A punto de cumplirse un año, el próximo primero de febrero, del golpe de Estado en Birmania, el Tatmadaw (ejército birmano) se encuentra exhausto tras el crecimiento de la insurgencia étnica que en muchos casos se reactivó tras el desalojo del Gobierno (en la sombra) de Aung San Suu Kyi, Premio Nobel de la Paz (1991) y una de las máximas responsables del genocidio rohingya y que acaba de ser condenada a cuatro años de prisión más tarde rebajados a dos por nimiedades como: incitación contra el Tatmadaw y desobedecer las normativas aplicadas durante la pandemia, mientras espera varios procesos más por corrupción. Causas que son verdaderas tonterías para quienes conozcan el drama del casi millón y medio de rohingyas, una etnia de fe musulmana perseguida y devastada por los militares y el clero budista antes, durante y después del breve Gobierno “constitucional” de la Liga Nacional de Democracia, el partido al que pertenece Suu Kyi, que hasta ahora era un personaje del establishment internacional, siempre bien mirada por Washington y Londres.
Desde que se ha instalado en el Gobierno el Tatmadaw, ya que nunca cedió el poder tras la instauración de la democracia en 2011, los militares birmanos han resuelto las protestas civiles como mejor saben hacerlo, represión violenta, detenciones, desapariciones y un número de muertos desconocido, ya que a lo largo del año se han producido infinidad de denuncias que hablan de matanzas tanto en Naypyidaw, la capital birmana, como en otras ciudades del interior del país y en los estados de Kayin y Kachin.
Aunque para el Gobierno del general Min Aung Hlaing, jefe del Consejo de Administración del Estado, como se conoce al Gobierno militar, más allá de los cargos el verdadero hombre fuerte del país, los problemas de seguridad no son los revoltosos que de vez en cuando ocupan alguna avenida de Naypyidaw a pedido del Gobierno en el exilio de la oposición, autodenominado Gobierno de Unidad Nacional de Birmania o NUG por sus siglas en inglés (National Unity Government), que estableció su propia resistencia armada, la Fuerza de Defensa del Pueblo (PDF), centrada en la lucha armada a diferencia del complejo espectro de milicias étnicas que combaten en zonas rurales y boscosas. Algunas de ellas con una importante envergadura operacional, a las que los expertos calculan en unas 25 que amenazan con balcanizar al país asiático.
Al mismo tiempo existen cientos de milicias menores que operan contra el Tatmadaw, a excepción de la Pyusawhti (legendario rey de la etnia bamar) considerada una red paramilitar que desde julio pasado ya ha realizado acciones contra civiles y organizaciones que se han manifestado contra el golpe de Estado. La etnia bamar es la mayor del país, con un 68 por ciento, de las 135 registradas.
El factor chino
China cuenta con una frontera de más de 2.100 kilómetros con Birmania, donde tiene fuertes inversiones en diferentes áreas de la economía birmana, por lo que más allá de su tradicional política de no injerencia, lo que ha demostrado a lo largo de la historia con los cambios políticos de su vecino del sur, incluso se ha negado a condenar abiertamente el genocidio rohingya. Por su parte Naypyidaw ha seguido apoyando a Pekín en los temas vinculados al Tíbet, Xinjiang, Hong Kong y Taiwán.
Pero semejante coloso no puede ser un convidado de piedra en semejante banquete, ya que China es el mayor proveedor de armas del ejército. Ha generado también cierto resquemor en Occidente, en lo que se consideró un claro guiño a nueva junta militar, que Pekín haya vetado la declaración del Consejo de Seguridad de la ONU que condena el golpe militar, incluso a pesar de que China puede resultar perdidosa con el punch, ya que lleva años trabajando fuertemente con el Gobierno de la ahora detenida Suu Kyi. Incluso teniendo en cuenta a Birmania para la concreción del Nuevo Camino de la Seda, por lo que algunas fuentes insisten en la versión de que los militares birmanos creen que China está detrás de varios de los muchos conflictos de seguridad. Lo que parecería confirmarse con las severas declaraciones del General Hlaing acusando a China no solo de dar cobijo a insurgentes, sino de además financiar a algunas de esas organizaciones, lo que el gobierno de Xi Jimpig ha negado taxativamente.
Una de las razones claves que derrumban la teoría de la conspiración china más allá de la Ruta de la Seda, por lo que no le convendrían más turbulencias en el país vecino, es que Pekín tiene importantes proyectos vitales para sus intereses estratégicos en la región del Indo-Pacífico, como el importante desarrollo del suministro de energía de la Bahía de Bengala.
Por todo ello no beneficia a China lo sucedido a lo largo de prácticamente todo el 2021, ya que los conflictos étnicos de Birmania se han intensificado y muchos frentes que se creían apagados, por algún acuerdo con Naypyidaw o un apaciguamiento casi natural, se han vuelto a encender en búsqueda ya no solo de conseguir sus objetivos iniciales, fundamentalmente la autonomía, sino la de combatir a la dictadura. En esta nueva etapa de la insurgencia las organizaciones no han tenido una misma orientación, la cual ha cambiado según su ubicación geográfica y objetivos estratégicos. Algunas han empezado a colaborar con el NUG, que aspira a embarcarlas a todas para construir un gobierno federal, mientras otras, dado que creen remoto que la junta militar pueda ser derrocada, han continuado con sus viejas estrategias.
En vías de intentar apaciguar a estas milicias el Tatmadaw ha decretado un alto el fuego unilateral por cinco meses. Los militares ya en otras oportunidades han intentado políticas de “seducción” con estas organizaciones armadas, especialmente en los años noventa, lo que fue rechazado por las propias bases de esas organizaciones.
En la nueva situación, tras el golpe del Tatmadaw, los grupos que habían llegado a un acuerdo tras los sucesivos acuerdos de paz, finalmente solo unos10, han comenzado a desandar el camino político para volver nuevamente a la lucha armada.
Las organizaciones más importantes que desde hace décadas llevan a cabo una guerra insurgente contra son poder central birmano son: el Ejército Unido del Estado de Wa, la organización insurgente más importante del país, que se ha mantenido al margen del creciente incremento de la violencia, ya que cuenta con autonomía de hecho, por lo que no le interesa un cambio de su statu quo; además el poderoso ejército de Arakan de laetnia rohingya, al igual que el de Salvación Arakan Rohingya y a los que hay que sumar el de Liberación Nacional de Ta’ang, la Alianza Democrática Nacional de Myanmar, de Liberación Nacional de Karen (KNLA), uno de los más poderosos, el Ejército para la Independencia de Kachin (KIA), que operan especialmente en las zonas norte de los estados de Shan, Kachin y Rakhine. Además de los Ejércitos de Karenni, en el estado de Kayah, y el Ejército Nacional de Chin, asentado en el norte de ese estado. También han irrumpido, tras el golpe, nuevos grupos armados, fundamentalmente en las regiones de mayoría bamar, que durante décadas se habían mantenido en paz. Todos estos grupos que han dado acogida a centenares de legisladores, activistas civiles, sindicalistas, perseguidos por las fuerzas de seguridad, están realizando frecuentes operaciones contra bases del Tatmadaw y ataques de patrullas que han producido una importante cantidad de bajas entre los regulares y significativas pérdidas de armamento y equipos.
Durante el pasado mes de diciembre en la región de Lay Kay Kaw, en el estado de Kayin, se produjeron los choques más importantes entre las fuerzas federales y los milicianos de KNLA. En noviembre el Tatmadaw tuvo importantes enfrentamientos con el ejército de Arakan en el norte del municipio de Maungdaw, en ese mismo estado, junto a la frontera con Bangladesh.
Se sabe que a punto de cumplir un año en el Gobierno el Tatmadaw, dada la cantidad de focos insurgentes que se reavivaron, se encuentra al borde de la extenuación, por lo que una alianza de todas las fuerzas rebeldes sellaría de una vez y para siempre el destino de los militares birmanos, que parecen haberlo encontrado en las guerras étnicas que están diezmando en poder militar del Tatmadaw.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
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