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China en África: ¿lo mismo de siempre pero con rostro amable?

Fuentes: Revista Pueblos

Cuenta Jean Arsène Yao en su China en África, de la revolución al negocio, que la avenida Charles de Gaulle de Dakar, la capital de Senegal, está invadida de todo tipo de productos chinos a precio de saldo. La historia se repite en cada mercado africano. Por eso a nadie le ha sorprendido que el […]

Cuenta Jean Arsène Yao en su China en África, de la revolución al negocio, que la avenida Charles de Gaulle de Dakar, la capital de Senegal, está invadida de todo tipo de productos chinos a precio de saldo. La historia se repite en cada mercado africano. Por eso a nadie le ha sorprendido que el ministerio de Comercio de China haya anunciado esta semana una cifra récord de los intercambios comerciales con el continente africano: 50.000 millones de dólares en 2006. Es la tónica de los últimos años, la gran operación china en África, el objetivo de un país en crecimiento eterno, sediento de materias primas, hambriento de energía.

La estrategia es compleja y existen luces y sombras. China tiene 800 empresas en África, genera empleos, invierte, construye infraestructuras. Ha formado, según datos del gobierno chino, a 11.000 profesionales africanos desde 2004. Además, han cancelado 10.000 millones de dólares en deuda bilateral a los países de este continente y ha aportado 1.500 cascos azules en distintas misiones de pacificación. Por último, aunque no sea del todo exacto, se puede decir que China representa un nuevo modelo, que no está lastrado por su presencia colonial, que se basa en ese «Consenso para África» lanzado por el gobierno del Partido Comunista Chino. A saber: igualdad, soberanía, estabilidad y no injerencia.

Guerras y armas por petróleo

Hasta ahí los aspectos positivos. China trabaja en todo el mundo, con el oro boliviano, el cobre chileno o el gas australiano. Pero en ningún sitio con el interés y el despliegue que tiene en África. Desde que desbancó a Japón en 2003, China es el segundo consumidor del mundo de petróleo, sólo por detrás de Estados Unidos. Y se sabe lo que unos y otros hacen por el petróleo, el precio que ha pagado África por la soberanía energética de Francia, por ejemplo, en forma de dictaduras y guerras sostenidas desde París.

China compró el 50% del petróleo exportado por Sudán en 2005. Este país tiene el llamado crudo suave, el más sencillo de extraer y tratar. El gigante asiático se interesa y compra. Poco importa que el régimen de Jartum esté inmerso en una guerra genocida contra las poblaciones del sur y el este. El «todo vale» se impone. En septiembre de 2004, el embajador chino en la ONU, Wang Guangya, amenaza con vetar la resolución de Naciones Unidas que imponía un veto a la venta de armas a Sudán. Al final sólo se abstuvo. En la práctica ha continuado con la venta.

Según escribe Esther Pan en su China, Africa and oil, publicado por el Council on Foreing Relations, China ha vendido a Sudán material bélico por valor de 100 millones de dólares, incluidos los helicópteros artillados que utilizan las milicias paramilitares afines al Gobierno para aterrorizar y asesinar a la población.

La estrategia del régimen chino es global. Consiguen el petróleo, encuentran una salida a su industria militar, entablan relaciones de amistad con dictadores a los que ni siquiera Francia y Estados Unidos, aunque sólo sea por quedar bien, abastecen de armas y, como remate, consiguen apoyo de estos países en Naciones Unidas y en cualquier otro foro internacional. Y es que, a fin de cuentas, ¿qué va a decir China a nadie sobre derechos humanos?

Los negocios de China se extienden en términos parecidos por otros países del continente, incluidas terribles dictaduras de Omar Bongo en Gabón o de Teodoro Obiang en Guinea Ecuatorial. Al régimen de Robert Mugabe en Zimbabwe le ha vendido armas por valor de 200 millones de euros y en el conflicto entre Eritrea y Etiopía ha armado a las dos partes (tal y como hacían los franceses en la guerra de Angola hace no tanto).

La repetición de una vieja historia

El gigante asiático lleva una estrategia ascendente que coincide con el final de la Guerra Fría y la retirada parcial de las grandes potencias coloniales. En los noventa vio como sus negocios se multiplicaban por 700. La celebración en 2000 del foro chino-africano, el 11-S y la inestabilidad de Oriente Próximo y la explosión de la economía china hicieron el resto.

En los últimos cinco años, China ha cuadruplicado sus intercambios comerciales con el continente africano y es ya el tercer socio comercial de África. Pero China no ha encontrado en el continente tan sólo un sitio del que extraer materias primas. Además, el gigante asiático ha vendido a los africanos sus productos manufacturados, hasta el punto de que la balanza está casi equilibrada.

Sus gigantescas empresas públicas les dan ventaja en los concursos y los han ganado hasta en Ruanda, con una significativa presencia de la China State Construction en la capital, Kigali. La estrategia es sencilla: aún menos escrúpulos que el rival, aún menos precio y un paquete que incluye condonación de deuda, ayudas bilaterales y formación. Así se han quedado con el monopolio de la construcción en Camerún, donde han roto el mercado con presupuestos un 30% por debajo de los precios habituales. Y en la incipiente industria inmobiliaria argelina ya son los primeros. Y la lista sigue. Es lo que Moeletsi Mbeki, vicepresidente del Instituto Sudafricano de Asuntos Exteriores de la Universidad de Witwatersrand llama «una apetitosa colaboración y una aterradora amenaza», antes de preguntarse: «¿No estamos asistiendo a la repetición de una vieja historia?»

Algunos ya se han aprendido la lección. Es el caso del presidente francés, Jaques Chirac, quien en su último encuentro con el primer ministro chino, Hu Jintao, se negó a recibir a los representantes de la sociedad civil y las ONG chinas, la mayoría en el exilio, y rechazó realizar cualquier declaración contra el régimen. Sabe que puede tener un buen aliado para seguir expoliando África. El régimen chino no se cansa de repetir que el continente tiene tasas de crecimiento por encima del 5% y que eso es en gran parte gracias a ellos. Se esfuerzan, con todos los medios de su aparato propagandístico, en subrayar su lema para África: igualdad, soberanía, estabilidad y no injerencia. Venden armas a los criminales africanos y lo llaman soberanía; defienden y apuntalan dictaduras y lo llaman estabilidad; no condenan ni una sola violación de los derechos humanos y lo llaman no injerencia. Y mientras, por debajo, el negocio y el petróleo fluyen. ¿Les suena la historia?


Juan Carlos Galindo es periodista. Este artículo ha sido publicado originalmente en

AIS (Agencia de Informaciones Solidarias) el 2/11/2006.