Durante más o menos el último mes ha habido negociaciones formales entre Estados Unidos e Irán sobre cuestiones nucleares. De hecho, las negociaciones han venido ocurriendo de manera no oficial y en secreto por más de seis meses. Técnicamente, el grupo que negocia con Irán es el llamado P5+1 (los cinco miembros del Consejo Permanente […]
Durante más o menos el último mes ha habido negociaciones formales entre Estados Unidos e Irán sobre cuestiones nucleares. De hecho, las negociaciones han venido ocurriendo de manera no oficial y en secreto por más de seis meses. Técnicamente, el grupo que negocia con Irán es el llamado P5+1 (los cinco miembros del Consejo Permanente de Seguridad de la ONU más Alemania). Pero el P5+1 es, en gran medida, una cobertura para el negociador clave: Estados Unidos.
La postura pública en cada lado es idéntica. Cada uno tiene un objetivo primordial, pero sus propósitos son diferentes. Cada uno dice que tiene aspectos de principio sobre los que no transigirán. Sin embargo, cada uno parece estar guiado por lo que el líder supremo de Irán, el ayatolá Alí Khamenei, ha llamado indulgencia heroica
.
Hay más paralelos. El presidente estadunidense Barack Obama y su homólogo de Irán Hassan Rouhani parecen querer un arreglo que evite un conflicto armado. Esto es porque cada uno considera que el conflicto armado traería consecuencias muy negativas para ambos países y para sí mismos en lo personal.
En el caso de Obama, originalmente él ganó la elección con una plataforma que llamaba a poner fin a la guerra en Irak. No quiere que su legado se defina como el de un presidente que involucró a Estados Unidos en una importante tercera guerra en el Medio Oriente en el siglo XXI. Muy aparte de su legado histórico, considera que una guerra arruinaría cualquier posibilidad de lograr que se apruebe la legislación interna que busca con urgencia. También teme que una guerra incremente la probabilidad de que los demócratas pierdan las elecciones presidenciales de 2016.
En el caso de Rouhani, él fue electo con el consentimiento tácito del ayatolá Khamenei y el respaldo activo de gran parte de las siempre crecientes clases medias, pues ambos vieron en él al único líder iraní que podría negociar exitosamente con Estados Unidos. De fallar en su intento podría ser depuesto como presidente, y en cualquier caso su agenda política interna probablemente perdería toda posibilidad de culminarse. Por supuesto que una guerra tendría más inmediatas consecuencias destructivas para Irán que para Estados Unidos, pero en el plazo más largo el daño sería también enorme para Estados Unidos.
El problema básico es que el objetivo primordial de ambos países está definido en modos casi contradictorios. Estados Unidos afirma que quiere seguridades de que Irán no desarrollará, ni podrá desarrollar, armas nucleares. Irán dice que no tiene la intención de desarrollarlas, pero insiste en que tiene el derecho, que posee cualquier otro país del mundo, de desarrollar una mayor capacidad de energía atómica para usos pacíficos. Supuestamente los negociadores buscan una formula mágica que pueda servir de puente para atravesar la brecha entre estas dos definiciones de la situación. Cada uno necesita ser capaz de presentar el texto final como victoria para sus objetivos. Esto parece difícil en extremo, aun si ambos lados negocian de buena fe. Más aún: ¿qué es la buena fe? Existen grupos y personas en ambos países que no consideran que el otro lado esté negociando de buena fe o que tenga intención alguna de un arreglo de compromiso. Hay aun personas o grupos que no consideran que sea deseable arreglo alguno.
Así que Obama y Rouhani están bajo constante presión para no hacer concesiones
significativas. Y tanto Obama como Rouhani parecen haber probado, de tiempo en tiempo, que no se someten en asuntos de principio. Los críticos internos siguen diciendo que el otro país está haciendo tiempo
mientra prosigue en secreto con sus verdaderos objetivos inconfesados.
Las negociaciones no pueden proseguir por demasiado tiempo sin que haya consecuencias políticas negativas para ambos líderes. Uno solamente puede preguntarse qué tanto es demasiado tiempo, pero pienso que de aquí a un año es lo más que tenemos para alcanzar algún acuerdo. En ese lapso no parece muy probable que vaya a ocurrir un acuerdo. Por tanto, la pregunta es: ¿qué pasará entonces?
Hay, en realidad, sólo dos escenarios alternativos: el desdichado es que en ambas naciones el control político caiga en manos de personas que prosigan sus objetivos lo más militantemente posible, amenazando al otro país con algún tipo de acción armada. Una vez que comencemos a andar por ese sendero no sería demasiado difícil para alguna persona o grupo, de forma deliberada o no, lanzar el conflicto. Comenzaría entonces la importante tercera guerra en Medio Oriente del siglo XXI y, probablemente, sería de lo más dañina en sus resultados para los dos países. Lo que es peor, sin duda se esparciría por toda la región.
Hay otro escenario menos desastroso. Éste es que no pase mucho. Las negociaciones pueden detenerse por un tiempo y los actuales proponentes de las negociaciones pueden caer en desgracia y ser reemplazados por dirigentes más militantes. Sin embargo, la opinión pública en ambas naciones bien podría empujar a sus líderes a ser precavidos. Y los militares de ambos lados podrían advertirle al liderazgo civil que una acción armada es demasiado riesgosa.
El segundo escenario es, por supuesto, mejor que el primero. Pero no resuelve nada. La situación se pudre. Ningún país puede avanzar seriamente para mejorar las condiciones en su nación. Y el segundo escenario siempre es un tanto azaroso, pues puede volverse el primer escenario después de un tiempo.
Ergo, ¿qué? Las negociaciones actuales son nuestra mejor posibilidad, de hecho nuestra única posibilidad, de lograr un resultado que sea algo positivo.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2014/03/22/index.php?section=opinion&article=022a1mun
Traducción: Ramón Vera Herrera