posibilidad de intervenir si se produjera un avance rápido de los talibanes.
Tras la invasión el mulá Omar junto a la estructura más importante de al-Qaeda debieron emigrar a Pakistán, pero más de eso las fuerzas de la OTAN no han podido conseguir. El Talibán, si alguna vez se replegó, ha vuelto con las ínfulas de siempre y ya no solo controla amplias zonas rurales, sino que se ha hecho cargo de la producción de la única importación del país: el opio y la heroína. Además de administrar su particular lectura de la sharia a la inmensa mayoría de los afganos.
Si desde lo militar la situación es inestable, en lo político la cuestión no está mejor, las elecciones presidenciales del abril de 2014 han dejado un abrigado manto de sospecha de arreglos.
El presidente Ashraf Ghani ex funcionario del Banco Mundial y el primer ministro, Abdullah Abdullah, digamos no conformar un bloque homogéneo y sus deferencias son cada vez más notorias.
Respecto a la cuestión de seguridad interna este año se disparó el número de muertos en atentados a cerca de las tres mil quinientas almas, casi un 20% más respecto al 2013.
La entente occidental en estos trece años, nada estructural pudo o supo resolver, respecto a la infraestructura sanitaria, educativa y lo que refiere a los derechos de la mujer, han recibido grandes aportes netamente cosméticos, como para que la prensa pueda contra algo, además de muertos.
La instauración de un sistema democrático, a la mejor usanza occidental, elecciones, división de poderes y toda la parafernalia de nuestra repúblicas, se han dado de frente con una estructura ancestralmente tribal, donde instituciones como la umas o la loja jirga responde mucho más a la concepción afgana del estado, que un «parlamento» con normas republicanas.
Los gobiernos de composición afganas que se han sucedido, con el monitoreo de Washington, carecen de presencia fuera de las ciudades y se ha establecido desde el inició un nivel muy alto de corrupción, donde los cárteles del opio tienen mucho que decir.
Nada produce expectativa y mucho menos optimismo respecto al desenvolvimiento del nuevo ejército afgano a la hora que, ya sin la asistencia de la OTAN, deba enfrentar las huestes del Mula Omar.
La última noche del año al menos veinte asistentes a una boda murieron, ocho mujeres y doce niños y resultaron heridos otras sesenta y dos personas. El hecho que se ha repetido como una constantes perversa a los largo de los años, se produjo en el distrito de Sangin, en sureña la provincia de Helmand, cuando un misil dio de pleno en la casa de celebración. El brutal «error» se produjo el primero de los dos días de festejo, que como marca el rito, es el dedicado a las mujeres y a los niños.
La Misión de Naciones Unidas en Afganistán (UNAMA) confirmó que fue el Ejército afgano fue quién lanzó desde un puesto de control tres misiles, de los cuales uno irrumpió en el festejo por el casamiento de un líder tribal. La causa del «error» no fue aclarada.
Las fuerzas de seguridad afganas están compuestas por unos ciento cincuenta mil hombres que tendrán la difícil misión de estabilizar el país que atraviesa uno de los momentos más críticos desde la invasión de Estados Unidos. El talibán, se encuentra en pleno crecimiento, el aumento de los ataques en estos últimos eses así lo confirman. Otra de las posibilidades que el nuevo ejército afgano tendrá que evaluar será la irrupción del Estado Islámico, como ya lo ha hecho en Pakistán e India.
Si bien los «daños colaterales» en operaciones militares han sido una constante en los trece años de invasión, no hay motivos para considerar que estos «incidentes», pueden disminuir, no solo por la impericia de los soldados afganos, sino porque como ha sucedido en innumerable cantidad de veces, dentro de las propias tropas del ejército se encuentran encriptados miembros del talibán, que en cualquier momento pueden protagonizar un ataque.
La guerra por otros medios
Es archiconocida la aseveración del prusiano Carl von Clausewitz sobre que: «La guerra es la continuación de la política por otros medios», tanto como la relectura, que casi dos siglos después, hiciera el francés Michel Foucault sobre el propio Clausewitz: «La política es la continuación de la guerra por otros medios».
Sin dudas las dos aseveraciones le han servido a la Fuerza Internacional de la Seguridad (ISAF), a la hora de plantear su política en la guerra contra el Talibán en Afganistán.
Se sabe ahora, aunque nunca hubo motivos para pensar que no era así, que el comando del ISAF, tenía perfectamente estructurado un organigrama sobre los líderes rebeldes que debían ser asesinados. El sofisticado programa fue dado a conocer por el arrepentido ex analista de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) Edward Snowden.
La lista elaborada por la ISAF recibió el nombre de JPEL (Joint Prioritized Effects List), y contenía los nombres de los talibanes que debían ser eliminados de manera extrajudicial. La planificación fue llevada a cabo por el General norteamericano y comandante de la ISAF David Petraeus.
La lista contenía los nombres de casi ochocientos hombres a eliminar, que ocupaban diferentes lugares en la organización yihadista. No todos eran jefes, se habían incluido también combatientes de mediano y bajo rango. Las listas de muertes extrajudiciales fueron confeccionadas entre 2009 y 2011 y dejan en claro, como los Estados Unidos arrastran a sus socios europeos a la hora de cometer asesinatos fuera de todos los tratados y convenciones de guerra.
Las listas de la muerte fueros elaborados en base a escuchas telefónicas, datos de informantes y fotos. En tres meses del 2011 fueron asesinados trecientos cincuenta jefes talibanes, a un promedio de cuatro asesinatos por día.
Para conseguir esa información proporcionada por la NSA y su similar británica GCHQ, (Government Communications Headquarters) debían monitorear las comunicaciones telefónicas y tras constatar que podía interesar era incluido en la «selecta» lista del JPEL.
En 2008 después de una reunión de ministros de la OTAN, a la tétrica JPEL, se incorporaron los barones de la droga, que aportaban cerca de trecientos millones al año a los talibanes.
De programa de ejecuciones extrajudiciales en Afganistán, formaron parte un selecto grupos de países que formaban parte de la red de escuchas llamada 14 eyes, (14 ojos) entre otros países se encontraban Alemania, España, Italia, Bélgica, Dinamarca, Francia, Suecia y Noruega.
Desde ya, que quien mínimamente haya seguido las «campañas humanitarias» de los Estados Unidos, desde el estallido del USS Maine, en la Bahía de la Habana, en 1898 en adelante digamos hasta la batalla de Ferguson, Missouri, saben que siempre tienen una receta para comerse al caníbal.
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