Recomiendo:
0

Entrevista a Xulio Ríos sobre la República Popular China (II)

«Creo que los años próximos serán decisivos para definir la orientación del proyecto chino»

Fuentes: Rebelión

Xulio Ríos es licenciado en Derecho y director del IGADI, Instituto Gallego de Análisis y Documentación Internacional. (www.igadi.org). Estudioso de los temas chinos desde hace varios años, es miembro del Consejo Asesor de Casa Asia (España) y director del Observatorio de la Política China (www.politica-china.org). Es igualmente Promotor y Coordinador de la Red Iberoamericana de […]

Xulio Ríos es licenciado en Derecho y director del IGADI, Instituto Gallego de Análisis y Documentación Internacional. (www.igadi.org). Estudioso de los temas chinos desde hace varios años, es miembro del Consejo Asesor de Casa Asia (España) y director del Observatorio de la Política China (www.politica-china.org). Es igualmente Promotor y Coordinador de la Red Iberoamericana de Sinología, Asesor de la Red Navarra de Estudios Chinos y corresponsal académico del Observatorio Virtual de Asia Pacífico (Colombia).

Autor de varios manuales de formación (La política exterior de China, Taiwán, Las relaciones internacionales de los países de Asia oriental) de la Universitat Oberta de Catalunya y de la Universidad de Alcalá de Henares, en la licenciatura de estudios de Asia oriental, es profesor del Instituto de Altos Estudios Universitarios. Coautor del Anuario de Asia-Pacífico, editado por el Real Instituto Elcano de Estudios Estratégicos y el CIDOB.

Es autor de más de veinte libros de temas internacionales, destacando, en relación al mundo chino, obras como: China (Icaria, Barcelona, 1997), Hong Kong, camiño de volta (Laiovento, 1997) y China, a próxima superpotencia (Laiovento, 1997), China por dentro (Xerais, 1998). En 2005 publicó «La política exterior china», en edicions Bellaterra (Barcelona), y «El problema de Taiwán» (La Catarata, Madrid). En 2007, «Mercado y control político en China» (La Catarata, Madrid). En 2008, «China, de la A a la Z», en Editorial Popular, Madrid. Su última obra es «China en 88 preguntas» (La Catarata, 2010).

Colabora en diferentes medios de comunicación como los diarios «El País», «La Vanguardia», «El Periódico» o «El Correo» de Bilbao; también colabora con Radio Nederland, la BBC, Radio Nacional de España o Radio France Internacional, así como con revistas especializadas (Política Exterior), semanarios (Brecha, Uruguay), agencias de noticias (AGN, AFP) y anuarios (CEIPAZ). Dirige Tempo Exterior, revista gallega de análisis y estudios internacionales, el Informe Anual sobre Política China que se publica desde 2007, y el Simposio Electrónico Internacional sobre Política China (2011, primera edición).

Ha visitado Taiwán en 2004 y 2010. Ha trabajado en China entre 2006 y 2010.

*

Nos habíamos quedado en la muerte de Mao. ¿Qué programa que defendió la línea política triunfadora tras la muerte de Mao

 El triunfo de Peng Zhen, Li Xiannian, Deng Xiaoping, etc., apuntaba a la necesidad de ensayar otro camino basado en el restablecimiento de la normalidad, la unidad y la estabilidad en la vida interna del PCCh y la búsqueda de fórmulas innovadoras que acelerarán la modernización del país, sacrificando para ello la tradicional ortodoxia. Ambos procesos fueron inseparables. Era una vuelta a la restauración de inicios de los sesenta. Significó el triunfo póstumo de Liu Shaoqi (presidente del país, fallecido en la cárcel durante la Revolución Cultural) y principal representante de la línea «derechista» (según Mao) en el seno del PCCh. Liu escribió aquel ensayo tan popular: «Como ser un buen comunista». Ahora bien, nadie entonces pensaba que China pudiera dejar de ser socialista e incluso Deng advirtió expresa y reiteradamente sobre las consecuencias del proceso, cuidando de evitar el surgimiento de una nueva clase social terrateniente-burguesa que pudiera disputar la hegemonía al PCCh. Se trataba de dar un rodeo por el capitalismo para construir el socialismo.

¿La implantación de un capitalismo de Estado sui generis, una especie de NEP bujarinista postmodernista, para sacar a China de la pobreza fue el resultado de aquel combate político?

El objetivo principal es desarrollar y modernizar el país situándolo de nuevo en el centro del sistema internacional. Va mucho más allá de una NEP y apunta formalmente a un inédito socialismo con mercado. Los cuatro principios irrenunciables, que reafirman la orientación socialista y el liderazgo del PCCh, señalan sus límites. En teoría, la conducción y resultado final del proceso se garantiza a través del control de los principales resortes del sistema que permanecen en manos del Estado-Partido, con su Ejército, naturalmente. El problema no es la tipificación ideológica de tal o cual medida, que se experimenta localmente antes de su generalización, sino su idoneidad para transformar el país. Ese pragmatismo, paradójicamente, se basa en uno de los axiomas preferidos de Mao: la verdad está en los hechos. El pragmatismo va por delante, la elaboración ideológica detrás. Antes de que Jiang Zemin nos hablara de la «triple representatividad», ya eran cientos de miles los empresarios que militaban en el PCCh. Cuando el parlamento chino legisló sobre la propiedad privada (2007), tras trece años de debate, esta ya formaba parte de la realidad desde mucho tiempo atrás.

Miles de empresarios que militan en un Partido Comunista que no renuncia a sus finalidades¿No es un poco raro, incluso algo contradictorio?

Sin duda, lo es. Muchos de esos empresarios ya eran militantes del PCCh antes de hacerse con el control de sus empresas, muchas de ellas con origen en la propiedad colectiva que dio paso a una primera ola de privatización en los noventa. Otros son pequeños o medianos empresarios y una parte importante está representada por los patrones de las grandes empresas públicas, a nivel central, regional y local, cuyo nombramiento depende del PCCh. Quizás de lo que se trate es de controlar muy de cerca a dichos sectores y evitar la tentación de que se organicen de forma alternativa, más allá de promover sus intereses a través de las organizaciones sectoriales respectivas. Por otra parte, en esta fase histórica, lo justifican por la necesidad de implicarles en la modernización y desarrollo del país, definida como principal tarea del PCCh. Ahora bien, en muchos escalones de base, esa presencia y la secuela de corrupciones múltiples que lleva aparejadas ya han convertido las estructuras del PCCh en meros apéndices de los clanes empresariales. ¿Cuánto tiempo tardará en reproducirse esa situación a nivel central? ¿Será capaz el PCCh de impedir que estos grupos se hagan con el control del partido y su política? En buena medida, el resultado de esa pugna definirá el rumbo del proceso chino.

¿Qué pasó en Tian’anmen? ¿Lo sucedido fue una prueba neta del «totalitarismo» del régimen chino?

En Tiananmen se dieron cita varias crisis. Las causas internas son importantes (desde la inflación al descontento provocado por los privilegios y la corrupción de la clase dirigente), pero también el contexto derivado de los efectos de la perestroika en el campo socialista. El muro de Berlín caería cinco meses después. Por otra parte, Tiananmen avivó de nuevo el fantasma de la división interna del PCCh y de la inestabilidad política entre unos dirigentes que habían vivido con estupor la revolución cultural. En otro contexto, quizás se hubiera resuelto de otra forma, menos traumática. Es un episodio que más tarde o más temprano también tendrán que encarar.

¿China se comporta democráticamente en el caso del Tíbet? ¿El Tíbet no es parte de China?

Hay razones históricas para justificar una cosa y la contraria. De lo que no cabe duda es que China no puede imponer en Lhasa un gobernador que actúe de igual modo que antaño lo hacían los enviados imperiales. La oposición tibetana demuestra tener más cintura que las autoridades chinas. Lo hemos visto ahora con ese desdoblamiento de la representación civil y religiosa. Sin autogobierno efectivo no habrá estabilidad en Tíbet. Pensar que el desarrollo, la domesticación del hecho religioso y la folclorización de la identidad pueden resolver este problema es un error. Los avances en el tema de las nacionalidades minoritarias son mínimos y contrastan con la flexibilidad mostrada para resolver otros problemas político-territoriales.

¿Cómo se debería avanzar en su opinión? ¿Permitiendo y abonando el derecho de autodeterminación para el Tíbet?

El de autodeterminación es un derecho democrático cuyo ejercicio en Tíbet -como en tantas partes del mundo- se me antoja complejo. China nunca pondrá en riesgo, de buenas a primeras, el dominio de un enclave de tanta importancia estratégica. Otra cosa es, sin embargo, que se avance en el ejercicio de una autonomía más real y efectiva. Entre la autodeterminación y la situación actual existe un amplio espacio para imaginar fórmulas de autogobierno y convivencia que podrían concretarse en un marco evolucionado.

¿Qué sistema económico impera hoy en China? ¿El capitalismo, el capitalismo de Estado, el socialismo moderado, una situación de transición hacia un Estado chino del bienestar? Hablaba usted antes de socialismo de mercado.

Es un sistema híbrido con una economía mixta y en transición. Una peculiar economía de Estado con mercado con una fuerte capacidad de intervención pública que otorga al PCCh considerables atributos de control. Creo que los años próximos serán decisivos para definir la orientación del proyecto. La agudización de las contradicciones intensificará el debate interno, erosionando cada vez más el supuesto monolitismo existente en el PCCh. Es previsible que algunos defiendan el proyecto original, mientras otros pueden apostar por una mayor homologación con el sistema imperante a nivel global. En cualquier caso, siempre habrá una fuerte carga de singularidad en razón de la propia dimensión de China, un Estado-continente difícilmente encasillable en nuestras categorías y con capacidad suficiente para innovar en este aspecto.

¿Las desigualdades sociales en China trazarán un arco inconmensurable? ¿Lo están trazando ya?

Es sin duda uno de los mayores desafíos a que se enfrenta el PCCh. Han adquirido magnitudes intolerables. La injusticia es el pan de cada día en este país. El PCCh sabe que esto es una bomba de relojería, pero se revela incapaz de atajarlo. Se necesita tiempo y recursos para reconducir esta situación, pero sobre todo un cambio profundo de mentalidad en las autoridades, muy especialmente en los ámbitos locales y provinciales, cosa nada fácil porque la devoción por el dinero y el poder actúa como una gangrena al servicio de intereses que no son los de la mayoría de la población.

¿Qué es hoy el Partido Comunista Chino? ¿UN instrumento de poder de las capas privilegiadas de la sociedad china, de los multimillonarios, o sigue siendo, si lo fue, un instrumento de liberación social?

Sin lugar a dudas, su base orgánica ha experimentado una gran transformación. En él predominan las elites burocráticas y económicas. Albergo serias dudas respecto a su identificación con la ideología que le sirve de sustento formal. No obstante, creo exagerado definirlo como instrumento de las capas más beneficiadas del proceso de reforma. Es mucho más complejo. Creo que en los últimos años, su evolución se asemeja a un cuerpo de mandarines, que debieran ser virtuosos y eficientes, centrados en la consecución de esa armonía convertida en palabra de orden por Hu Jintao. Subalternizada su ideología, la subsistencia del PCCh resulta de su eficiencia gestora, lo que supone una puesta al día del mismo confucianismo que ha moldeado la China milenaria y contra el que tanto combatió Mao (la armonía es la antítesis de la tantas veces enaltecida lucha de clases). Pero esa tradición le otorga unas probabilidades de éxito que serían mucho menores en otros contextos culturales.

No sé si es usted quien ha escrito que «en el proyecto histórico del PCCh sobresale cada vez más la componente actualizadora del confucianismo». ¿Cómo se explica entonces el triunfo, momentáneo o no tan momentáneo, de esta cosmovisión tan combatida en la tradición maoísta?

Creo que el mismo PCCh lo promueve a conciencia porque considera que en las actuales condiciones facilita el reforzamiento de su legitimidad y provee de conductas y argumentos para asegurar mejor la estabilidad social y política. En su lenguaje y en sus políticas se advierten signos crecientes de una mayor asunción de dicho pensamiento que contribuye a cimentar el nacionalismo.

¿Llegará a ser China la primera potencia económica del mundo? ¿Qué puede significar eso para los pueblos del mundo?

Pudiera ser. Hay datos objetivos que así lo justifican. No obstante, no debiéramos pasar por alto que son muchas las fragilidades que le asedian y que los años venideros serán muy convulsos, tanto en razón de sus propias dificultades como de la exacerbación de las presiones externas para influir en su proceso.

El ascenso de China puede contribuir a la consolidación de un mundo multipolar y por lo tanto más equilibrado.

Por tanto, tal situación sería en su opinión positiva desde un punto de vista geopolítico.

Sin duda, podría serlo, muy especialmente si su compromiso con un orden internacional distinto pasa de las palabras a los hechos. Si su creciente poder en el FMI o en el BM, por ejemplo, no se traduce en cambios de política, puede servir de bien poco.

Muchos analistas sostienen que parte de lo que está ocurriendo con el precariado y el ataque a los derechos sociales de los trabajadores tiene en China la clave explicativa: o trabajamos como los chinos o los empresarios emigran. ¿Es el caso en tu opinión?

Los retrocesos que ahora mismo experimenta el estado de bienestar en los países desarrollados obedecen a otras causas. Sus responsables tienen nombres y apellidos y no se escriben con caracteres chinos. Indudablemente, la incorporación de tan voluminosa mano de obra al mercado laboral ha tenido su impacto, especialmente en forma de deslocalizaciones. Pero el proceso de rápida industrialización tiene un tiempo histórico que en pocos años se habrá completado en lo esencial. Cada vez será menos el paraíso de la mano de obra barata. Basta constatar los aumentos salariales de los últimos meses en algunas zonas costeras y el proceso de deslocalización de empresas en favor de otros países del sudeste asiático. Ahora mismo, el objetivo de las autoridades es un nuevo modelo de desarrollo que eliminará progresivamente la elevada significación que antaño tenía el llamado dumping social. Los aumentos salariales son del orden del treinta por ciento o más en las zonas costeras del país, donde se requiere una mano de obra cualificada. O avanza la educación y la salud, y los beneficios sociales en general o China explotará. En China se están ganando derechos, aquí se están perdiendo. Aquellos que aquí reclaman retrocesos son los mismos que allá tratan de evitar los avances presionando a las autoridades amenazando ahora con retirarse de país. La aprobación de la nueva legislación laboral (2008) fue un claro ejemplo.

¿China tiene una política exterior comparable a la de un gran Imperio? ¿Es como Estados Unidos pero con menos cañones?

No comparto esa idea. China no aspira a la hegemonía ni intenta imponer a otros su modelo. Ahora bien, hará todo lo posible y necesario para evitar que otros se lo impongan. No quiere volver jamás al siglo XIX. Ello significa que modernizará su defensa y se opondrá a todo aquello que signifique humillación o un tratamiento desigual. Eso supone también que reivindicará un papel internacional ajustado a su dimensión. Y abrir ese hueco llevará su tiempo y costará esfuerzos y sacrificios. A todos. Pero Pekín tratará de evitar la confrontación. Eso no quiere decir tampoco que renuncie a cualquier forma de liderazgo, pero este será más difuso y discreto.

¿Por qué está tan interesada China en la adquisición de tierras de África y América Latina?

Garantizar la suficiencia alimentaria es una razón estratégica vital para un país que alberga a casi la quinta parte de la población mundial y que como consecuencia del proceso de reforma y la subsiguiente urbanización sigue perdiendo anualmente millones de hectáreas de tierras de cultivo y millones de campesinos. Es el tercer país más extenso del mundo, pero menos del siete por ciento de su superficie es tierra fértil.

¿China se toma en serio un asunto de tanta trascendencia para todos como el cambio climático o es un lujo ecologista que no se puede permitir?

Su sensibilidad en este aspecto es creciente, pero su traducción práctica es más cuestionable. De hecho, los conflictos sociales de raíz ambiental proliferan por doquier. En su estrategia para dar paso a un nuevo modelo de desarrollo, el PCCh incluye el factor ecológico, pero los retos que tiene por delante en este orden son inmensos.

Pepe Escobar hablaba recientemente de que la carrera global por apoderarse de una parte de los metales de tierras raras en Asia Central había comenzado y dada cuenta que China gobierna las tierras raras. ¿Sitúa ello a la República Popular en una posición muy ventajosa y de neta hegemonía estratégica?

Se estima que China controla en torno a un 95 por ciento de las reservas conocidas. Ello le aporta una posición privilegia. Pero no debemos ignorar que tal contexto es muy volátil.

¿Cree usted que China podrá romper la hegemonía occidental en África? ¿Puede significar China una esperanza para las poblaciones desfavorecidas de estos países?

El papel de China en África es cada día más importante y también muy controvertido. Algunos acusan a China de reproducir en el continente el mismo modelo aplicado por Occidente basado en el saqueo de las materias primas y el apoyo a líderes corruptos y dictatoriales con la excusa de la no interferencia. Beijing tiene en África un reto claro para demostrar que es posible otro modo de actuar. Su presencia es reciente y hay ejemplos para todos los gustos. La política oficial es una cosa, la conducta de sus empresas no siempre es coherente con ella. La debilidad institucional en África -en contraste con América Latina- le confiere a China una responsabilidad especial.

¿Puede apuntar un balance de lo sucedido en estos últimos treinta años en 15 líneas como máximo?

China ha encontrado el camino para hacer realidad el renacimiento soñado por Sun Yat-sen. Lo ha hecho valiéndose de su capacidad de combinar la experiencia exterior y la singularidad nacional. Su avance ha sido sorprendente en lo económico, desigual en lo social, nefasto en lo ambiental y conservador en lo político. Con sus luces y sombras ha logrado situarse en el grupo de países centrales del sistema internacional. No obstante, la gestión del proceso y su futuro sigue siendo una incógnita.

¿Los pueblos del mundo, sus sectores menos favorecidos, pueden pensar que los vientos del Este son apacibles y motivo de esperanza?

Creo que debemos alegrarnos en términos generales de que un país como China y sus gentes mejore su status. Tendrá poder suficiente para influir en la evolución del orden internacional, pero aun es una incógnita en qué sentido lo hará.

El ascenso de China está provocando una gran convulsión global y habrá importantes tensiones en el futuro en todos los órdenes. Serán años delicados y peligrosos. Habrá no pocas resistencias.

La experiencia china es muy singular y los ingredientes culturales son de tal entidad que difícilmente la haga trasladable. Por el contrario, nos recuerda a todos la importancia de evitar las soluciones únicas e indagar en las especificidades para poder progresar en todos los órdenes.

Nota:

[*] Una versión parcial de esta entrevista apareció en la revista El Viejo Topo, enero de 2012. La primera parte de la conversación puede verse en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=143994

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.