La intervención de Rusia en defensa de Osetia del Sur es una siniestra admonición para recordar a los «occidentales» -es decir al grupo internacional anglosajón y a la Unión Europea (UE)- que no confundan el Cáucaso con los Balcanes. Georgia no será otro Kosovo. El Cáucaso sigue siendo una barrera insuperable, y si los «occidentales» […]
La intervención de Rusia en defensa de Osetia del Sur es una siniestra admonición para recordar a los «occidentales» -es decir al grupo internacional anglosajón y a la Unión Europea (UE)- que no confundan el Cáucaso con los Balcanes. Georgia no será otro Kosovo.
El Cáucaso sigue siendo una barrera insuperable, y si los «occidentales» quieren ir más allá de la línea expansiva de la OTAN, van a encontrar resistencia no sólo diplomática. Será guerra guerreada en el terreno.
La dura respuesta del Kremlin a la provocación comisionada a la cosca mafiosa, que provisoriamente tiene en su poder el destino de Georgia, ha sorprendido las líneas «occidentales». Han reaccionado en evidente orden casual. Pasando del impotente Bush, quien ha lamentado la «reacción excesiva» rusa, al mascullado coro en falsete de la diplomacia europea.
¿Acaso la UE tiene una política internacional? ¿Tiene una política hacia la parte oriental europea? Los hechos van a confirmar que sigue siendo jalada por el fundamentalismo del actual inquilino de la Casa Blanca. Con el chantaje adicional de Varsovia y de sus vasallos del Báltico (Letonia, Estonia y Lituania). Es decir, aquellos Países que el impresentable Rumsfeld se complació en llamar «nueva Europa» y que fueron empujados en el vagón de la Unión Europea (UE) por Estados Unidos.
Washington sigue hasta la fecha dictando los tiempos y las modalidades de la unificación. Ahora exige que sea aceptado hasta Kosovo: un protectorado de la OTAN que no tiene un lugar en la ONU.
El inesperado puño de hierro de Putin se abatió -sin encontrar resistencia digna de mención- contra puntos neurálgicos de Georgia, y ha demostrado no sólo la insuficiencia de los instructores israelíes, y la fragilidad del rearme suministrado por los estadounidenses, pero también la imposibilidad de una retorsión de la OTAN.
En las intenciones de los mandantes de la cosca mafiosa de Tblisi, debía tratarse de una «guerra relámpago» con la que los georgianos debían recuperarse sin herir el control de la capital de Osetia. Esta movida debía anular el veredicto del referéndum, con el que el 90% de la población quiere la autonomía de Osetia y la separación de Georgia.
Tras la fallida Blitzkrieg,la mega-mecánica mediática «occidental» ha restablecido a tambor batiente la sepultada «guerra fría», pero esta categoría es evidentemente inapropiada para definir la acción de los rusos.
El Kremlin ha suministrado a los «occidentales» una dosis de la misma medicina usada por ellos mismos en la terapia de aniquilación de la Federación yugoslava. Moscú acudió en defensa de un micro-estado y de sus propios ciudadanos con una unilateral brutalidad y con la insensatez política típica de los sicarios.
En cambio, se trata de una auténtica y posmoderna «guerra humanitaria», similar en todo a la combatida con los bombardeos de la OTAN contra los yugoslavos. Es una operación contra el «terrorismo», idéntica a la que Estados Unidos y la OTAN actúan contra Irak y Afganistán.
La sustancial pasividad militar «occidental» se debe a esta camisa de fuerza conceptual con la que Moscú ha mimetizado la operación militar en el Cáucaso. Y sobre todo, al hecho que están varados desde hace cinco años en dos guerras, de las que no logran vislumbrar ningún resultado positivo.
Ahora la disputa se va a trasladar al campo de la diplomacia, y así se va a asomar la rediviva «guerra fría». Y es como usar un par de anteojos de antigüedades para tratar de focalizar la nueva realidad.
El Cáucaso no son los Balcanes, y Rusia está dispuesta a demostrarlo con la guerra caliente. Para notificar de que se trata de una línea de demarcación insuperable, que debe considerar la geopolítica expansionista de Estados Unidos. Hasta la fecha intencionada a clavar cuñas bélicas cerca de las fronteras rusas y ruso-chinas.
Z. Brzenziski lo ha dicho, repetido y escrito en todas las formas: la hegemonía de Estados Unidos depende de la separación permanente de la península occidental europea de la inmensa masa neoeconómica de Rusia.
Es de importancia estratégica mantener separado el meta-Estado europeo -y su sobresaliente economía- de la extensión territorial rusa y de sus inconmensurables reservas de hidrocarburos y minerales.
Las elites europeas, en cambio, hacen todo lo posible para poner en las manos del Pentágono -bajo falsa apariencia de la OTAN- las llaves de sus futuros y vitales abastecimientos de gas y petróleo.
Bruselas se desangra para combatir guerras que no son suyas, en nombre de líneas de oleoductos y yacimientos, a las que podría acceder con una política de cooperación, no interferencia y congelamiento del rearme. Los «comisarios» (1) repiten al infinito que no pueden permitirse la «dependencia energética» de los rusos, de los iraníes y de los árabes en general.
Pueden permitirse -tal parece- la dependencia total de Estados Unidos en fase menguante. Nunca se preguntan cuánto les cuesta a éstos -en términos de gasto militar- la protección de las rutas petroleras que empiezan en la península arábiga. Hay quienes dicen que amontan a 10-12 dólares por barril.
La unificación europea es un negocio en las manos exclusivas de banqueros que se guían sólo por los dogmas macroeconómicos. Son ellos los que la han llevado de seis Países a unos treinta, con una soga al cuello de un proceso de decisiones basado en la unanimidad.
Han incorporado todo y todos: ex comunistas, ex nacionalistas, ex monarquías, ex todo, a condición de someterse a cinco indicadores económicos. Había lugar para todos, menos para la Federación Yugoslava, único País federal a carácter transnacional, pluriticultural, multi-linguístico y multi-religioso.
La UE está condenada a seguir siendo un gigante económico y un enano geopolítico, sin una defensa militar soberana y sin política exterior coherente. Obligada a respaldar siempre a Estados Unidos, hasta en la demodé política de agresión en el Cáucaso.
Se limita a adjudicarse el papel poco creíble de policía bueno. En realidad, Bruselas es cada vez más rehén de la «nueva Europa», el caballo de Troya a control remoto, maniobrado desde la otra orilla atlántica.
El autismo de la UE ya no tiene límites. La cadena de provocaciones contra Rusia ha llegado hasta el punto de permitir la instalación de posiciones anti-misiles en tierra checa y polaca. La OTAN, en cambio, no acepta entre sus filas aquellos Países que hospedan bases militares extranjeras.
Los «occidentales» siguen confundiendo sus deseos con la realidad, y creen que en el Kremlin está todavía el ingenuo Gorbachov, a quien engañaron fácilmente con la mentira del congelamiento de la OTAN a cambio de la reunificación de Alemania.
Han transcurrido años-luz desde los tiempos del etílico Eltsin y desde los cañonazos contra los diputados -con la porra desgarrada de todas las capitales europeas- cuando frenaban la venta de subasta del patrimonio industrial y de los recursos rusos a los bancos transatlánticos.
Al este ya no hay nada que privatizar, hay una primera inversión de tendencia que ve reaflorar un regreso del neo-proteccionismo y un papel más activo de los Estados en la economía.
Rusia ha corrido hacia Londres a los oligarcas que llegaron de la nada, y con la nacionalización de los yacimientos ha recuperado el control del potencial energético de su subsuelo.
Gazprom es una de las tres primeras transnacionales de la energía, garantiza por tanto importantes flujos financieros al erario y ha hecho posible la recuperación de la soberanía y de la iniciativa geopolítica.
Los enanos de Bruselas se hacen de la vista gorda al ignorar que Rusia ha anulado su propia deuda exterior y que -desde 1999- sus reservas monetarias han pasado de 12 billones a 315 billones de dólares. Se apresta a hacer del rublo una moneda internacional, y venderá los hidrocarburos cotizados en su moneda. Nunca ha dejado de ser la primera potencia en misiles.
Los trágicos acontecimientos del Cáucaso son una advertencia que indica cómo Rusia ha regresado a la mesa del gran juego como un jugador global, donde la UE es sumisa e insiste en sentarse a un lado del tutor, renunciando a un papel autónomo y claramente multipolarista.
La UE sigue subestimando que el extremismo maniqueo de Washington, la intimación del «o conmigo o contra de mí» ha producido el reacercamiento de los Países tenidos bajo el yugo de las represalias.
La Organización de la Cooperación de Shangai (SCO) es la convergencia de Rusia y China, a la que se suman las naciones ahora independientes de la ex esfera soviética asiática ( Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán, Uzbekistán), y como Países observadores a India, Pakistán, Mongolia e Irán.
Desde agosto de 2007, la SCO -además del papel de instancia comercial y financiera- ha efectuado las primeras ejercitaciones militares conjuntas, volviéndose a todos los efectos una anti-OTAN.
Éste es un hecho, y por más que se quiera seguir manteniendo la cabeza bajo tierra, no se puede ignorar la realidad por mucho tiempo. La UE hasta ahora ha preferido flanquear la «exportación de democracia», ya sea con o sin armas. Don Mikhail Saakahvili y su banda son el fruto maduro de las «revoluciones coloreadas», verdaderas operaciones de guerra psicológica financiadas por Soros y por los fondos públicos de la NED.
La manipulación masiva de los medios de información, los golpes bajos a las autoridades electorales combinados con fuertes presiones populares, llevan a la instauración de regímenes pseudo-democráticos subyugados a la Casa Blanca, a Kiev, así como a Tblisi.
La sombra larga de Kosovo se ha extendido hasta el Cáucaso, poniendo al desnudo una crisis de credibilidad que involucra, además de Bruselas y Washington, todo el aparato «occidental» y se inserta dentro la misma OTAN.
Georgia pierde su integridad territorial y ve alejarse la posibilidad de entrar en la OTAN, mientras que Rusia se consolida en proximidad de los mares calientes del Sur.
Aun cuando los «occidentales» siguieran subordinándose a las hollywoodenses «revoluciones coloreadas», insertando la humillada Georgia en la OTAN, su incorporación real y efectiva no será posible antes de los cinco años.
Y Ucrania debería esperar hasta 2017, cuando se venza el tratado binacional que regula la presencia rusa en Sebastópolis y en el Mar Negro.
Mientras tanto, mucha agua va a bañar las orillas del Mar Caspio y del Mar Negro, y otras movidas a sorpresa podrían efectuarse en este tablero hirviendo. Esta guerra que, como muchas otras, ve a las grandes potencias jugar con el pellejo y en el territorio de las pequeñas y medianas naciones, seguramente se va a exacerbar.
Será combatida en todas las modalidades dictadas por la guerra asimétrica, pero difícilmente se asemejará a una «guerra fría».
Los «occidentales» y la OTAN, víctimas del letargo mediático, todavía no asimilan la lección estratégica procedente de Afganistán, ni el muro opuesto victoriosamente por Hezbollah contra los invasores israelíes en Líbano. Era el verano de hace dos años.
El gran Oriente Medio sigue siendo una quimera y ya se están atorando en el Cáucaso. Definitivamente, enfrentan más problemas de los que pueden resolver, convirtiéndose en un factor multiplicador de inestabilidad internacional.
En otras palabras, los «occidentales» tienen la vista más grande que el estómago, y terminan deshilando y diluyendo sus fuerzas armadas en demasiados frentes.
Notas
(1) Nombrados directamente por los gobiernos, cumplen la función de ministros. Solana, por ejemplo, es ministro de relaciones internacionales, desde dos décadas, sin voto popular.