Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Introducción del editor de Tom Dispatch
En un sombrío artículo del 3 de noviembre en el Wall Street Journal (enterrado en el interior del periódico), Yochi Dreazen informó sobre tasas récord de suicidios en el estresado ejército de EE.UU. Dieciséis soldados se suicidaron sólo en octubre, 134 hasta ahora en este año, llevando a que esencialmente se romperá el «récord» de 140 suicidios del año pasado. Esto representa un asombroso aumento de un 37% en la cantidad de suicidios desde 2006 y, por primera vez, ubica la tasa de suicidios en el ejército por sobre la de la población estadounidense en general.
Después de ocho años de dos grandes guerras de contrainsurgencia (y varios encuentros menores en lo que solía ser llamado la Guerra Global contra el Terror), en los que numerosos soldados tuvieron múltiples períodos de servicio, con 120.000 soldados de EE.UU. que siguen en Iraq y casi 70.000 en Afganistán, con la guerra afgana en una fase de escalada, con comandantes en el terreno que piden entre 40.000 y 80.000 soldados estadounidenses más, y mientras aumenta la construcción de bases, los problemas internos de los militares también aumentan evidentemente.
Como informan Dahr Jamail, autor de «The Will to Resist: Soldiers Who Refuse to Fight in Iraq and Afghanistan,» y Sarah Lazare, el ejército busca intensamente tropas que pueda desplegar, y utiliza una reserva de soldados que ya han sido dañados o incluso quebrantados por sus experiencias en nuestras zonas de guerra – y eso es sólo para encarar las necesidades actuales. Tal vez no sea sorprendente por lo tanto que Dreazen incluya este pasaje impactante en su informe: «En una reunión en la Casa Blanca el viernes, el Estado Mayor Conjunto instó al presidente Barack Obama a enviar nuevos soldados a Afganistán sólo si han pasado por lo menos un año en EE.UU. desde su último período de servicio en el extranjero, según personas familiarizadas con el tema. Si el señor Obama acepta esa condición, muchos refuerzos potenciales para Afganistán no estarán disponibles hasta el próximo verano en el mejor de los casos.»
En la práctica (si Dreazen tiene razón), eso significa que, en una sesión privada con el presidente, el Estado Mayor ha evidentemente frenado la implementación total del plan del comandante de Centcom David Petraeus y del comandante de la guerra afgana, comandante Stanley McChrystal, de enviar una masiva infusión de nuevos soldados a Afganistán en un futuro cercano.
Vale la pena preguntar – aunque nadie, que yo sepa, lo ha hecho – si éste es un modesto equivalente afgano del «momento Shinseki» antes de la invasión de Iraq. (Entonces, el Jefe de Estado Mayor del ejército, general Eric Shinseki advirtió en un testimonio ante el Congreso que, si invadíamos, necesitaríamos «varios cientos de miles» de soldados – la cifra exacta no está disponible – para la ocupación consecuente. La burla de los dirigentes civiles del Pentágono nombrados por Bush lo llevó al retiro.)
Al mismo tiempo, el jefe del Estado Mayor, almirante Mike Mullen, acaba de dejar en claro que el Pentágono volverá a solicitar fondos suplementarios para la guerra en algún momento durante el próximo año, por sobre los 130.000 millones de dólares que el Congreso asignó hace sólo un mes en el presupuesto del Departamento de Defensa. Se basarán, en parte, en un cálculo de que cada 1.000 soldados adicionales enviados a Afganistán tendrán que ser apoyados por mil millones de dólares adicionales en fondos. (Podéis sacar la cuenta vosotros mismos, sobre la base de esos 40.000 soldados y preguntar de dónde se supone que salga todo ese dinero.)
En realidad, estamos enfrentando un continuo desastre no sólo para EE.UU. sino para los militares de EE.UU. Lee el siguiente artículo y pregúntate: ¿En qué estado tendría que estar un ejército para considerar la vuelta a enviar a esos hombres a una zona de guerra? La respuesta es, claro está, sería un ejército desesperado – un ejército que se desangra y, como puede indicar la espantosa serie de asesinatos en el ya estresado Fort Hood, con los nervios de punta de una manera que tal vez nadie ha llegado a comprender. Tom
¿De dónde sacarán los soldados?
Preparan a inhabilitados para el frente afgano
Dahr Jamail y Sarah Lazare
Mientras el gobierno de Obama debate si envía a decenas de miles de soldados adicionales a Afganistán, sus militares ya sobre-extendidos tienen cada vez más problemas para cubrir sus cifras de despliegue. Sorprendentemente, un sitio al que parecen estar apuntando es el personal militar que se ausenta sin permiso (AWOL) y luego es sorprendido o se entrega.
Ocultos tras las puertas de bases militares en todo EE.UU., soldados que enfrentan acusaciones de AWOL o de deserción están regularmente en manos de un ejército que impone castigos informales, sin fin definido, al obligarlos a esperar meses – a veces más de un año – antes de enfrentar la justicia militar. Mientras tanto, a algunos de estos soldados se les ofrece una salida de este limbo legal siempre que acepten movilizarse a Afganistán o Iraq – incluso si se les ha diagnosticado PTSD (Trastorno de Estrés Postraumático).
En agosto de 2008 informamos en TomDispatch.com, sobre las deplorables condiciones en 82nd Replacement Barracks en Fort Bragg, Carolina del Norte. Allí, más de 50 miembros de Echo Platoon del 82 destacamento de reemplazo de la 82ª División Aerotransportada estaban retenidos a la espera de acusaciones de AWOL y deserción. Investigaciones iniciadas desde entonces – en parte como reacción a nuestro artículo – han revelado que la suerte de los miembros de Echo Platoon no es algo aislado. Es, en los hechos, algo de lo más común en otras bases en todo EE.UU. Y es en esas «unidades de retención», repletas de soldados descontentos que han cometido AWOL, muchos de los cuales sufren de PTSD por anteriores movilizaciones en zonas de guerra, donde el ejército espera encontrar ayuda para satisfacer sus necesidades de personal para Afganistán.
Pesadilla en Echo Platoon
El 16 de agosto, determinado a poner fin a su insoportable dolor mental y psicológico, el soldado Timothy Rich, mientras estaba bajo vigilancia permanente por peligro de suicidio, intentó saltar a la muerte desde el techo del barracón de Echo Platoon (donde había estado retenido desde su arresto por cometer AWOL). Antes de su intento de suicidio, los militares le habían ofrecido amnistía a cambio de su acuerdo de movilizarse a Afganistán o Iraq.
Ya había pasado un año infernal a la espera de ser dado de baja y de recibir tratamiento por problemas de salud mental. «Siento en lo más profundo que me quiero ir de aquí,» explicó. «Durante cuatro meses me han estado diciendo que saldré dentro de una semana. No veo el fin de esto, de modo que pensé que trataría de terminarlo yo mismo.»
Cayó tres pisos, rebotó en un árbol antes de caer el suelo y fisionarse la columna vertebral. Los militares le pusieron un aparato ortopédico dorsal, le dieron drogas psicotrópicas, y volvieron a imponerle la vigilancia permanente por peligro de suicidio.
Aunque ha sido recientemente dado de baja, Rich no era un caso atípico entre los soldados de Echo Platoon, algunos obligados a esperar un año o más en un limbo legal – en edificios desvencijados bajo la autoridad de comandantes abusivos – a que comenzaran procedimientos legales, y muchos de ellos sufriendo de enfermedades mentales o de PTSD por anteriores despliegues. Como el especialista Dustin Stevens nos dijo en agosto pasado: «Es horrible. Nos tratan como animales. Algunos se están volviendo locos, otros están enfermos. Hay gente en el lugar que debería estar en hospitales psiquiátricos. Y tal como lo veo, no hice nada malo.»
Poco después de la publicación de nuestro artículo, Stevens nos dijo que por lo menos media docena de soldados del pelotón, junto con él, repentinamente recibieron fechas para sus procesos. Aunque era probable que lo declararan culpable y que enfrentaría un castigo, Stevens afirmó que se sentía «aliviado» de tener la perspectiva de un final. Poco después, según informantes de Echo Platoon, sus barracones fueron declarados ruinosos como resultado de una investigación militar del lugar y, el 19 de octubre, el propio pelotón fue disuelto.
Recientemente, posiblemente debido a la atención que atrajo el artículo respecto al maltrato y la detención indefinida que los soldados sufrían en Echo Platoon, Stevens fue informado por los militares de que sería dado de baja del ejército por el camino administrativo – y que no será obligado a estar en prisión.
James Branum, abogado civil de Stevens, así como asesor legal de G.I. Rights Hotline de Oklahoma y co-presidente de Military Law Task Force (MLTF), resumió los eventos como sigue: «Ecco Platoon fue cerrado después de repetidas quejas y una investigación del Congreso. Todo el sitio fue cerrado. Todos fueron dispersados a otras unidades. Si su antigua unidad todavía existe, son enviados a ella. Sabemos que por lo menos uno de los suboficiales a cargo de Echo Platoon fue despedido. Creo que es algo positivo.»
Ecos de Echo
Las inquietantes condiciones en Echo Platoon podrían haber sido sólo la punta del iceberg cuando se trata de unidades de retención del ejército. La evidencia sugiere que soldados retenidos en otras bases en EE.UU. por AWOL y deserción enfrentan una apatía similar o abandono intencional – y que a ellos también a menudo sólo les queda la alternativa entre vivir en un limbo legal o aceptar el envío a una zona de guerra.
Scott Wildman, ex especialista del ejército, cometió AWOL en 2007 cuando no pudo recibir ayuda adecuada por un severo PTSD sufrido después de un despliegue de 15 meses en Iraq. En febrero de 2009, finalmente se entregó en Fort Lewis en el Estado de Washington, sólo para verse perdido en una burocracia laberíntica. Durante los primeros cuatro meses, no le permitieron abandonar un área confinada e incluso le prohibieron pasearse solo.
Describe su experiencia como sigue: «Me estaba volviendo loco. Mi mujer me había abandonado. No había visto a mis hijos durante un par de años. Llegué a casa y traté de conseguir ayuda. En Fort Lewis no se preocupan por uno. Doctores civiles y militares me habían diagnosticado una severa depresión, PTSD, y severa ansiedad. Cuando uno está en su unidad, se burlan de uno. Hacen chistes sobre PTSD. Todos sufren de PTSD, pero son demasiado descocados.»
Wildman afirma que durante sus ocho meses en Fort Lewis estuvo expuesto a abuso verbal y a una atención psiquiátrica de baja calidad. «El comando me trataba como basura. Mi comandante me ignoró durante los primeros meses hasta que me atacó mi compañero de habitación. Se aseguran de que uno esté en la habitación y gritan ‘montón de maricones de PTSD.'»
Hace cuatro semanas, informaron a Wildman que sería sometido a la corte marcial, pero no le dieron una fecha. Convencido de que no tenía otra alternativa, volvió a cometer AWOL y así sigue hasta hoy.
«He ido a ver a algunos asesores legales militares, pero no avanzamos en el problema real… Nos dan clases sobre calma y tranquilidad, pero están cerca de los polígonos de tiro. Hay disparos y explosiones por todas partes, le gritan a la gente todo el tiempo porque se trata de infantería. No es un buen sitio para alguien con problemas [de salud mental].»
En un momento dado, a pesar de un protocolo de confidencialidad que debería haberlo impedido, los comandantes de Wildman revisaron sus antecedentes médicos y descubrieron que había estado involucrado en la muerte accidental de dos niñitas en Iraq. Comenzaron a presionarlo con amenazas de que lo harían juzgar por crímenes de guerra.
Cuando explica porqué volvió a irse sin permiso, Wildman dice: «No sabía qué me esperaba. Tenía que escaparme de esa situación.»
«Ejemplos sobre cómo los militares están tratando a los soldados, como el caso de Wildman, son comunes,» comenta Kathleen Gilberd, co-presidente de MLTF. También señala que el ejército, cuyos recursos están empleados al máximo por años de múltiples despliegues a dos zonas de guerra, ha comenzado a minimizar condiciones médicas potencialmente severas para que los soldados sigan siendo utilizables en el servicio en ultramar. Es algo común, informa, que soldados que han cometido AWOL sean «sobornados» con ofertas de que todas las acusaciones, o potenciales acusaciones, serán abandonadas, siempre que acepten su despliegue a Iraq o Afganistán.
«Mucha gente que ha sido infradiagnosticada o mal diagnosticada es movilizada por segunda o por tercera vez,» agrega. «Los mecanismos de barrera que debieran impedir que esto suceda son rutinariamente ignorados… Si alguien recibe una medicación psicotrópica o ha sido diagnosticado por una nueva condición psiquiátrica, debería haber un período y demora de noventa días de observación, según la política del Departamento de Defensa (DOD).»
Remarcablemente, ese período de espera, a veces ignorado, de 90 días para personal militar que recibe medicaciones psicotrópicas no se aplica siempre a soldados a los que se les diagnostica una lesión traumática del cerebro (TBI) del tipo comúnmente causado por bombas al borde de la ruta. Según un análisis del Armed Forces Health Surveillance Center del que informa Denver Post en agosto de 2008, más de «43.000 miembros de las fuerzas armadas – dos tercios de ellos en el ejército o en la reserva del ejército – fueron clasificados como no movilizables por razones médicas antes de ser movilizados» a Iraq. El proceso, en todo caso, sólo parece acelerarse cuando se trata de Afganistán.
Movilizando a los inhabilitados
No todos los soldados se ausentan sin permiso (AWOL), para salvar sus mentes y sus cuerpos. Algunos tratan de salvar a sus familias. Un soldado retenido en Bravo Platoon, una unidad de retención de la 3ª Brigada, 4ª División de Infantería en Fort Carson en Colorado Springs (quien no quiso que se divulgara su nombre) reveló que, después de volver del servicio en Iraq, se le dijo que pronto sería vuelto a movilizar a ese país. Como su madre estaba enferma, se negó y lo amenazaron con una corte marcial.
«Cuando me entregué, entregué un expediente con cartas de los doctores de mi madre y de funcionarios del Estado que dejaban en claro que tenía que estar en casa para cuidar a mi madre. Entonces me sometieron a restricciones y a encierro permanente para impedir que volviera a irme. Después me castigaron. Me asignaron tareas adicionales y recibí una reducción de rango de E3 a soldado raso. Me trataron como si fuera basura.»
Él y otros soldados de su pelotón de retención fueron sometidos a abuso verbal y los obligaron a realizar tareas degradantes. Afirmó que lo amenazaban a diario con enviarlo a la United States Disciplinary Barracks en Fort Leavenworth, Kansas, la instalación correccional de máxima seguridad de las fuerzas armadas – y luego lo instaron a aceptar el retorno de Iraq. No tuvo importancia que tuviera órdenes de «no ir» de doctores en Fort Carson que lo eximían del despliegue en el extranjero.
Su comandante le prometió que podía empezar de nuevo si volvía a ir a Iraq, insistiendo en que su única alternativa era la corte marcial. A pesar de un régimen de humillación, se mantuvo firme y fue finalmente dado de baja por problemas familiares en septiembre de 2008. Había por lo menos otros 11 soldados en el pelotón Bravo. Como sus homólogos en Echo, a la mayoría se les dijo que sus antecedentes serían blanqueados si aceptaban volver a movilizarse. La alternativa era un castigo no judicial, seguido por una corte marcial algunos meses después.
El sargento Heath Carter, basado originalmente en Fort Polk, Luisiana, se vio desgarrado entre urgentes problemas familiares y un comando militar indiferente. Al volver de la invasión de Iraq, descubrió que su hija vivía en lo que consideró como un entorno inseguro. Heath y su nueva esposa comenzaron a consultar abogados para obtener la custodia de la niña. Precisamente en esos días, los militares comenzaron a cambiar el lugar de servicio de Carter. Lo trasfirieron de Fort Polk a Fort Huachuca, Arizona, luego a Fort Stewart, Georgia, reduciendo sus posibilidades de obtener la custodia.
Convencido de que era algo crucial para su hija, solicitó una reasignación por motivos compasivos a Fort Leavenworth, Missouri, a unas dos horas de ella. Sus pedidos al comando militar, a su capellán, incluso a su congresista, no tuvieron éxito. En mayo de 2007, al quedarse sin alternativas, se ausentó sin permiso de Fort Stewart, y se fue a casa para luchar por la custodia, la que obtuvo.
El 25 de enero de este año, sin embargo, fue arrestado en su casa por la Policía Militar, que lo llevó de vuelta a Fort Stewart donde ha estado esperando ser acusado durante los últimos ocho meses. Por ser sargento, está en una unidad regular, no en un centro de retención. Inicialmente, su comandante le prometió que sería devuelto a casa dentro de un mes y medio. Varios meses después, el mismo comandante decidió someterlo a la corte marcial.
Carter se siente frustrado. «Si lo hubieran hecho al principio, ya estaría de vuelta en casa. Han tardado todo este tiempo para decidir. Ahora tengo que esperar la corte marcial. Si hubiésemos sabido que iba a tardar tanto mi familia se habría mudado para acá. Cada vez que pregunto cuándo voy a tener el juicio, dicen que tardará otra quincena. Tengo la impresión de que están mintiendo. Se metieron con mi paga. Están tratando de llevarme a hacer algo malo.»
Su dura experiencia ha obligado a Carter a pensar en las guerras de EE.UU. Otrora, admite, se enorgullecía de su misión en Iraq. Ahora ve las cosas de otra manera: «No pienso que haya algún motivo para que estemos en Iraq, fuera del petróleo.»
Su esposa, que testimonió el insensible tratamiento sufrido por su marido, dice: «Ha estado allá [Iraq], ha hecho eso, y ha visto cosas horribles, terribles, de modo que lógicamente no quiere volver.»
Mientras el gobierno de Obama decide cuántos miles de soldados va a enviar a Afganistán, hombres y mujeres en las fuerzas armadas ya enfrentan repetidos despliegues, a menudo a pesar de que se les han diagnosticado condiciones médicas que debieran inhabilitarlos para la movilización.
Nada ha cambiado para esos soldados asediados, excepto el sitio del maltrato y la desesperación con la cual las fuerzas armadas luchan ahora por reunir las cifras necesarias para la movilización mientras siguen librando dos guerras sin fin.
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Dahr Jamail, periodista independiente es autor de «The Will to Resist: Soldiers Who Refuse to Fight in Iraq and Afghanistan» (Haymarket Books, 2009), y «Beyond the Green Zone: Dispatches From an Unembedded Journalist in Occupied Iraq» (Haymarket Books, 2007). Jamail informó desde Iraq ocupado durante nueve meses, así como desde el Líbano, Siria, Jordania y Turquía durante los últimos cinco años.
Sarah Lazare es coordinadora de proyecto para Courage to Resist, una organización que apoya a soldados que se niegan a combatir en Iraq y Afganistán. También es escritora independiente.
Bhaswati Sengupta contribuyó a este informe.
Copyright 2009 Dahr Jamail and Sarah Lazare
Fuente: http://www.tomdispatch.com/