Traducción de Ruben Navarro – Correspondencia de Prensa
Varias decenas de millones de personas se vieron afectadas por las devastadoras inundaciones de este año en toda la China central, principalmente en las provincias relativamente pobres de Jiangxi y Anhui, así como en los alrededores de Wuhan, la región en la que se inició la epidemia de Covid-19 a principios de 2020.
Tal como ocurrió con la pandemia del Covid-19, fueron los trabajadores chinos mal pagados, en particular los trabajadores migrantes rurales, los que resultaron más afectados, de una manera desproporcionada, por las inundaciones. Hasta ahora, los esfuerzos del gobierno para ayudar a las víctimas de las inundaciones se han concentrado en las grandes ciudades, mientras que los pueblos pequeños y las zonas rurales deben, a menudo, arreglárselas por sí mismos. En la ciudad de Jingdezhen, conocida por la producción de porcelana, por ejemplo, cientos de talleres, fábricas y comercios fueron cubiertos por la inundación, el nivel del agua llegó a alcanzar los dos metros de altura.
La propietaria de una fábrica declaró al South China Morning Post que su empresa tendría que cerrar probablemente durante un mes entero para efectuar operaciones de limpieza. Los comerciantes que ya habían tenido que cerrar durante unos tres meses debido a la pandemia y que buscaban desesperadamente nuevos clientes para aumentar sus ingresos, perdieron los stocks como consecuencia de la inundación.
Muchos trabajadores migrantes tuvieron que volver a sus ciudades de origen para ayudar en las operaciones de rescate, debido a la falta de asistencia del gobierno. Demasiado a menudo, las casas construidas por los trabajadores migrantes, después de décadas ahorrando pese a sus escasos ingresos, han sido gravemente dañadas o destruidas por las inundaciones, sin garantía de reembolso por parte de las compañías de seguros.
Mientras tanto, los trabajadores que estaban en la primera línea durante la pandemia del Covid-19, pese a sus bajos salarios, fueron movilizados una vez más. En Leping, cerca de Jingdezhen, 2.000 trabajadores de la salubridad fueron desplegados para limpiar los escombros después de las inundaciones y evitar que el agua estancada se convirtiera en caldo de cultivo para las enfermedades. Lo mismo ocurrió en el condado de She, en Anhui, donde 1.600 trabajadores de la salubridad local hicieron horas extras para limpiar la basura y el fango del río que había cubierto las calles de la ciudad. Y como durante la pandemia, fueron sobre todo las mujeres las que trabajaron en la primera línea de prevención y asistencia.
Los funcionarios de los gobiernos locales y de los sindicatos fueron también convocados para las tareas de socorro a las víctimas de las inundaciones, dejando de lado sus tareas habituales. En Hangzhou, el sindicato municipal implementó un programa de compensaciones para los trabajadores que perdieron sus bienes o que resultaron heridos durante las inundaciones, con una participación de hasta 20.000 yuanes. Pero Hangzhou es una excepción. Muy pocos son los trabajadores que han tenido realmente acceso a las medidas de ayuda del gobierno o de los sindicatos, y la presión sobre las finanzas domésticas de los trabajadores ordinarios ya se está haciendo sentir.
Los datos oficiales del gobierno para el primer semestre, publicados el 16 de julio por la Dirección Nacional de Estadísticas, muestran que, en promedio, el ingreso per cápita disminuyó un 1,3% en términos reales mientras que el gasto per cápita se redujo en un 9,3%. Las cifras fueron aún más elevadas en las zonas urbanas de China, con reducciones del 2,0% y del 11,2% respectivamente.
Las cifras oficiales confirman los numerosos testimonios que muestran que incluso en el caso de los trabajadores de cuello blanco de clase media, los ingresos se han reducido, los pagos de los salarios han sido efectuados con retraso y buena parte del personal ha sido despedida o puesta en licencia sin goce de sueldo. En el caso de los trabajadores migrantes mal remunerados, las repercusiones han sido aún más graves.
Una encuesta recientemente publicada estima que -al menos- entre 30 y 50 millones de trabajadores migrantes perdieron su trabajo a finales de marzo de 2020 y que, seguramente, a mediados de mayo al menos 20 millones no habían podido volver a trabajar. Los que pudieron encontrar trabajo han ganado, en general, salarios más bajos y han tenido que soportar condiciones de trabajo mucho más precarias. La encuesta señala también que sólo una ínfima minoría de trabajadores migrantes desempleados había recibido prestaciones de desempleo o de complemento de ingresos.
La capacidad de los trabajadores chinos para hacerle frente a la adversidad es sorprendente. El mapa de huelgas del China Labour Bulletin muestra que las protestas están aumentando de nuevo. Los despidos y los atrasos en el pago de salarios se acumulan y la paciencia se agota.