Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Introducción del editor de Tom Dispatch: Si perdemos Iraq, la culpa es vuestra
Sabéis que hay problemas, cuando te dicen que Iraq, en su condición actual, representa una buena noticia para la política del gobierno de Bush. Mientras varios responsables civiles y militares del Presidente hacia abajo hablan hasta por los codos sobre un supuesto «éxito» en Iraq y llaman en su retórica a la guerra contra Irán, gran parte del resto de la política exterior en lo que los neoconservadores solían llamar «el arco de la inestabilidad» comenzó desintegrarse a fondo.
En el Cuerno de África, tropas etíopes respaldadas por EE.UU. están empantanadas en una desastrosa ocupación de la capital somalí, acosadas por una creciente insurgencia islamista. A pesar de interminables viajes diplomáticos de la Secretaria de Estado Condoleezza Rice, la conferencia de paz de Oriente Próximo del gobierno, que debe ser realizada en Annapolis, ya está siendo descartada como un fracaso antes de extender las primeras invitaciones oficiales. Mientras tanto, los turcos distraen al gobierno amenazando con la invasión y la desestabilización de la única parte moderadamente exitosa del nuevo Iraq, su región kurda (y el gobierno iraquí en Bagdad pide ayuda a Irán para ayudar en la crisis).
El presidente ruso Vladimir Putin aterrizó recientemente en Teherán e indicó irreverentemente que cualquier ataque de EE.UU. contra Irán sería considerado como un ataque contra Rusia. Luego convocó a una «mini-cumbre» local y formó una alianza regional, basada en el Mar Caspio, con Irán y tres antiguas repúblicas de la difunta Unión Soviética, ricas en energía, dirigida implícitamente contra EE.UU. y sus aliados locales. El día en el que la Secretaria de Estado Rice anunció nuevas y duras sanciones contra los iraníes, Putin comentó intencionadamente: «¿Por qué empeorar la situación amenazando con sanciones y llevarla a un punto muerto? No es la mejor manera de resolver la situación si alguien anda corriendo por ahí como un demente con una hoja de afeitar en su mano.»
Mientras tanto, en un país más al este, el talibán resurgente acaba, contra todas las predicciones, de capturar un tercer distrito en Afganistán Occidental cerca de la frontera iraní – y, como indica el más devastador ataque suicida reciente, los ataques se extienden hacia el norte. Y luego, por cierto tenemos al mayor aliado del presidente en el mundo musulmán, el gobernante de Pakistán, Pervez Musharraf.
¿Recordáis el guión de pesadilla de Bush, el que garantizaba un segurísimo ataque «preventivo» de su gobierno; un gobernante autocrático y opresor con armas de destrucción masiva, especialmente nucleares, presidiendo sobre un país que prácticamente brinda refugio para terroristas? Bueno, eso es ahora Pakistán, cuyas fuerzas de seguridad están ocupadísimas encarcelando a cientos de abogados, mientras los talibanes, al Qaeda, e islamistas extremistas, bien armados y respaldados por sus propias estaciones de radio que transmiten llamados a la yihád, salen a combatir de refugios en las áreas tribales a lo largo de la frontera afgana y hacia Pakistán propiamente tal. Y no hay esencialmente nada que el gobierno pueda hacer, excepto perogrulladas verbales y hacerse el ciego. Como ha señalado Paul Woodward, del sitio en la red War in Context: Cuando se trata de Irán nuclear y Pakistán nuclear, hemos estado viviendo en «un mundo visto a través de un espejo en el que las armas nucleares que existen son menos peligrosas que las que pueden ser imaginadas.» Ahora, no se precisa de demasiada imaginación.
Aunque parezca mentira, de Etiopía a Pakistán, a pesar de todas las señales, de todas las predicciones, es obvio que el gobierno de Bush no esperaba nada de lo sucedido. ¿Con qué frecuencia pueden sorprenderlo las consecuencias de sus propias decisiones y acciones? Eternamente, al parecer.
El primero que escribió sobre el posible colapso de la política exterior del presidente a lo ancho de todo el arco de inestabilidad fue, con su permanente capacidad profética, Juan Cole en Salon.com. Comentó que: «como un millonario borracho que pierde una fortuna jugando en un casino en Las Vegas, el gobierno de Bush derrochó todos los activos que poseía al invadir Iraq y al desencadenar el caos en el Golfo.» Y aventuró una predicción: «El trueno de la bomba [que estalló cuando la ex primera ministro paquistaní Benazir Bhutto volvió a casa] en Karachi y los obuses turcos en el Kurdistán iraquí puede haber sido la banda sonora de la pérdida de su «guerra contra el terror» de Bush. En TPM Café, Todd Gitlin fue el primero que ofreció una sugerencia enconada, aunque sombría, al considerar «el fracaso de aplastar a talibán & Cía.» de Bush desde Tora Bora 2001 en adelante. «Hablando de dominós,» escribió: «¿Qué les parece una consigna demócrata que diga: ¿Quién perdió a Pakistán?»
Mientras el precio del petróleo crudo amenaza con llegar a 100 dólares por barril y los precios en las gasolineras suben a más de 3 dólares el galón en EE.UU., en las noticias por la noche, los expertos cuchichean sobre petróleo a 150 dólares el barril y la gasolina a 4 dólares el galón para el verano próximo – podría estarse preparando una catástrofe. Iraq invadido y ocupado, como una llaga supurante, permanece al centro de este creciente desastre, cuyo fin no se vislumbra por ninguna parte. Las fuerzas armadas de EE.UU., el único instrumento con el cual los máximos responsables de Bush y sus partidarios neoconservadores imaginaron que podían lanzar sus salidas «expedicionarias» por todo el globo, como si fueran nuevos imperialistas británicos del Siglo XIX, han demostrado su incapacidad de reaccionar ante una semejante situación esencialmente política. Tal vez el presidente querría usar un martillo para alejar a los mosquitos. No sorprende, como aclara el teniente coronel en retiro de la Fuerza Aérea e historiador de Alemania de comienzos del Siglo XX, William Astore: los militares y los políticos derechistas ya preparan sus propias estrategias de escape de lo sucedido utilizando explicaciones que hablan de puñaladas por la espalda. Tom
El enemigo interior en EE.UU.
Buscando a los que asestaron las puñaladas por la espalda
William J. Astore
Las mejores fuerzas armadas del mundo lanzan un ataque altamente coordinado de choque y pavor con un inmenso progreso inicial. Hablan de que las tropas victoriosas volverán a casa para la Navidad. Pero, inesperadamente, la guerra se prolonga. Mientras los combates persisten hacia un tercer, y luego un cuarto, año, se oyen voces que piden negociaciones, incluso una «paz sin victoria.» Rechazando a semejantes apaciguadores y críticos como derrotistas, un régimen conservador y expansionista – dirigido por un mascarón de proa que recurre frecuentemente a consignas simplistas y su maquiavélico amigo que es considerado el cerebro detrás del trono – pide una última ‘oleada’ hacia la victoria. No obstante, sin que lo sepa la gente en el frente interior, el dúo ya tiene preparado un mito seductor y auto-exculpador en caso de que fracase la ‘oleada’.
¿EE.UU. en 2007? No, Alemania del emperador Wilhelm en 1917 y 1918, cuando sus dictadores militares, el mariscal de campo Paul von Hindenburg y su leal segundo, el general Erich Ludendorff, empujaron a Alemania hacia la derrota y la revolución en su busca implacable de la victoria en la Primera Guerra Mundial. Después de fracasar con su estrategia de la ‘oleada’ en el Frente Occidental en 1918, tuvieron sin embargo éxito en el despliegue de un mito de la puñalada por la espalda, o Dolchstoßlegende, que transfirió la culpa por la derrota de sí mismos y de los políticos derechistas a los socialdemócratas y a otros supuestos responsables por la pérdida de la guerra porque no apoyaron a las tropas en el interior del país.
El ejército alemán sabía que había sido derrotado en 1918. Pero era una verdad inconveniente para Hindenburg y la derecha, así que crearon una nueva «verdad»: que las tropas «no fueron vencidas en el campo de batalla.» Esas palabras llegaron a ser tan poderosas que fueron grabadas en piedra en numerosos monumentos a la guerra en Alemania.
Es un mito que nosotros mismos conocemos bien. Cuando Sudvietnam se estaba derrumbando en 1975, el coronel del Ejército, Harry G. Summers, Jr., hablando con un homólogo norvietnamita, afirmó que los militares de EE.UU. no habían perdido ni una sola batalla en Vietnam. Tal vez sea así, replicó el coronel del NVA, «pero también es irrelevante.» Summers narra su conversación positivamente, sin ironía, en su libro «On Strategy: A Critical Analysis of the Vietnam War.» Para él, incluso si perdió la guerra, nuestro Ejército demostró ser «invencible.»
Aunque la premisa de Summers fue – y sigue siendo – peligrosamente engañosa, reconfortó a los verdaderos creyentes que dirigían, y siguen dirigiendo, las fuerzas armadas de EE.UU. Los militares que estaban menos convencidos de nuestra condición «invencible» tendían a guardarse sus pensamientos. Su autocensura, combinada con un autoengaño institucional más amplio, abrió efectivamente la puerta a los mitos exculpadores.
¿Una nueva puñalada por la espalda estadounidense?
Podrá parecer que las advertencias sobre un nuevo mito de la puñalada por la espalda sean prematuras o exageradas en este momento de la Guerra de Iraq. No obstante, si la historia de la versión original de este mito ha de servir como algún tipo de guía, vale lo contrario. Las advertencia son oportunas precisamente porque la Dolchstoßlegende no fue una invención de posguerra, sino una explicación urdida de modo artero, incluso cínico, por derechistas en Alemania antes de que el fracaso de la desesperada «ofensiva de la victoria» final de 1918 fuera totalmente evidente. Aunque el dramático testimonio de Hindenburg en noviembre de 1919 – todo un año después de que el armisticio terminara la guerra – popularizó el mito en Alemania, tomó fuego precisamente porque habían puesto a secar la leña dos años antes.
Podrá parecer que la comparación de una dictadura militar prusiana y sus mentiras interesadas con el actual gobierno de Bush será algo exagerada. Pero no soy el primero que expresa su preocupación por la emergencia de nuestra propia Dolchstoßlegende iraquí. Ya en 2004, Matthew Yglesias mencionó esa posibilidad. El año pasado, en Harper’s Magazine, Kevin Baker detalló la historia de la puñalada por la espalda, sugiriendo que la versión iraquí de Bush ya comenzó a germinar a comienzos de 2005, cuando las noticias desde Iraq comenzaron a ponerse definitivamente feas. Y en octubre de este año, en The Nation, Eric Alterman advirtió que el gobierno de Bush ya se ocupa de sembrar las semillas de este mito. Otros rastreadores del mito iraquí han incluido a Gary Kamiya en Salon.com, y a Jeremy Brecher y Brendan Smith en Commondreams.org. Precisamente en agosto pasado, Thomas Ricks, columnista del Washington Post, y autor del bestseller «Fiasco», se preocupó en público sobre si los propios militares no abrazan ya elementos del mito cuyos traidores específicos incluirían a «políticos hurones» (¿hay alguna otra clase?) y «medios que nos debilitan al concentrarse en lo negativo.»
¿Será que realmente emerge una versión estadounidense de este mito? Escuchemos una reciente entrevista de Jim Lehrer con el senador John McCain, quien, aunque estaba oficialmente convencido de que el plan de la ‘oleada» del presidente está dando resultados, parecía no poder dejar de hablar sobre cómo podríamos perder a pesar de todo. Sus observaciones tomaron rápidamente un giro inquietante cuando señaló que nuestro talón de Aquiles en Iraq son… bueno, nosotros la gente en EE.UU. y nuestra creciente impaciencia con la guerra. Y la analogía histórica que empleó fue Vietnam, el catalizador para el uso de la anterior Dolchstoßlegende estadounidense.
Aunque la Guerra de Vietnam fue desastrosa, admitió McCain, nuestros militares habían – arguyó – logrado un cambio después de la ofensiva del Tet del enemigo en 1968 y del reemplazo del general William Westmoreland por el general Creighton Abrams como comandante de nuestras fuerzas en ese país. Precisamente en ese momento de cambio, insistió, el pueblo estadounidense, por haber agotado su paciencia, perdió la voluntad de vencer. Para McCain, realmente se veía la luz al final del túnel vietnamita – los militares la veían, sin embargo el pueblo estadounidense, cegado por las malas noticias, nunca lo hizo.
En Iraq actual – de nuevo la versión de McCain – el general David Petraeus es el nuevo Abrams, por fin un general adecuado para la tarea. Y su nueva táctica de proteger al pueblo iraquí, ganando con ello sus corazones y mentes, está funcionando. La victoria espera al final del «largo, duro camino» (que evidentemente ha reemplazado al túnel vietnamita), a menos que al pueblo estadounidense se le acabe la paciencia, como sucedió a fines de los años sesenta.
McCain no es ningún Hindenburg. Pero su desplazamiento casi automático de la responsabilidad en última instancia del gobierno de Bush y de los militares hacia el pueblo estadounidense indica la fuerza que el mito de la puñalada por la espalda ha llegado a tener en la política dominante. Por el momento, con la esperanza de algún tipo de victoria, sea cual sea la definición de ésta, que aún no ha desaparecido en los círculos oficiales, nuestro último mito de la puñalada espera en su vaina, todavía no ha desplegado su poder asesino.
Pero en todo caso, tal vez no haya llegado todavía su hora, a pesar de todo. En «El imperio contraataca,» el joven Luke Skywalker pregunta a Yoda, su marchito Maestro Jedi, si el lado oscuro de la Fuerza es más fuerte que el bueno. No, responde Yoda, sólo «más fácil, más rápido, más seductor» – una descripción exacta del poder oscuro del mito de la puñalada por la espalda. Los políticos sienten su poder futuro y modifican correspondientemente sus posiciones. Por ejemplo, ningún candidato presidencial importante, republicano o demócrata, se atreve a ser calificado de «derrotista» al pedir una retirada importante de tropas de EE.UU. en 2008. Excepciones como Ron Paul, Dennis Kucinich, o incluso Bill Richardson sólo confirman la regla – con un apoyo en los sondeos de cifras de un solo dígito, arriesgan poco al rebelarse contra las probabilidades.
Por temor a ser calificados de «enemigo interior» ya rediseñan en silencio nuestra política cuando incluso veteranos de guerra condecorados como el congresista (y coronel del Cuerpo de Marines en retiro) John Murtha no son inmunes a ser calumniados por criticar la guerra del presidente. Los políticos reconocen que, en una campaña electoral, es casi imposible superar acusaciones de debilidad y pusilanimidad. La senadora Hillary Clinton siente que podría ser inelegible a menos que argumente a favor de que continuemos combatiendo en nuestra buena lucha en Iraq, pero de un modo más inteligente. De hecho, si buscas cambios significativos en la cantidad de soldados o en la estrategia en ese país, más vale que te acuclilles y esperes el Día de Inauguración de 2009 – y después, prepárate para lo que venga.
De mitos y responsabilización
Los comentarios de McCain se hicieron eco de una verdad de Clausewitz. En la guerra, la voluntad de la gente es un componente indispensable de la «trinidad» de una nación en guerra (que también incluye al gobierno y a las fuerzas armadas). Es demasiado difícil prevalecer en una guerra importante, si una pierna de esta triada cojea. Al decidirse a no movilizar la voluntad del pueblo, al decirnos que continuemos con nuestras vidas normales mientras otros combaten y mueren en nuestro nombre, el gobierno de Bush realmente perjudicó sus propios esfuerzos a largo plazo. Ahora, se preparan para decir que todo es culpa nuestra. Fuimos los que perdimos la paciencia y la voluntad para la victoria. Es como el chico que mató a su padre y a su madre, sólo para pedir la compasión del tribunal por ser huérfano.
En 2002 y 2003, con fuerzas armadas compuestas enteramente de voluntarios, una nueva estrategia de Blitzkrief [guerra relámpago], y creyendo que Dios estaba de su parte, parece que Bush y Compañía supusieron inicialmente que llamados más amplios pidiendo apoyo y sacrificio eran innecesarios desde el punto de vista militar – e innecesariamente peligrosos desde el punto de vista político. Ahora, a pesar de dramáticos reveses durante los últimos cuatro años, siguen negándose a movilizar nuestra voluntad nacional. Su negativa me recuerda el eslogan de esos viejos spots publicitarios de la cerveza Miller Lite: Todo lo que siempre quisiste en una guerra, y con menos – como en menos (o incluso ningunos) sacrificios.
Así que quiero ser claro. Si perdemos en Iraq, no podrán culpar al pueblo estadounidense. No nos pueden acusar de carecer de una voluntad que, para comenzar, nunca fue deseada o a la que nunca se apeló. Pero el mito de la puñalada por la espalda gana en credibilidad precisamente porque tan poca gente de alto nivel en el gobierno o en las fuerzas armadas es responsabilizada por los fracasos en Iraq.
En la Segunda Guerra Mundial, nos recuerda Thomas Ricks, nuestras fuerzas armadas destituyeron a diecisiete comandantes de división y a cuatro comandantes de cuerpo. Con la posible excepción de la general de brigada Janice Karpinski, de triste fama por Abu Ghraib, ¿han destituido a algún alto oficial por una causa justificada en Iraq? Ya que al parecer no ha sucedido, ¿será que, a diferencia del invertebrado pueblo estadounidense, todos se han desempeñado bien?
Para citar sólo un caso típico, el general de división Kenneth Hunzeker sirvió en Iraq como el general en comando del Equipo de Entrenamiento de Asistencia a la Policía Civil, de octubre de 2006 a julio de 2007. Seguramente fue una tarea dura especialmente para un hombre sin conocimientos de árabe. Sin embargo, desde todo punto de vista, las unidades de la policía iraquí siguen hasta la fecha siendo notablemente corruptas, repletas de milicias, y poco confiables. ¿Significa que Hunzeker fracasó? Al parecer no, ya que fue ascendido a teniente general y recibió un codiciado comando de cuerpo. Es interesante que su más reciente biografía oficial no mencione su paso por Iraq dirigiendo el equipo de ayuda a la policía. Incluso si Hunzeker hubiese sido definitivamente el mejor hombre para la tarea, ¿qué clase de progreso puede haber sido posible con una estadía de diez meses? Cuando Hunzeker había tenido suficiente tiempo para aprender un par de dolorosas lecciones, ya iba en jet a Alemania y hacia el comando del Cuerpo V.
Si no responsabilizan a nadie por políticas fracasadas, si, en los hechos, los más cercanos a los fracasados son inundados de honores – como lo fue, por ejemplo, L. Paul Bremer III, quien dirigió la Autoridad Provisional de la Coalición en Bagdad para el presidente de mayo de 2003 a junio de 204 – se hace más fácil traspasar la culpa a cualquiera (o a todos). Aquí, los precedentes alemanes vuelven a ser convincentes. Como nunca dijeron al pueblo alemán que estaban perdiendo la Primera Guerra Mundial, incluso cuando su ejército se desmoronaba en julio y agosto de 1918, no estaba preparado para el golpe psicológico de la derrota – y por lo tanto, estuvo tanto más dispuesto a aceptar la mentira de que el colapso se debía al enemigo interior.
Eso no quiere decir que los militares de nuestros días hayan guardado silencio. Para citar tres ejemplos: el teniente general en retiro del Ejército, Ricardo Sánchez, criticó recientemente la estrategia de la ‘oleada’ y llamó la guerra de Iraq «una pesadilla sin fin a la vista»- Otra perspectiva provino de 12 capitanes del Ejército previamente estacionados en Iraq quienes, escribiendo en el Washington Post, también criticaron la ‘oleada’ y llamaron a un rápido retiro como la mejor de una serie de opciones malas. Finalmente, siete suboficiales de la elitista 82 División Aerotransportada (y que siguen en Iraq) ofrecieron ilustraciones gráficas (en la página de opinión editorial del New York Times) de la naturaleza de un paso adelante, dos pasos atrás, del «progreso» en el terreno en Iraq.
Hay que considerar estos ejemplos como tres perspectivas militares sobre una guerra desastrosa. Pero incluso sólo pueden servir como un antídoto parcial para un mito de que algún tipo de victoria sería inevitable mientras nosotros, el pueblo estadounidense, apoyamos indolentemente la política del gobierno.
Culpándoos
Si están dadas las condiciones adecuadas en la posguerra, el mito de la puñalada por la espalda puede facilitar el ascenso de regímenes reaccionarios y el arreglo de cuentas mediante cuchillos largos – basta con preguntar a los alemanes bajo Hitler en 1934. También sirve para exonerar a las fuerzas armadas de sus errores y puntos débiles, empoderándolas, y a sus comandantes, para lanzar aventuras redentoras, expansionistas, que terminen por ser desastrosas precisamente porque nunca aprendieron, aún menos absorbieron o compartieron, las lecciones de otras derrotas anteriores.
Por lo tanto, el colapso militar de Alemania en la Primera Guerra Mundial y el mito de la Dolchstoß que la siguió posibilitaron el desastre aún mayor de la Segunda Guerra Mundial. ¿Es posible que nuestra propia versión de esto, asociada con Vietnam, haya posibilitado un desastre aún mayor en Iraq? Y, si es así, ¿qué puede llegar a provocar la nueva versión de la puñalada por la espalda?
Sólo el tiempo lo dirá. Pero, pero para que los tengáis presente: Si perdemos Irak, vosotros seréis los culpables.
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William J. Astore, teniente coronel en retiro de la Fuerza Aérea de EE.UU., obtuvo un doctorado en historia moderna de la Universidad de Oxford en 1996. Enseñó a cadetes militares en la Academia de la Fuerza Aérea de EE.UU. y a oficiales en la Escuela Naval de Posgraduados, y ahora enseña en el Colegio de Tecnología de Pensilvania. Sus libros y artículos tratan sobre todo de historia militar e incluyen: «Hindenburg: Icon of German Militarism (Potomac Press, 2005). Para contactos, escriba a: [email protected].
Copyright 2007 William J. Astore
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