Durante décadas, Estados Unidos ha sostenido su supremacía financiera global gracias a dos pilares: el dólar como moneda de reserva mundial y los bonos del Tesoro como activo libre de riesgo. Pero esta supremacía podría estar llegando a su fin, y uno de los factores clave detrás del cambio es el avance imparable de China, sumado al impacto acumulado de las guerras arancelarias desatadas por la administración Trump. Unido a ello, la degradación de la calificación crediticia de Estados Unidos por parte de Moody’s muestra que el mundo se dirige hacia un reordenamiento financiero profundo.
Las señales del mercado son claras. La semana pasada, Wall Street ha registrado su peor caída en un mes. El rendimiento de los bonos a 30 años ha superado el 5 %, una barrera psicológica que no se alcanzaba desde octubre de 2023. El dólar, por su parte, ha perdido más del 7 % en lo que va del año, borrando todas las ganancias acumuladas en 2024. Detrás de estas cifras no hay simples altibajos del mercado, sino un cambio profundo en la percepción global sobre el liderazgo económico de Estados Unidos.
China ha jugado un papel central en esta transformación. Con su crecimiento sostenido, su avance tecnológico, su liderazgo en sectores clave como las energías renovables, los semiconductores y la inteligencia artificial, y su iniciativa de internacionalizar el yuan, el gigante asiático ha dejado de ser solo una potencia emergente para comenzar a convertirse en un competidor del dólar en el escenario financiero global.
Pero este escenario no ha nacido de la nada. La guerra comercial que desató Donald Trump en 2018, con aranceles punitivos sobre cientos de miles de millones en productos chinos, cambió las reglas del juego al empujar a China a fortalecer su autonomía económica y tejer alianzas en Asia, África y América Latina. Esta guerra comercial se ha intensificado con la llamada “guerra de los chips” y la batalla tecnológica por el liderazgo en inteligencia artificial, semiconductores y nuevas tecnologías, donde Estados Unidos busca contener el avance chino mediante restricciones, bloqueos de exportaciones clave y sanciones dirigidas a frenar su imparable desarrollo tecnológico. Lejos de doblegar a China, esa estrategia ha fortalecido su determinación de reducir su dependencia del dólar y del sistema financiero dominado por Estados Unidos. Además, ha empujado a Beijing a tejer alianzas más profundas con países del Sur Global y a escalar el proyecto de la Nueva Ruta de la Seda con iniciativas como la Ruta de la Seda Digital y el uso del yuan en acuerdos bilaterales.
Y ahora, estos días, a ese conflicto se suma una nueva línea de fractura: el reciente anuncio de Trump de imponer un arancel del 50 % a productos europeos clave. Esta medida no solo amenaza con intensificar las tensiones comerciales transatlánticas, sino que también amplifica la percepción global de que Estados Unidos se encamina hacia un aislacionismo económico que puede desestabilizar al sistema financiero mundial. Europa, uno de los principales aliados históricos de Estados Unidos, ya advierte de represalias comerciales y busca fortalecer sus propios mecanismos de defensa, incluyendo iniciativas para reducir la dependencia del dólar en sus transacciones internacionales.
Y como si todo esto fuera poco, Moody’s
ha recortado recientemente la calificación crediticia de Estados
Unidos, enviando una señal contundente a los mercados: el país más
endeudado del mundo ya no puede seguir presumiendo de solvencia
incuestionable. Con un déficit fiscal que supera los 1,3 billones de
dólares en apenas medio año y una deuda federal que sobrepasa los
36 billones, la desconfianza crece. Para colmo, solo en junio vencen
6,5 billones en bonos, lo que presiona aún más a un Tesoro que
depende de nuevas emisiones y de una confianza global que ya no es
automática. Las soluciones que baraja Washington —como nuevos
recortes de impuestos— no hacen sino ampliar el agujero. Esto
alimenta la inquietud de los inversores, que ven cada vez con más
sospecha la sostenibilidad de la deuda estadounidense.
Hoy,
los mercados internacionales sienten el impacto. El Banco Central
Europeo ha advertido recientemente que la creciente percepción de
riesgo sobre los activos estadounidenses, agudizada por las tensiones
arancelarias y comerciales, podría alterar los flujos de capital
globales y acelerar la transición hacia un sistema financiero
multipolar.
Además, los grandes tenedores extranjeros,
como Japón, empiezan a ajustar sus propias estrategias. El
rendimiento de los bonos japoneses a 30 años alcanzó esta semana un
récord histórico, reflejo de que las dudas sobre Estados Unidos
están contagiando a otros mercados clave.
El retroceso
del dólar no significa que su hegemonía vaya a desaparecer de
inmediato. Pero sí marca un giro de fondo. El avance de China,
reforzado por las secuelas de la guerra arancelaria, ha dejado al
descubierto las limitaciones de la estrategia estadounidense centrada
en la imposición de sanciones, barreras y aranceles. Hoy, cada vez
más países exploran cómo diversificar sus reservas y reducir su
exposición al dólar, anticipando un mundo donde el poder financiero
ya no esté concentrado en una sola moneda ni en una sola
economía.
Lo que estamos viendo no es solo una crisis de
mercado, sino un reordenamiento geopolítico y financiero global. El
dólar y los bonos del Tesoro, que durante tanto tiempo fueron
sinónimo de estabilidad, están perdiendo su aura de
invulnerabilidad. Y al fondo de esta historia está el ascenso
imparable de China, combinado con las heridas autoinfligidas por la
guerra arancelaria de Trump. El desenlace está abierto, pero algo es
seguro: el sistema financiero internacional ya no volverá a ser el
mismo.
(Artículo publicado originalmente en China información y economía)
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