En numerosos países de Europa se celebra la victoria de las tropas aliadas sobre la Alemania nazi en la II Guerra Mundial, hecho especialmente trascendente cuando asistimos a un fortalecimiento generalizado de las organizaciones fascistas, y los grandes mitos se reproducen. Una vez más se repetirá como hecho trascendental el desembarco de las tropas aliadas […]
En numerosos países de Europa se celebra la victoria de las tropas aliadas sobre la Alemania nazi en la II Guerra Mundial, hecho especialmente trascendente cuando asistimos a un fortalecimiento generalizado de las organizaciones fascistas, y los grandes mitos se reproducen. Una vez más se repetirá como hecho trascendental el desembarco de las tropas aliadas en Normandía y se minusvalorará el hecho trascendental la liberación de la mayor parte de Europa por la URSS que pagó para ello el durísimo precio de veintisiete millones de muertos. Casi nadie hablará de cómo los gobiernos aliados hicieron oídos sordos a las reiteradas peticiones de Moscú de abrir un frente en el oeste y que sólo llevaron a cabo la «Operación Overlord», en junio de 1944, con el tiempo justo para impedir la entrada del Ejército Rojo en Berlín 1, cosa que no lograron.
El objetivo de situar la intervención de EE.UU como decisiva para la victoria, clave para imponer la reconstrucción europea bajo su hegemonía, en particular a través de la OTAN, tiene también otro episodio, de especial trascendencia para nosotros: el de la supuesta liberación del Campo de Mauthausen por tropas norteamericanas.
El mito se repite pese a la existencia de un documento gráfico bien conocido: la foto de la llegada al al Campo de vehículos blindados USA en el que se ve a centenares de prisioneros bajo una enorme pancarta que preside la puerta de entrada en la que se lee «Los españoles antifascistas saludan a las fuerzas liberadoras». La pregunta es obvia: ¿Quiénes habían liberado Mauthausen cuando llegaron los estadounidenses?
La historia de la organización de la resistencia en el interior del Campo protagonizada por los comunistas españoles está documentada y tiene un valor inmenso. En Mauthausen, a diferencia de lo ocurrido en otros Campos nazis en los que el exterminio se produjo prácticamente sin oposición, se forjó durante cuatro años una importante organización clandestina internacional que salvó centenares de vidas y liberó el Campo antes de la llegada de las tropas aliadas.
La hazaña, desconocida por la inmensa mayoría y realizada en las más duras condiciones imaginables, está cuajada de apellidos españoles.
Existen algunos documentos, pero sin duda es el comunista español Mariano Constante2 quien la ha relatado con tanto rigor histórico que es conocido como el «notario de Mauthausen». En su relato me baso.
Comienza la organización
La organización empezó a gestarse el 22 de junio de 1941. Las tropas nazis ocupaban un país tras otro, comenzaba la invasión de la URSS y todo parecía hundirse. Esa noche la dirección decidió desinfectar el Campo y concentró a todos los prisioneros, desnudos, bajo un frío intenso, en los garajes. Allí los miembros del Partido Comunista de España decidieron organizarse, elegir a ocho de ellos para la dirección y tratar de extender la organización a otros compatriotas. Se había constituido el germen del Comité Internacional de Mauthausen. El objetivo principal era mantener la moral y los principios en medio de la barbarie. Constante lo explica así: «Se trataba de hacer comprender a unos y a otros que, para luchar en el interior del campo, era necesario tener una voluntad inquebrantable de combate y esperanza, sin la cual nada era posible; tener confianza en la victoria final; luchar contra la depravación y la corrupción, evitando hacer el juego de los SS, para perjudicar a otros presos políticos; solidaridad total en cualquier momento y circunstancia; hacer lo posible para impedir que los de «delito común» nos robasen nuestra escasa comida; intentar introducir españoles de confianza en los lugares de trabajo donde hubiera posibilidades de ayudar a los demás y, en lo posible, también en las barracas; conseguir informaciones y vigilar la conducta de los SS, con el fin de hacer frente y prever sus reacciones; establecer contacto con los deportados políticos de otras nacionalidades».
Las actividades contemplaban aportar algunos gramos de comida suplementaria los mas débiles e intentar evitarles las tareas más duras, lograr puestos que permitieran la movilidad dentro del Campo, ocultar a los enfermos para que no fueran exterminados o realizar sabotajes mínimos como la rotura de alguna herramienta para «entorpecer su producción destruyendo parte – una ínfima parte, es cierto – del potencial de guerra del III Reich».
Poco a poco la organización se extiende con la llegada, a partir de principios de 1942, de prisioneros políticos de todos los países europeos, algunos de ellos excombatientes de las Brigadas Internacionales. La organización va logrando introducir a compañeros de confianza en la cocina, la limpieza, la enfermería o las oficinas de la administración. La tela de araña se iba tejiendo. En la segunda mitad de 1942, en medio de las matanzas y de las torturas, las noticias de la resistencia soviética y la posterior derrota de los nazis en Stalingrado, fortalecen la confianza en la victoria de quienes habían creído en ella cuando no había ni un rayo de esperanza.
La llegada de un importante contingente de deportados franceses entre 1943 y 1944, comunistas, socialistas, católicos, y sobre todo, dirigentes militares de la Resistencia, permite el fortalecimiento del Comité Internacional y, sobre todo, la constitución del Aparato Militar Internacional (AMI). El aragonés Miguel Malle fue el responsable máximo del Estado Mayor (EM) del AMI, integrado por cuatro miembros, entre los que estaba el dirigente checo de las Brigadas Internacionales, Arthur London, y Mariano Constante. A este Aparato se incorporó también el coronel soviético Pirogoff.
La red se fortalece, a pesar de las continuas bajas, y se consigue acceder a un aparato de radio que tenían escondido miembros de las SS y que les permite obtener informaciones emitidas por Londres o Moscú. Meses después, además del continuo robo de armas a los SS, la organización obtiene un nuevo recurso: un aparato de radio propio que se consigue introducir oculto en un cubo de basura.
En abril de 1945, mientras se sucedían las derrotas alemanas -los norteamericanos bombardeaban la cercana ciudad de Linz y los soviéticos habían ocupado Viena- llegó la noticia de que el comandante del Campo, Ziereis, había recibido la orden de Himmler de liquidar a todos los prisioneros. Se debía ejecutar aprovechando una alarma antiaérea, verdadera o falsa, y se les eliminaría mediante una gigantesca explosión provocada en las naves que ya estaban siendo acondicionadas por los propios prisioneros, los cuales serían previamente gaseados dentro.
La organización clandestina se acelera, intensificando la obtención de información mediante documentos conseguidos por quienes limpiaban las oficinas, haciendo guardias nocturnas, sacando del Campo documentos y fotografías obtenidas clandestinamente por el fotógrafo Paco Boix que acreditaban la barbarie del exterminio y las visitas de los jefes nazis y, sobre todo, asegurando la disciplina y la coordinación para evitar bulos.
La liberación
A finales de abril, el comandante Ziereis dio la orden de movilizar a los españoles para combatir a las tropas soviéticas que se acercaban a Mauthausen. Formados frente a las ametralladoras que les apuntaban desde las torretas nadie dio un paso al frente. «Fue un momento en el que todo podía ocurrir y, totalmente conscientes de ello, estábamos dispuestos a jugárnoslo todo: las pistolas y las botellas de bencina estaban a punto. Viendo que no doblegaría nuestra actitud, Ziereis ordenó romper filas. Estoy seguro de que tuvo miedo».
Pocos días después, por la noche, los guardias de las SS fueron sustituidos por la guardia urbana de Viena. «Algunos SS capturados después de la liberación nos confirmaron que Ziereis temía una sublevación general y había preferido retirarse al pueblo de Mauthausen con sus SS». Una delegación del Comité Internacional conminó a la guardia urbana para que entregasen todas sus armas.
El 5 de mayo de 1945, poco antes de las dos de la tarde dos vehículos blindados y un jeep del ejército norteamericano entraron en el campo. Los guardias huyeron abandonando todas sus armas.
La gran pancarta preparada por los republicanos españoles se colocó y se hizo la famosa foto.
Cuando el Comité Interrnacional (CI) se dirigió a los norteamericanos para conocer sus intenciones y explicarles la situación, el oficial al mando les explicó que aquella era una patrulla de exploradores que se había extraviado y que, en realidad las tropas norteamericanas estaban a 40 kilómetros de allí. Cuando el CI les informó de que los SS estaban cerca «los norteamericanos se marcharon sin entrar en el interior del recinto, prometiéndonos un regreso rápido con medios bélicos suficientes para defendernos. Así que quedábamos solos para hacer frente a lo que surgiera…»
«En el campo la confusión era total. Algunos prisioneros habían asaltado la armería y otros desvalijaban los almacenes de las SS donde estaban almacenados los pocos víveres que quedaban. Afortunadamente teníamos una organización a punto y un aparato militar disciplinado. Los miembros del AMI habían permanecido en sus puestos, esperando recibir órdenes de nuestro EM. Los jefes militares fueron convocados para recibir órdenes y en pocos minutos todas las disposiciones necesarias fueron tomadas y ejecutadas». El orden interno fue restablecido y donde antes estaban los SS dando órdenes de exterminio ahora estaba el Estado Mayor Internacional.
La lucha no había terminado. Combatientes españoles y soviéticos del Mauthausen se enfrentaron a los SS replegados desde Checoslovaquia haciéndoles huir tras duros combates. Las tropas de los jefes del Campo, Ziereis y Bachmayer estaban al otro lado del Danubio y se preparaban para atacar el Campo. Para evitarlo había que tomarles la delantera y evitar que atravesaran el río por el único puente intacto, el del ferrocarril. Los combates dirigidos por el EM de Mauthausen, en los que participaron sobre todo soviéticos, españoles y checos, impidieron que los primeros tanques alemanes Tigers pasaran por el puente.
El 6 de mayo, los SS hicieron varios intentos de atravesar el Danubio que fracasaron a pesar de que tenían tanques, cañones y ametralladoras. La resistencia del Campo sólo tenía ametralladoras y Panzerfaust (tubos antitanques) robados al enemigo que usaban por primera vez. La situación, era crítica y la resistencia no podía durar mucho, por lo que valoraron volar el puente del ferrocarril con los propios explosivos que los nazis habían colocado.
El ataque de los soviéticos de la llanura de Ens obligó a las SS a trasladar allí parte de sus efectivos y la presión sobre la resistencia se redujo, pero la lucha continuaba. «Aquello era una Torre de Babel, donde teníamos que traducir todas las órdenes dadas (…) Por todos los lados las órdenes de rendirse habían sido dadas a las tropas alemanas y Berlín ya había caído en manos del ejército soviético. Con todo, para nosotros la lucha continuaba… Era nuestro destino. Habíamos sido los primeros en combatir contra las hordas hitlerianas y estaba escrito que seríamos los últimos en soltar las armas».
Por fin, una columna de tanques americanos hizo su aparición y la batalla terminó.
Un largo periplo les esperaba a los republicanos españoles hasta llegar a ser acogido por Francia, pero eso ya es otra historia.
Nada tiene que ver este relato con la historia oficial. Es sin embargo, una epopeya dirigida por comunistas españoles, realizada por quienes decidieron resistir y organizarse contra la desesperación y la muerte. Es la constatación histórica de la continuidad de la lucha emprendida en la guerra española y que se prolongó en suelo europeo contra la Alemania nazi; del empleo de la experiencia organizativa y del combate internacionalista. Del convencimiento de que la derrota del enemigo más poderoso, es posible siempre que exista la voluntad inquebrantable -como ellos decían- de resistir, y de la capacidad de la organización para vencer.
Probablemente sea por eso, por lo que el relato oficial tiene tanto interés en ocultar hazañas como esta. Nos quieren derrotados, impotentes e ignorantes. A nosotros y a nosotras nos corresponde restablecer el hilo rojo de la continuidad histórica de la lucha, no sólo para rendirles el merecido homenaje, sino para saber de dónde venimos y quiénes somos.
Nota: Una parte de esta información la obtuve a partir de los testimonios de Tomás Martín, hermano de mi madre y representante del Partido Comunista de España en el Comité Internacional de Mauthausen. Mariano Constante y Miguel Malle, le consideraban su hermano.
Escribí un relato biográfico sobre la dimensión política de su vida que lleva por título «La voz a ti debida» 3. Es una historia particular, pero que lleva impreso el mismo sello de heroismo, de dolor, de firmeza ideológica y de solidaridad que nos legaron miles demujeres y de hombres de la mejor generación de nuestra historia.
Notas:
(1) Pauwels, Jacques, R (2000). El mito de la guerra buena. Editorial Hiru
(2) Constante, Mariano (1974). Los años rojos. Editorial Círculo de Lectores.
(3) Maestro, Ángeles (2016) La voz a ti debida. https://redroja.net/index.php/noticias-red-roja/noticias-cercanas/4137-la-voz-a-ti-debida
Ángeles Maestro Martín. Red Roja
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