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Análisis desde el Magreb

Algo más que un cambio de nombre

Fuentes: Gara

L o que nadie pone en duda es la existencia de lo que algunos analistas han definido como «un nuevo paradigma en el Magreb», que sería el resultado de la conversión de dos acontecimientos. El primero, la mayor coordinación entre los grupos locales de la zona, y el segundo, la decisión del Grupo Salafista para […]

L o que nadie pone en duda es la existencia de lo que algunos analistas han definido como «un nuevo paradigma en el Magreb», que sería el resultado de la conversión de dos acontecimientos. El primero, la mayor coordinación entre los grupos locales de la zona, y el segundo, la decisión del Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC), cuyo nuevo nombre es «Al Qaeda del Magreb Islámico», de unirse a Al Qaeda. Este proyecto se mostraría como un reagrupamiento de grupos armados con bases sólidas locales, y en ocasiones con sus propias agendas que, a su vez, colaborarán en una amplia red transnacional. Y una de las claves para entender esta evolución la encontraríamos en lo que algunos expertos han definido como «el círculo completo», una especie de viaje de ida y vuelta. Así, los viajes entre el Magreb e Irak de los militantes jihadistas vienen a completar un ciclo de entrenamiento, interrelación y colaboración entre ellos y con otras organizaciones de la órbita de Al Qaeda.

El primer paso lo darían en los campamentos móviles que el GSPC dispone en el Sahara, para, posteriormente, pasar a realizar acciones armadas junto a ese grupo en Argelia. Tras esas experiencias, los jihadistas iniciarían el viaje hacia Irak, donde logran todavía una mayor veteranía con su participación en los enfrentamientos contra las fuerzas ocupantes, lo que les dotará además de una mayor destreza en el manejo de las armas y en operaciones militares. Finalmente, algunos de ellos volverán a sus países, bien para integrarse en los grupos existen- tes, bien para formar alguna organización nueva, tras lo cual seguirán las agendas de éstas o bien esperarán «órdenes de Al Qaeda» para actuar.

Si bien el protagonismo directo de las organizaciones locales es uno de los pilares de esta nueva situación, el papel que en todos estos acontecimientos desempeña Al Qaeda también es reseñable.

El surgimiento de Al Qaeda supuso una ruptura con la orientación nacionalista de la mayoría de los grupos islamistas que existían, confiriendo una nueva, de carácter global. El primer paso lo dio en el año 1998 la Jihad Islámica de Egipto, liderada por Ayman al-Zawahiri, mientras que los más recientes impulsos en esa dirección han provenido de la Gama´a al-Islamiyya egipcia y el GSPC, quienes el año pasado siguieron los pasos del grupo de Al-Zawahiri.

A ellos habría que sumar cerca de otras cuarenta organizaciones que han anunciado «su formación y su lealtad a Al Qaeda y a sus objetivos estratégicos», lo que anuncia que el potencial de la ideología que defiende aquella organización cobra una peligrosa capacidad operativa. En estos momentos, y a pesar de que el año pasado Al Qaeda no cometiera atentados de gran envergadura, la llamada guerra asimétrica que mantiene se basa en tres puntos. En primer lugar está el liderazgo de Bin Laden y Al-Zawahiri, quienes a pesar del cerco al que les someten Estados Unidos y sus aliados han demostrado en los últimos meses una importante capacidad para difundir sus comunicados y probablemente para coordinarse entre ellos. El segundo lo conforman esos grupos que se presentan como «una red de redes», y en tercer lugar nos encontramos con el soporte ideológico que teje todo ese entramado.

En el caso del norte de Africa ya hemos visto el salto cualitativo y cuantitativo que se ha producido, lo que puede representar a partir de ahora un serio motivo de preocupación para Estados Unidos, Europa y sobre todo para los regímenes que gobiernan en esos estados norteafricanos.

Desde Washington se ha reaccionado con la creación del llamado «Grupo Antiterrorista Trans-Sahara», que lo forman EEUU y los gobiernos de Argelia, Marruecos, Malí, Túnez, Mauritania, Chad, Níger, Nigeria y Senegal. Al tiempo que algunos de estos gobiernos buscan la formación de milicias paramilitares (en ocasiones armando a las tribus nómadas del desierto) para enfrentarse a los militantes islamistas que operan en esa zona del Sahara.

Estos movimientos islamistas también tienen sus implicaciones de cara a Europa, más todavía si tenemos en cuenta que Al Qaeda no disimula su intención de buscar influenciar el devenir de esos países, aprovechándose en ocasiones de citas electorales. Además, ahí están los comunicados recientes, llamando a «liberar el Islam, desde Jerusalén hasta el Andalus», o señalando a Francia y Estados Unidos «por robar el petróleo y el gas natural de la ummah». Y los recientes ataques contra empleados de la empresa de construcción norteamericana Hallibur- ton o trabajadores rusos en Argelia.

A partir de ahora, si se cumple la lógica planeada por Al Qaeda y sus aliados locales, la situación de inestabilidad en otra zona del mundo se añade al escenario mundial, y nuevos motivos se suman a una realidad que cada día es más delicada y más insegura para un mayor número de personas, a pesar de los cantos de sirena de Bush y sus aliados.