La caída de Sirte y la posterior ejecución de Gadafi y alguno de sus hijos muestra con cierta claridad buena parte de las verdaderas motivaciones que llevaron a la mal llamada comunidad internacional, liderada en esta ocasión por la OTAN, a intervenir en el conflicto libio. El cambio de régimen, y no la tan cacareada […]
La caída de Sirte y la posterior ejecución de Gadafi y alguno de sus hijos muestra con cierta claridad buena parte de las verdaderas motivaciones que llevaron a la mal llamada comunidad internacional, liderada en esta ocasión por la OTAN, a intervenir en el conflicto libio. El cambio de régimen, y no la tan cacareada protección de la población civil (y si no que se lo pregunten a los ciudadanos de otros estados africanos en Libia o a la población de Sirte), junto a otros aspectos en torno a la importancia energética y geoestratégica del estado libio, han sido el motor de esa actuación desde el principio, y Occidente no ha dudado en aprovechar la coyuntura cuando parte de la población del país se levantó en armas contra Gadafi.
Para algunos analistas las escenas de la ejecución del líder libio suponen la puntilla para un régimen acorralado por la intervención extranjera y el levantamiento de algunos sectores locales. Otros observadores apuntan que más importante que esas duras imágenes ha sido la caída de Sirte, considerado el último bastión de los partidarios de Gadafi, ya que esta acción va a permitir al llamado Consejo Nacional de Transición (CNT) dar el pistoletazo de salida a su hoja de ruta.
En base a la misma, el CNT tras emitir una «declaración de liberación», convocará las elecciones para una Conferencia Pública Nacional que se celebrarían dentro de unos ocho meses. El nuevo órgano que surgirá, será el encargado de nombrar un primer ministro, un gobierno interino y un poder constituyente que redactará una nueva constitución, que debería ser sometida a referéndum. Y finalmente, si la constitución es aprobada, las elecciones generales se celebrarían a los seis meses.
Hasta aquí las intenciones, pero es evidente que sobre ese guión elaborado por algunos, sobrevuelan en el nuevo escenario libio gran cantidad de dudas y no menos incertidumbres. Las declaraciones de los dirigentes del citado Consejo han solicitado a la población su confianza hacia la nueva dirección política de Libia, al tiempo que han hecho un llamamiento a la unidad nacional y han agradecido a las fuerzas rebeldes la liberación el país. Y tras esas declaraciones se han sucedido otras, no tan aireadas, pero que también pueden indicar las intenciones y temores de esos dirigentes. Tal vez por ello han advertido de la necesidad de no marginar a todos los que en el pasado hayan tenido relación con el anterior régimen (no olvidemos que dos figuras claves del propio CNT, Mustafa Abdel Jalil o Mahmoud Jibril han sido colaboradores del depuesto líder hasta no hace mucho tiempo) o de evitar la venganza (algo que no parece haber surtido mucho efecto a la vista de la ejecución de algunos miembros de la familia Gadafi).
La presencia de varios grupos armados en todo el país, las diferencias entre las preferencias de la llamada comunidad internacional, que apuesta claramente por el actual CNT, con base en Bengazi (Jibril ya ha sido señalado en el pasado como el favorito de Washington) o las de la población Libia, fuertemente dividida en ese aspecto. Para mucha gente en Libia, el CNT no es más que una de las múltiples opciones a la vista de los grupos e intereses que están surgiendo por todo el país (en Misurata, Zentan, Trípoli y en zonas del este del país, por ejemplo) y que estarían cuestionando seriamente el papel dirigente de los opositores de Bengazi.
También hay que tener muy presente las diferencias geográficas, ideológicas e incluso religiosas que se pueden multiplicar en las próximas semanas. A los desafíos de algunos grupos armados al CNT de Bengazi se le han unido estos días los ataques de sectores salafistas contra personas y edificios ligados a la comunidad sufí del país.
Hasta ahora los opositores mantenían un acuerdo tácito de unidad en torno a la lucha contra Gadafi, sin embargo, si los actuales dirigentes del CNT declaran el final de la guerra, ese nuevo escenario puede representar una carrera entre las diferentes facciones para imponer cada una su agenda y hacerse con un trozo del pastel. Así, habrá que ver cómo encajan las posturas de los actuales dirigentes militares de la revuelta con los grupos más autónomos de la misma e incluso la conformación del nuevo aparato militar. Aquí algunos dudan sobra la aplicación el modelo iraquí (depurar todos los que han servido con Gadafi) o integrar a los mismos en la nueva institución militar (algunos señalan a la transición española como ejemplo a imitar).
El pulso entre laicos e islamistas también añadirá dosis de inseguridad. El auge creciente de formaciones islamistas en la región, unido a la presencia de sectores jihadistas dispuestos a tensar todavía más la cuerda en busca de un escenario propicio para sus intereses transnacionales, puede otorgar importantes claroscuros sobre Libia en los próximos meses. Sin olvidar tampoco las tensiones entre beréberes y árabes, e incluso la posibilidad de que los partidarios de la Yamahiriya Árabe Libia mantengan una campaña armada contra los nuevos dirigentes del país.
Las consecuencias de la nueva coyuntura Libia también sobrepasan las fronteras del estado norteafricano. De momento la OTAN podría poner fin oficialmente a su campaña el 31 de este mes, aunque sin revelar cual será la alternativa a la actual intervención, ni la fórmula para apoyar al nuevo régimen. Todo parece indicar que las potencias occidentales ya han logrado atar suculentos contratos en torno a la riqueza energética del país, y ahora, tras anunciar el cambio de régimen, les quedaría administrar la nueva situación.
Los cambios que se están produciendo también influirán de una manera u otra en otros estados africanos. Así, ya han comenzado algunos analistas a plantear la posibilidad de nuevos escenarios en Malí o Chad. Y habrá que ver cómo intenta la Unión Africana recuperarse de la marginación que Occidente y la Liga Árabe han vertido sobre la misma.
Pero sin duda alguna, la nueva «atención mediática» cobrará un nuevo impulso en las próximas fechas. Cerrado oficialmente el affaire libio, con Túnez y Egipto (y tal vez Yemen) inmersos en un guión controlado, con Bahrein sumido en la oscuridad de los medios, éstos pueden centrarse en el próximo cambio de régimen, y parece que es Siria la que tiene todos los boletos (aunque algunos recuerdan también que Irán podría entrar en ese nuevo guión intervencionista).
De momento, la coyuntura siria no es la misma que en Libia, pero ello no es óbice para que algunas cancillerías occidentales pongan en marcha sus planes. Y para ello, como ya lo han hecho en el pasado son capaces de activar cualquier grupo ideológico, aunque en el futuro se convierta en un serio revés para sus propios intereses. En ese sentido, habría que enmarcar la presencia salafista en Siria (impulsada por Arabia Saudita con el beneplácito estadounidense), o el descubrimiento reciente de la situación de la población kurda de aquel país.
Según algunas fuentes, importantes figuras de EEUU (con experiencia en la región) estarían coordinando las operaciones para desestabilizar Siria, contando con Qatar como base de operaciones, con el apoyo de París y de Doha para impulsar modelos locales del CNT libio, y con Turquía y Arabia Saudita para dominar las tendencias sunitas contra el régimen (las políticas y las armadas).
Las divisiones y las rivalidades pueden seguir floreciendo en el nuevo escenario regional. Libia, como sus vecinos de la zona, puede experimentar en las próximas fechas una mayor polarización social que tendrá consecuencias regionales, y que en el futuro tal vez (como ya lo ha hecho en otras ocasiones y en otros lugares), acabe reescribiendo un guión que no guarde relación con el diseñado desde algunas cancillerías occidentales, y que lejos de traer la democracia y la libertad, depare un escario como el que ha sufrido la población en Iraq o Afganistán tras las agresiones extranjeras de los últimos años.
Txente Rekondo.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)
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