En el tema militar lo más probable es que se recuerde a Donald Trump por su insistencia en poner fin a la participación de Estados Unidos en las «guerras eternas» del siglo XXI: las infructuosas, implacables y devastadoras campañas militares emprendidas por los presidentes Bush y Obama en Afganistán, Irak, Siria y Somalia.
Después de todo, como candidato, Trump se comprometió a traer las tropas estadounidenses a casa desde esas temidas zonas de guerra y, en sus últimos días en el cargo, ha prometido hacer al menos la mayor parte del camino hacia ese objetivo. La obsesión del presidente por este tema (y la oposición de sus propios generales y otros funcionarios sobre el tema) ha generado una gran cantidad de cobertura mediática y le ha hecho ser querido por sus partidarios aislacionistas. Sin embargo, por muy interesante que sea, esta focalización en las retiradas tardías de tropas de Trump oscurece un aspecto mucho más significativo de su legado militar: la conversión del ejército estadounidense de una fuerza antiterrorista global en una diseñada para luchar en una guerra total, cataclísmica y potencialmente nuclear con China y / o Rusia.
La gente rara vez se da cuenta de que el enfoque de Trump hacia la política militar siempre ha sido de dos caras. Incluso cuando denunció repetidamente el fracaso de sus predecesores en abandonar esas interminables guerras de contrainsurgencia, lamentó su presunto descuido de las fuerzas armadas regulares de Estados Unidos y prometió gastar lo que fuera necesario para «restaurar» su fuerza de combate. «En una administración Trump», declaró en un discurso de campaña de septiembre de 2016 sobre seguridad nacional, las prioridades militares de Estados Unidos se revertirían, con una retirada de las «guerras interminables en las que estamos atrapados ahora» y la restauración de «nuestra incuestionable fuerza militar».
Una vez en el cargo, actuó para llevar a cabo esa misma agenda, dando instrucciones a sus representantes, una sucesión de asesores de seguridad nacional y secretarios de defensa, para que comenzaran las retiradas de tropas estadounidenses de Irak y Afganistán (aunque acordó por un tiempo aumentar los niveles de tropas en Afganistán), presentando a la vez presupuestos de defensa cada vez mayores. Los gastos anuales del Pentágono aumentaron cada año entre 2016 y 2020, pasando de 580 mil millones de dólares al comienzo de su administración a 713 mil millones al final, con gran parte de ese incremento dirigido a la adquisición de armamento avanzado. Se incorporaron miles de millones adicionales al presupuesto del Departamento de Energía para la adquisición de nuevas armas nucleares y la «modernización» a gran escala del arsenal nuclear del país.
Sin embargo, mucho más importante que ese aumento en el gasto en armas fue el cambio de estrategia que lo acompañó. La postura militar que el presidente Trump heredó de la administración Obama se centró en luchar la Guerra Global contra el Terrorismo (Global War on Terror-GWOT), una lucha agotadora e interminable para identificar, rastrear y destruir a los fanáticos antioccidentales en áreas remotas de Asia, África y Medio Oriente. La postura que está legando a Joe Biden se centra casi por completo en derrotar a China y Rusia en futuros conflictos de «alto nivel» librados directamente contra esos dos países, combates que sin duda involucrarían armas convencionales de alta tecnología a una escala asombrosa y que fácilmente podrían desencadenar una guerra nuclear.
De la GWOT a la GPC (Great Power Competition)
Es imposible exagerar la importancia del cambio del Pentágono de una estrategia dirigida a luchar contra bandas relativamente pequeñas de militantes a una dirigida a luchar contra las fuerzas militares de China y Rusia en las periferias de Eurasia.
La primera implica el despliegue de tropas dispersas de infantería y unidades de las Fuerzas de Operaciones Especiales respaldadas por aviones de patrulla y drones armados con misiles; la otra prevé la implicación de múltiples portaaviones, escuadrones de combate, bombarderos con capacidad nuclear y divisiones blindadas. De manera similar, en los años de GWOT, generalmente se asumió que las tropas estadounidenses se enfrentarían a adversarios en gran parte armados con armas de infantería ligera y bombas caseras, y no, como en cualquier guerra futura con China o Rusia, a un enemigo equipado con tanques, aviones, misiles avanzados, barcos y una gama completa de municiones nucleares.
Este cambio de perspectiva del contraterrorismo a lo que, en estos años, se conoce en Washington como «Great Power Competition -Competición de grandes potencias» o GPC, se articuló oficialmente por primera vez en la Estrategia de Seguridad Nacional del Pentágono de febrero de 2018. «El desafío central para la prosperidad y la seguridad de Estados Unidos», insistió,»es el resurgimiento de una competencia estratégica a largo plazo contra lo clasificado por la Estrategia de Seguridad Nacional como potencias revisionistas», una fórmula para designar a China y a Rusia. (El documento utilizó unas raras cursivas para subrayar la importancia de esta terminología).
Para el Departamento de Defensa y los servicios militares, esto significó solo una cosa: a partir de ese momento, gran parte de lo que hicieran estaría dirigido a prepararse para luchar y derrotar a China y / o Rusia en un conflicto de alta intensidad. Como dijo el secretario de Defensa Jim Mattis al Comité de Servicios Armados del Senado en abril, «la Estrategia de Defensa Nacional 2018 proporciona una dirección estratégica clara para que el ejército de Estados Unidos recupere una era de objetivos estratégicos … Aunque el Departamento continúa prosiguiendo la campaña contra los terroristas , la competencia estratégica a largo plazo, no el terrorismo, es ahora el enfoque principal de la seguridad nacional de Estados Unidos».
Siendo este el caso, agregó Mattis, las fuerzas armadas de Estados Unidos tendrían que ser completamente reequipadas con nuevas armas destinadas al combate de alta intensidad contra adversarios bien armados. «Nuestras fuerzas armadas siguen siendo competentes, pero nuestra ventaja competitiva se ha erosionado en todos los dominios de la guerra», señaló. «La combinación de la evolución rápida de la tecnología [y] el impacto negativo en la preparación militar resultante del período de combate continuo más largo en la historia de nuestra nación [ha] creado un ejército sobrecargado y con recursos insuficientes». En respuesta, debemos «acelerar los programas de modernización en un esfuerzo sostenido para consolidar nuestra ventaja competitiva».
En ese mismo testimonio, Mattis expuso las prioridades de adquisiciones que desde entonces han regido la planificación mientras el ejército busca «consolidar» su ventaja competitiva. Primero viene la «modernización» de las capacidades de armas nucleares de la nación, incluidos sus sistemas de mando, control y comunicaciones nucleares; luego, la expansión de la Marina a través de la adquisición de un número asombroso de buques de superficie y submarinos adicionales, junto con la modernización de la Fuerza Aérea, mediante la adquisición acelerada de aviones de combate avanzados; finalmente, para garantizar la superioridad militar del país en las próximas décadas, se incrementó enormemente la inversión en tecnologías emergentes como inteligencia artificial , robótica , hipersónica y ciberguerra.
Estas prioridades ya han sido integradas en el presupuesto militar y rigen la planificación del Pentágono. En febrero pasado, al presentar su proyecto de presupuesto para el año fiscal (AF) 2021, por ejemplo, el Departamento de Defensa afirmó : «El presupuesto del AF 2021 apoya la implementación irreversible de la Estrategia de Defensa Nacional (NDS), que orienta la toma de decisiones del Departamento en la redefinición de las prioridades de los recursos y el desplazamiento de las inversiones a fin de preparar un futuro combate potencial de alto nivel”. Esta visión de pesadilla, en otras palabras, es el futuro militar que el presidente Trump dejará a la administración Biden.
La Marina a la cabeza
Desde el principio, Donald Trump ha puesto el acento en la expansión de la Marina como un objetivo primordial. «Cuando Ronald Reagan dejó el cargo, nuestra Armada tenía 592 navíos … Hoy, la Armada tiene solo 276 navíos», lamentó en ese discurso de campaña de 2016. Una de sus primeras prioridades como presidente, afirmó, sería recuperar su fuerza. «Construiremos una Marina de 350 buques de superficie y submarinos», prometió. Una vez en el cargo, la «Marina de 350 buques» (luego aumentada a 355 buques) se convirtió en un mantra.
Al poner el acento en una gran flota, Trump ha sido influenciado hasta cierto punto por el puro espectáculo de los grandes buques de guerra modernos, especialmente los portaaviones con sus decenas de aviones de combate. «Nuestros portaaviones son la pieza central del poderío militar estadounidense en el extranjero», insistió mientras visitaba el portaaviones casi terminado, el USS Gerald R. Ford, en marzo de 2017. «Hoy estamos aquí en un terreno de cuatro acres y medio de poder de combate y territorio soberano de Estados Unidos, como no hay otro … no hay competencia frente a este navío”.
Como era de esperar, los altos funcionarios del Pentágono abrazaron la visión de la gran Marina del presidente con un entusiasmo manifiesto. La razón: ven a China como su adversario número uno y creen que cualquier conflicto futuro con ese país se librará en gran medida desde el Océano Pacífico y los mares cercanos, siendo esa la única forma práctica de concentrar el poder de fuego de Estados Unidos contra las cada vez más reforzadas defensas costeras de China.
El entonces secretario de Defensa Mark T. Esper expresó bien esta perspectiva cuando, en septiembre, consideró a Pekín el «principal competidor estratégico» del Pentágono y la región del Indo-Pacífico su «teatro prioritario» en la planificación de guerras futuras. Las aguas de esa región, sugirió, representan «el epicentro de la competencia de las grandes potencias con China» y, por lo tanto, fueron testigos de un comportamiento cada vez más provocador por parte de las unidades aéreas y navales chinas. Ante tal actividad desestabilizadora, «los Estados Unidos deben estar listos para disuadir los conflictos y, si es necesario, luchar y ganar en el mar».
En ese discurso, Esper dejó claro que la Marina de los Estados Unidos sigue siendo muy superior a su contraparte china. No obstante, afirmó, «Debemos mantenernos a la vanguardia; debemos mantener nuestra superioridad; y seguiremos construyendo barcos modernos para asegurarnos de seguir siendo la mejor marina del mundo».
Aunque Trump despidió a Esper el 9 de noviembre por, entre otras cosas, resistirse a las demandas de la Casa Blanca de acelerar la retirada de las tropas estadounidenses de Irak y Afganistán, el enfoque del exsecretario de Defensa de luchar contra China desde el Pacífico y los mares adyacentes sigue estando profundamente arraigado en el pensamiento estratégico del Pentágono y será un legado de los años de Trump. En apoyo de tal política, ya se han comprometido miles de millones de dólares para la construcción de nuevos barcos de superficie y submarinos, lo que garantiza que ese legado persistirá durante años, incluso decenios.
Haz como Patton: golpea profundo, golpea fuerte
Trump dijo poco sobre lo que se debería hacer respecto a las fuerzas terrestres estadounidenses durante la campaña de 2016, excepto para indicar que las quería aún más grandes y mejor equipadas. Lo que sí hizo, sin embargo, fue hablar de su admiración por los generales del Ejército de la Segunda Guerra Mundial conocidos por sus tácticas de batalla agresivas. «Era fanático de Douglas MacArthur. Era fanático de George Patton», le dijo a Maggie Haberman y David Sanger del New York Times en marzo. «Si tuviéramos a Douglas MacArthur hoy o si tuviéramos a George Patton hoy y si tuviéramos un presidente que les permitiera hacer lo suyo, no tendrías a ISIS (el Estado Islámico), ¿okay?»
El respeto de Trump por el general Patton ha demostrado ser especialmente sugerente en una nueva era de competencia entre grandes potencias, mientras las fuerzas estadounidenses y de la OTAN se preparan nuevamente para enfrentarse a ejércitos terrestres bien equipados en el continente europeo, tal como lo hicieron durante la Segunda Guerra Mundial. En aquel entonces, fue al cuerpo de tanques de la Alemania nazi al que los propios tanques de Patton se enfrentaron en el frente occidental. Hoy, las fuerzas de Estados Unidos y la OTAN se enfrentan a los ejércitos mejor equipados de Rusia en Europa del Este a lo largo de una línea que se extiende desde las repúblicas bálticas y Polonia en el norte hasta Rumania en el sur. Si estallara una guerra con Rusia, es probable que gran parte de los combates ocurrieran a lo largo de esta línea, con unidades de la fuerza principal de ambos lados involucrados en combates frontales de alta intensidad.
Desde que terminó la Guerra Fría en 1991 con la implosión de la Unión Soviética, los estrategas estadounidenses habían dedicado poca atención al combate terrestre de alta intensidad contra un adversario bien equipado en Europa. Ahora, con el aumento de las tensiones Este-Oeste y las fuerzas estadounidenses confrontadas nuevamente a enemigos potenciales bien armados en lo que parece cada vez más una versión militar de la Guerra Fría, ese problema está recibiendo mucha más atención.
Esta vez, sin embargo, las fuerzas estadounidenses se enfrentan a un entorno de combate muy diferente. En los años de la Guerra Fría, los estrategas occidentales generalmente imaginaron una competencia de fuerza bruta en la que nuestros tanques y artillería lucharían contra los suyos a lo largo de cientos de kilómetros de líneas del frente hasta que un bando u otro se agotara por completo y no tuviera más remedio que pedir la paz (o provocar una catástrofe nuclear global).
Los estrategas de hoy, sin embargo, imaginan una guerra mucho más multidimensional (o «multidominio») que se extiende al aire y también a las zonas de retaguardia, así como al espacio y al ciberespacio. En un entorno así, han llegado a creer que el vencedor tendrá que actuar con rapidez, dando golpes paralizantes a lo que llaman las capacidades C3I del enemigo (comando, control, comunicaciones e inteligencia) en cuestión de días, o incluso horas. Solo entonces las poderosas unidades blindadas podrían atacar profundamente el territorio enemigo y, al estilo de Patton, asegurar una derrota rusa.
El ejército de Estados Unidos ha etiquetado esta estrategia como «all-domain warfare -guerra de todos los dominios» y supone que Estados Unidos de hecho dominarán el espacio, el ciberespacio, el espacio aéreo y el espectro electromagnético. En una futura confrontación con las fuerzas rusas en Europa, según establece la doctrina, el poder aéreo estadounidense buscaría el control del espacio aéreo sobre el campo de batalla, mientras usa misiles guiados para destruir los sistemas de radar rusos, las baterías de misiles y sus instalaciones C3I. El Ejército de tierra llevaría a cabo ataques similares utilizando una nueva generación de sistemas de artillería de largo alcance y misiles balísticos. Solo cuando las capacidades defensivas de Rusia se degradaran por completo, ese Ejército continuaría con un asalto terrestre, al estilo de Patton.
Esté preparado para luchar con armas nucleares
Como imaginan los estrategas de alto nivel del Pentágono, es probable que cualquier conflicto futuro con China o Rusia implique un combate intenso y total en tierra, mar y aire destinado a destruir la infraestructura militar crítica de un enemigo en las primeras horas o, como mucho, días de batalla, abriendo el camino para una rápida invasión estadounidense del territorio enemigo. Esto parece una estrategia ganadora, pero solo si posee todas las ventajas en armamento y tecnología. Si no, ¿entonces qué? Este es el dilema que enfrentan los estrategas chinos y rusos cuyas fuerzas no están a la altura de las estadounidenses. Si bien su propia planificación de guerra sigue siendo, hasta la fecha, un misterio, es difícil no imaginar que los equivalentes chinos y rusos del alto mando del Pentágono reflexionen sobre la posibilidad de una respuesta nuclear a cualquier asalto estadounidense contra sus ejércitos y sus territorios.
El examen de la literatura militar rusa disponible ha llevado a algunos analistas occidentales a concluir que Rusia de hecho está aumentando su dependencia de las armas nucleares «tácticas» para aniquilar a las fuerzas superiores de Estados Unidos / OTAN antes de que se pueda montar una invasión de su país (como en el siglo precedente, las fuerzas estadounidenses se basaron en ese armamento para evitar una posible invasión soviética de Europa occidental). De hecho, analistas militares rusos han publicado artículos que exploran esa opción, a veces descrita con la expresión «escalar para desescalar» (un nombre inapropiado si alguna vez hubo uno), aunque oficiales militares rusos nunca han discutido abiertamente tales tácticas. Aún así, la administración Trump ha citado esa literatura no oficial como evidencia de los planes rusos de emplear armas nucleares tácticas en una futura confrontación Este-Oeste y la ha utilizado para justificar la adquisición de nuevas armas estadounidenses de este tipo.
«La estrategia y doctrina rusas… evalúan erróneamente que la amenaza de una escalada nuclear o el primer uso real de armas nucleares serviría para ‘desescalar’ un conflicto en términos favorables para Rusia», afirma la Nuclear Posture Review (Revisión de la Postura Nuclear) de 2018 de la administración . «Para corregir cualquier percepción errónea rusa de la ventaja … el presidente debe tener una gama de opciones [nucleares] limitadas y graduadas, incluida una variedad de medios de lanzamiento y fuerza explosiva equivalente». En apoyo de tal política, esa revisión pidió la introducción de dos nuevos tipos de municiones nucleares: una ojiva de «bajo rendimiento» (lo que significa que podría, por ejemplo, pulverizar el Bajo Manhattan sin destruir toda la ciudad de Nueva York) para un misil balístico Trident lanzado desde un submarino y un nuevo misil de crucero con armas nucleares lanzado desde el mar .
Como en muchos de los desarrollos descritos anteriormente, esta iniciativa de Trump resultará difícil de revertir en los años de Biden. Después de todo, las primeras ojivas de bajo rendimiento W76-2 ya salieron de las líneas de montaje, se instalaron en misiles y ahora están desplegadas en los submarinos Trident en el mar. Es de suponer que éstos podrían ser retirados del servicio y desmantelados, pero esto rara vez ha ocurrido en la historia militar reciente y, para hacerlo, un nuevo presidente tendría que ir en contra de su propio alto mando militar. Aún más difícil sería negar el fundamento estratégico detrás de su despliegue. Durante los años de Trump, la idea de que las armas nucleares podrían usarse como armas de guerra ordinarias en futuros conflictos entre grandes potencias se ha arraigado profundamente en el pensamiento del Pentágono y borrarla no será una tarea fácil.
En medio de las discusiones sobre la retirada de las fuerzas estadounidenses de Afganistán, Irak, Siria y Somalia, en medio de los despidos y reemplazos repentinos de líderes civiles en el Pentágono, el legado más significativo de Donald Trump, el que podría conducir no a más guerras eternas, sino a un desastre eterno — ha pasado casi desapercibido en los medios de comunicación y en los círculos políticos de Washington.
Las y los partidarios de la nueva administración e incluso las y los miembros del círculo inmediato de Biden (aunque no se trate de sus nombramientos reales para los puestos de seguridad nacional) han presentado algunas ideas conmovedoras sobre la transformación de la política militar estadounidense, incluida la reducción del papel que juega la fuerza militar en las relaciones exteriores de Estados Unidos y la redistribución de algunos fondos militares para otros fines, como luchar contra Covid-19.
Tales ideas son bienvenidas, pero la principal prioridad del presidente Biden en el área militar debe ser centrarse en el verdadero legado militar de Trump, el que nos ha puesto en dirección a una guerra con China y Rusia, y hacer todo lo que esté a su alcance para guiarnos en una dirección más segura y prudente. De lo contrario, la expresión «guerra eterna» podría adquirir un significado nuevo y mucho más sombrío.
Michael T. Klare es profesor sobre estudios de paz y seguridad mundial en el Hampshire College en Amherst, Massachusetts. Su libro más reciente es The Race for What’s Left: The Global Scramble for the World’s Last Resources (La carrera por lo que queda: la lucha mundial por los últimos recursos del mundo) (2012).
Fuente: https://www.commondreams.org/views/2020/12/07/trumps-pernicious-military-legacy
Traducción: Faustino Eguberri para viento sur