Hay quien duda de la capacidad de la prensa para manipular la opinión pública. No obstante servidor tiene un ejemplo in mente que no logra despegarse de sus sinapsis neuronales, lugar en el que se almacenan los recuerdos según los que saben.
En mi juventud conocí algunos rusos, gente afable, muy dada a cantar como los dioses esos cantos eslavos que elevan el alma, con una acentuada tendencia a caerse en el botellón de vodka, sin la más mínima señal de discriminación hacia el pisco, el whisky, el calvados, el cognac, los orujos y otros destilados varios, un pelín arrogantes y condescendientes hacia sus ‘hermanos de la comunidad socialista’ de esa época, pero tíos normales a fin de cuentas, seres humanos como tú y yo.
Al llegar a Europa, –tu me entiendes, a la Europa ‘occidental’ y más precisamente a Francia–, me sacaron de mi craso error y me precisaron que un ruso normalmente constituido se pasea con un cuchillo entre los dientes, espera que te duermas para atacarte a mansalva, invadir tu territorio, violar a tu mujer, comerse a tus niños y robarte el reloj, parece que allá, relojes, no tienen.
En la RDA –Alemania del Este– sin embargo, me habían explicado con legítimo orgullo: «Nuestros relojes son los mejores del mundo porque avanzan más rápido». Los suizos, casi tan neutros como Ricardo Lagos, se aprovechaban de la guerra fría (como Ricardo Lagos) porque sabían que los relojes yanquis tenían un retraso de siglos, razón por la cual concebí la tesis de que los EEUU son un país en vías de subdesarrollo sin que los acontecimientos que siguieron hasta el día de hoy hayan desmentido o invalidado el producto de mi intuición.
De modo que cada vez que el Imperio, gran potencia, le ladra a los rusos, los europeos se creen obligados a lanzar su aullido de quiltro tiñoso, intentando mostrar, cada uno de ellos, que aullaron primero. Lo que a pesar de todo no ha sido óbice u obstáculo para que crezcan mi apasionada admiración por el tenis que juega María Sharapova, de la planta de los pies hasta la cumbre de su cabecita –dios la guarde–, y mi reticencia a acercarme a Serena Williams por razones que no logro poner en evidencia. Lo cierto es que, si le agregas el drive, el lift, el passing shot y el ‘revés’ de Anna Kournikova, podrías coincidir conmigo en que si los rusos son malos, las rusas son muy buenas.
Hasta que aparecieron los chinos. En el ámbito económico digo, visto que si el Imperio del Medio no titilaba ningún radar hasta hace unos 30 años, de ahí en adelante la cosa se puso amarilla, si oso escribir. Su desarrollo integral –económico, financiero, comercial, científico, deportivo, cultural, militar, aeroespacial, geopolítico… – y un crecimiento acromegálico susceptible de acojonar al más pintado comenzó a suscitar envidia, primero, una mala leche de mucho cuidado más tarde, y finalmente una abierta y enconada hostilidad.
La llegada del coronavirus despertó en Occidente algunas ocultas esperanzas: ahora se van a ir de espaldas los chintoks, pensaron sin decirlo: tú ya sabes, la diplomacia es el arte patriótico de mentir en nombre de tu país. Cuando Pekín decidió confinar la provincia de Hubei, –con una población equivalente a la de Francia, Gran Bretaña o Italia–, la prensa occidental adujo: ‘eso es posible solo en una dictadura’. Y con malévola condescendencia agregó: «Los chinos son unos boludos: ¡Qué les costaba hervir un poco más el murciélago!».
Era la época en la que Donald Trump afirmaba sin sonrojarse que It’s going to be just fine… We have it totally under control (sic).
Entretanto Europa descubrió que estaba en cueros: la mayor parte de la industria farmacéutica y de tecnología médica había sido reinstalada en China para aprovechar salarios más bajos y la oportunidad de un lucro aun mayor. La respuesta de Macron en Francia fue la de hacer de necesidad virtud: decretó que las mascarillas y los tests de diagnóstico eran perfectamente inútiles. Visto que no habían… (y aún no hay).
Habida cuenta de que la pandemia ha causado los peores estragos en países ‘desarrollados, ricos, democráticos, capitalistas y occidentales’, mayormente porque en las últimas décadas recortaron masivamente los presupuestos de la sanidad pública y además tuvieron un sospechoso retraso en el encendido, se hizo evidente la urgente necesidad de poner cara de yo no fui. Y, contemporáneamente, de echarle la culpa a alguien. Ahí es donde entra China. Complots, fake news, suposiciones gratuitas, mentiras descaradas, perversas insinuaciones, todo sirve. ¿Pruebas? Ninguna.
El virus fue creado en un laboratorio de Wuhan. China no informó a tiempo. La doctora china que alertó del virus está desaparecida. China mintió en cuanto al número de víctimas y la seriedad de la amenaza… Steve Bannon, un acelerado de la epinefrina que dirigió la campaña electoral de Trump, y que este relevó de su cargo de Consejero Presidencial Estratégico por ser demasiado boludo (¿porqué te ríes?), va a la TV a pedir una guerra contra China «para hacerle pagar el coronavirus…». Todo ello acompañado de sabios calculitos en plan coste/beneficio de «perdedores y ganadores en medio de la crisis». Hay que joderse.
El Wall Street Journal, diario de las finanzas planetarias, ha publicado en portada este honesto artículo. Helo aquí:
Errores del Secretario de Salud retrasan la respuesta al virus
Secretario de Salud esperó semanas para informarle a Trump, y vende progresos inexistentes.
El 29 de enero el Secretario de Salud y Servicios Humanos, Alex Azar, le dijo al presidente Trump que la epidemia del coronavirus estaba bajo control. «El gobierno de los EEUU nunca organizó una mejor respuesta interministerial a una crisis», le dijo Mr. Azar al presidente, en una reunión que tuvo lugar ocho días después de que los EEUU anunciaran el primer caso, según altos funcionarios de la administración. En ese momento el foco estaba centrado en contener el virus.
Cuando otros funcionarios preguntaron acerca del test de diagnóstico, el Dr. Robert Redfield, director del Centro de Control y Prevención de Enfermedades (CDC), comenzó a responder. Mr. Azar lo interrumpió diciéndole al presidente: «es el test creado más rápidamente en la historia de los EEUU», recordaron los funcionarios. Azar agregó que más de un millón de tests estaría disponible en algunas semanas.
Eso no ocurrió. El CDC comenzó a enviar tests la semana siguiente, solo para descubrir un defecto que obligó a devolver los tests a los laboratorios. Cuando a fines de febrero los consejeros de la Casa Blanca criticaron a Mr. Azar por los retrasos causados por el defecto mencionado, este se descargó en el Dr. Redfield, acusando al director del CDC de haberlo inducido en error en cuanto al plazo de corrección del defecto del test. «¿Ud. me ha mentido?», recuerda un funcionario que le gritó a Redfield. Seis semanas después de la reunión del 29 de enero el gobierno federal declaró la emergencia nacional…
En estos casos siempre hace falta un fusible. El chivo expiatorio de servicio fue el Dr. Redfield, confirmando eso de que el hilo siempre se corta por lo más delgado. Sin ánimo de forzar el trazo, no puedo sino ofrecerte otro párrafo del instructivo artículo del Wall Street Journal:
Muchos factores embrollaron la respuesta del gobierno federal al coronavirus mientras los altos cargos debatían de la severidad de la amenaza, incluyendo comentarios de Mr. Trump que minimizaban el riesgo. Pero entrevistas con más de dos docenas de funcionarios de Gobierno y otras personas involucradas en los esfuerzos gubernamentales contra el virus muestran que Mr. Azar esperó semanas antes de informarle al presidente de la amenaza, sobre-vendió los progresos de su ministerio en los primeros días y no coordinó eficazmente las agencias de salud bajo su mando.
Llegados a este punto, uno no puede hacer menos que suputar a qué punto los ataques contra China no molan, visto lo cual hay que buscar con urgencia de acabo de mundo un culpable de remplazo.
No olvides que dentro de poco Trump se juega el pellejo buscando su reelección, y no es cosa de cargarle el muerto, o para ser preciso las decenas de miles de muertos que ha ocasionado su cantinflesca gestión de la crisis sanitaria.
Ahí es donde entra Alex Azar, que está haciendo el uno para recibir feroz patada en la parte distal del dorso que en castellano castizo llamamos culo. No otro objetivo tiene la nota del Wall Street Journal, diario que como es sabido no da puntada sin hilo.
Como te decía, hay quien duda de la capacidad de la prensa para manipular la opinión pública.
Luis Casado. Ingeniero del Centre d’Etudes Supérieures Industrielles (CESI – París). Ha sido profesor del Institut National des Télécommunications de Francia y Consultor del Banco Mundial. Editor de Politika, y escritor de temas económicos, lingüísticos y políticos
Fuente: https://observatoriocrisis.com/2020/04/30/ahora-los-malos-son-los-chinos/