En mi hotel de Phnom Penh, las mujeres y los niños se sentaban en un lado de la sala, respetando la etiqueta, los hombres al otro. Era una noche de discoteca y mucha diversión; pero de pronto la gente se fue hacia las ventanas y se echó a llorar. El pinchadiscos había puesto una canción […]
En mi hotel de Phnom Penh, las mujeres y los niños se sentaban en un lado de la sala, respetando la etiqueta, los hombres al otro. Era una noche de discoteca y mucha diversión; pero de pronto la gente se fue hacia las ventanas y se echó a llorar. El pinchadiscos había puesto una canción del bienamado cantante jemer Sin Sisamouth, que fue obligado a cavar su propia tumba y cantar el himno de los Jemeres Rojos antes de ser golpeado hasta morir [se dice que sus torturadores le arrancaron la lengua]. Pasé por muchas de esas experiencias de rememoración.
Hubo otro tipo de recordatorios. En la aldea de Neak Leung paseé con un hombre angustiado por entre un reguero de cráteres de bombas. Los 13 miembros de su familia habían sido despedazados por un B-52 norteamericano. Sucedió casi dos años antes de que Pol Pot tomase el poder en 1975. Se estima que más de 600.000 camboyanos fueron masacrados.
El problema del juicio a los antiguos dirigentes de los Jemeres Rojos, que acaba de iniciarse en Phnom Penh con el respaldo de las Naciones Unidas, es que se enfrenta sólo a los asesinos de Sin Sisamouth y no a los de la familia de Neak Leung ni tampoco a sus colaboradores. Hubo tres fases en el holocausto de Camboya. El genocidio de Pol Pot no fue más que una de ellas, pero sólo esa ocupa un lugar en la memoria oficial.
Resulta bastante poco probable que Pol Pot hubiera llegado al poder si el presidente Richard Nixon y su asesor de seguridad nacional, Henry Kissinger, no hubieran atacado Camboya, que era neutral. En 1973, los B-52 lanzaron más bombas sobre el corazón de Camboya [por donde pasaba una parte de la ruta Ho Chi Minh, utilizada por el Vietcong para avituallar a sus tropas en Vietnam del Sur] de las que cayeron en Japón durante la Segunda Guerra Mundial, el equivalente de cinco Hiroshimas. Los archivos revelan que la CIA tenía pocas dudas acerca de las consecuencias. » [Los Jemeres Rojos] están empleando los daños causados por las incursiones de B-52 como tema principal de su propaganda», informó su director de operaciones el 2 de mayo de 1973. «Esta estrategia ha permitido reclutar con éxito a buen número de jóvenes [y] se ha demostrado eficaz entre los refugiados [obligados a huir del campo]».
Antes de los bombardeos, los Jemeres Rojos no pasaban de ser una secta maoista sin base popular. Los bombardeos hicieron de catalizador. Lo que Nixon y Kissinger empezaron, Pol Pot lo completó. Kissinger no se sentará en el banquillo en Phnom Penh. Anda ocupado aconsejando al presidente Obama en materia de geopolítica. Tampoco Margaret Thatcher ni una serie de ministros y altos funcionarios jubilados que, apoyando en secreto a los Jemeres Rojos después de que los hubieran expulsado los vietnamitas, contribuyeron directamente a la tercera fase del holocausto de Camboya.
En 1979, los Estados Unidos y Gran Bretaña impusieron un embargo abrumador a la damnificada Camboya porque su liberadora, Vietnam, había caído del lado malo en la Guerra Fría. Pocas campañas del Foreign Office han sido tan cínicas o brutales. Los brtitánicos exigieron que el régimen ya extinto de Pol Pot mantuviera su «derecho» a representar a sus víctimas en las Naciones Unidas y votaron con Pol Pot en los organismos de las Naciones Unidas, Organización Mundial de la Salud incluida, impidiendo así que trabajaran en Camboya. Para disfrazar este escándalo, Gran Bretaña, los Estados Unidos y China, principales respaldos de Pol Pot, se inventaron una coalición «no comunista» en el exilio, dominada de facto por los Jemeres Rojos. En Tailandia, la CIA y la Defence Intelligence Agency establecieron vínculos directos con los Jemeres Rojos.
En 1983, el gobierno de Thatcher envió a los SAS, sus fuerzas especiales, a entrenar a la «coalición» en tecnología de minado, en el país con más minas del mundo con excepción de Afganistán. «Confirmo», escribió Thatcher a Neil Kinnock, dirigentede la oposición británica, «que no existe implicación británica de ningún género en el entrenamiento, equipamiento o cooperación con las fuerzas de los Jemeres Rojos o sus aliados». Una mentira sobrecogadora. El gobierno conservador de John Major se vio obligado a reconocer en 1991 ante el Parlamento que las SAS habían estado entrenando en secreto a la «coalición».
A no ser que la justicia internacional sea una farsa, quienes se alinearon con los asesinos de masas de Pol pot deberían ser citados ante el tribunal de Phnom Penh: como mínimo deberían quedar sus nombres registrados en los anales de la infamia.
John Pilger , nacido en 1939 en Australia, es uno de los más prestigiosos documentalistas y corresponsales de guerra del mundo anglosajón. Particularmente renombrados son sus trabajos sobre Vietnam, Birmania y Timor, además de los realizados sobre Camboya, como Year Zero: The Silent Death of Cambodia y Cambodia: The Betrayal.
Traducción para www.sinpermiso.info : Lucas Antón