Desde hace unos años, en los círculos académicos, se trata de determinar qué nueva forma tomará el concierto de naciones y, lo que es más importante, quién será el nuevo director de orquesta que llevará la batuta. Todas las quinielas apuntan a China como el próximo sucesor de Estados Unidos y nuevo gendarme del mundo. Sin embargo, antes de que la balanza de poderes se decante por el próximo hegemón, se avecinan tiempos turbulentos, sobre todo para regiones específicas, marcados por tensiones políticas comunes a cualquier realidad multipolar. Los asuntos internacionales se irán complejizando según las grandes potencias vayan definiendo sus áreas de influencia.
Para este análisis, emplearé como marco de referencia las obras del analista John Mearsheimer y la escuela del realismo ofensivo. El profesor estadounidense considera que los Estados son como lobos hambrientos que buscan acumular poder y desconfían en todo momento de las intenciones de los otros Estados. Bajo este principio, las cuatro grandes potencias, Estados Unidos, China, Rusia e India, tratarán de configurar el nuevo mapa político y definir el clima internacional. Cada actor busca construir su área de influencia en los territorios cercanos a sus circunscripciones nacionales, apelando a antiguas doctrinas (como es el caso de Estados Unidos) o haciendo reclamaciones históricas sobre los territorios (caso de China). Una vez queden delimitadas estas áreas, el radio de acción de estas potencias quedará constreñido a lo que se denomina cinturones de fractura (shatterbelts).
Este concepto fue acuñado por el especialista en geografía humana estadounidense Saul B. Cohen y hace referencia a esos puntos geográficos donde las grandes potencias tratan de maximizar su influencia a través de sus herramientas diplomáticas, militares y, ahora también, económicas. Durante la Guerra Fría fueron habituales las intervenciones encubiertas, el apoyo a grupos golpistas contrarios a un régimen, la guerra por delegación, entre otras alternativas. Sin embargo, en el siglo XXI la coerción se ejerce por otras vías, no solo manu militari. Las grandes potencias buscan controlar lo máximo posible los flujos financieros y energéticos y las cadenas de suministro. Esto se traduce en mayor inestabilidad, aunque no siempre de un modo abiertamente violento.
Durante la época de la bipolaridad, los cinturones de fractura se medían por kilómetros cuadrados, una lectura cercana a nuestro tiempo y ampliada en el número de actores pugnantes no puede obviar variables independientes tan indispensables como los avances tecnológicos, los patrones económicos del neoliberalismo globalita y la distancia de las potencias, en algunos casos, respecto al cinturón de fractura.
Este artículo pretende aplicar de manera actualizada el concepto de Saul B. Cohen para determinar el posible futuro de tres regiones: Oriente Próximo, Sudeste Asiático y Europa, dentro de una concepción realista de la realidad internacional. Si bien las siguientes líneas no responden al consenso académico, sino que son hipótesis que lanza el autor a una audiencia demasiado esperanzada en que un nuevo balance de poderes impartirá más justicia internacional. El realismo (el autor de este artículo lo suscribe) concibe las relaciones entre estados desde el más profundo pesimismo. La naturaleza humana no ha cambiado desde que abandonó las cavernas, quizá en algunos de sus comportamientos se hayan sofisticados, pero el principio de que “el hombre es un lobo para el hombre” sigue siendo real y aplicable a todos los sucesos internacionales. (Tampoco se analizarán en este artículo todos los cinturones de fractura).
Por otro lado, en los círculos académicos todavía se debate si India cumple todos los requisitos para ascenderla de potencia regional a superpotencia. Bajo mi punto de vista, el país ha experimentado un avance notable en el plano económico en estos últimos treinta años y desde la llegada de Modi al poder, aunque su popularidad este decreciendo por la gestión interna, su política exterior se ha dinamizado, adoptando una actitud más asertiva en determinadas circunstancias regionales. Asimismo, el hecho de ser el país más poblado del mundo y una de las civilizaciones más antiguas lo convierten por derecho propio en un actor relevante a corto y medio plazo.
Los expertos, por otra parte, aún no han llegado a un consenso sobre qué efectos tendrá para el estatus de Rusia su empresa bélica contra Ucrania. Para algunos, Moscú se repondrá y se mantendrá como una superpotencia. Comparto esta visión, debido a su poderío militar y su astucia a la hora de sortear las sanciones de Occidente.
Próximo Oriente
Sin duda, el área geográfica más conflictiva de este siglo seguirá siendo el Próximo Oriente por su valor geoestratégico —es la bisagra geográfica entre el continente europeo y Asia— y por albergar la mayor cantidad de reservas de hidrocarburos en su subsuelo —48% del petróleo y el 40% del gas del planeta. Desde 2003, con la invasión de Irak, la región ha sido sometida a un proceso de desmantelamiento sistemático. Tanto la mal llamada Primavera Árabe como la masacre de Gaza que más recientemente finalizó responde a procesos de balcanización política que tienen como finalidad organizar un nuevo reparto de territorios como ya se hiciera con el acuerdo de Sykes-Picot.
En un mundo multipolar, la presencia de Estados Unidos a través de sus socios estratégicos, Israel y los países del Golfo Pérsico, se verá incrementada por la necesidad de mantener el control sobre los flujos económicos globales: una posición de fuerza en el mar Rojo y el estrecho de Ormuz se traduce en una mayor capacidad de modular una parte significativa del comercio global y la seguridad energética de muchos países, entre los que se encuentran China y los miembros de la Unión Europea.
Por supuesto, Pekín busca contrarrestar la influencia de Washington en la región, pero lo hace apostando por una estrategia de diplomacia blanda que combina procesos de pacificación —acuerdo de paz entre Irán y Arabia Saudí de 2023— y grandes inversiones para mejorar las infraestructuras de los países menos desarrollados. Huelga decir que el altruismo tiene poco espacio en relaciones internacionales y las acciones de China no revelan nada excepcional. Al igual que Estados Unidos, tiene una agenda propia que consiste en reorganizar el tablero geoeconómico con la finalidad de convertir a Asia en el principal nodo comercial e inversor que irradie al resto de economías.
Moscú también estará más presente en el Próximo Oriente y sus motivos son casi en exclusiva geopolíticos. Durante su larga historia, Rusia ha buscado salida a aguas calientes porque sus puertos antes más que en la actualidad estaban congelados durante una buena parte del año. La presencia rusa en el puerto sirio de Tartús, hasta que los yihadistas tomaran el poder en el país, respondía a la necesidad de mantener una presencia disuasoria, pues en la región hay dos países miembros de la OTAN (Grecia y Turquía), con los que mantiene una relación poco cordial. Asimismo, estableciendo una presencia fuerte en el Próximo Oriente y el Mediterráneo Oriental logrará proyectar su poder hacia el sur y el continente africano.
India también tiene intereses en la región, más cuando se está planificando la construcción del India–Middle East–Europe Corridor (IMEC), una serie de rutas financiada que cuentan con el apoyo de Estados Unidos, la Unión Europea, Israel, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí y que tiene dos finalidades: conectar el subcontinente asiático directamente con el mercado europeo y contrarrestar el proyecto de expansión comercial impulsado por China, la Nueva Ruta de la Seda.
Sin embargo, en este escenario, existe además un quinto actor que, aunque no llegará a convertirse en una superpotencia, ha demostrado en muchas ocasiones a lo largo de la historia reciente su habilidad para modificar y poner a su favor la situación política regional (aunque no el relato internacional). Desde hace un tiempo, es evidente que Israel es más autónomo y ha configurado su propia agenda que, a veces, no encaja con el relato que Washington pretende crear sobre el Próximo Oriente (como evidencia, por ejemplo, el ataque a Qatar).
La construcción de la Gran Israel no es algo únicamente simbólico ni el deseo de unos pocos dirigentes. Es una realidad cada vez más perceptible en la sociedad y si se analizan las acciones israelíes se podría decir que están encaminados a su consecución. Por este motivo, el paripé del alto al fuego no conducirá a una paz duradera en la región; Tel Aviv busca su propia área de seguridad regional y para ello no solo se conformará con engullir Gaza, sino que los siguientes en caer serán Cisjordania, Siria y Líbano, territorios que ya han experimentado el poderío militar del sionismo.
En suma, las previsiones del Próximo Oriente para las siguientes décadas son completamente desalentadoras. La inestabilidad persistirá y el anticiclón intervencionista no cesará porque ninguno de los actores pugnantes obtendrá un control total sobre la región.
Sudeste Asiático
Durante la Guerra Fría, los países que hoy conforman la ASEAN trataron de mantenerse neutrales ante el conflicto bipolar, pero acabaron integrados de forma desigual en la órbita estadounidense, mientras Vietnam se convertía en un campo de batalla para tratar de contener el comunismo. En el actual orden internacional, la región continúa siendo vulnerable, pero su inestabilidad tendrá principalmente su origen en el choque de dos potencias regionales: India y China. Esto no significa que debamos sacar de la ecuación a Estados Unidos y a Japón con premura. Sin embargo, la Administración Trump se está replegando y abandonando ciertas regiones del globo. En un futuro no muy lejano, es muy posible que la presencia estadounidense en el corazón del Indopacífico se reduzca, aunque no es del todo seguro, más cuando se está convirtiendo en una de las regiones económicas más importantes para la economía mundial. Cabe ambas posibilidades.
Por su parte, Pekín está desplegando en la región toda una red de puertos comerciales y militares para defender sus líneas marítimas de abastecimiento, acción que los indios perciben como una amenaza a su seguridad. “El collar de perlas”, así llama Nueva Delhi a la estrategia de China, genera un dilema de seguridad, ya que India responde a la iniciativa de su vecino construyendo su propia red de puertos en las islas Andamán y Nicobar y en Sabang (Indonesia), además de firmar acuerdos de defensa con terceros países como Vietnam con la finalidad de oponerse a la influencia del gigante asiático en la zona.
En la periferia del continente asiático, China ha impulsado, dentro del marco del BRI, un corredor económico que conecta Yunnan con el golfo de Bengala, mientras India está construyendo sus propias infraestructuras, que trata de revitalizar los territorios del noroeste a través del comercio directo con Indochina. Ambos corredores confluyen en Myanmar, un país en guerra civil y aún recuperándose del terrible terremoto que sufrió recientemente.
Estas grandes potencias regionales pueden explotar los conflictos internos y externos de los países que heredaron de la época colonial y que aún no han concluido. En Myanmar, tanto Pekín como Nueva Delhi han buscado un acercamiento, con mayor o menor éxito, al gobierno militar, al tiempo que han pactado con las distintas guerrillas que combaten el Estado étnico-religioso que pretende instaurar la Junta. Myanmar se ha convertido así en un cinturón de fractura clásico. Del mismo modo, se podría dar el caso de que intentaran aprovechar los conflictos internos de otros países para proyectar su influencia y ampliar su área de seguridad.
Sin embargo, a diferencia de lo que sucede en el Próximo Oriente, los países del Sudeste Asiático se encuentran bajo el paraguas de la ASEAN, una institución transnacional que de hecho tiene como uno de sus motivos de fundación evitar la injerencia de las potencias durante la Guerra Fría. Treinta años después del fin de las hostilidades entre el comunismo y el capitalismo, se puede afirmar que ha logrado parcialmente este cometido, pero la pregunta que sigue es si será capaz de mantener a raya las posibles intromisiones vecinales.
La ASEAN presenta debilidades estructurales que dificultan la respuesta a los movimientos externos. La falta de cohesión política entre los miembros, la presencia económica de China y la impronta cultural india limitan la actuación de la diplomacia, a veces sobrecargada por las tensiones internacionales. El mercado de la ASEAN es demasiado valioso para crear un nuevo escenario como el que se desarrolló en Vietnam durante la Guerra Fría, porque supondría dañar gravemente un área ya vital por su función de mercado bisagra. Por tanto, si los miembros de la ASEAN no son capaces de crear una gobernanza más sólida y autónoma, posiblemente el paraguas de papel puede quedar hecho añicos ante el aluvión económico, que limitará su independencia y les convertirá en siervos de Ali Baba o IndaMART. Cabe señalar que para China esta región del globo es clave si quiere evitar el desabastecimiento y, por la parte de India si desea proyectarse como un actor relevante para el futuro.
Europa
La parte más polémica de este artículo se expone ahora. Observando el rumbo que ha tomado Europa, arrastrada por dirigentes obsesionados en mantener una política de confrontación con Rusia —una estrategia tan irracional como autodestructivo— y su ineficacia a la hora de defender los intereses comerciales de los propios países, el continente corre el riesgo de convertirse en un cinturón de fractura, pero donde el espacio será limitado para las tensiones militares, no así para las geoeconómicas, que tendrán efectos desestabilizadores.A los mercados internacionales, salvo al gran conglomerado armamentístico, no le interesa que una población rica en capital (aunque con una clase media cada vez más empobrecida) quede devastada por la guerra.
(En las últimas décadas, el brazo armado del imperialismo americano en Europa, la OTAN, se ha extendido hacia el este y ha llegado a las puertas de Rusia. Las sucesivas revoluciones de colores en zonas sensibles para la seguridad de Moscú han provocado la mayor respuesta que un país puede dar a otro: la invasión. Sin embargo, en las cumbres que se están celebrando entre los dos líderes Vladimir Putin y Donald Trump se puede esperar que terminen por definir las áreas de influencia de las potencias imperialistas y, seguramente, la Europa del Este, que aún no ha caído bajo el control de la OTAN, y el Cáucaso conformarán el área de influencia y seguridad de Rusia)
El mercado europeo ofrece algo que otros no y es la solvencia. Europa sigue siendo el mayor importador de productos del mundo y también el mayor inversor externo. Aunque ha deslocalizado su industria, obedeciendo las directrices del Consenso de Washington, sus redes educativas y centros de investigación, de momento, mantienen cierta robustez y prestigio. Todavía se dispone del capital para innovar, aunque en las últimas décadas ha descendido en favor de la actividad bancaria especulativa y el afán de la bolsa de acumular dígitos estériles.
Para mantener el ritmo de vida (y consumo) actual, los europeos requieren de grandes cantidades de combustibles fósiles. Antes de la guerra en Ucrania, se importaba de Rusia a un precio competitivo para la poca industria que aún permanece en suelo europeo y para satisfacer el gasto diario del consumidor; pero ahora, y tras el tiro en el pie económico que han supuesto las sanciones, nuestra seguridad energética depende en mayor medida del mismo actor al que hace tiempo se vendió la seguridad militar: Estados Unidos. El gas licuado importado desde el otro lado del continente es el doble de caro de adquirir para el mercado europeo. Pero no solo paga más por los hidrocarburos. A China se le acusa de emplear la diplomacia de la deuda para subyugar a países en vías de desarrollo, pero Estados Unidos hace lo mismo con los países ya desarrollados y, supuestamente aliados, al vender sus armas y obliga a los países europeos a tener que comprarlas con los créditos concedidos por entidades bancarias norteamericanas. (Ahora lo hace con todo el descaro. Ha pedido a los miembros de la Unión Europea que compren las armas a las empresas estadounidenses y luego se las done a Ucrania).
Hasta 2022, aproximadamente, un 45% del gas y 50% del petróleo procedían de Rusia. Para Moscú esto se traducía en una ganancia económica que oscilaba entre 100.000 y 120.000 millones de euros anuales, más o menos un 6% de su PIB. ¿De verdad se puede pensar que Rusia quiere atacar Europa? ¿No le interesa más hacer negocios al igual que lo hacen los americanos y pretenden hacerlo los chinos y los indios?
Las dos potencias asiáticas, India y China, están construyendo corredores para conectar sus países con el mercado europeo y no se cuestiona que se vaya a emplear para la importación a Europa de productos procedentes de esos dos mercados. Por tanto, la falta de planes económicos sólidos, la ausencia de una autonomía estratégica y la actividad contraproducente de unos gobernantes que parecen marionetas de poderes externos más que benefactores de sus países o regiones, condena a los europeos a ser de los primeros en experimentar las consecuencias de convertirse en un ‘cinturón de fractura posmoderno’. Seguramente, las cuatro grandes potencias no intervendrán en el continente por medios violentos pero la coerción y la lucha por extender su hegemonía se producirá a nivel económico, es decir, de un modo casi imperceptible para las sociedades a no ser que suceda lo mismo que en 2022 y 2023, cuando el precio de los combustibles fósiles subió a dígitos nunca antes vistos.
Europa corre el riesgo de transformarse en un ‘cinturón de fractura posmoderno’: un espacio rico, pero dependiente; parcialmente seguro, pero sometido; sofisticado en apariencia, pero cada vez más incapaz de decidir su propio destino. La hegemonía del siglo XXI en Europa no se librará con tanques, sino con tasas de interés, sanciones y mercados cautivos.
Conclusiones
A principios del siglo XXI, los occidentales pensaron que el mundo había cambiado de verdad, que los enfrentamientos violentos se habían terminado y que la globalización y los intercambios internacionales habían logrado hermanar a los distintos pueblos. Un espejismo. Para empezar, los países del sur global nunca salieron del todo de las dinámicas de brutalidad tanto endógenas como exógenas. La mal llamada Pax Americana generó la ilusión de un mundo seguro, pero ahora que su poder empieza a retraerse y se ve desafiado por potencias, también con tendencias imperialistas, rejuvenecidas y decididas a recuperar el lugar que siempre tuvieron en el concierto internacional, está mostrando su intención de abandonar la retórica de la cooperación y ha dado señales de querer mantener el statu quo internacional de la manera que siempre lo ha hecho: a golpe de cañoneras. Recordemos que ya tiene hasta un Departamento de Guerra.
Por tanto, el futuro dista mucho de poder ser definido como armónico. Lo que viene es una cartografía fracturada en una realidad multipolar. Los cinturones de fractura descritos por Saul Cohen no han desaparecido, solo han experimentado una transformación que implica una sofisticación de algunas herramientas empleadas por las potencias para injerir en los asuntos de otros estados y acumular poder bien para garantizar su supervivencia o por el mero afán acumulativo. El realismo no describe un mundo ideal, sino el mundo que habitamos y que, efectivamente, vamos a habitar. Ninguna multipolaridad traerá justicia, solo un nuevo equilibrio inestable.
Bibliografía:
– Mearsheimer, J.J. (2003): The Tragedy of Great Power Politics, Norton paperback, New York
– Cohen S. B. (2022). El cambio geopolítico global en la era de la Posguerra Fría. Geopolítica(s). Revista de estudios sobre espacio y poder, 13(1), 201-243.
– Mohan Raja, C. (2012): Samudra Manthan: Sino-India Rivalry in the Ind-Pacific, Carnegie Endowment For International Peace, Washington D.C.
– https://myanmar.iiss.org/analysis/chinas-growing-involvement
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