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Unos planes muy bien elaborados

¿Cuándo se va a marchar Estados Unidos de Afganistán?

Fuentes: TomDispatch

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

A raíz de varias muertes entre su contingente de tropas en una provincia de Afganistán anteriormente pacífica, Nueva Zelanda (al igual que hicieron antes Francia y Corea del Sur), está acelerando la salida de sus 140 soldados. Ese tipo de noticias no suele ocupar las cabeceras aquí en EEUU. Si Vd. es estadounidense, probablemente ni siquiera se entere de que Nueva Zelanda estaba jugando un pequeño papel en nuestra guerra afgana. En realidad, puede que apenas se haya enterado de que los estadounidenses siguen inmersos en una guerra que, desde hace más de una década, viene denominándose repetidamente «la guerra olvidada«.

Pero tal vez haya llegado ya el momento de tomar nota. Quizá deberíamos ver un pequeño augurio en el vuelo de esos kiwis, aunque se estén marchando sin casi echar a volar y todo lo decorosa y calladamente posible. Porque ocurre una cosa: una vez que pasen las elecciones de noviembre, el termino «salida acelerada» podría bien convertirse en un término relativo a EEUU y nuestro país, mientras se desliza ignominiosamente de Afganistán, podría acabar siendo la Nueva Zelanda de las superpotencias.

Seguro que conocen el refrán: «El hombre propone y Dios dispone«. No podía ser más adecuado en lo que se refiere al proyecto estadounidense en Afganistán. En efecto, Washington ha trazado cuidadosamente sus planes. A finales de 2014, las «tropas de combate» estadounidenses tienen que retirarse aunque dejando atrás bases gigantes que el Pentágono ha construido para que miles de entrenadores y asesores estadounidenses, así como fuerzas de operaciones especiales, vayan tras los restos de al-Qaida (y otros «militantes») y, sin lugar a dudas, también van a dejar todo el necesario potencial aéreo de apoyo.

Su tarea será, oficialmente, continuar «levantando» una fuerza de seguridad monumental que ningún gobierno afgano en ese completamente empobrecido país será nunca capaz de pagar. Gracias al Acuerdo de Asociación Estratégica para diez años que el Presidente Obama corrió a sellar en Kabul con el Presidente Hamid Karzai cuando se iniciaba mayo, allí piensan quedarse, hasta el 2020 o más allá.

Es decir, que en todo lo relativo a Afganistán necesitamos de traductor. La «retirada» estadounidense que los medios mencionan habitualmente no significa realmente «retirada». Al menos sobre el papel y en años venideros, EEUU se mantendrá ocupando parcialmente un país que tiene una amplia historia y experiencia de resistencia frente a extranjeros que no quieren marcharse (y de hacerles pagar por ello).

El chico de los recados y los ancianos

Una cosa son los planes y otra la realidad. Después de todo, cuando las tropas estadounidenses invasoras llegaron triunfantemente a la capital iraquí, Bagdad, en abril de 2003, la Casa Blanca y el Pentágono estaban ya planeando quedarse por siempre jamás, y en aquel mismo instante empezaron a construir bases permanentes (aunque preferían hablar de «acceso permanente» a través de «campos imperecederos«) como muestra de sus intenciones. Solo un par de años más tarde, en un gesto que no podía haber sido más enfático en cuando a sus planes, construyeron la embajada más inmensa (y posiblemente la más cara) sobre el planeta para que sirviera de centro de mando regional en Bagdad. Sin embargo, de alguna forma, esos planes perfectamente trazados fracasaron de mala manera y solo unos cuantos años después, con los dirigentes estadounidenses buscando aún medios para seguir acuartelados en el país en el futuro lejano, Washington se encontró con que les ponían de patitas en la calle. Pero eso ya es realidad para Vds., ¿no es cierto?

Precisamente ahora, las pruebas que tenemos sobre el terreno -en forma de pilas de cadáveres estadounidenses- indican que incluso los afganos más próximos a nosotros no secundan precisamente los planes de la administración Obama de veinte años de ocupación. De hecho, las noticias sobre la guerra suprimida en aquella tierra olvidada, a menudo considerada como el conflicto más largo en la historia de EEUU, irrumpieron de repente en los titulares de las portadas de nuestros periódicos y en primeras noticias que aparecen por televisión. Y hay una razón muy concreta de que así haya sucedido: a pesar de los numerosos planes de la última superpotencia del planeta, los pobres, atrasados, analfabetos, desventurados y corruptos afganos -cuyas fuerzas de seguridad, a pesar del inacabable apoyo financiero y tutelaje estadounidense, nunca han sido capaces de «mantenerse»- lo han hecho posible. Y han estado enviando un claro y escueto mensaje, escrito en sangre, a los estrategas de Washington.

Un » chico de los recados » de quince años abrió fuego en un gimnasio de una base estadounidense contra los entrenadores de las fuerzas especiales de los marines, matando a tres de ellos e hiriendo a otro; un campesino de 60 o 70 años , que se había convertido voluntariamente en miembro de la fuerza de seguridad de su pueblo, volvió el arma que le habían dado los entrenadores de las fuerzas especiales de EEUU contra ellos en una » ceremonia de inauguración «, matando a dos; un oficial de policía que, según afirma su padre, se unió a las fuerzas cuatro años antes, invitó a comer a los asesores de las Operaciones Especiales de la Marina y mató a tres de ellos e hirió a un cuarto antes de huir, quizá hacia los talibanes.

Acerca de otros «aliados» implicados en incidentes parecidos -recientemente, hubo al menos nueve ataques de «verde contra azul» en un lapso de once días en los que murieron diez estadounidenses-, apenas sabemos nada, excepto que eran policías o soldados afganos a quienes sus mentores y entrenadores estadounidenses estaban tratando de «formar» para que combatieran contra los talibanes. A varios de ellos les fusilaron de inmediato, pudiendo escapar al menos uno.

Estos incidentes de «verde contra azul«, a los que el Pentágono rebautizó recientemente como «ataques desde dentro», han ido incrementándose en los últimos meses. Parece que han ya alcanzado un nivel masivo y que están provocando por fin un gran revuelo en los círculos oficiales de Washington. Un Presidente Obama «profundamente preocupado» comentó el fenómeno con los periodistas («Tenemos que asegurarnos que ya hemos llegado al límite…») y manifestó que estaba planeando «hablar» del problema con el Presidente Karzai. Mientras tanto, el Secretario de Defensa Leon Panetta sí que corrió a presionar a Karzai para que adoptara medidas más estrictas a la hora de investigar los antecedentes de los reclutas de las fuerzas de seguridad afganas. (Karzai y sus ayudantes culparon de inmediato de los ataques a las agencias de inteligencia pakistaní e iraní).

El general Martin Dempsey, jefe del Alto Estado Mayor, voló a Afganistán para consultar con sus colegas qué hacer con esos incidentes (y le pagaron sus esfuerzos lanzando un cohete contra el avión cuando se hallaba estacionado en una de las pistas del Campo Aéreo de Bagram -«un disparo sin consecuencias», afirmó un portavoz de la OTAN-). El general al mando de la guerra afgana estadounidense, John Allen, convocó una reunión con más de 40 generales para discutir cómo poner fin a esos ataques, aunque insistió en que «la campaña sigue en marcha». En el Congreso hay mucho estruendo en estos momentos y están previstas una serie de audiencias.

Luchando con el mensaje

Las preocupaciones por tan devastadores ataques y sus implicaciones para la misión estadounidense se han extendido aunque hayan tardado en surgir. Pero nuestros medios informan de ellas utilizando una especie de código. Veamos por ejemplo, la forma en que Laura King trata tal amenaza en un artículo que aparece en la portada de Los Angeles Times (y ella no fue la única). Reflejando la actitud de Washington sobre el tema, escribió que los ataques «podrían poner en peligro uno de los ejes de la estrategia de salida de Occidente: entrenar a las fuerzas de seguridad afganas preparándolas para asumir la mayor parte de las tareas de combate en 2012». Casi suena como si, gracias a esos incidentes, puede que nuestras tropas de combate no sean capaces de cumplir la agenda prevista de retirada.

No es menos sorprendente la perplejidad general acerca de qué puede haber detrás de esas acciones afganas. En la mayoría de los casos, la motivación, escribe King, «sigue siendo opaca». Al parecer, hay muchas teorías dentro del ejército estadounidense de por qué los afganos están volviendo sus armas contra los estadounidenses, incluyendo los resentimientos personales, las rencillas individuales, las susceptibilidades culturales, «el acaloramiento de disputas momentáneas en una sociedad donde las discusiones se solucionan a menudo con un Kalashnikov» y, en una minoría de casos -alrededor de un 10%, según un reciente estudio militar, aunque un alto comandante sugirió que la cifra podría alcanzar el 25%- a causa de la infiltración o «coacción» de los talibanes. El general Allen sugirió recientemente que incluso algunos ataques desde dentro podrían deberse al ayuno religioso por el sagrado mes islámico del Ramadán, combinado con un verano inusualmente tórrido que ha dejado a los afganos hambrientos, irascibles y propensos a realizar actos impulsivos pistola en mano. Sin embargo, según el Washington Post, «Allen reconoció que las autoridades afganas y estadounidenses han tenido dificultades a la hora de determinar qué hay detrás del aumento de los ataques».

«Las autoridades estadounidenses siguen esforzándose», escribía el New York Times en un editorial sobre el tema, «en entender qué fuerzas entran en juego». Y los escritores del editorial, al igual que el general, reflejaban la visión elemental que de esos actos se tiene aquí: la del notable misterio afgano. Es decir, la versión de Washington es que la culpa la tienen los estrafalarios e impredecibles afganos: todos están en el punto de mira, desde Hamid Karzai hasta el último afgano. ¿Qué pasa con ellos?

En medio de todo esto, pocos dicen lo obvio. Existe sin duda un abismo de potenciales malentendidos entre los entrenados afganos y los entrenadores estadounidenses; puede que los afganos se sientan insultados por los innumerables actos hostiles, ineptos e impertinentes de sus mentores; puede que hayan llegado a su límite durante el ayuno del Ramadán; puede que estén alimentando rencores. Cualquiera de las explicaciones puede ser en sí misma acertada. El problema es que ninguna de ellas le permite a un observador comprender qué está pasando en realidad. Y sobre esto debería haber pocos «malentendidos» y aunque los de Washington no quieran escuchar, son ahora de hecho los estadounidenses quienes están en el punto de mira de los afganos y no solo en sentido literal.

Si bien los motivos por los que cualquier individuo afgano puede volver su arma contra los estadounidenses pueden estar más allá de nuestros conocimientos -qué le hizo planearlo, qué le hizo apretar el gatillo-, la historia debería decirnos algo acerca de los motivos más generales de los afganos (y quizá también el resto de nosotros). Después de todo, los EEUU se fundaron después de que los pobladores de las colonias se cansaran de tener entre ellos un ejército y una potencia ocupante. Aparte de cómo se sientan insultados los afganos, el peor insulto (a casi once años de la fecha en la que el ejército estadounidense, las corporaciones-compinches, las organizaciones de mercenarios, los contratistas, los asesores y los tipos de la ayuda llegaron en masa a aquel escenario con todo su dinero, equipamiento y promesas), el peor de todos, es que las cosas están yendo realmente mal; que los occidentales están aún allí por todas partes; que los estadounidenses están aún intentando formar esas fuerzas afganas (cuando los talibanes no tienen problema alguno para mantener a sus fuerzas y luchar con eficacia sin necesidad de ningún entrenador extranjero); que los supuestamente derrotados talibanes, uno de los movimientos menos populares de la historia moderna, están de nuevo en alza; que el país es un océano de corrupción; que más de treinta años después de que empezara la primera guerra afgana contra los soviéticos, el país sigue siendo una ciénaga de violencia, sufrimiento y muerte.

Ya pueden escudriñar el misterio todo lo que quieran, nuestros aliados afganos no podían ser más claros como colectivo. Están más que hartos de ejércitos ocupantes extranjeros, aún cuando, en algunos casos, puedan no sentir mucha simpatía por los talibanes. Esta debería ser una situación en la que no se necesitara de traductores. Después de todo, el «insulto» a los afganos es inmenso y a los estadounidenses no debería resultarles tan difícil comprender la situación. Traten solo de invertir la situación con los ejércitos chinos, rusos o iraníes intentando convertir todo los Estados Unidos en un cuartel, apoyando a determinados candidatos políticos e intentando enderezarnos durante más de una década y puede que resulte más fácil de comprender. Después de todo, los estadounidenses se dedican a liquidar regularmente a la gente por mucho menos que eso.

Y no se olviden tampoco de lo que la historia nos cuenta: que los afganos tienen todo un record a la hora de sentirse asqueados de los ejércitos ocupantes y a la hora de expulsarles. Después de todo, consiguieron echar a los ejércitos de dos de los imperios más poderosos de su época, los británicos en la década que se inició en 1840, y a los rusos en la década de los ochenta del pasado siglo. ¿Por qué no también a un tercer ejército?

El efecto contagio

El mensaje es realmente bastante claro pero quienes están en Washington y sobre el terreno no están preparados para escucharlo: olvídense de nuestros enemigos; un número cada vez mayor de los afganos que están más próximos a nosotros quieren que nos larguemos de la peor forma posible y su mensaje sobre la cuestión ha sido horrorosamente contundente. Como expresaba recientemente el corresponsal de la NBC Jim Miklaszewski, entre los estadounidenses en Afganistán existe ya «un temor creciente de que el soldado afgano armado que están junto a ellos puede ser en realidad un enemigo».

Es una situación que probablemente no va a rectificarse ni a solucionarse de forma rápida, ni siquiera con el espeluznante programa de nombre «Ángel Guardián» (que deja a un estadounidense armado con la única tarea de estar atento a los afganos de gatillo rápido en los intercambios con sus compatriotas), ni mediante «el examen de los antecedentes» de los reclutas afganos, ni poniendo oficiales afganos de contrainteligencia cada vez en más unidades para que vigilen a sus propios soldados.

La pregunta es: ¿Por qué nuestros dirigentes en Washington y en el ejército estadounidense no pueden dejar de «luchar» y ver esto como lo que obviamente es? ¿Por qué nadie puede en los medios dominantes escribir sobre lo que obviamente sucede? Después de todo, cuando casi once años después de nuestra llegada para «liberar» un país se emiten órdenes para que todo soldado estadounidense lleve el arma cargada en todo tiempo y lugar, incluso en las bases de EEUU, para que tus aliados no te eliminen, deberías darte cuenta de que algo ha fallado. Cuando no puedes entrenar a tus aliados para defender su propio país sin que un ángel guardián armado esté siempre vigilante, deberías saber que hace tiempo ya que pasó el momento de largarte de un país lejano que no tiene valor estratégico para los EEUU.

Como se señala con frecuencia ahora, los incidentes de violencia verde contra azul están aumentando con rapidez. Se ha informado que en lo que va de año ha habido 32, con 40 muertos estadounidenses o de la coalición, si comparamos con los 21 que se dice que hubo en todo 2011, con 35 muertos. Las cifras tienen una escalofriante cualidad, que es la sensación de contagio. Sugieren que este puede ser el momento de aclarar las cosas, y no crean -aunque nadie lo mencione-, que todo no podría ir mucho más a peor.

Hasta la fecha, esos incidentes son fundamentalmente el trabajo de lobos solitarios, en unos cuantos casos de dos afganos, y en un solo caso hubo tres afganos que se hicieron explotar juntos. Pero no importa cuántos agentes de la contrainteligencia se deslicen en las filas o cuántos ángeles guardianes se nombren, no piensen que hay algo mágico en los números uno, dos y tres. Aunque no hay forma de predecir el futuro, no hay razón para no creer que lo que uno o dos afganos están dispuestos a hacer no podrían finalmente hacerlo cuatro o cinco, un escuadrón, unidades pequeñas. Con un poco de espíritu de contagio, de imitación, todo podría ir mucho peor. Una cosa parece más que posible. Si tu plan es permanecer y entrenar cifras mayores de fuerzas de seguridad que solo están pensando en matarte, estás colocándote, por definición, en una situación imposible y deberías saber que tus días están contados, que no es nada probable que continúes allí en el 2020, y puede que ni siquiera en el 2015. Cuando el hecho de entrenar a tus aliados para que se defiendan significa que les entrenas para defenderse de ti, hace ya tiempo que tenías que haberte marchado, cualesquiera que fueran tus planes. Al fin y al cabo, los británicos también tenían «planes» para Afganistán, lo mismo que los rusos.

Imaginen por un momento que se encuentran en Kabul o en Washington a finales de diciembre de 2001, cuando los talibanes habían sido aplastados, después de que Osama bin Laden hubiera huido a Pakistán y mientras EEUU se trasladaba al «liberado» Afganistán para un largo plazo. Imaginen también que alguien que afirma ser profeta hace esta predicción: casi once años después a partir de ese momento, a pesar de las decenas sin fin de miles de millones de dólares gastados en la «reconstrucción» afgana, a pesar de casi 50.000 millones de dólares gastados en «crear» una fuerza de seguridad que pueda defender el país y con más de 700 bases construidas para las tropas estadounidenses y los aliados afganos, los soldados y policías locales van a desertar a montones, los talibanes van a recuperar su potencia, quienes estén recibiendo entrenamiento van a eliminar a sus entrenadores en cifras de record y, por orden del Pentágono, un soldado estadounidense no podrá ir al baño sin armas en una base de EEUU por temor a que le dispare un «amigo» afgano.

Desde luego que le considerarían un idiota como la copa de un pino, cuando no un demente y, sin embargo, ese es exactamente el historial de los «corazones y las mentes» estadounidenses en Afganistán hasta la fecha. Bienvenidos en 2001, ahora, en 2012, nos están mostrando la puerta de la peor manera posible. Washington está perdiendo. Es demasiado tarde para marcharnos con elegancia pero, al menos, ¡hay que hacerlo ya!

Tom Engelhardt, es co-fundador del American Empire Project. Es autor de «The End of Victory Culture», una historia sobre la Guerra Fría y otros aspectos, así como una novela: «The Last Days of Publishing».  Su último libro publicado es: «The American Way of War: How Bush’s Wars Became Obama’s» (Haymarket Books).

Fuente: http://www.tomdispatch.com/post/175587/tomgram%3A_engelhardt%2C_losing_it_in_washington/#more