Joe Biden abandonará la presidencia de EEUU sin haber pisado China en sus cuatro años de mandato. Una anomalía (hay que remontarse a Jimmy Carter) que se explica por la enrarecida atmosfera entre los dos países desde 2018, pero inexplicable si tenemos en cuenta que se trata de las dos principales economías del mundo y que hoy día protagonizan la relación diplomática bilateral más determinante. La última vez que Xi Jinping visitó EEUU fue en 2023 (cumbre APEC, San Francisco) aunque propiamente fue en 2017.
Donald Trump se sentirá particularmente cómodo con el legado de su predecesor demócrata. En efecto, en un contexto de firme consenso bipartidista acerca de la política hacia China, no es exagerado decir que lo de Biden ha sido “trumpismo sin Trump” y que su característica principal ha sido mantener el rumbo, puliéndolo y reforzándolo.
En efecto, Biden ha persistido en los aranceles, las sanciones a las empresas chinas, los límites a la inversión, las restricciones de todo tipo alargando hasta el práctico infinito el argumento de la seguridad nacional, ha presionado severamente a aliados y empresas multinacionales de otros países para que secunden sus decisiones en el pulso tecnológico, etc.
Hay, no obstante, tres aspectos que destacan en esta ecuación. El primero, la reparación de la imagen global de EEUU, muy aquejada de la impredecible postura de Trump que tanto irritó en muchas capitales de “valores afines”. En efecto, Biden ha logrado reforzar y mucho la relación con los países aliados, incrementando sustancialmente la influencia de Washington y logrando un alto nivel de alineamiento con sus estrategias. La defensa de un orden basado en reglas que, por otra parte, sepulta el derecho internacional, edulcora lo que en la práctica no es sino una defensa hegemónica pura y dura.
En segundo lugar, la elaboración de un envoltorio político más presentable para esta tensión con su principal rival. En efecto, si con Trump era evidente que la razón hegemónica era el sustrato principal que condicionaba la adopción de sus beligerantes políticas, Biden alentó el binomio democracias-autocracias para significar cuestiones como los derechos humanos o la defensa del ideal liberal, conceptos que a Trump pueden traerle sin mucho cuidado.
Por último, el eje de seguridad ha recibido un exponencial impulso. Si Trump proyectó la estrategia Indo-Pacífico y reflotó el QUAD (EEUU, Japón, Australia, India), Biden lo ha dinamizado. Pero, además, dio paso al AUKUS (Australia, Reino Unido y EEUU) y reforzó las alianzas de seguridad con Japón, Corea del Sur y Filipinas, entre otros. La presión sobre China se redobló con la multiplicación de ejercicios militares por doquier, el acceso a más bases militares, el despliegue de nuevas armas en la región, etc.
Taiwán merece una atención aparte. Fue Trump quien también agujereó el principio de una sola China y proyectó un cambió de tercio pero Biden ha seguido de forma entusiasta la nueva hoja de ruta. Llegó a insinuar hasta en cuatro ocasiones que enviaría tropas al Estrecho en caso de conflicto abierto. Multiplicó las ventas de armas, incrementó los contactos políticos, impulsó las negociaciones económicas, etc, realzando el estatus de Taipéi.
Riesgos añadidos: del gestionar al vencer
Este legado de Biden, caracterizado por la profundización de las políticas iniciadas por Trump, es importante tenerlo en cuenta porque el líder republicano tendrá como principio de actuación el no ser más blando que Biden. Y hay, de entrada, un diferencial claro: si Biden logró configurar un equipo capaz de presionar y dialogar al mismo tiempo, con la recuperación aunque tardía de múltiples mecanismos bilaterales (unos 20 de los 70 en activo en 2017), el equipo que Trump nos está insinuando tiene otra premisa de actuación: no se trata de gestionar la relación sino de ganar la competencia con China, de vencer en la rivalidad.
Y esto tiene importantes riesgos añadidos. A estas alturas, está claro que aun a pesar de las dificultades que las tensiones comerciales suponen para China, el incremento de los aranceles sugerido por Trump tiene un efecto rebote que le obrigará a medir las consecuencias. Por otra parte, China ha demostrado mucha resiliencia para digerir estas presiones. Y en lo tecnológico, no se queda atrás, ni mucho menos. Huawei, el emblema de la tensión con Trump, no fue destruida, se ha reinventado y logró darle vuelta a las sanciones. Incluso en el plano diplomático, a pesar de que Biden cerró huecos abiertos por Trump, China ha seguido incrementando su influencia, muy especialmente en el Sur Global. EEUU representa ahora el 15% de su comercio exterior y es su tercer socio comercial cuando antes era el primero. Igualmente, las exportaciones a los países del G7 representaban el 48% y hoy menos del 30%. Es menos vulnerable.
El limitado efecto de esos mecanismos supone una invitación indirecta a redoblar la presión estratégica y militar. La conflictividad en la región con la exacerbación de conflictos como el Mar de China meridional o Taiwán representa una importante amenaza. EEUU se queja del incremento del poder naval de China pero no es menos preocupante el incremento de los despliegues militares de las fuerzas navales de la Marina de Washington, a muchos miles de kilómetros de sus costas. El ejército estadounidense está haciendo planes para desplegarse en Okinawa y Filipinas en caso de una “emergencia en Taiwán” y podría desplegar drones junto con sistemas de misiles en las islas Batanes de Filipinas y en la isla Yonaguni de Japón.
Biden fue anfitrión de la primera cumbre trilateral de la historia con los líderes de Japón y Filipinas, anunció un importante proyecto de infraestructura en Filipinas tras la retirada de ese país de la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China, e intensificó el entrenamiento militar conjunto. Filipinas acoge ahora un despliegue «indefinido» de un sistema de misiles de mediano alcance Typhon del ejército estadounidense. Se trata de un símbolo sustancial de compromiso mutuo. Salvando las distancias, una dinámica similar se intenta implementar en Taiwán, desoyendo las advertencias de los riesgos de una escalada cada vez más asociada a preparativos para un conflicto militar.
La UE tendría aquí una oportunidad más para ejercer una mediación conciliadora. Pero es de temer que se desentienda de su otrora compromiso con la prevención de conflictos y su resolución pacífica y se sume a esta otra lógica de la confrontación que solo nos puede conducir a situaciones críticas y sombrías.
Xulio Ríos es asesor emérito del Observatorio de la Política China
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