En el peor punto de un conflicto que se ha recrudecido en los últimos tiempos ⎼solo en 2018 se contabilizaron diez mil víctimas civiles⎼ la publicación de entrevistas confidenciales a responsables de la invasión de Afganistán ha anulado la coartada de que Estados Unidos progresa en sus objetivos en una guerra que dura ya 18 […]
En el peor punto de un conflicto que se ha recrudecido en los últimos tiempos ⎼solo en 2018 se contabilizaron diez mil víctimas civiles⎼ la publicación de entrevistas confidenciales a responsables de la invasión de Afganistán ha anulado la coartada de que Estados Unidos progresa en sus objetivos en una guerra que dura ya 18 años.
Dio comienzo el 7 de octubre de 2001, pocos días después del atentado contra las torres gemelas de Nueva York. Hace 18 años comenzó a hablarse de los talibanes, de las montañas de Tora Bora y de la operación Libertad Duradera. Ha tenido dos fases, la primera hasta 2014, la segunda la operación Centinela de la Libertad, hasta hoy. Es el conflicto bélico más largo del mundo, la cuarta guerra anglo-afgana de la historia, y esta semana se ha desvelado que desde el comienzo se basó en una mentira. Una investigación periodística de Craig Whitlock para el Washington Post ha mostrado que los oficiales del ejército de Estados Unidos sabían, y así se lo comunicaban entre ellos, que nunca iban a ganar la guerra de Afganistán.
Son más de 2.000 páginas intercambiadas entre altos oficiales, diplomáticos y personal militar estadounidense y afgano. Forman parte del material recopilado por el Inspector General Especial para la Reconstrucción de Afganistán (SIGAR, por sus siglas en inglés). Su agencia entrevistó a más de 600 personas vinculadas a la guerra, tanto ciudadanos estadounidenses como de los países aliados y oficiales afganos. El SIGAR publicó un reporte que no incluía los testimonios en su crudeza. La materia bruta de ese informe es lo que ha obtenido el diario de Washington, aunque la mayoría de los nombres han sido tachados en los documentos que se ha visto obligado a aportar la oficina gubernamental.
Los documentos, según ha escrito Sonali Kolhatkar, codirectora de la Afghan Women’s Mission, evidencian lo que los activistas contra la guerra han denunciado recurrentemente: que Estados Unidos perdió cualquier objetivo militar claro, que no ha sabido cuándo detener su intervención y que las dos misiones han empeorado la situación del país año tras año, hasta el punto de que 2018 fue el peor en cuanto a número de víctimas.
«No invadimos los países pobres para hacerlos ricos. No invadimos los países autoritarios para hacerlos democráticos. Invadimos los países violentos para pacificarlos y hemos fracasado claramente en Afganistán», explica en uno de los testimonios recopilados el diplomático James Dobbins, embajador en Kabul al comienzo de la guerra.
Douglas Lute, general y exjefe de la representación oficial de Estados Unidos en la Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN) es una de las voces que relatan el desconcierto kafkiano ante un país que ni conocían ni comprendían: «no sabíamos lo que estábamos haciendo», explica uno de los documentos obtenidos por el Post. Lute alude a las pérdidas de vidas de soldados estadounidenses, más de 2.400. La guerra, no obstante, ha arrojado una cifra mucho mayor de bajas: 70.000 entre las fuerzas aliadas (incluidos cien soldados españoles), de 60 a 70 mil entre las fuerzas talibán y Al Qaeda, y 43.000 víctimas civiles. Más de 150.000 víctimas.
Un Vietnam del siglo XXI
El esfuerzo por engañar a la opinión pública ha sido una constante desde el comienzo de la guerra, según se refleja en la investigación, que refiere prácticas de manipulación de estadísticas tanto desde los cuarteles de Kabul como en el Pentágono. En la actualidad, 13.000 soldados estadounidenses permanecen sobre el terreno. El trauma de la Guerra de Vietnam, que ha quedado definida como un «cenagal» entre la opinión pública estadounidense, planea cuando se trata de explicar la invasión de Afganistán, una respuesta rápida a los atentados de Nueva York y Washington de 2001.
La preocupación en las conversaciones privadas por el devenir de la guerra no se ciñen a los militares estadounidenses fallecidos o heridos sino que también se expresan en las declaraciones sobre las enormes cantidades de dinero que tres administraciones, las de George W. Bush, la de Barack Obama y la actual de Donald Trump, ha destinado a un conflicto que se ve como un pozo sin fondo. El propio diario refiere que no hay un cálculo oficial siquiera aproximativo de ese coste económico, que califica no obstante de «pasmoso». Las estimaciones académicas sitúan la cifra cerca de un billón de dólares (en su léxico numérico ‘mil billones’).
Corrupción y pago a criminales
«La función más importante de los ‘Papeles de Afganistán’ es confirmar que los funcionarios del gobierno han sido completamente deshonestos con el público sobre los logros y el progreso de los Estados Unidos en Afganistán», escribe Kolhatkar. Esta periodista destaca uno de los pasajes conocidos esta semana gracias a las investigaciones periodística que habla de los mismos errores «cometidos una y otra vez durante 18 años: planificación al azar, políticas equivocadas, disputas burocráticas. Muchos dijeron que la estrategia general de construcción de la nación [afgana] se vio socavada aún más por la arrogancia, la impaciencia, la ignorancia y la creencia de que el dinero puede arreglar cualquier cosa».
La libertad duradera, la propaganda para justificar el conflicto, se sustituyó por un sistema clientelar que Estados Unidos solo ha conseguido manejar con la práctica de una corrupción que sitúa a Afganistán en el puesto 143 de 167 en el ranking de democracias que elabora The Economist. Otra de las entrevistas realizadas por el SIGAR refleja el convencimiento de uno de los coroneles destinados en el país, de que se había permitido al presidente Hamid Karzai (en el cargo desde 2001 hasta 2014) crear una «cleptocracia» en el país. Esa corrupción, admiten otras de las fuentes del informe, fue decisiva para que mucha población se enfrentase al Gobierno «favorito» de Washington, pasando a engrosar las filas de la insurgencia talibán, que hoy controla la mitad del país: más que en ningún otro momento de la guerra.
El fracaso, admitido entre bambalinas por los actores principales de la invasión, se extiende a la guerra contra el opio impulsada por Estados Unidos. Actualmente, el cultivo de esta amapola, base para la fabricación de heroína, es el único negocio floreciente del país: el opio afgano copa el 90% del mercado mundial y abastece a Europa occidental, oriental y el continente africano. Las erradicaciones de amapolas sin compensación han sido otro de los motivos para el aumento de las tropas talibán.
«Estados Unidos también ha estado llenando los bolsillos de los señores de la guerra más notorios de Afganistán, que tienen una historia larga y sangrienta que se remonta a la era de la ocupación soviética, cuando la CIA repartió dinero en efectivo para luchar contra su enemigo de la Guerra Fría», explica Sonali Kolhatkar, que subraya que se ha utilizado dinero de los contribuyentes para financiar a criminales de guerra y asesinos de masas como Abdul Rashid Dostum, de quien los papeles dicen que recibía cien mil euros mensuales para que no causara problemas.
Las entrevistas publicadas confirman que la CIA, el ejército, el Departamento de Estado y otras agencias utilizaron efectivo y contratos lucrativos para ganar la lealtad de los caudillos afganos en la lucha contra Al Qaeda y los talibanes, gente «muy desagradable», como explica una de las fuentes entrevistadas.
Sin punto y final
18 años después del inicio de la invasión, el Gobierno estadounidense dice tener un plan ambicioso para poner fin a la guerra. El anuncio se ha producido esta misma semana, a raíz de la investigación publicada por Craig Whitlock. Las conversaciones con la autoridad talibán se han reanudado después de que, este verano, Trump decidiera unilateralmente acabar con el diálogo, que tiene lugar en Qatar. El objetivo es terminar las conversaciones para un alto el fuego antes de final de año y que el Gobierno de Ashraf Ghani y los mandatarios talibán se sienten a partir de enero para marcar una hoja de ruta para el futuro del país.
En lo más alto de un conflicto que se ha recrudecido gracias a la capacidad de los talibán de reclutar población descontenta con un régimen adicto a Washington ⎼solo en 2018 se contabilizaron diez mil víctimas civiles⎼ la publicación de los papeles de Afganistán ha anulado la coartada de que Estados Unidos progresa en su guerra más larga. Si la opinión pública de ese país se ha sentido defraudada por el cenagal en el que se ha convertido la guerra, los organismos internacionales de derechos humanos han subrayado la certeza de que todos los actores armados han cometido crímenes de lesa humanidad.
En 2018, se recopilaron 1,7 millones de demandas de la población afgana a la Corte Penal Internacional sobre los crímenes de guerra cometidos «no solo por grupos como los talibanes y el Daesh, sino también las fuerzas de seguridad afganas y afiliadas al gobierno, señores de la guerra, la coalición liderada por Estados Unidos y agencias de espionaje extranjeras y nacionales».