El teniente general Anatoly Jrulev, que mandaba el 58º Ejército ruso que invadió Osetia del Sur el 8 de agosto pasado, resultó herido a causa de lo que, en opinión de un compañero de armas que le precedió en el mismo puesto, fue una muestra de incompetencia. El caso es que decidió trasladarse a Osetia […]
El teniente general Anatoly Jrulev, que mandaba el 58º Ejército ruso que invadió Osetia del Sur el 8 de agosto pasado, resultó herido a causa de lo que, en opinión de un compañero de armas que le precedió en el mismo puesto, fue una muestra de incompetencia.
El caso es que decidió trasladarse a Osetia del Sur formando parte de un convoy muy escasamente protegido y en el que viajaba un amplio grupo de periodistas provistos de teléfonos móviles. Parece comprobado que los servicios de interceptación electrónica del ejército georgiano, suministrados por EEUU -que mantiene en el país un nutrido número de asesores militares-, detectaron el movimiento de la columna, que fue atacada sobre la marcha.
Los cuatro días de la breve guerra ruso-georgiana han empezado ya a ser sometidos a la lupa examinadora de los especialistas militares de todo el mundo, para analizar algunos aspectos de interés que permitan reflexionar sobre lo ocurrido y extraer conclusiones para futuros conflictos.
Los grandes y pretenciosos telescopios intelectuales orientados hacia la guerra del futuro, esa guerra universal contra el terrorismo que patrocina Washington y que ahora va a desplegar en Polonia sus misiles antibalísticos, han tenido que reducir humildemente sus aumentos y observar un poco más de cerca. La guerra ha vuelto a ser, por unos días, cosa de soldados, aviadores y marinos, tanques, aviones, lanzacohetes, cañones y buques de guerra. Y, necesariamente, también de poblaciones que emigran aterrorizadas ante las explosiones que se aproximan, ciudades arrasadas, caminos y carreteras intransitables, campamentos de refugiados… Todo eso, sin dejar de lado odios y venganzas entre pueblos que se observan con desconfianza, milicias y formaciones irregulares que toman la justicia por su mano y sentimientos nacionalistas exacerbados que agravan las condiciones, ya de por sí violentas, de cualquier enfrentamiento armado.
Rusos y georgianos, dejando aparte el aspecto propagandístico que induce a exagerar los triunfos y ocultar los fracasos, analizan ya los más ostensibles errores cometidos. Aunque esos análisis todavía no sean públicos, no es difícil anticipar algunas de sus conclusiones más obvias.
Se ha informado de que por ambas partes -aunque con más intensidad y eficacia por parte rusa- se recurrió a operaciones de otra naturaleza en apoyo de las acciones propiamente militares por tierra, mar y aire: se utilizaron ataques a las redes de Internet y se recurrió al empleo sistemático y generalizado de la propaganda de guerra en los medios informativos de ambos países.
Parece evidente, además, que el mando militar ruso ha aprendido de operaciones anteriores, sobre todo de los bombardeos de la OTAN contra Yugoslavia y de los errores cometidos en la represión contra la rebeldía chechena. De esta última campaña se extrajo la conclusión de no utilizar soldados inexpertos en las primeras líneas de combate, sino recurrir a las mejores tropas de elite disponibles en el momento, como así ha sucedido.
También por parte rusa se ha puesto de relieve el atraso en los medios de guerra electrónica, la incompleta información sobre las intenciones del enemigo y las concentraciones de sus fuerzas, y la falta de eficacia de las fuerzas aéreas, que sufrieron pérdidas desproporcionadas ante la menguada defensa aérea georgiana. Como casi siempre, las primeras quejas procedentes de los mandos militares se centran en la inadecuada distribución de recursos, que algunos opinan que se canalizan preferentemente hacia las fuerzas estratégicas nucleares, en detrimento de las fuerzas convencionales.
En Georgia predomina el debate político sobre el técnico y militar. Se critica al Gobierno la dirección estratégica de la ofensiva inicial, la definición de sus objetivos y la mala conducción de las operaciones cuando éstas no respondieron a las expectativas planeadas. Se reprocha a los asesores estadounidenses, que hace ya algún tiempo trabajan con los militares georgianos, su obsesión por las acciones antiterroristas pero su descuido hacia los elementos esenciales del combate terrestre ordinario. Se resalta también el desconcierto que se adueñó de la cadena de mando, en cuanto fueron destruidos algunos centros de comunicaciones, y la falta de planes alternativos que redujeran el caos producido por la derrota militar sobre el terreno.
La guerra de los cuatro días entre Rusia y Georgia obligará a revisar algunos conceptos militares, pero su principal repercusión será, sin duda alguna, la que produzca en el cuadro de las relaciones internacionales a nivel mundial, donde todavía no es posible valorar el alcance de sus efectos en los muchos aspectos afectados por tan breve pero intensa campaña.
* General de Artillería en la Reserva