A pesar de la grave y extendida crisis económica que, como un telón de fondo, domina la escena política internacional; a pesar, también, de la inestabilidad política y social que aqueja a numerosos países, y de los complejos problemas que afrontan hoy los gobernantes de la mayoría de los Estados, la mentalidad de choque armado, […]
A pesar de la grave y extendida crisis económica que, como un telón de fondo, domina la escena política internacional; a pesar, también, de la inestabilidad política y social que aqueja a numerosos países, y de los complejos problemas que afrontan hoy los gobernantes de la mayoría de los Estados, la mentalidad de choque armado, que tan profundamente arraigó durante la Guerra Fría, sigue influyendo mucho en sus preocupaciones y en sus decisiones.
Por este motivo, el discurso que pronunció Obama en Praga, el pasado 5 de abril, ha suscitado reacciones muy diversas y, a veces, sorprendentes. Recordemos que, en él, Obama propuso reducir sustancialmente el armamento de los miembros del «club nuclear», hasta el punto de que, según puntualizó, uno de los objetivos de su propuesta es la eliminación de todas las armas nucleares del planeta.
Objetivamente hablando, no se puede poner reparo a esta propuesta, pues contribuiría a reducir tensiones en todo el globo, aparte de eliminar unos letales instrumentos cuya peligrosidad a nadie pasa inadvertida. Todavía en los últimos meses se ha sabido de incidentes entre submarinos nucleares, dotados de armas de enorme poder destructivo, en el curso de sus secretas patrullas de vigilancia frente a unos imprecisos enemigos.
Avezados analistas de la política internacional no han descansado hasta tildar a Obama de ingenuo idealista del desarme, sin contacto estrecho con la dura realidad. Le han reprochado un angelical populismo, impropio de quien ostenta la condición de Comandante en Jefe del más potente arsenal nuclear del mundo. Las caricaturas de un Obama pacifista han dado la vuelta al mundo. En los despachos de las poderosas corporaciones que construyen los complejos y costosos componentes de los sistemas de armas nucleares se han esbozado algunas sonrisas paternalistas: «¡Ya pondrá los pies en la tierra, este ingenuo profeta de la paz!». Porque, si no los pone, experimentará lo duro que es enfrentarse al complejo militar-industrial denunciado por un general que hace medio siglo le precedió en la Casa Blanca.
No obstante, debe considerarse el hecho de que, el mismo día en que Obama expresaba su avanzada propuesta, un misil norcoreano surcaba el cielo de Japón y terminaba su trayectoria en el Pacífico, con lo que contribuía a reavivar la ya citada mentalidad de guerra fría. ¿Cuál fue la intención del Gobierno de Corea del Norte en su exhibición misilística?
éste es el momento de citar a un experto en la guerra: Otto von Bismarck, que se halló en el eje de las confrontaciones europeas del siglo XIX, tuvo por cierto que «es más importante valorar el potencial militar de un país que sus intenciones». Expresó así la idea esencial que ha promovido todas las carreras de armamentos conocidas en la Historia.
Armas e intenciones forman un binomio que ha sido siempre objeto de complejas discusiones en los estados mayores. A causa de esto, los órganos de la inteligencia militar, a los que las modernas tecnologías proporcionan capacidades que hubieran hecho las delicias de Julio César, se esfuerzan por obtener información precisa y completa sobre ambos aspectos a la vez. Contra lo que afirmaba el «canciller de hierro» prusiano, hay que tener presente que las intenciones son las que dirigen las armas y éstas son muy poco sin aquéllas.
Los analistas militares rusos discuten hoy sobre si el principal enemigo de su país está al Oeste o al Este. Menos preocuparse por la OTAN, proponen algunos, y más atender a los territorios orientales del Estado, tan próximos a China y Corea del Norte. Conscientes, por otro lado, de la debilidad relativa de las fuerzas convencionales rusas, no ven con buenos ojos la propuesta de Obama, pues sólo el poder nuclear que puede exhibir Moscú le permite codearse con EEUU, China y otras grandes potencias, lo que no ocurriría si los principales Estados con armas nucleares igualaran a la baja su potencial destructivo.
Armas o intenciones es, pues, la cuestión a resolver, tan vieja como la estrategia militar. ¿Intenta Obama reforzar la hegemonía militar mundial de EEUU, forzando la reducción relativa del arsenal nuclear ruso? ¿Intenta Pyongyang mejorar su posición antes de abordar las difíciles conversaciones sobre desarme nuclear? ¿Intenta Rusia mantener su zona de influencia en Europa del Este ante el avance la OTAN? ¿Intenta la OTAN reforzar su papel como policía universal al servicio de Occidente?
Las armas son físicamente reales; están ahí, se fotografían, se analizan, se conocen sus cualidades. Si se utilizan, es posible predecir sus efectos. Esto es lo que sabía Bismarck. Pero ¿y las intenciones? También son reales y sustentan las decisiones de los dirigentes que utilizan las armas, aunque no sea fácil conocerlas. La vieja diplomacia se movía en este terreno; lo mismo que hacen los modernos servicios de espionaje. Conviene recordar aquí una de las mejores definiciones de «poder» que se han formulado: «el poder es lo que hace que las intenciones de mis rivales sean las que yo deseo». En ésas seguimos desde hace muchos siglos.
* General de Artillería en la Reserva