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Entrevista a Pierre Rousset, analista y politólogo francés

China en la crisis de la (des)globalización

Fuentes: Europe Solidaire

El mundo que permitió que la economía china despegara y se expandiera internacionalmente ya no existe.

Las tensiones chino-estadounidenses se agudizan en el contexto de la crisis de la (des)globalización comercial. En la reunión de la Asamblea Popular Nacional, Xi Jinping confirmó su control sobre los órganos centrales del Partido Comunista Chino, pero se enfrenta a una economía en deterioro. Se reunió con “su mejor amigo” Vladimir Putin en Moscú, involucrándose aún más en la crisis de Eurasia, a riesgo de perder algunos de sus activos en Europa. Detrás de esta exhibición diplomática y una fachada de unanimidad, el régimen se enfrenta a una situación problemática, tanto a nivel interno como internacional.

Inprecor – ¿Cómo percibe el “momento presente” en China?

Pierre Rousset – Hay una aceleración desestabilizadora de los cambios en curso tanto a nivel nacional como internacional. La Asamblea Popular Nacional (APN) se reunió durante nueve días, finalizando el lunes 13 de marzo. Vale la pena señalar dos aspectos destacados: Xi Jinping fue reelegido para un tercer mandato como presidente de la República Popular, lo que obviamente no es una sorpresa, pero fue reelegido por unanimidad, lo cual es inusual. Xi está demostrando así su voluntad de liderar el partido, el ejército y el estado sin paliativos. En segundo lugar, la ANP aprobó una meta de crecimiento del 5% para el próximo año. Es muy baja (y no tiene la certeza de alcanzarla) y significa un aumento del desempleo y la desigualdad social. Internamente, el régimen tiene que recuperar el control del país, que se encuentra en una crisis con causas profundas.

A nivel internacional, las señales son contradictorias. El enfrentamiento geoestratégico entre Washington y Beijing se endurece, pero para el capital transnacional los negocios deben continuar sin trabas, como lo demuestra la visita de Tim Cook, titular de Appel, a Beijing donde fue recibido con todos los honores. Esta visita es tanto más significativa cuanto que la empresa pagó caro el año pasado los “fracasos” mortales de la política Covid cero de Xi Jinping y está tratando de reducir su dependencia reubicando parte de su producción, pero no se puede ignorar la importancia del mercado chino. Ni las ventajas del ecosistema económico que ofrece China a los inversores.

La guerra de Putin en Ucrania y la reorientación asiática de Estados Unidos han puesto al régimen chino ante decisiones difíciles. La reciente visita de Xi Jinping a Moscú sanciona un cambio significativo en su posicionamiento en la geopolítica global de conflictos y tensiones militares. Nos permite (intentar) hacer un balance de las relaciones ruso-chinas y su impacto en Eurasia, en particular. El conflicto geoestratégico entre China, una potencia en ascenso, y Estados Unidos, una potencia establecida, ha entrado en una nueva fase crítica.

El desarrollo económico y el ascenso internacional de China estuvieron intrínsecamente vinculados a su lugar en la división internacional del trabajo y la globalización neoliberal. Esa época ha terminado. Hemos pasado de la crisis de la globalización de los mercados a la crisis insoluble de la desglobalización capitalista.

Así que digamos que el “momento presente” del Partido Comunista Chino (PCCh), dado que es su Comité Permanente del Buró Político (bajo el estricto control de Xi) el que decide todo, es… indeciso.

Las consecuencias globales de esta situación son lamentablemente claras, como el brutal agravamiento de la crisis climática o la creciente militarización del mundo.

¿Qué nos dice la visita de Xi Jinping a Moscú?

El año pasado se planteó la cuestión de si la invasión de Ucrania fue el preludio de un ataque chino a Taiwán, una verdadera alianza chino-rusa con la apertura de dos frentes en el oeste y el este de Eurasia, enfrentándose a los entonces políticamente divididos y militarmente desprevenidos países de la OTAN. Este no fue el caso, y en retrospectiva se puede decir que Beijing no estaba en condiciones de intentar la aventura taiwanesa, por muchas razones. Xi no podía, pero probablemente no quería una guerra que involucrara a Estados Unidos de frente.

El conflicto ucraniano ha puesto en peligro los intereses políticos y económicos chinos en Europa y, en general, en Occidente. Este no es un detalle menor. Sin embargo, por mucho que sea un «hermano mayor», Xi Jinping no pudo influir en el curso de la guerra de Putin. Un año más tarde, fue a Moscú y mostró su inquebrantable amistad, a pesar de las muchas disputas y rivalidades que la condicionan. En este “momento presente”, se trata ante todo de un gesto bastante espectacular de apoyo a Putin, poco después de que la Corte Penal Internacional de Justicia emitiera una orden de arresto contra Putin acusándolo de crímenes de guerra por “deportación ilegal” de niños ucranianos. Somos “los mejores amigos”, proclamaron juntos.

En febrero de 2022, la invasión rusa de Ucrania puso a China en un aprieto. Beijing nunca condenó a Moscú por la invasión, pero como todas las capitales, los líderes del PCCh se tomaron el tiempo para observar los acontecimientos y se preocuparon. El balance fue severo: fracaso de la “operación especial” ante la resistencia nacional ucraniana, brutalidad extrema de las fuerzas de ocupación (incluso contra poblaciones de habla rusa), revitalización de la OTAN paralizada desde la debacle afgana, regreso de Estados Unidos a la escena europea…

Según admite el propio Putin, la presión (potencial y no inmediata) de la OTAN no fue la única justificación de la invasión: negó el derecho del país a existir y quería restaurar las fronteras del Imperio zarista o de la URSS estalinista (un objetivo que preocupa a otros países de Europa del Este). Al hacerlo, quebró el credo oficial de Beijing de respeto de las fronteras internacionales, mientras que el uso recurrente de la amenaza nuclear violó uno de los principales tabúes de la diplomacia china…

Beijing había invertido considerablemente económica y diplomáticamente en Ucrania, Europa oriental y occidental, tejiendo una vasta red de influencia. Pieza clave de sus “nuevas rutas de la seda”. Por lo tanto, estaba arriesgando mucho. Xi no quería romper con Rusia ni perder su participación. De ahí su posición cautelosa, incluso en la ONU, sobre la crisis de Ucrania.

El viaje de Xi rompe con la cautela previa. Refleja un ajuste significativo en las prioridades del Partido Comunista Chino, aunque obviamente todavía está tratando de limitar el coste de su apoyo a Rusia en Europa (con la ayuda, espera, de los jefes de Estado de Alemania y Francia). Tras el recrudecimiento del enfrentamiento con Washington, sus prioridades geoestratégicas se sitúan ahora en Asia: el Mar de China Meridional y Taiwán, el Pacífico… Desde este punto de vista, la continuación de la guerra en Ucrania se ha convertido en algo positivo para el régimen chino: sirve de freno -cuanto más armas, finanzas y tropas dedique Washington al frente europeo, más tendrá que limitar el alcance de su reposicionamiento en la zona del Indo-Pacífico.

¿Cómo calificar las relaciones chino-rusas?

Xi Jinping y Vladimir Putin firmaron una “declaración conjunta sobre la profundización de la asociación de coordinación estratégica integral de la nueva era”. Me parece que las palabras importantes aquí son «integral» y «era» (nueva), que sancionan una llamada alianza «ilimitada». Esta fórmula (“sin límites”) ya se había utilizado poco antes de la invasión de Ucrania, y luego había caído más o menos en desuso. Aquí está de nuevo, vigente. Me parece que es un signo de la formalización de un bloque chino-ruso con vocación estratégica más consistente de lo que ha sido hasta ahora, pero sigue siendo tan desigual como siempre.

La relación chino-rusa es muy asimétrica y los dos países no están en pie de igualdad, ni mucho menos. Esto es obvio. Durante su estancia en Moscú, Xi se comportó como un emperador benévolo y Putin como un vasallo obsequioso. Solo me gustaría calificar esta evidencia señalando que el PCCh necesita esta asociación. Su pesadilla es encontrarse solo militarmente frente a Estados Unidos. Necesita un aliado que cuente en este campo, y no hay otra opción que Rusia.

Tampoco quiere enfrentarse a nuevos gobiernos hostiles en sus fronteras.  Independientemente de lo que piense de Putin (o de Kim Jun-un en Corea del Norte), Xi no puede correr el riesgo de que su régimen se derrumbe. ¡Por lo tanto, le ha dado a Putin un fuerte apoyo para su reelección en las elecciones presidenciales de 2024! Esto ayuda a impulsar la credibilidad diplomática del anfitrión del Kremlin, que lo necesita con urgencia. Xi invita a Putin a reuniones internacionales en China que le permitirán hablar (bajo patrocinio chino) con muchos jefes de Estado, sin riesgo de ser molestado por la Corte Penal Internacional.

Si hay un tema en el que Xi Jinping es quisquilloso, es el poder nuclear militar. Sin embargo, Vladimir Putin acaba de anunciar que desplegará armas nucleares “tácticas” en Bielorrusia y construirá allí un depósito de armas nucleares… Una nueva provocación a Occidente, pero también a su amigo Xi.

¿Y el campo económico?

Las economías china y rusa son complementarias en muchos sentidos, con China exportando bienes o capital e importando productos del subsuelo siberiano, incluidos, por supuesto, petróleo y gas a bajo coste, que la reducción de las importaciones occidentales ha «liberado». el primer socio comercial de Rusia, que es, por su parte, solo el undécimo socio de Beijing (sin embargo, sus exportaciones aumentan significativamente desde 2022).Un caso ejemplar de comercio desigual. Sin embargo, una vez más, Beijing necesita a Rusia, en el campo de la energía, o de los minerales en particular, Xi Jinping no parece querer poner todas sus cartas en manos rusas, sino que recurre a Arabia Saudí e Irán, al petróleo de Oriente Medio, para no depender demasiado del maná ruso.

Para entender la importancia de la “asociación” con Rusia, desde el punto de vista de Pekín, hay que tener en cuenta su proximidad y su complementariedad geográfica. Proximidad: estos dos países comparten una frontera común, lo que permite un comercio seguro, un seguro en caso de que el comercio internacional se vea interrumpido por una crisis geopolítica (o sanitaria). Complementariedad: China está descentrada en Eurasia. Con Rusia, pesa en todo el continente. Al oeste, pero también al norte. No limita con los mares del Ártico. Rusia, como potencia siberiana, debería permitirle participar en la (feroz) competencia por el Gran Norte que anuncian el cambio climático, el deshielo de las regiones polares y sus rutas marítimas.

Sin embargo, el bloque chino-ruso sigue siendo conflictivo. ¿Putin sueña con restaurar las fronteras del imperio zarista o de la URSS estalinista? Es la influencia china la que se está afirmando en Asia Central, en países que son precisamente parte de este perímetro histórico. Es una región de gran importancia tanto por sus recursos como por su situación geográfica: ocupa un lugar central entre Siberia, Oriente Medio, el sur de Asia y China, paso obligado de ejes de comunicación económica o militar. Durante su estancia en Moscú, Xi Jinping anunció la próxima organización de una cumbre China-Asia Central a la que están invitados Kazajstán, Kirguistán, Uzbekistán y Tayikistán. Rusia queda marginada, es el precio que Moscú debe pagar por el apoyo chino. Apostemos a que no será el único.

China, ¿mediador en el conflicto ucraniano?

China no es una tercera potencia neutral que ofrece sus buenos oficios para negociar una solución política a la crisis de Ucrania. No solo proporciona un apoyo decisivo a Moscú, sino que es parte interesada en el conflicto geoestratégico que se desarrolla en Eurasia en torno a esta guerra y no lo oculta. El plan de 12 puntos presentado por Xi Jinping es consistente con este estado de cosas. Defiende el principio del respeto a las fronteras internacionales y la Carta de la ONU, pero no dice que Moscú lo haya violado. De hecho, no contiene demandas específicas sobre Rusia, razón por la cual Putin pudo afirmar que estaba de acuerdo con el plan. Los medios oficiales chinos reproducen fielmente la narrativa rusa sobre las causas de la guerra: un acto de legítima defensa contra la OTAN. También publicaron una larga nota del Ministerio de Relaciones Exteriores que dice: “Haya o no crisis en Ucrania, los líderes chino y ruso mantendrán intercambios y visitas (…) Estados Unidos quiere intensificar la tensión en el Estrecho de Taiwán”. Es el único que puede resolver el problema [ucraniano] y el que lo creó. La clave para resolver la crisis de Ucrania no está en manos de China, sino en manos de Estados Unidos y Occidente». (citado por Frédéric Lemaire y Nicolas Ruisseau en Le Monde del 22 de marzo de 2023, traducido del francés). Hay formas más convincentes de presentarse como mediador…

El plan de 12 puntos tiene principalmente una función política y diplomática. En este sentido, es probablemente eficaz. Hace veinte años, en 2003, Estados Unidos (y sus aliados) invadieron Irak para derrocar al régimen de Saddam Hussein, violando alegremente el derecho internacional sobre la base de acusaciones falsas y una burda manipulación de la opinión pública mundial. Irak sigue pagando el precio de esta guerra sucia. Al hacerlo, George W. Bush destruyó las credenciales legalistas y democráticas del gobierno estadounidense. Moscú y Beijing ahora se están beneficiando de esta pérdida de crédito.

Sin embargo, surge la cuestión de un alto el fuego…

El coste que ha pagado la población ucraniana en esta guerra es verdaderamente angustioso, y estoy angustiado, pero no se decreta un alto el fuego desde fuera. Surge cuando las partes en conflicto juzgan que lo necesitan. No es el caso de Putin, que está preparando la ofensiva de primavera, no la tregua, siempre y cuando tenga las armas suficientes para lanzarla (ya veremos). Tampoco es el caso de Zelensky, al parecer. El frío invernal no venció a la población ucraniana, a pesar de la terrible campaña de bombardeos rusos. Kiev espera que una mayor y mejor ayuda militar occidental le permita tomar la iniciativa en varios frentes clave en los próximos meses.

Darle mano libre a las grandes potencias para definir los términos de una tregua suele salir mal. Esto es lo que se hizo en 1954 con respecto a Vietnam. Las elecciones prometidas, que el Vietminh habría ganado, no se llevaron a cabo y Estados Unidos tomó el relevo de los franceses, y la escalada militar estadounidense llevó a una guerra total, sin precedentes, creo, en su naturaleza devastadora. La situación en el noreste de Asia también muestra a dónde puede conducir una situación de tregua sin la firma de una paz duradera: la crisis nuclear más aguda del mundo.

Por lo que a nosotros respecta, creo que lo esencial es escuchar lo que nos piden los componentes de la izquierda ucraniana y hacer todo lo posible para actuar en consecuencia en la solidaridad internacional. Por el momento, el mensaje es que se debe infligir una gran derrota al ejército ruso para abrir una perspectiva de paz duradera. No nos corresponde a nosotros construir planes de paz.

¿Cómo caracterizar el conflicto entre Estados Unidos y China?

Una potencia establecida, Estados Unidos, se enfrenta a una nueva potencia en ascenso, China, hasta el punto de que este enfrentamiento interimperialista es ahora un elemento estructurador de la situación geoestratégica mundial. Un caso clásico, pero con un trasfondo nada clásico…

¿Una “nueva guerra fría”?

… Iba a explicar por qué el trasfondo del conflicto Beijing-Washington no es «clásico» y por qué la fórmula «nueva guerra fría» me parece engañosa. En la época de la Guerra Fría, el grado de interdependencia económica entre los bloques Este-Oeste era mínimo. Hoy está muy cerca. El contexto global es radicalmente diferente al de hace medio siglo, y no podemos entender nada de la situación actual sin tener esto en cuenta. Para ello, es mejor evitar el uso de los mismos términos.

Antes de volver sobre esto, me gustaría señalar que en el momento del enfrentamiento entre los “bloques” Este-Oeste, la fórmula de “Guerra Fría” reflejaba una estrecha visión eurocéntrica. La guerra en Asia no fue en absoluto “fría”, lo que llevó a la escalada estadounidense en Indochina. Irónicamente, hoy se invoca la “nueva Guerra Fría”… a pesar de que Europa es escenario, en el fondo, del conflicto militar más violento desde 1945. Una guerra librada con los medios de una gran potencia (Rusia), a diferencia de los conflictos que desgarraron los Balcanes.

Es inevitable que los principales medios de comunicación, los expertos y los politólogos hablen hoy de una nueva Guerra Fría, pero esa no es razón para aceptarlo. Las palabras importan y conllevan suposiciones que pueden contribuir a borrar la realidad. La frase “Guerra Fría” tiene una fuerte carga mental que invita a una interpretación geopolítica muy anticuada. Esto es tanto más problemático cuanto que muchas corrientes de izquierda siguen estando, más o menos francamente, del lado de Rusia y China, o incluso detrás de ellos, en nombre de la lucha contra Estados Unidos. El imaginario de la Guerra Fría les sienta pues a la perfección. Como, simétricamente, le conviene a Joe Biden y a las corrientes que abogan por el alineamiento con Washington en nombre de los “valores democráticos occidentales”.

No basta con explicar, en los textos, la diferencia entre períodos o la complejidad de las situaciones geoestratégicas contemporáneas. También es necesario elegir un vocabulario más adecuado.

¿Saber?

Conflicto interimperialista: de eso se trata, y decirlo hace inmediatamente perceptible la diferencia con el “modelo” geopolítico anterior. El trasfondo es el legado de la globalización neoliberal, es decir, un nivel de integración del mercado mundial sin precedentes en el que China ha ocupado un lugar nodal. Beijing y Washington están ahora enfrascados en una confrontación geoestratégica que se extiende a todos los dominios: militar, sistemas de alianzas, sanciones económicas, desarrollo de tecnologías alternativas, control de suministros de recursos escasos… Se trata, en efecto, de reconstituir “campos”, pero esta dinámica política choca con las realidades económicas. Estos dos países están vinculados entre sí de muchas maneras y, quizás aún más importante, ambos son dependientes en una organización de producción global que hace muy difícil relocalizar de forma masiva y rápidamente empresas clave, especialmente hacia sus países de origen, en el contexto de una economía de guerra global (más o menos caliente, más o menos fría).

La desindustrialización de Occidente está resultando muy complicada de superar. Aunque esta desindustrialización ha beneficiado principalmente a China, no es tan autosuficiente. El ejemplo del sector de los semiconductores es sintomático. Los semiconductores se pueden encontrar en casi todas partes. Quien produce circuitos integrados de la más alta calidad tiene una ventaja decisiva, especialmente en asuntos militares. Las licencias de semiconductores son generalmente americanas, pero su fabricación tiene lugar en Asia: Taiwán, Corea del Sur… (un poco en Holanda)… países geográficamente vulnerables a su vecino chino. Beijing dedica fondos considerables a la investigación en este campo, pero ponerse al día no es una conclusión inevitable. Joe Biden aprobó un presupuesto gigantesco para establecer un centro de producción en los Estados Unidos con la ayuda de una empresa taiwanesa, TSMC.

Hay muchos obstáculos para la reubicación. Como vemos con Apple, India no es un sustituto de China. En cuanto a producir en los propios Estados Unidos… La administración Biden se enfrenta ahora a las firmas, que tienen una doble opción: recibir ayudas masivas para asegurar sus reubicaciones a los Estados Unidos, pero con la condición de que abandonen el mercado chino. No pueden tener pastel y comérselo también… ¡Este tira y afloja al azar ilustra que ya no vivimos en la era de la «guerra fría»!

¿Y de qué valen las deslocalizaciones si las cadenas productivas, las llamadas cadenas de valor, siguen globalizadas como ahora? Su interrupción, ya sea por una crisis sanitaria o geopolítica, tiene efectos inmediatos. Un producto terminado como un automóvil contiene una gran cantidad de componentes de varios países. Si falta uno y no se puede reemplazar, la producción se detiene. La crisis del Covid-19 lo demostró. Lo mismo es cierto para la industria militar.

La opción de la globalización ha permitido al capital expandirse casi sin trabas a nivel internacional, optimizar sus ganancias, asegurar su dominio, organizar en consecuencia las cadenas productivas. Y ahora los principales estados imperialistas quieren reactivar las fronteras, o incluso ampliarlas. Esta es una situación sin precedentes y muy contradictoria.

Habría una alternativa a la crisis de la desglobalización capitalista: una política de regionalización en beneficio de las poblaciones y la lucha contra la crisis climática (con, en particular, la consiguiente reducción del transporte). Esta alternativa debe popularizarse, pero falta construir las fuerzas sociales capaces de imponerla…

La crisis de la desglobalización capitalista llegó para quedarse. Sus consecuencias para China son importantes. Esta es una de las principales razones por las que el régimen chino no puede aspirar a recuperar las condiciones que antes aseguraron su centralidad en el mercado mundial y su ascenso geopolítico.

¿Cuáles son las otras condiciones?

Mencionaré dos aquí.

No fue Xi Jinping quien creó las condiciones internas previas para el despegue de China. Primero, el país tenía que ser independiente, con una población y mano de obra educadas, y su propia base industrial de partida. Este es el legado de la revolución de 1949 (se tiende a olvidarlo, dadas las convulsiones en las que se hundió el régimen maoísta). Fue bajo Deng Xiaoping cuando el ala compradora de la burocracia china logró pilotar una (contra) revolución burguesa, la formación de una nueva burguesía compleja que combinaba (notablemente a través de redes familiares) capital burocrático y capital privado. Finalmente, fue bajo Jiang Zemin y Hu Jintao que se consolidó la integración en el mercado mundial. Xi Jinping mostró una gran ingratitud cuando humilló públicamente a Hu Jintao en el último congreso del PCCh.

A nivel internacional, Xi Jinping se ha beneficiado de una ventana de oportunidad inesperada: la prolongada impotencia de Estados Unidos en Asia-Pacífico. Atascado en Medio Oriente, Obama no pudo revertir el eje del poder estadounidense al Asia-Pacífico. Errático, Trump ha preocupado a los aliados tradicionales de EEUU y ha dejado el campo abierto a Beijing, incluso en el frente económico, al tiempo que inicia la política de sanciones. No fue hasta Joe Biden que, tras la debacle afgana, logró recuperar la iniciativa en esta parte del mundo. Mientras tanto, Beijing había militarizado el Mar de China Meridional, en su propio beneficio y a expensas de los demás países ribereños.

Sin embargo, la expansión internacional de China continúa…

Sí, especialmente en América Latina, Medio Oriente, África del Norte y África subsahariana. ¡Patrocinar un acercamiento entre Arabia Saudí e Irán es un éxito innegable que no debe haber complacido a Washington! Por otro lado, Beijing ha sufrido reveses en el Pacífico Sur y el Este de Asia, es decir, en su perímetro de influencia y su zona de seguridad inmediata. Esto es bastante paradójico. Estos reveses señalan el regreso de Estados Unidos a la región, pero también se deben a las políticas del propio Xi Jinping. Pisoteó los derechos de los países que bordean el Mar de China Meridional, pensando que serían demasiado dependientes económicamente de la inversión, la financiación y el mercado chinos para rebelarse. Ha tirado demasiado fuerte de la cuerda.

De manera más general, la nueva geopolítica del conflicto está dejando su huella. El primer ministro japonés, Fumio Kishida, estuvo en Kiev al mismo tiempo que Xi Jinping viajaba a Moscú. No fue un simple acto de obediencia a Washington, tiene su propia agenda: afirmar el peso de Japón en el concierto de las grandes potencias, completar la reconstitución de un ejército de intervención, poner fin a la cultura pacifista que aún prevalece entre la población japonesa y militarizar el régimen, para defender los intereses de su propio imperialismo en el noreste asiático (península coreana, reivindicaciones territoriales…). Resguardando las principales bases americanas en el extranjero, en Okinawa en su mayor parte, al ir a Ucrania, también envía un mensaje a China sobre Taiwán.

Aquí encontramos la misma tensión entre dinámicas geoestratégicas e interdependencias económicas, que en este caso son muy fuertes: China fue (en 2019) el segundo socio comercial de Japón, a la par de Estados Unidos. Para China, Japón siguió siendo el primer inversor extranjero, fuera del mundo chino, y el tercer receptor de las exportaciones chinas, por detrás de Estados Unidos y la Unión Europea.

Después de que el clan Marcos volviera al poder, Manila duplicó el número de puertos que la Marina de los EEUU puede usar. Probablemente se le pedirá a Filipinas que acumule municiones que se utilizan ampliamente en los conflictos contemporáneos.

China parecía dominar el juego militar en su periferia inmediata, al margen de la conquista de Taiwán, pero la configuración de fuerzas se está reequilibrando, al menos parcialmente, poco a poco.

Existe el riesgo de encontrarnos en una situación peligrosa y prolongada de “ni guerra ni paz” en el Mar de China Meridional, con picos de tensión militar, económica (bloqueo) y diplomática.

El equipo militar chino todavía es en parte de origen ruso. Beijing está observando de cerca el desempeño del ejército de ocupación en Ucrania, en comparación con la efectividad del apoyo estadounidense a las fuerzas ucranianas. Xi Jinping tiene algunas preocupaciones. La calidad del armamento ruso parece estar muy por debajo de su reputación. Por otro lado, la calidad de la información proporcionada por el Pentágono al Estado Mayor ucraniano explica la precisión con la que pudo orientar sus operaciones. Es cierto que el complejo militar-industrial chino se moviliza a toda velocidad y está modernizando su arsenal y desarrollando sus propias tecnologías, pero aún no las hemos visto en acción. Beijing todavía parece depender de Rusia en ciertas áreas y decidió cooperar con Moscú en este campo durante la visita de Xi Jinping.

¿Beijing defiende un mundo multipolar?

Esto es lo que dice, con una sola voz, pero tiene muchas voces. Xi Jinping no ha ocultado sus ambiciones hegemónicas, oponiendo dos modelos de civilización a escala planetaria, teniendo China que recuperar su centralidad y su historia encontrando su curso natural tras un paréntesis occidental. “El siglo XXI será chino”, proclamó.

Hasta cierto punto, el mundo ahora es multipolar. La hegemonía estadounidense tras la Segunda Guerra Mundial ya no existe. De India a Qatar, de Turquía a Brasil, cada estado tiene la libertad de defender los intereses de (parte de) sus clases dominantes (a menos que esté sumido en una crisis de régimen que lo paralice). Por lo tanto, Estados Unidos y China tienen dificultades para formar un solo bloque de alianza que una a sus aliados.

La marcha de la OTAN hacia el Este se vio interrumpida por la debacle afgana. De hecho, en junio de 2022, por primera vez, Australia, Nueva Zelanda, Corea del Sur y Japón fueron invitados a asistir a la cumbre de la OTAN en Madrid, donde se identificó explícitamente a China como una amenaza para la seguridad colectiva común. De hecho, los mandatos de la OTAN le permiten intervenir dondequiera que considere que está en juego la “seguridad” de sus miembros.

Sin embargo, por el momento, Joe Biden debe activar varios acuerdos político-militares ad hoc en la región de Asia-Pacífico, susceptibles de adaptarse a los requisitos de cada uno: el Quad (Cuadrilateral Security Dialogue) con Australia, India y Japón… o Aukus, acrónimo de Australia, Reino Unido y Estados Unidos.

China activa redes como los BRICS, las siglas de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Sin embargo, no preveo que los BRICS se conviertan en una alianza militar, incluso si Brasil actualmente está mirando a Beijing. Lo mismo ocurre con las redes de cooperación económica en la región de Asia-Pacífico, que incluyen estados (como los europeos) que están comprometidos con Estados Unidos.

Mi “lectura” aquí difiere de los análisis progresistas que juzgan que el realineamiento de fuerzas (estados o grandes empresas económicas) alrededor de Washington o Beijing está ocurriendo a un ritmo acelerado. Prefiero percibir un lento desgarramiento que tal vez nunca termine. Dicho esto para proporcionar alimento para el pensamiento y la discusión entre nosotros…

Sin embargo, no hay nada lento en el impacto planetario de las tensiones chino-estadounidenses. Ya es considerable: la militarización del mundo, la aceleración de la crisis climática… Es esta dinámica de militarización la que hay que abordar , y no se hará poniéndose del lado de uno u otro de los protagonistas -con los Estados Unidos Unidos porque el poder chino es autocrático, o con China porque no tiene la responsabilidad histórica del orden imperial defendido por los países de la OTAN…

Al ponernos del lado de una de las potencias, nos encontramos atrapados en esta dinámica de militarización del mundo y corremos el riesgo de ser llevados a abandonar a su suerte a poblaciones víctimas de uno u otro orden imperial: los palestinos, víctimas del apoyo de los Estados Unidos a Israel, los sirios, víctimas del apoyo de Rusia al régimen de Assad, los birmanos, víctimas del apoyo chino a la junta militar…

Nuestro “ángulo de visión” es la defensa de los derechos de los pueblos (incluido el derecho a la libre determinación), así como la defensa de los derechos humanos y sociales fundamentales en todas partes. La defensa de los derechos no es un “valor occidental”. Hemos experimentado los peores regímenes en Occidente, como el nazismo, y estos derechos ganados con tanto esfuerzo ahora están siendo atacados desde Francia hasta Italia y los Estados Unidos.

¿No deberíamos luchar por los derechos de los trabajadores, las libertades asociativas y sindicales, los derechos de las mujeres en todo el mundo? ¿Por los derechos de los inmigrantes, la libertad de movimiento y expresión, el derecho a votar en elecciones que sirvan para algo? ¿El derecho a elegir la propia sexualidad, la propia identidad, al control del propio cuerpo, al aborto?

El análisis geopolítico del presente no debe servir para relativizar la lucha por los derechos ni para oscurecer el origen de conflictos, como la invasión de Ucrania por Rusia, el aplastamiento militar de un vasto movimiento de desobediencia cívica en Birmania, la invasión de Irak por una coalición bajo la hegemonía estadounidense… Tampoco debemos olvidar que los taiwaneses sí viven en Taiwán y que tienen derecho a decidir libremente su futuro, sin estar sujetos a amenazas militares recurrentes, a represalias económicas, a la manipulación de la opinión pública.

¿No es esto el internacionalismo?

¿Es inevitable la guerra interimperialista?

¡Quién soy yo para contestar semejante pregunta! Daré mi… opinión de todos modos.

Parece que para muchos analistas la única cuestión pendiente sería su fecha: ¿muy pronto, más tarde? Espero que estos politólogos, más entendidos que yo, se equivoquen. La guerra en Ucrania tiene repercusiones globales, pero no se convertirá en una guerra mundial (a menos que se vuelva nuclear). Por otro lado, un conflicto en el Mar de China Meridional probablemente no sería una simple guerra de poder. Podemos aprender mucho de Ucrania en términos de historia militar contemporánea, pero no nos dice cómo sería un gran conflicto entre los dos principales imperialismos. Excepto por el desastre sin paliativos.

La comunidad empresarial no cree en la proximidad de la guerra: continúa invirtiendo a largo plazo, empresas chinas en Occidente (más recientemente en el sector minero en Australia) y empresas occidentales en China. Es reacio a aislarse de una parte del mercado mundial (incluida China).

La guerra es posible, puede suceder “a pesar de todo”, pero no es inevitable. Su posibilidad, sin embargo, crea una situación de gran inseguridad que pesa sobre las conciencias. Nuestra respuesta política es obviamente el desarrollo del movimiento contra la guerra. Este es también nuestro problema, ya que sigue siendo débil a nivel internacional y está dividido entre “campistas” e “internacionalistas”.

Volvamos a la situación en la propia China.

Xi Jinping ha iniciado, tras el congreso del PCCh del año pasado y ahora con la reunión de la Asamblea Popular Nacional, su tercer mandato al frente del partido, el ejército y el Estado. Se ha llegado a un punto de no retorno. Antes de la reforma constitucional que impuso Xi en 2018, los mandatos de los líderes supremos se limitaban a dos periodos consecutivos de cinco años. Una regla de oro que habían respetado los dos sucesores de Deng Xiaoping: Jiang Zemin (1992-2002) y Hu Jintao (2002-2012).

La reforma constitucional de 2018 levantó todas las restricciones sobre la duración de los mandatos, para que Xi Jinping pueda gobernar todo el tiempo que quiera y pueda. La carga simbólica de la reunión de la APN es que China tiene no solo el gobierno de un solo partido, sino el gobierno de un solo líder (con un pensamiento sin precedentes). Este es un verdadero cambio de régimen. Xi ha atacado las medidas iniciadas por Deng Xiaoping para limitar la monopolización del poder sine die por una sola facción, una sola camarilla, un solo hombre. Es cierto que antes de Xi, Jiang Zemin y Hu Jintao ya habían ocupado los tres puestos clave de jefe del partido, el ejército y el estado simultáneamente. Sin embargo, debían respetar cierta colegialidad en cada nivel de liderazgo y prepararse para la llegada al poder de un nuevo equipo.

La sucesión fue, por lo tanto, objeto de una larga lucha dentro del aparato, que permitió que diferentes facciones ganaran e impusieran compromisos (de los que Xi se benefició). Esto era necesario cuando los mandatos no podían exceder de diez años consecutivos. Pero ya no es el caso. Se acabó la colegialidad, e incluso a los 70 años, un líder vitalicio rara vez prepara su sucesión.

Sin embargo, si Xi controla el corazón del poder político dentro del PCCh, desde el Comité Central hasta el Santa Santorum, el Comité Permanente del Buró Político, ¿cuál es la realidad en un partido con 96 millones de miembros? ¿En un país-continente de mil cuatrocientos millones de habitantes?

¿Es China un país capitalista “normal”?

Si, pero no. Tomemos el ejemplo del Covid-19. El régimen primero se encerró en la negación, perdiendo cualquier posibilidad de cortar la epidemia de raíz (y evitar la pandemia). Reaccionando demasiado tarde, tuvo que recurrir a políticas de contención “duras”, que en un principio gozaron del apoyo popular. Se empezó el levantamiento del confinamiento por razones económicas y no estaba preparado, aunque en estas condiciones iba a provocar una virulenta reanudación de los contagios (y protestas sociales). Hemos vivido un ciclo sanitario similar en Francia. Hasta aquí la normalidad capitalista de China.

La especificidad de China es que sus políticas de salud han tomado formas extremas, hasta el punto de los peores “excesos” (denunciantes que mueren en detención, familias encerradas en sus apartamentos sin recibir comida ni agua…). Esta locura institucionalizada refleja el orden burocrático de arriba hacia abajo del gobierno chino, que ha reforzado el poder personal indiviso de Xi Jinping. Si retomamos la comparación con Francia, es difícil no evocar una analogía (el poder personal de Emmanuel Macron, que ha jugado un papel importante), pero también la particularidad de un imperialismo francés súper dependiente (¡incapaz de producir máscaras! ) y unas autoridades políticas cegadas por un burdo eurocentrismo teñido de racismo: teníamos la ventaja de estar advertidos ​​de la llegada de la pandemia y podíamos haber aprendido de Taiwán, Corea del Sur…

La crisis que se avecina

El crecimiento de China está a media asta, con un crecimiento del PIB del 3% en 2022 según cifras oficiales (menos según muchos observadores) y del 5% este año. Esto significa que la crisis social se agudizará. El pacto social se ha erosionado: los padres aceptaban un régimen autoritario si pensaban que sus hijos vivirían mejor, pero ya no es así. Las deudas públicas y privadas se acumulan. El desempleo estructural va en aumento, especialmente entre los adultos jóvenes (ha llegado al 20%).

La transición demográfica es más rápida de lo esperado: la población comienza a disminuir. Los incentivos del PCCh para trabajar más, casarse joven y tener hijos temprano no están alentando a los jóvenes, que tienden a trabajar menos (al menos a los de las clases medias que pueden permitírselo). El número de mujeres que optan por no tener hijos está aumentando tanto por motivos económicos (criar a un hijo es caro) como por cambios generacionales. La clase obrera no ha olvidado cómo se sacrificó su salud en un intento por mantener la producción durante la epidemia de Covid-19. Los ancianos protestan contra los recortes anunciados de las pensiones. Las poblaciones de la “periferia” (uigures, tibetanos…) están sometidas a formas de colonización cada vez más agresivas.

En toda su diversidad regional, urbana y rural, la sociedad china está cambiando. ¿Puede el régimen adaptar su modo de gobierno en consecuencia? Nada es menos cierto, dado que se ha plegado en torno a la camarilla de Xi Jinping, que en el 20º Congreso del PCCh aseguró su control exclusivo sobre los órganos de gobierno centrales. Podría convertirse en uno de los principales factores de la crisis emergente.

Soplar las brasas del nacionalismo de gran potencia crea un vínculo entre el deseo de recuperar el control interno (se denuncia a los alborotadores en nombre de la indispensable unidad nacional) y el anunciado endurecimiento de la política exterior.

Pierre Rousset. Veterano militante de la IV Internacional, cuyo trabajo de solidaridad con Asia ha sido fundamental, actualmente publica la página web Europe Solidaire Sans Frontieres.

Fuente: https://www.europe-solidaire.org/spip.php?article66171 Traducción: Enrique García