En la reunión de la OTAN en Lisboa, celebrada en 2010, los países miembros de la alianza militar decidieron dar su aprobación al proyecto de un «sistema balístico de misiles de defensa», o escudo antimisiles norteamericano que se desplegaría progresivamente en Europa. Países como España, Polonia, Rumania y Turquía, aceptaron que componentes del escudo fueran […]
En la reunión de la OTAN en Lisboa, celebrada en 2010, los países miembros de la alianza militar decidieron dar su aprobación al proyecto de un «sistema balístico de misiles de defensa», o escudo antimisiles norteamericano que se desplegaría progresivamente en Europa. Países como España, Polonia, Rumania y Turquía, aceptaron que componentes del escudo fueran desplegados en su territorio. La retirada norteamericana del Tratado sobre Misiles antibalísticos, ABM, en 2002, para empezar a construir el escudo, supuso el peligroso inicio de la voladura por parte de Washington de los acuerdos sobre armamento nuclear y el abandono del concepto de la disuasión entre las potencias atómicas.
Así, por ejemplo, en 2011, el presidente del gobierno español Rodríguez Zapatero anunciaba que España formaría parte del escudo antimisiles norteamericano. A finales de 2012, el ministro de Defensa Morenés firmaba con Leon Panetta, secretario de Defensa norteamericano, el convenio para iniciar el despliegue. A principios de 2014, llegaba a Rota el USS Donald Cook, el primero de los cuatro destructores norteamericanos del sistema antimisiles. Después, lo hizo el USS Ross, y, en abril de 2015, lo hacía el destructor USS Porter, de la marina de guerra norteamericana, según informaba el propio mando de la Sexta Flota (U.S. Naval Forces Europe-Africa/U.S. 6th Fleet). Los destructores, que cuentan con el sistema Aegis, completaban finalmente el despliegue en la base naval de Rota, como una parte del escudo antimisiles, con el USS Carney. Elaine Bunn, consejera para la política de defensa nuclear y de misiles del secretario de Defensa norteamericano, viajó a España para la ocasión, y supervisó la puesta en marcha del sistema.
La justificación norteamericana para instalar en Europa el escudo antimisiles había sido la necesidad de protegerse contra un hipotético ataque iraní: esa fue la excusa esgrimida durante años ante las cancillerías y en los organismos internacionales. A efectos de la argumentación diplomática de Washington, no era relevante que Irán no dispusiese de armamento atómico (ni entonces, ni ahora), puesto que, periódicamente, se lanzaban alarmas sobre su supuesta capacidad para conseguir fabricar bombas nucleares, que, a veces, situaban en un plazo inminente de un año, y, en los círculos más alarmistas, habitualmente ligados a la industria armamentística y al Pentágono y el Tsahal, de seis meses. Ante las constantes protestas de Moscú, que argumentaba que el escudo antimisiles norteamericano estaría, en realidad, orientado hacia sus fuerzas nucleares, haciendo notar la incongruencia de que si el enemigo a vigilar era Irán, el escudo se desplegase en Europa y no en Turquía, Estados Unidos ofrecía seguridades verbales, sin comprometerse a asumir sus garantías en un tratado diplomático. Las reticencias mostradas por algunos aliados en la OTAN, como Alemania, eran soslayadas, simplemente. La otra excusa norteamericana para desplegar el escudo era Corea del Norte, aunque su lejanía del teatro europeo, y su evidente debilidad nuclear, pese a algunos operativos propagandísticos organizados por Pyongyang, la convertían en un argumento endeble e ineficaz.
En junio de 2015, Ashton Carter, secretario de Defensa norteamericano, visitaba Alemania durante un viaje por diversos países europeos, mientras el Pentágono hacía llegar al gobierno alemán la posibilidad de instalar nuevo armamento nuclear en Europa. El gobierno de Merkel (que tenía entre sus objetivos, en ese momento, desactivar la «crisis ucraniana», a través del proceso de Minsk, y conseguir que Washington retirase el armamento nuclear que todavía mantiene desde la guerra fría en la región de Renania-Palatinado) asistía impotente a la utilización por Estados Unidos de la guerra en Ucrania, en el Donbás, como argumento para reforzar el dispositivo norteamericano y de la OTAN en todo el este de Europa, pese a la evidencia de que la tensión afectaba exclusivamente a Ucrania, que no es miembro de la OTAN, y no a los países bálticos, ni a Polonia, como filtraba el Pentágono en la construcción propagandística del nuevo «peligro ruso». Por su parte, John A. Heffern, subsecretario de Estado norteamericano para Europa, pese a reconocer que, tras el acuerdo con Teherán, los misiles iraníes no podrían llevar cargas nucleares (que, además, Irán no posee), anunció que Estados Unidos empezaría a construir en Polonia, en 2016, una rampa de lanzamiento del escudo antimisiles. El repetido esquema de las reticencias europeas ante los propósitos norteamericanos, y, tras obviar las diferencias entre bastidores, que, finalmente, Estados Unidos impusiese sus decisiones en la OTAN, se cumplía de nuevo. La evidencia de que ese escudo antimisiles viola los acuerdos suscritos entre Washington y Moscú sobre la limitación de la defensa antimisiles de los dos países, se ocultaba bajo el manto de los «nuevos peligros», las guerras abiertas (¡aunque las hubiese iniciado Estados Unidos!), y una apabullante desinformación en los grandes medios periodísticos y en televisión.
Sin embargo, cuando, en julio de 2015, se alcanzó un acuerdo entre Irán y el llamado Grupo 5+1 (las potencias con derecho a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, Estados Unidos, Rusia, China, Francia, y Gran Bretaña; más Alemania), que superó el inicial bloqueo del senado norteamericano en septiembre, y entró en vigor en enero de 2016, las justificaciones norteamericanas perdieron entidad. Pese a ello, los portavoces de la OTAN insistieron en que el acuerdo con Irán no cambiaba la situación. Putin, en octubre de 2015, se interrogaba públicamente en Sochi por las razones de Washington para seguir desarrollando su sistema antimisiles, afirmando que si la «amenaza» iraní se había desactivado gracias al acuerdo sobre su programa nuclear, y el escudo antimisiles estaba, según Estados Unidos, dirigido contra Irán, entonces, las piezas no encajaban.
La maquinaria atlantista se puso a trabajar frenéticamente. Oana Lungescu, portavoz de la OTAN, insistía en que el escudo no estaba dirigido contra Rusia, y aseguraba, sin ofrecer pruebas, que estaba aumentando en el mundo la proliferación de misiles balísticos, jugando al equívoco equiparándolos, sin decirlo, a las armas nucleares, y, también, aumentado las amenazas para los países de la OTAN; declaraciones que fueron contestadas por Serguéi Lavrov y el gobierno ruso, y, de forma contundente, por Alexéi Pushkov, presidente de la Comisión de Asuntos Internacionales del parlamento ruso, la Duma, asegurando que «las explicaciones norteamericanas sobre amenazas de Irán y Corea del norte son cuentos para idiotas». Por su parte, el vice primer ministro ruso, Dmitri Rogozin, consideraba que el acuerdo con Teherán no haría abandonar a Estados Unidos el proyecto de creación en Europa del sistema de escudo antimisiles por la sencilla razón de que «no se despliega por la amenaza de Irán». Era evidente que, descartada la hipotética «amenaza iraní», caía la excusa norteamericana, pero, en un mundo de mentiras y ficciones aceptadas por la mayoría de los aliados europeos, la argumentación del Pentágono y la OTAN seguía recorriendo las cancillerías del mundo y los medios de comunicación. Al mismo tiempo, los más agresivos miembros europeos de la OTAN (Polonia, los países bálticos), estimulados por el Pentágono y por el cuartel general de Bruselas, exigían públicamente duras medidas contra la «agresividad rusa» y la «política expansionista» de Putin. Por su parte, Israel, que había criticado con dureza el acuerdo nuclear firmado por el grupo 5+1 con Irán, considerando que es un «error histórico», se adaptaba al nuevo escenario, preparándose para la nueva fase de reforzamiento militar norteamericano: así, en febrero de 2016, desarrolló, junto con fuerzas norteamericanas, ejercicios militares conjuntos sobre defensa de misiles balísticos. Para culminar la campaña, Estados Unidos levantó algunas sanciones a Irán tras la firma del acuerdo sobre el programa nuclear, pero volvió a imponer otras sanciones relacionadas ahora con el programa iraní de misiles balísticos.
En diciembre de 2015, Estados Unidos completaba el despliegue del sistema antimisiles Aegis Ashore en Rumania, en la base de Deveselu (creada por el ejército norteamericano cerca de Caracal, a doscientos kilómetros de Bucarest), tras más de dos años de trabajos: un dispositivo compuesto por un avanzado radar y sistemas de comunicaciones, además de los equipos Standard-3 para interceptar misiles balísticos. A inicios de 2016, estaba probándose para hacerlo plenamente operativo a mediados de año. El sistema había sido probado ya en noviembre de 2014 y consiguió interceptar un misil de corto alcance y dos misiles de crucero. Era otra evidente violación del Tratado sobre Misiles de alcance medio (INF, en las siglas inglesas; Intermediate-Range Nuclear Forces). En febrero de 2016, en la Conferencia de Seguridad de Múnich, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, anunció que la alianza militar occidental no iba a renunciar al escudo antimisiles en Europa, al tiempo que la alianza militar aumentaría sus tropas en las cercanías de las fronteras rusas, que alcanzan un nivel sin precedentes desde los años de la guerra fría. Sin temor a la evidente contradicción, Stoltenberg mantuvo, de nuevo, que el escudo no está dirigido contra Rusia y que el acuerdo sobre el programa nuclear de Irán tampoco es una razón para detener su despliegue.
Mientras eso ocurría en el teatro europeo y en los aledaños de Oriente Medio, otras piezas del nuevo dispositivo militar global norteamericano se movían en Asia. En mayo de 2015, el viceministro de Defensa ruso, Anatoli Antónov, denunció que Estados Unidos estaba desplegando barcos con sistemas antimisiles en la cercanía de las costas rusas del océano Pacífico, con las consecuencias que ello podía tener sobre la seguridad en la zona y sobre las defensas rusas. Los barcos norteamericanos desplazados a la zona, equipados con el sistema Aegis , pueden interceptar misiles balísticos, cambiando de esa forma el equilibrio establecido en los tratados nucleares. Estados Unidos tenía previsto también destinar dos buques a la zona: en 2015, el USS Benfold y, en 2017, el USS Milius, que forman parte del dispositivo del escudo antimisiles, a la base naval de Yokosuka (en la prefectura japonesa de Kanagawa, justo en la entrada de la gran bahía de Tokio). En la misma base, Estados Unidos dispondrá del portaaviones nuclear USS George Washington, además de las fuerzas acantonadas en Corea del Sur. No es ajeno a todo ello que la Flota del Pacífico rusa incorporara, a principios de 2016, el sistema de misiles costeros Bastión , que puede proteger tramos de costa de seiscientos kilómetros, y que está equipado con 36 misiles Yajont, destinado al territorio de Primorie (región cuya capital es Vladivostok), ante las costas de Japón. El Pentágono había anunciado anteriormente su intención de destinar al Pacífico y al Índico el sesenta por ciento de sus fuerzas navales, con barcos dotados del sistema Aegis para configurar el «escudo», cuya excusa para desplegarlo, de forma paralela al pretexto iraní para el escudo en Europa, era el «peligro» de Corea del Norte. A ninguna cancillería se le escapaba que el propósito del escudo asiático no era Corea del Norte sino China y la Siberia rusa. Ante la protesta oficial de Pekín, que considera que ese despliegue afecta a sus fuerzas de disuasión estratégicas, Estados Unidos siguió insistiendo en que el escudo está dirigido a Corea del Norte y a Irán.
De esa forma, en febrero de 2016, Estados Unidos y Corea del Sur anunciaron el propósito de desplegar en la península coreana el escudo antimisiles THAAD (acrónimo del inglés Terminal High Altitude Area Defense), dotado del radar tierra-aire más grande del mundo, que ya está operativo en la isla de Guam, al este de Filipinas, orientado a las costas chinas. El sistema es similar al Aegis desplegado en barcos norteamericanos, y puede controlar los cielos no sólo de Corea del Norte sino también de China y de una parte de la Siberia rusa. La excusa para su instalación fue el lanzamiento de cohetes por parte de Corea del Norte. En Asia, Washington se ve obligado a tejer un complicado equilibrio entre el rechazo chino y ruso a sus propósitos, la aceptación del gobierno japonés de Abe, lanzado al reforzamiento militar y la retórica nacionalista que levanta suspicacias en Pekín pero también en Seúl; y las diferencias entre sus aliados coreano y japonés.
El gobierno de Seúl, dirigido por la presidenta Park Geun-hye, que mantiene buenas relaciones con Pekín e importantes proyectos de cooperación económica, se había resistido hasta el momento a dar nuevos pasos en la construcción del escudo antimisiles, pero no ha podido resistir la presión norteamericana que utiliza el hipotético peligro de Pyongyang para forzar su despliegue. Park Geun-hye (hija del dictador Park Chung-hee, quien fue asesinado por el NIS, la CIA surcoreana) mantiene una política pragmática, que busca un equilibrio entre sus dos grandes vecinos, China y Japón, y desconfía de Tokio por razones históricas, y está inmersa en los problemas de la relación con el norte de Corea (para quien pide más sanciones internacionales por su programa nuclear) y de las paralizadas negociaciones sobre la hipotética desnuclearización de la península coreana. Como era previsible, Park Geun-hye no se ha atrevido a resistir las presiones del general Thomas S. Vandal, un veterano de Iraq, hoy comandante de las tropas norteamericanas destacadas en Corea del sur, para instalar el escudo. Tanto Pekín como Moscú consideran que su despliegue aumenta la tensión en la zona, y puede desencadenar una nueva carrera de armamentos. La respuesta del gobierno chino no se hizo esperar: el ministro de asuntos exteriores, Wang Yi, que destacó el gran alcance del sistema norteamericano, capaz de monitorizar gran parte de Asia, declaró que el escudo antimisiles en Corea del Sur, supuestamente destinado a proteger el sur de la península, era en realidad una «amenaza para China». La cautelosa actitud de Pekín, que quiere desactivar los motivos de enfrentamiento con Estados Unidos, aunque es consciente de la gravedad de la decisión norteamericana, le ha llevado a votar las sanciones en la ONU contra Corea del Norte por el lanzamiento de un misil, y pretende así inutilizar el argumento del «peligro norcoreano» para forzar a Estados Unidos a revisar sus planes de despliegue del escudo. Al mismo tiempo, Pekín mantiene el principio de avanzar hacia la completa desnuclearización de la península coreana, aunque las negociaciones están paralizadas. La prueba de la relevancia que Pekín otorga a este asunto es que Wang Yi trasladó la posición de su país en el curso de su viaje a Estados Unidos, a finales de febrero de 2016, donde se reunió con Obama y con Susan Rice, consejera de Seguridad Nacional.
Como habían previsto los analistas, los propósitos norteamericanos iban a desatar una nueva carrera de armamentos: Rusia no iba a aceptar pasivamente los riesgos que supone el escudo para sus fuerzas de disuasión nuclear, y está preparando su respuesta. El plan ruso al despliegue del escudo antimisiles norteamericano, contempla el establecimiento de misiles Iskander-M (que pueden llevar cabezas nucleares tácticas) en la región de Kaliningrado, que podrían inutilizar el despliegue del escudo previsto por Estados Unidos en Polonia para 2018. A finales de febrero de 2016, los militares rusos realizaron los primeros ejercicios con los sistemas de misiles tácticos Iskander-M en la región de Buriatia, en Siberia. Además, Rusia podría cubrir hasta dos mil kilómetros en Europa con sus misiles de crucero. Moscú está modernizando también su arsenal de misiles balísticos intercontinentales: los Topol-M y los Yars , cada uno de los cuales podría llevar tres ojivas nucleares. También desarrolla el Sarmar que sustituirá al R-36M (Satanás, en la jerga de la OTAN).
Además, Moscú trabaja en el desarrollo de nuevos trenes Barguzín capaces de transportar cada uno seis misiles balísticos intercontinentales RS-24 Yars y de recorrer diariamente mil kilómetros, convertidos de hecho en plataformas móviles de lanzamiento, capacidad que les otorga una gran ductilidad. Moscú destruyó su sistema anterior de misiles balísticos en trenes Molodets en aplicación del tratado START II, que suscribieron Bush y Yeltsin en 1993. El tratado START III, firmado por Obama y Medvéded en 2010, y que limita el arsenal nuclear de ambas potencias a 1.550 cabezas nucleares, permite desarrollar nuevos trenes dotados de misiles balísticos, por lo que Moscú no rompe ningún acuerdo. Las Fuerzas de Misiles Estratégicos rusas tienen previsto completar el nuevo sistema Barguzín en 2018. En cuanto a los misiles de alcance medio, Moscú cuenta con el misil balístico intercontinental Rubezh, capaz de llegar hasta 5.500 kilómetros. También ha desarrollado una versión del misil Sarmat que puede ponerse en órbita sobre la Tierra, con lo que Rusia podría alcanzar objetivos desde cualquier dirección. Los acuerdos suscritos entre Washington y Moscú prohíben desplegar armas nucleares en el espacio, pero la agresividad norteamericana en el despliegue de su escudo y la ruptura de los acuerdos que permitían el equilibrio estratégico abren la inquietante posibilidad de una carrera armamentista en el espacio. El vice primer ministro, Dmitri Rogozin, encargado de la industria de defensa, advirtió de que Rusia, en 2020, habrá modernizado por completo sus Fuerzas Nucleares Estratégicas. Por su parte, China, pretende reforzar sus fuerzas navales, cuenta con el misil balístico DF-21D, de alcance medio, para atacar barcos en movimiento, y moderniza sus fuerzas nucleares y su arsenal de misiles balísticos de alcance medio, e intercontinentales.
Obama llegó a la presidencia de Estados Unidos con la promesa de dejar atrás los esquemas de enfrentamiento de la guerra fría, pero lo cierto es que tanto su país como la OTAN han seguido aproximando su dispositivo militar a las fronteras rusas, han reforzado la beligerancia polaca y de otros antiguos aliados de Moscú, han creado nuevos cuarteles generales en el Báltico, en Polonia, y en Rumania y Bulgaria, y el Pentágono ha orientado buena parte de sus fuerzas hacia el océano Pacífico, con China como objetivo. Esos pasos sólo pueden despertar la inquietud en Moscú y en Pekín, y, persiguiendo el predominio planetario, Washington sólo consigue desatar una nueva carrera de armamentos: a la vista de la respuesta de Rusia y China, a principios de febrero de 2016, el secretario de Defensa norteamericano, Ashton Carter, reclamó que para 2017 Estados Unidos debía cuadruplicar el presupuesto de las tropas norteamericanas en Europa para responder a la «agresión rusa».
Angela Merkel ya había advertido, en 2007, sobre los peligros que supondría desplegar en Polonia sistemas antimisiles norteamericanos, y sugería recabar la opinión de Moscú. No fue escuchada en Washington. El gobierno de Estados Unidos no analizó con rigor ni previó la respuesta de Moscú y Pekín a su peligrosa decisión de desarrollar los escudos antimisiles: prisionero de la soberbia imperial que dirigió su política, con Clinton y Bush, en la última década del siglo XX y los primeros años del siglo XXI, creyó que, aun a regañadientes, China y Rusia terminarían aceptando el despliegue de los escudos. No ha sido así, y, como advirtieron los expertos y países contrarios a su desarrollo, su creación ha traído como consecuencia la modernización de los arsenales y de los sistemas de defensa ruso y chino.
Hoy, los riesgos más graves para la paz y la estabilidad internacional son la posibilidad de un enfrentamiento en Europa oriental, después del golpe de Estado impulsado por Estados Unidos en Ucrania, que dio paso a una guerra civil, y del reforzamiento de la OTAN cerca de las fronteras rusas; la situación en el Mar de la China meridional, donde Estados Unidos y China se vigilan mutuamente; la evolución en la península de Corea, y la hipotética pérdida del control de la situación en Oriente Medio, donde las guerras norteamericanas y la actuación de Israel, a menudo imprevisible, han creado una situación que puede degenerar en un enfrentamiento entre las grandes potencias. Además, la altivez imperial enturbia la mirada de Washington y atiza el fuego de la desconfianza y los enfrentamientos, porque no hay duda de que los escudos antimisiles y el riesgo de una nueva carrera armamentista, si Estados Unidos sigue empeñado en conseguir ventajas nucleares estratégicas sobre China y Rusia, son uno de los peligros más graves que el mundo debe afrontar.
Análisis norteamericano:
http://www.defense.gov/News/Special-Reports/BMDR
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