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Desde el nacimiento de EE.UU. hasta Trump: la larga vida del racismo

Fuentes: Rebelión

Las declaraciones del entonces candidato a la presidencia, Donald Trump, realizadas el 16 de junio de 2015, fueron reproducidas por la prensa mundial: «Cuando México envía a su gente, no está enviando a los mejores. Nos envían personas con muchos problemas, y traen esos problemas consigo. Están trayendo drogas, están trayendo crimen, son violadores. Y algunos, supongo, son buenas personas». Los mexicanos se sintieron agredidos, pero a Trump no le importó. 

En agosto del mismo año, dos meses antes de las elecciones, expresó -según informaron The New York Times, CNN y otros numerosos medios-: «Pido el voto de cada negro que hay en este país. ¿Qué pueden perder? Viven en la pobreza, sus escuelas son malas, no tienen trabajo; el 58 % de su juventud está desempleada. ¿Qué demonios pueden perder?».

The Washington Post y The New York Times publicaron el 18 de diciembre de 2017 que, en junio de ese mismo año, durante una reunión en la Casa Blanca, el ya presidente Trump habría dicho que los inmigrantes de Haití «todos tienen SIDA» («all have AIDS»). Sobre los nigerianos, habría expresado que, después de conocer Estados Unidos, «nunca volverían a sus chozas (‘huts’) en África». 

La revista Fortune e International Business Times, en publicaciones del 7 de junio de 2017, señaló que ex empleados de los casinos de Trump afirmaron haberlo escuchado decir: «¡Negros contando mi dinero! ¡Lo odio!… Creo que ese tipo es un holgazán. Y probablemente no sea culpa suya, porque la pereza es un rasgo característico de los negros».

El 11 de enero de 2018, según informó The Washington Post y confirmó CNN, durante una reunión sobre inmigración, Trump habría calificado a Haití, a los pases africanos y a El Salvador como «shithole countries» («países de mierda» o «países podridos»). Asimismo, preguntó: «¿Por qué dejamos entrar a toda esta gente de pases de mierda?» y afirmó que prefería inmigrantes provenientes de «lugares como Noruega». Estas declaraciones generaron reacciones a nivel mundial, incluida la de la ONU. 

En enero de 2018, durante otra reunión con legisladores de su administración, Trump expresó su opinión sobre la inmigración procedente de ciertos países: «Somos un vertedero. Somos como un cubo de basura para el mundo […] Es la primera vez que digo ‘cubo de basura’, pero ¿saben qué? Es una descripción muy acertada».

El 14 de julio de 2019, en una serie de tuits dirigidos a cuatro congresistas demócratas de origen inmigrante -sin mencionarlas por su nombre-, escribió: «[Ellas] le dicen con saña al pueblo de Estados Unidos, la nación más grande y poderosa de la Tierra, cómo debe gobernarse nuestro país. ¿Por qué no regresan y arreglan los lugares totalmente destruidos e infestados de crimen de los que vinieron?». Cabe señalar que tres de ellas nacieron en Estados Unidos y la cuarta llegó al país cuando era una niña.

PBS News informó el 6 de julio de 2020 que Trump expresó: «¿Estamos sacando gente del país? No son personas. Son animales».

En agosto de 2024, durante una entrevista, afirmó que los venezolanos que se encuentran en Estados Unidos «son narcotraficantes, criminales, asesinos y violadores», y sostuvo que el gobierno del presidente Nicolás Maduro «los había trasladado a Estados Unidos», razón por la cual -según él- la delincuencia habría disminuido drásticamente en Venezuela. No ofreció ninguna fuente que respaldara dichas afirmaciones. En abril de ese mismo año ya había hecho una declaración similar en una entrevista con Fox 2, de Detroit, y en esa ocasión incluso proporcionó cifras. El periodista le preguntó: «¿De dónde vienen esos números?». Trump respondió: «Supongo que, en este caso, los saqué de los peridiócos; creo que es una declaración federal. O bueno, en realidad vienen de Venezuela. Vienen de Venezuela».

Durante una reunión en la Casa Blanca, el 4 de diciembre de 2025, se refirió a los somalíes en los siguientes términos: «No los quiero en nuestro país [?] Su país apesta. Son inútiles. No hacen nada. No aportan nada. Y, además, no quiero que entren al país». Según The Guardian y Reuters, también los calificó de «garbage» («basura»). 

Estos son solo algunos ejemplos de la mentalidad racista y xenófoba de Donald Trump. Sin embargo, su figura representa una manifestación de la esencia misma del régimen estadounidense: un sistema que comenzó a incubarse incluso antes de que el país se llamara Estados Unidos. El racismo, la xenofobia y la violencia -tanto verbal como física- contra quienes no encajan en su definición de «blancos» (es decir, de piel pálida), anglófonos y protestantes, forman parte de un legado Divino. Los supremacistas «arios», que se consideran supuestamente bendecidos por Dios, lo llevan en sus propios genes. 

Veamos:

Aunque en la Declaración de Independencia, del 4 de julio de 1776, se proclamó que «todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad», a los nativos, propietarios milenarios de esas tierras, se les mencionó como «despiadados indios salvajes», lo que les negó hasta la ciudadana.

En 1830, el gobierno de Andrew Jackson -militar, hacendado esclavista, racista entre los racistas y presidente entre 1829 y 1837- hizo oficial lo que ya haba sido una práctica desde hacía casi un siglo: el Congreso aprobó la Indian Removal Act (Ley de Traslado Forzoso de los Indios), es decir, la deportación de los pueblos indígenas a lugares que convenían a los intereses expansionistas de sus dirigentes.

Un discurso del coronel Richard Henry Pratt, en 1892, reflejó una postura extrema al afirmar, junto a un colega, que «el único indio bueno es un indio muerto», y luego precisó: «todo lo que hay de indio en la raza debería estar muerto. Matar lo indio en él, y salvar al hombre». 

Muy poco antes de asumir la presidencia (1901-1909), Theodore Roosevelt expresó: «No voy a llegar al extremo de decir que el único indio bueno es un indio muerto, pero sí creo que lo son nueve de cada diez. Y no me gustara examinar muy de cerca al décimo».

Si un día se permitió a los nativos tener alma, a los negros esclavos les llevó siglos ser considerados humanos. Thomas Jefferson, principal redactor de la Declaración de Independencia, secretario de Estado, vicepresidente y tercer presidente de Estados Unidos (1801-1809), además de gran propietario de esclavos, escribió en 1785 que los negros eran «malditos» e «inferiores», «incapaces de producir arte y poesía», por lo cual «Estados Unidos nunca podría ser una nación donde blancos y negros viviesen en comunión».

El racismo supremacista no solo estuvo dirigido contra los indígenas y los negros, sino también contra irlandeses, judíos, católicos, chinos, latinos y otras llamadas «minoras». La «América blanca» y «aria» vea en ellas una «amenaza» para la «supervivencia» de la raza anglosajona.

Los líderes políticos alimentaron este desprecio, y uno de los ms destacados en hacerlo fue Theodore Roosevelt. Nieto de traficantes de opio en China, Roosevelt afirmó ante el Parlamento de Nueva York que los irlandeses eran «una gente estúpida y viciosa, deficiente en cerebro y virtud. [?] El irlandés católico es bruto, venal, corrupto y poco inteligente». Los irlandeses, después de los negros, fueron también esclavos y semiesclavos de esa nación.

Los judíos vivieron bajo drásticas restricciones sociales y políticas, incluso en clubes y centros turísticos. En muchos barrios o municipalidades se prohibía la venta de propiedades a judíos. Algunos hoteles llegaban a anunciar: «No se admiten hebreos». El libro de Henry Ford, The International Jew, fue elogiado por Adolf Hitler en su obra Mein Kampf (Mi lucha), donde lo considera «un gran hombre» que comprenda el «problema judío».

El 24 de julio de 1877, cientos de hombres salieron a las calles de San Francisco, dirigidos por la organización obrera Workingmen’s Party of California, bajo el lema «Chinese must go!» («¡Los chinos deben irse!»). Este lema canalizó el descontento social por la crisis económica. Se atacaron negocios, hogares y a cualquier chino que se cruzara. Se presentaba a los chinos como «gente sucia e inmoral, que trae enfermedades y amenaza con arruinar la mano de obra blanca». En archivos del Departamento de Estado se pueden encontrar comentarios recogidos en las calles: «Admitir a los chinos en Estados Unidos degrada los estándares culturales y morales de la sociedad», amenazando «la integridad de la composición racial estadounidense».

El 6 de mayo de 1882, el presidente Chester A. Arthur firmó la Chinese Exclusion Act (Ley de Exclusión China), que prohibió la entrada de trabajadores chinos a este país. Esta fue la primera ley estadounidense que prohibió la inmigración basada en la raza, marcando el punto culminante del odio racial. La ley persistió hasta la Segunda Guerra Mundial.

La invasión y saqueo a México, que resultó en la pérdida del 55% de su territorio, fue justificada mediante criterios racistas y el misticismo. El Cincinnati Daily Gazette, de Ohio, comentó en 1846, durante la guerra con México: «Aunque los bárbaros caen como granizo, su caída es inevitable, pues están destinados a ser destruidos por el rayo del Destino Manifiesto […] la pérdida de unos cuantos miles de ellos no es tan deplorable. Esta guerra enseñará a todos los mexicanos a pensar en su flaqueza e inferioridad».

Siendo presidente James Monroe, recibió una nota de su asesor Alexander Scott, en la que aseguraba: «Los venezolanos son tímidos, indolentes, ignorantes, supersticiosos e incapaces de empresa o de esfuerzo. Temo que no hayan llegado a ese punto de dignidad humana que faculta al hombre para el goce de un gobierno libre y racional». 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.