El objetivo de este artículo es proporcionar algunas pistas que muestren cómo el estudio del régimen autoritario en Rusia permite responder a cuatro preguntas sobre esta guerra.
La guerra en Ucrania parece tan absurda desde el punto de vista de las relaciones internacionales que solo la locura de un autócrata parece haber podido desencadenarla: esta hipótesis, muy desarrollada desde el comienzo del conflicto, enmascara la importancia de la estructura del régimen autoritario ruso, que no puede resumirse únicamente en la psicología de su líder, por poderoso que sea. El autoritarismo ruso es particular: estudiarlo es comprender la racionalidad de una guerra que, luchada en el exterior, encuentra su razón de ser en la situación interna del país.
La guerra de agresión rusa contra Ucrania sorprendió profundamente a muchos especialistas del espacio post-soviético, incluido yo. Nuestra consternación va más allá de las consideraciones generales del humanismo (la violencia, la destrucción, el dolor totalmente inútiles son impactantes por sí mismos) o de razones personales: aunque la mayoría de los investigadores que se dedican al estudio de la región no necesariamente tienen familiares en ella (lo cual no es raro), acumulan relaciones con colegas locales y con sus interlocutores, que gradualmente se hacen amigos o al menos despiertan simpatía. También hay una razón profesional para tal shock, tanto para mí como para muchos colegas: como político y sociólogo que observa la política en el espacio post-soviético desde hace años, que estudió las sociedades y sistemas políticos rusos y bielorrusos, no tengo más remedio que confesar que esta guerra me pilló por sorpresa.
Como muchos colegas, estaba seguro de que las maniobras y declaraciones que precedieron a la invasión rusa eran un instrumento en el conflicto simbólico con Occidente, cuyo objetivo era desestabilizar la situación política en Ucrania e intentar revisar el sistema de relaciones internacionales en Europa del Este. Nos habíamos acostumbrado a las amenazas y gesticulaciones de los líderes rusos, y la probabilidad de una verdadera guerra total parecía baja, racionalmente hablando, incluso debido a la importancia de los costes asociados. Entonces, ¿por qué se inició esta guerra?
No podemos estar satisfechos con las razones proclamadas por las autoridades rusas. No hubo una amenaza militar inmediata para Rusia por parte de Ucrania o los estados occidentales (“el Occidente colectivo” que arrastran los “anglo-sajones”, como quiere la propaganda rusa). Las justificaciones de la lucha contra el nazismo en Ucrania o la respuesta al llamado genocidio contra la población rusófona tampoco tienen mucho sentido.
Desde el punto de vista de la política exterior, las acciones de los responsables políticos rusos pueden parecer absurdas. Sin provocación y sin necesidad, no solo Rusia se ha embarcado en una guerra ilegal, sin ninguna consulta en el Consejo de Seguridad de la ONU o con sus socios internacionales, seguida de la anexión de territorios; no solo la economía rusa será devastada por las sanciones resultantes; no solo será prácticamente imposible para las autoridades rusas normalizar las relaciones con Ucrania y los países de Europa Central en un futuro previsible; no solo Rusia esta a punto de convertirse en un «estado indeseable» excluido de numerosos acontecimientos internacionales y de ciertas organizaciones mundiales; si no también desde el punto de vista militar, las fuerzas rusas parecen incapaces de ganar.
Sin embargo, existen explicaciones bastante racionales para la agresión rusa. Pero no se encuentran en la esfera de la política exterior, sino a nivel interno, en el funcionamiento del régimen político ruso. Esto no significa que las tensiones geopolíticas, las consideraciones de seguridad o el imperialismo ideológico no desempeñen un papel importante en la guerra de Ucrania, pero me parece que no son suficientes para explicarla.
Además, la separación entre política externa e interna es puramente teórica: desde el punto de vista de las ciencias sociales, los actores no actúan a nivel internacional o interno, actúan sin más, y estas acciones están determinadas en parte por la estructura de sus relaciones sociales, las oportunidades y el contexto. Como es bien sabido, muy a menudo las explicaciones de una medida de política exterior se encuentran en el terreno de la política interna.
El objetivo de este artículo es proporcionar algunas pistas que muestren cómo el estudio del régimen autoritario en Rusia permite responder a cuatro preguntas sobre esta guerra, preguntas a las que puede parecer difícil encontrar respuestas racionales de otra manera.
Principales características de los regímenes autoritarios
Como es ampliamente reconocido que los totalitarismos casi han desaparecido (solo Corea del Norte se acerca a la definición), el autoritarismo se ha convertido en sinónimo de “régimen no democrático”. Ha habido muchos intentos de definir formalmente el autoritarismo. En la década de 1960, al describir el sistema político franquista en España, Juan Linz propuso una definición clásica, todavía ampliamente utilizada hoy: los autoritarismos son ”“sistemas políticos caracterizados por un pluralismo político limitado, no responsable, carentes de una ideología dirigente elaborada pero basados en una mentalidad [sic] característica, sin voluntad de movilización extensiva e intensiva a excepción de en ciertos momentos de su desarrollo, y en los que un lider o a veces un pequeño grupo ejercen un poder cuyos limites formales están mal definidos aunque sean de hecho bastante predecibles» (1).
En un intento de definición que se basa en los principios del ejercicio del poder y no en las instituciones formales, Guy Hermet ve en los autoritarismos un amplio espectro de situaciones políticas en las que los “poderes estatales se concentran en manos de individuos o grupos que se preocupan, ante todo, por preservar su destino político de los peligros de un juego competitivo que no controlan totalmente» (2)
Por lo tanto, la esencia del autoritarismo es la tendencia a monopolizar el poder político. En este sentido, difiere del totalitarismo porque los sistemas totalitarios tienden a controlar toda la vida social, y no solo la actividad política, y de la democracia representativa, porque en democracia el pluralismo político es esencial, la oposición y la disidencia tienen su lugar y su papel que desempeñar. La monopolización del poder en un régimen autoritario puede describirse como la convergencia de tres componentes: ausencia de alternancia política regular; imprecisión de los límites para el ejercicio del poder; monopolio de la representación política.
En primer lugar, los regímenes democráticos han sido diseñados para garantizar una rotación regular y sistemática de las fuerzas políticas que asumen el gobierno: la alternancia en el poder no es una tragedia, sino una norma. La mayoría de las veces, en las democracias representativas modernas, esto se hace a través de elecciones regulares. Los regímenes autoritarios, en cambio, están diseñados para reproducirse en el poder, evitar la alternancia y mantener la dominación.
En segundo lugar, si los límites que se imponen al ejercicio del poder existen en los regímenes autoritarios, estos límites están mal definidos y son extensibles: cambian según la situación, el contexto y las necesidades de las élites gobernantes. Los límites legales y constitucionales se interpretan abusivamente de forma ambigua, o se modifican cuando los líderes sienten la necesidad. La debilidad de la verdadera separación de poderes y la falta de independencia de la justicia impiden la existencia de fuentes alternativas de poder capaces de controlar y bloquear la acción de las élites políticas. Si la democracia está diseñada para evitar o al menos reducir la probabilidad de abuso de poder, para el autoritarismo el abuso de poder es parte de la lógica normal de funcionamiento del régimen.
En tercer lugar, en un régimen autoritario, un dictador y / o un grupo de personas de los círculos gobernantes afirman ser los únicos verdaderos representantes del “pueblos” y de la sociedad. Los competidores para la representación están compuestos por marginados, impostores, marionetas de grupos políticos o económicos, o agentes de influencia extranjera, etc. Por lo tanto, en los autoritarismos, la verdadera oposición política lucha por sobrevivir, la mayoría de las veces fuera de las instituciones (incluso fuera del parlamento), la disidencia está prohibida en las áreas donde puede ser efectiva (instituciones, grandes medios de comunicación, etc.), las iniciativas asociativas son restringidas, los medios influyentes son controlados y los medios críticos son sofocados a fin de prevenir todo debate público autónomo.
El autoritarismo ruso
El hecho de que Rusia sea un estado autoritario es hoy casi parte del sentido común. Sin embargo, la consolidación autoritaria en Rusia precede en mucho a su agresión contra Ucrania y la generalización de la conciencia de su esencia dictatorial. La mayoría de los especialistas consideran que el régimen político ruso dio un giro autoritario hacia 2011-2012. Durante ese invierno se produjeron grandes protestas contra el fraude electoral y contra el nuevo mandato presidencial de Vladimir Putin (que decidió volver a ocupar la presidencia tras ocupar el cargo de primer ministro bajo el mandato de Dmitri Medvedev).
Las protestas fueron severamente reprimidas, muchos manifestantes fueron condenados a penas de prisión, las elecciones fueron amañadas, la oposición política fue estrangulada, los principales medios de comunicación comenzaron a ser seriamente censurados. Desde entonces, la situación solo ha empeorado, con fraudes electorales regulares, la represión de la oposición, incluso en formas particularmente violentas, como con el asesinato político de Boris Nemtsov y el envenenamiento de varios opositores, etc.
También fue en este momento cuando tuvo lugar el juicio de las Pussy Riot, una banda de punk rock feminista que había cantado una canción anti-Putin en la catedral de Cristo Salvador y la había filmado (3). La condena, manifiestamente extrema y desproporcionada, dos años de campo de trabajo, indicaba claramente que no se toleraría ninguna crítica pública radical.
Algunos observadores encuentran signos precursores del giro autoritario a principios de la década de 2000, cuando Vladimir Putin llegó al poder y comenzó a tomar el control de los círculos políticos y económicos rusos, primero con conflictos entre las nuevas élites políticas gobernantes y varios oligarcas, luego la toma del control de los principales medios de comunicación, incluido el entonces independiente y popular canal de televisión NTV. Pero fue aproximadamente diez años después cuando se hizo evidente que Rusia estaba evolucionando en una dirección claramente autoritaria.
La cuestión que se plantea ahora es qué élites políticas ejercen el poder en este sistema autoritario. En primer lugar, si analizamos el parlamento ruso, hay cuatro partidos políticos, incluido «Rusia Unida» de Vladimir Putin, que tiene la mayoría constitucional (72% de los escaños de la Duma, cámara baja) y, por lo tanto, puede gobernar solo. Este partido tiene la mayoría desde 2003 (desde hace casi 20 años). El papel de los otros partidos a menudo se ha calificado de decorativo, útil para mantener un “pluralismo de fachada” y simular un debate político, aunque, en realidad, todos estos partidos apoyan las decisiones políticas del presidente sobre cuestiones esenciales, especialmente en política exterior.
Sin embargo, el parlamento ruso no es la institución donde se concentra el poder político; su papel e influencia son más bien secundarios. Desde la llegada de Vladimir Putin al poder, dos órganos estatales han visto aumentar fuertemente su poder para afirmarse como instituciones dominantes del sistema de gobierno. En primer lugar, la administración presidencial, que se ha convertido gradualmente en un importante centro de decisiones, especialmente en materia de política exterior, mucho más que el gobierno federal. En segundo lugar, el Servicio Federal de Seguridad -FSB, heredero del KGB- adquirió mucho poder a partir del año 2000, cuando se le transfirieron muchas funciones de control, en los ámbitos de la economía, la inteligencia externa, la seguridad, el control de comunicaciones, entre otros.
No es una coincidencia ni un hecho banal. Como en cualquier sociedad moderna, hay varios tipos de élites en Rusia que influyen en la vida política. En la década de 1990, por ejemplo, había más o menos cuatro grandes grupos de élites políticas: los “reformistas”, elementos progresistas de la antigua Nomenklatura, la élite político-administrativa soviética; los «oligarcas», es decir, las nuevas élites económicas; los «conservadores» comunistas; y los “siloviki”, representantes del ejército, la policía y los servicios secretos En resumen, la llegada de Putin al poder es parte de una tendencia a fortalecer las élites de la KGB y el FSB (el propio Putin es un ex oficial de la KGB que dirigió el FSB antes de su nombramiento como primer ministro en 1999).
Los periodistas de investigación rusos Andrei Soldatov e Irina Borogan dedicaron un libro muy detallado a este ascenso meteórico de las élites del KGB / FSB, actuales o antiguos oficiales del servicio secreto, que se han convertido en la “nueva nobleza” del país (4). Más allá de la transferencia de nuevos poderes al FSB, este ascenso se tradujo en la ubicación de los antiguos servicios secretos en las posiciones nodales del sistema político ruso: administración presidencial, gobierno, parlamento, autoridades regionales, grandes empresas, etc. Algunos incluso evocan una especie de “estado paralelo” en las instituciones rusas para describir este dominio de los servicios secretos sobre la vida política.
Así, Rusia no sólo es un estado autoritario, sino un estado autoritario dominado por los servicios secretos. Y los desafíos de este dominio son enormes, porque en este sistema corrupto, quienes controlan el poder político también controlan los beneficios de la explotación y el comercio de recursos naturales, incluido el petróleo y el gas.
Ahora veamos qué nos pueden decir las principales características del sistema político ruso sobre la guerra en Ucrania, o al menos cómo pueden ayudar a responder a una serie de preguntas.
¿Por qué Rusia pasó al ataque?
Los problemas relacionados con la reproducción del dominio de las élites rusas pueden proporcionar una explicación racional de porque Rusia ha comenzado una guerra innecesaria desde el punto de vista de las relaciones exteriores. El control de las materias primas y los beneficios del comercio de gas y petróleo también dependen del mantenimiento del dominio político. En caso de cambio de poder, las élites actualmente dominantes corren el riesgo de perderlo todo.
Al mismo tiempo, antes de 2022, la legitimidad de este dominio autoritario parecía ser cada vez más cuestionada. Las autoridades rusas no podían garantizar a la población un bienestar económico suficiente y constante. El PIB ruso es bajo, la modernización económica es insuficiente para hacer que la economía sea competitiva, el retraso tecnológico se acumula, la mayoría de la riqueza todavía proviene de los recursos naturales. Además, el enriquecimiento daría lugar a una mayor autonomía política de las empresas privadas y los empresarios, lo que podría volver a poner en peligro al régimen, primero por los intereses divergentes entre las élites económicas y los sectores políticos dominantes, y luego por la independencia económica de los empleados de las empresas privadas.
Las autoridades rusas tampoco pueden proponer una ideología clara y atractiva que compense la falta de éxito económico. En la URSS, el proyecto de construir un mundo nuevo y una sociedad moderna igualitaria y colectivista basada en principios alternativos a los del capitalismo individualista occidental podía inspirar a los individuos y motivarlos a soportar las privaciones materiales en nombre de estos ideales. Hoy en día, la situación es esencialmente diferente: Rusia es un país capitalista sin una clara ideología política distintiva, porque la homofobia, la xenofobia, los principios de la religión ortodoxa y el fetichismo del “pasado glorioso” no son comparables con el sistema coherente que abarcaba valores y creencias de la ideología marxista-leninista.
En 2022, Rusia se encontraba, por tanto, en una situación en la que el líder autoritario estaba envejeciendo y perdiendo popularidad, y donde el poder incontrolado de una élite corrupta era cada vez más difícil de justificar económica e ideológicamente. En esta situación, las élites deben buscar otra justificación para garantizar la reproducción del sistema que preserva su dominio.
La guerra contra el enemigo externo puede desempeñar el papel de tal justificación alternativa. Además, dado el lugar privilegiado de los servicios secretos entre las élites gobernantes, el papel reivindicado de “protector contra una amenaza externa” es bastante orgánico para ellos. Incluso podemos argumentar que los conflictos en los que Rusia ha participado desde la década del 2000 -la segunda guerra de Chechenia, la guerra contra Georgia, el conflicto sirio, la anexión de Crimea y la guerra en el este de Ucrania, la guerra total contra Ucrania hoy- permitan “puestas a cero”, rupturas que relancen la dinámica del régimen político ruso al neutralizar el descontento potencial.
La primera ventaja de los conflictos diplomáticos y militares para la reproducción del régimen político ruso es que permiten una escenografía militar legitimadora en la que las autoridades, encarnadas por Putin, pero también por otros antiguos o actuales siloviki, pueden capitalizar su imagen de protectores del estado que poseen habilidades militares y de seguridad que se han vuelto indispensables. Segunda ventaja: el conflicto militar obstaculiza y margina la protesta política interna en Rusia, consolida el sistema estatal para evitar cualquier disidencia en las instituciones estatales, y permite continuar la represión de la oposición y la censura de los medios de comunicación, ya que los manifestantes corren el riesgo de ser acusados de traición en tiempos de guerra. No olvidemos que en 2020-2021 se llevaron a cabo manifestaciones muy masivas en Bielorrusia, y en enero de 2022 en Kazajstán, y esto ciertamente debió poner en guardia a las élites políticas rusas: Rusia podría haber sido la próxima dictadura en la que la protesta pone en peligro la reproducción del régimen político.
Todo sucede como si, para reproducirse, el régimen político autoritario ruso, controlado por élites corruptas con un fuerte componente de servicios secretos, necesitara la guerra, o al menos se beneficiara de ella. Además, desde este punto de vista, el estallido de la guerra fue beneficioso para que las élites políticas rusas mantuvieran su dominio en el caso de los dos escenarios más probables: una guerra rápida y victoriosa o un conflicto largo sin perspectiva de fin.
Así, cuando quedó claro que era más bien el segundo escenario el que se materializaba, la decisión de proceder a la anexión ilegal de los territorios del este de Ucrania también parece bastante lógica y racional, ya que permite eternizar el conflicto. Constituye un argumento adicional para la consolidación de las represiones internas y la eliminación del “peligro” de la alternancia política que podría conducir a una derrota.
A su vez, la guerra contribuyó a la estabilización del régimen político en Bielorrusia, que perdía su dinamismo, amenazado y debilitado por la ola de protesta de 2020-2021. El contexto de la guerra en la región permite a los que dominan el espacio político bielorruso eternizar la política de represión y terror contra los opositores y los descontentos, y volver a recurrir a la imagen de un país amenazado por Occidente, relativamente pacífico en el contexto de una guerra en sus fronteras, lo que legitimaría sacrificios económicos, sociales y políticos por parte de la población.
¿Por qué atacar específicamente a Ucrania?
Esta pregunta provoca grandes debates y especulaciones. Algunos consideran que los ucranianos y los rusos están cerca cultural e históricamente y, por lo tanto, deberían vivir en un mismo país, un argumento absurdo para explicar un conflicto militar. Para otros, Ucrania es un territorio esencial desde el punto de vista geopolítico, y las autoridades rusas se sienten amenazadas por su giro político hacia Occidente. Este argumento podría tener sentido, pero sólo a muy corto plazo.
Primero, durante el período inmediatamente anterior, no hubo actos agresivos particulares que pudieran provocar la guerra, ni por parte de Ucrania ni por parte de la OTAN. En segundo lugar, esta guerra aleja más a Ucrania de Rusia a nivel político, consolidando definitivamente su punto de inflexión pro-occidental. Además, una de las consecuencias del conflicto es la intensificación de la presencia militar en Europa Central: hace tiempo que los países occidentales no se han unido tanto en su posición frente a Rusia.
Las justificaciones de las autoridades rusas relacionadas con el carácter neonazi del régimen ucraniano y el supuesto genocidio de la población de habla rusa son inconsistentes y ridículas para quienes conocen siquiera un poco los círculos políticos ucranianos. El hecho de que en Ucrania (al igual que en Rusia o Francia) haya simpatizantes neonazis, incluso en el ejército, no la convierte en un régimen nazi.
Por otro lado, si recordamos la historia muy reciente de Ucrania, vemos que se trata de un país donde, en dos ocasiones, se ha producido una alternancia política tras una acción colectiva de protesta. Primero en 2004-2005 durante la “Revolución Naranja”, cuando los manifestantes contra el fraude electoral lograron obligar a las autoridades a celebrar nuevas elecciones presidenciales, en las que el candidato de la oposición Viktor Yushchenko obtuvo la victoria.
Luego, en 2013-2014, cuando muchos ucranianos volvieron a salir a las calles para protestar contra el poder oligarquico corrupto y lograron expulsar del poder a Viktor Yanukovych, un presidente pro-ruso. En las elecciones presidenciales de 2014 y 2019, dos nuevos presidentes de dos partidos diferentes fueron elegidos sucesivamente: Petro Poroshenko y Volodymyr Zelensky. Para las élites políticas rusas, estas continuas alternancias políticas, incluso llevadas a cabo bajo la presión de la calle, en un país cercano geográfica e históricamente, constituyen un precedente peligroso y son inaceptables.
Si agregamos a esto que muchos rusos tienen amigos y familiares en Ucrania, el éxito económico, social y político de Ucrania sería peligroso para el régimen político ruso. La desestabilización de la Ucrania proeuropea y pro-occidental fue sin duda uno de los factores que favorecieron la anexión de Crimea en 2014, el apoyo a las regiones separatistas del este de Ucrania y la guerra de agresión actual.
¿Una guerra causada por la locura de Putin?
Desde el comienzo del conflicto, ha habido muchas especulaciones sobre la salud mental de Putin, que, para algunos, sería la explicación de la guerra. Esta cuestión también puede ser iluminada por las características del régimen político ruso, desde dos ángulos.
Si nos limitamos a la dimensión social de la locura, un alienado es una persona que no percibe el mundo de la misma manera que la mayoría y que actúa en contra de las normas sociales. Así, desde el punto de vista sociológico, la respuesta es clara: Putin y, más ampliamente, el círculo que gobierna Rusia, dirigen el país más grande del mundo en términos de superficie desde hace más de 20 años, teniendo poderes casi ilimitados, por lo que podemos suponer que su percepción y su comportamiento pueden percibirse como reflejos de la norma entendida como la percepción y el comportamiento de la mayoría de los individuos que componen esa sociedad.
Por lo tanto, creo que esta pregunta es bastante secundaria. Primero, porque la personificación de la política, a menudo deseada por políticos, dictadores o no, tiende a ocultar la dimensión colectiva inevitablemente primordial en la actividad política moderna. Si queremos entender el funcionamiento del sistema político ruso, debemos deshacernos de la visión de un líder todopoderoso solo frente al pueblo que el discurso oficial ruso tiende a promover.
Vladimir Putin es la cara de las élites políticas que dominan el espacio del poder ruso, no una fuerza providencial autosuficiente. Incluso si imaginamos que Vladimir Putin está mentalmente enfermo y ha comprometido a Rusia en la guerra en contra de las posiciones de las élites políticas rusas, o en un impulso de locura colectiva que involucra a los responsables de la política exterior y a los militares de alto rango, incluso en este caso, es la falta de separación de poderes, de alternancia política regular y de contrapesos, propios de un régimen autoritario, los responsables de que estas pulsiones puedan llevarse a cabo.
Esta es una de las principales razones de la invención de las instituciones democráticas modernas: limitar los riesgos asociados a la imprevisibilidad de las monarquías (y monarcas) absolutas. Para evitar que las personas inadecuadas hagan cosas inadecuadas, se han previsto alternancias regulares, el Estado de Derecho y la separación de poderes. Sin olvidar que la ambición y la demagogia no son cualidades raras en política, al contrario. En otras palabras, la democracia no es solo una bella idea de “poder del pueblo”, sus razones no son del todo desinteresadas. El régimen democrático moderno es ante todo una protección (aunque relativa e imperfecta) contra tontos, sinvergüenzas y dementes en caso de que accedan a las posiciones de poder. Sea cual sea la salud mental de Vladimir Putin, está claro que falta tal protección en el sistema político ruso.
¿Por qué tan pocas protestas en Rusia?
A veces se escuchan críticas contra los ciudadanos rusos que no se rebelan para detener la guerra: cuanto más al este de Europa, más abundantes se vuelven estas críticas. Hay que señalar de inmediato que muchos rusos protestan, incluso en las condiciones del régimen político ruso. Pero el hecho de que estas protestas no sean tan masivas como cabría esperar se explica por dos mecanismos principales: la propaganda y la represión.
En primer lugar, los medios de comunicación en Rusia están muy polarizados; la mayoría de los principales medios de comunicación, especialmente la televisión, están controlados por las autoridades o por personas cercanas a las élites gobernantes. Tomemos el ejemplo de los tres grandes canales de televisión con emisión nacional: Rossiya 1 pertenece al gobierno ruso; la propiedad mayoritaria del Primer canal se comparte entre el Estado y el holding Grupo Nacional de Medios (NMG) propiedad de empresas públicas y de oligarcas cercanos al poder; y NTV es propiedad de Gazprom Media, una filial de Gazprom, una empresa pública de propiedad mayoritaria del estado.
El Grupo Nacional de Medios, fundado por Yuri Kovaltchuk, empresario cercano a Vladimir Putin desde principios de la década de 1990, y Gazprom Media poseen muchos canales de televisión más pequeños y otros medios. Los medios controlados por el Estado continúan difundiendo información que afirma que el ejército ruso está a punto de liberar Ucrania, o al menos sus partes orientales, de los nazis; que Ucrania se estaba preparando para atacar primero, que las tropas rusas están luchando de hecho contra las de la OTAN, que había laboratorios estadounidenses en Ucrania donde se desarrollaban armas biológicas nocivas solo contra los rusos (porque estos tienen un «código genético» particular) etc… Al mismo tiempo, los medios críticos con las autoridades son censurados y reprimidos; por ejemplo, la redacción de Novaya Gazeta, ganadora del Premio Nobel de la Paz 2021, ha dejado de publicar el periódico.
Por otro lado, en el caso de que alguien se atreva a protestar en Rusia, la represión se aplica inmediatamente. Según la ONG OVD-Info, que centraliza la información sobre las acusaciones por el ejercicio de la protesta, a mediados de octubre de 2022, 19.335 personas fueron detenidas por participar en manifestaciones contra la guerra y contra la movilización militar, y se iniciaron casos penales contra 312 personas, incluidos conocidos periodistas, defensores de los derechos humanos y activistas de la oposición.
La falta de manifestaciones masivas no debería interpretarse como un signo de apoyo incondicional a la guerra por parte de los ciudadanos rusos, sino más bien como un efecto de dos características del régimen autoritario: el bloqueo del debate público y la represión contra la disidencia.
Así, los parámetros del régimen político ruso permiten dar sentido a muchas preguntas sobre la guerra en Ucrania que pueden perturbar. Y desde el punto de vista de las razones de la guerra, así como de su puesta en práctica o de la respuesta de los diferentes grupos sociales, estas razones internas permiten explicar racionalmente un conflicto que parece irracional si nos limitamos a un análisis en términos de las relaciones exteriores.
Puede parecer cínico, pero no sería la primera vez que consideraciones de dominación y conservación del poder dentro de un estado están detrás de un conflicto internacional; este artículo solo subraya sus mecanismos particulares, en la tragedia que se está jugando ante nuestros ojos.
Notas:
[1] Juan J. Linz, “An Authoritarian Regime: The Case of Spain”, en E. Allardt, Y. Littunen, (eds), Cleavages, Ideologies y sistemas de partidos. Contribuciones a la Sociología Política Comparativa, Helsinki, The Academic Bookstore, 1964, p. 255 [traducción: Guy Hermet, “Autoritarismo, democracia y neutralidad axiológica en Juan Linz”, Revista Internacional de Política Comparada, 2006/1, vol. 13, p. 86-87.
[2] Guy Hermet, “El autoritarismo”, en Madeleine Grawitz, Jean Leca (dirs), Tratado de ciencia política. Vol. 2: Los regímenes políticos contemporáneos, París, PUF, 1985, p. 271.
[3] La actuación en la catedral de Cristo Salvador tuvo lugar el 21 de febrero de 2012. Dos miembros del grupo fueron detenidas el 3 de marzo, la víspera de las elecciones.
[4] Andrei Soldatov e Irina Borogan, Los herederos del KGB. Encuesta sobre los nuevos boyardos, París, Les Peregrines, 2011. Publicado por primera vez en inglés: Andrei Soldatov, Irina Borogan, The New Nobility: The Restoration of Russia’s Security State and the Enduring Legacy of the KGB, New York, Public Affairs, 2010.
Yauheni Kryzhanouski. Doctor en Ciencias Políticas, es investigador del Centro de Estudios Europeos (SAGE) de la Universidad de Estrasburgo, Francia.
Fuente: https://aoc.media/analyse/2022/11/22/de-lautoritarisme-russe-a-la-guerre-en-ukraine/
Traducido para Sin Permiso por G. Buster