El Estado, la hegemonía y el callejón estratégico de la izquierda
En Turquía, las recientes operaciones llevadas a cabo bajo los encabezados de las apuestas, las drogas y la “decadencia moral” se presentan, en la superficie, como iniciativas jurídicas y de purificación. Sin embargo, estos acontecimientos no pueden explicarse ni por casos aislados de corrupción ni por una supuesta capacidad del Estado para autorreformarse. Por el contrario, lo que estamos presenciando forma parte de una estrategia clásica de restauración del régimen a la que recurre el capitalismo autoritario en momentos de crisis.
El verdadero destinatario de las 4,9 toneladas de cocaína procedentes de Colombia que llegaron a Turquía aún no ha sido revelado. A pesar de conocerse las conexiones con las 9 toneladas de cocaína incautadas por Francia en el Caribe, dichas relaciones no han sido investigadas. En cambio, figuras conocidas de la televisión han sido señaladas bajo el pretexto de “fiestas privadas”, lo que no significa otra cosa que intimidar castigando a usuarios y figuras de escaparate, en lugar de a quienes se encuentran en el centro de redes criminales y de capital verdaderamente atroces. Los auténticos barones de la mafia incrustados en la política, el poder judicial, los medios de comunicación y las grandes empresas capitalistas no han sido tocados; la verdad ha sido sistemáticamente encubierta.
La introducción de toneladas de cocaína en el mercado turco no solo ha corrompido a la sociedad, sino también al propio régimen del Palacio. Como los círculos progresistas vienen señalando desde hace años, con la Alianza Popular empujando al país hacia una profunda crisis económica, la descomposición se ha extendido en círculos concéntricos a todas las capas del Estado y de la sociedad. El empobrecimiento, la precarización y la represión política han creado un terreno extremadamente fértil para las economías criminales.
Durante las décadas de 1970 y 1980, el tráfico de drogas conocido como “comercio blanco”, que recorría la ruta Afganistán–Turquía–Balcanes–Europa, fue en gran medida desmantelado a finales de los años noventa. En aquel período, las incautaciones se limitaban a unos pocos cientos de kilogramos. Hoy, el panorama ha cambiado radicalmente: toneladas de drogas son transportadas por vía marítima desde América Latina, especialmente desde Colombia. Turquía ha dejado de ser únicamente un país de tránsito para convertirse en un centro de distribución y consumo. Grupos turcos ocupan ahora abiertamente posiciones dirigentes dentro de las estructuras mafiosas, mientras el mercado interno se expande rápidamente.
Entre 2019 y 2024, este comercio alcanzó un máximo histórico, involucrando a elementos de los medios de comunicación, el poder judicial, la Dirección de Comunicaciones y ciertos sectores de alto nivel del bloque gobernante (AKP–MHP). El lavado de dinero, el narcotráfico y la economía de las apuestas se han combinado con la descomposición social generada por la crisis económica, envolviendo a amplias capas de la sociedad —especialmente a la juventud— sin distinción de clase o cultura. El panorama actual no es una ola criminal aislada, sino una crisis estructural del capitalismo autoritario.
La esencia de esta estrategia no es eliminar la descomposición, sino hacerla controlable, administrable y políticamente funcional. Por ello, el problema no reside en la detención de unas cuantas celebridades ni en la exposición parcial de determinadas redes criminales, sino en cómo el Estado mantiene su relación estructural con formas de acumulación de capital basadas en el crimen y la renta.
Descomposición: no una desviación, sino el resultado del régimen de acumulación
Desde la teoría marxista del Estado, la corrupción no representa una “deformación” del derecho, sino la exposición desnuda de su función de clase. En los regímenes capitalistas autoritarios, la legalidad, la competencia y la transparencia solo se aplican a determinadas fracciones del capital. Para otras, el Estado se transforma en un aparato que distribuye licitaciones, transfiere rentas, lava dinero sucio y regula la economía criminal.
En Turquía, la expansión de las economías de la droga, las apuestas y el lavado de dinero ha avanzado en paralelo con la devastación neoliberal, la precarización y la profundización de la desigualdad. En condiciones en las que la acumulación de capital productivo se contrae, el régimen se apoya en formas de acumulación originaria basadas en el crimen. En este contexto, la descomposición no es un problema moral, sino una técnica de gobierno y de acumulación.
El Estado autoritario y la economía criminal
Para comprender este cuadro, resultan insuficientes los enfoques que conciben al Estado como un aparato neutral y capturable. Bajo el capitalismo autoritario, el Estado no es únicamente una superestructura represiva, sino un nodo donde se concentran las relaciones capitalistas.
La forma del Estado autoritario no opera suspendiendo la ley, sino aplicándola de manera selectiva y arbitraria. Por ello, los barones de la droga, las redes de apuestas y los mecanismos de lavado de dinero crecen no por la “debilidad” del Estado, sino por decisiones conscientes del propio Estado. Hoy, en Turquía, los vínculos entre el poder judicial, la burocracia de seguridad y el poder político demuestran que la economía criminal se ha convertido en la norma, no en la excepción.
Crisis de hegemonía y el discurso de la “limpieza moral”
Sin embargo, el Estado no gobierna solo mediante la coerción; también produce consenso. Aquí se manifiesta la dimensión más crítica de las operaciones actuales. El poder intenta reconstruir su hegemonía ideológica presentando la descomposición no como un problema sistémico, sino como el resultado de inmoralidades individuales y “estilos de vida degenerados”.
Se trata claramente de una maniobra gramsciana: la fuente de la descomposición se desplaza de las relaciones entre capital y Estado, la vida secular es señalada como responsable de la corrupción cultural, y un régimen moral islamista-conservador se consolida bajo el lema de una “sociedad limpia”.
De este modo, el régimen renueva su legitimidad y oculta las relaciones de clase tras una niebla cultural.
“Limpieza controlada” y restauración del régimen
En este punto entra en juego la estrategia de la limpieza controlada. Sin tocar las redes centrales de capital y seguridad, el régimen sacrifica a figuras periféricas. Se apunta a rostros mediáticos, figuras del deporte y redes criminales secundarias, mientras que las empresas, las licitaciones y los mecanismos burocráticos de protección que hacen posible un sistema de rentas multimillonarias permanecen intactos.
Esto no es una rendición de cuentas real, sino una gestión de la crisis. El objetivo no es eliminar la descomposición, sino impedir que se politice y se transforme en una ira popular capaz de amenazar al régimen.
El callejón teórico y político de la izquierda
Una
parte significativa de la izquierda turca se desliza hacia dos
posiciones erróneas frente a este escenario:
por un lado, un
discurso liberal-moralista de “política limpia”; por otro, una
defensa de la democracia reducida exclusivamente a la oposición al
autoritarismo.
Sin embargo, la corrupción no es la suma de delitos individuales, sino una forma de ejercicio del poder de clase. No hay quien reciba sobornos sin quien los entregue. La corrupción política no puede sostenerse sin licitaciones públicas, renta y dinero sucio. Toda crítica a la corrupción que no cuestione las relaciones de capital permanece inevitablemente dentro de los límites ideológicos del régimen.
La tarea de la izquierda no puede reducirse a llamados para “restaurar el Estado de derecho”. La cuestión central es hacer visible al servicio de qué clases funciona el Estado y bajo qué régimen de acumulación.
El CHP, la oposición y la ceguera estructural
La oposición centrada en el CHP también presenta límites importantes. En la medida en que aborda la corrupción principalmente como “mala gestión del AKP” o como redes de intereses personales, sin cuestionar las relaciones entre capital y Estado, permanece dentro del sistema.
No basta con criticar las investigaciones dirigidas exclusivamente contra municipios gobernados por el CHP; también es necesario apuntar a los grandes grupos empresariales, al régimen de licitaciones y a las redes de renta público-privadas. De lo contrario, la oposición se convierte en un espectador pasivo de la estrategia de limpieza controlada del gobierno.
Exposición, organización y contrahegemonía
Lo que estamos viviendo no es un “colapso moral”, sino una crisis estructural del capitalismo liberal autoritario. Esta crisis no se profundiza solo en la cúspide, sino también entre amplios sectores populares —especialmente la juventud— condenados a la pobreza, la precariedad y la falta de futuro.
Una
limpieza real solo es posible mediante:
– la exposición
integral de las relaciones entre capital, Estado y mafia;
– un
análisis de clase que rechace el moralismo cultural;
– y una
estrategia de izquierda que vincule todo ello a un proyecto político
de contrahegemonía de masas.
Lo
que el poder hace hoy es gestionar su propia descomposición.
La
tarea histórica de la izquierda es volver esta descomposición
ilegítima y organizar la fuerza social capaz de superarla.
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