La COVID se ha extendido por un planeta ya atravesado por la pobreza y las desigualdades. El informe de Oxfam ‘El virus de la desigualdad’, publicado en enero, apunta que cerca de la mitad de la población mundial tiene que sobrevivir con menos de 5,5 dólares diarios.
Además el número de personas en situación de pobreza podría haber aumentado entre 200 y 500 millones en 2020. “La pandemia ha puesto de relieve que, para la mayor parte de la población del planeta, perder tan solo un ingreso supone caer en la miseria”, subraya la ONG.
A otra escala operan el capital ficticio y los chutes de liquidez. Al cierre de 2020 el endeudamiento global (público y privado) superó los 281 billones de dólares, cifra récord que representa el 355% del PIB mundial, según el Instituto Internacional de Finanzas (IIF). La Reserva Federal de Estados Unidos anunció en marzo que mantendría las tasas de interés oficiales cercanas al 0% y que continuaría invirtiendo 120.000 millones de dólares al mes en la compra de bonos del tesoro y activos respaldados por hipotecas. Asimismo el Banco Central Europeo (BCE) ha informado que continuará hasta al menos marzo de 2022 con la adquisición de activos dentro del programa de compras frente a la pandemia, dotado con 1,8 billones de euros.
El economista y profesor Alfredo Apilánez abordó estas dos realidades –la pobreza material en contraposición al dinero infinito y la ingeniería financiera- en la ponencia expuesta durante el curso sobre El mundo después de la pandemia, organizado por la Academia de Pensamiento Crítico y la Fundación de Investigaciones Marxistas (FIM). El curso se celebra entre el 10 de mayo y el 19 de junio, cuenta con más de 360 matriculados y está abierto a la participación de los alumnos por videoconferencia. Entre los ponentes de los dos ejes temáticos –Malestar social y Declive imperial- figuran los sociólogos Atilio Borón, John Bellamy Foster, Andrés Piqueras y Eddy Sánchez; el economista Claudio Katz y el profesor de Historia Joan Tafalla.
Apilánez hace uso de la expresión “capitalismo desquiciado”, que desarrolla ampliamente en un artículo publicado en septiembre de 2019 en su blog Trampantojos y embelecos. El economista resume de este modo una de las formas en que el poder económico ha respondido al choque pandémico: “La artillería pesada puesta en marcha por la Reserva Federal incluye compras masivas de bonos del tesoro a la banca comercial, bonos corporativos a las grandes multinacionales y todo tipo de activos titulizados por la banca privada, además de avales al préstamo comercial y masivas inyecciones de dólares –la moneda de más del 60% de los intercambios mundiales- para sostener los flujos financieros globales”.
Y valora Alfredo Apilánez, en la ponencia titulada La pandemia y la crisis del sistema: “¡Todo el casino de las finanzas globales mantenido con respiración asistida por la ‘maquinita’ de la fábrica de dinero! El resultado era previsible: el martes 24 de noviembre de 2020 (los índices bursátiles) Dow Jones y S&P alcanzan sus máximos históricos”.
El economista se presenta en su cuenta de Twitter como “panfletista balbuciente”. Trabaja principalmente en el ámbito de la economía financiera y en el libro las entrañas de la bestia. La fábrica de dinero en el capitalismo desquiciado, de próxima publicación. Además de en el blog Trampantojos y embelecos, sus artículos pueden leerse en el periódico Rebelion.org.
Subraya, en el curso, el contraste entre el uso del cañón monetario por parte de los bancos centrales, y los tipos al 0%, frente a los muy limitados y lentos rescates sociales. Esto se debe a que, entre otras razones, “la apisonadora neoliberal, pertrechada con la laminación de la capacidad fiscal de los gobiernos, las masivas privatizaciones de los bienes y servicios públicos y la amputación de su soberanía monetaria ha desmochado completamente la capacidad redistributiva e inversora de los Estados occidentales”.
La deuda pública alcanzó en 2019 el 108% del PIB en Estados Unidos y el 234% en Japón; en 2020 llegó a situarse en el 115% en Francia, el 155% en Italia, el 103% en Reino Unido y el 120% en España (comparativa periódico Expansión).
Estos porcentajes podrían relacionarse con el índice de Paraísos Fiscales Corporativos de 2021, publicado en marzo por Tax Justice Network; encabezan la ratio tres territorios británicos de ultramar –Islas Vírgenes Británicas, Islas Caimán y Bermudas- seguido de Países Bajos, Suiza y Luxemburgo. En el informe La justicia fiscal en tiempos de la COVID-19 (noviembre 2020), la red de investigadores destaca que las empresas multinacionales trasladan 1,38 billones de dólares anuales en beneficios a paraísos fiscales, lo que causa en los estados de todo el mundo pérdidas por valor de 245.000 millones de dólares cada año en ingresos fiscales directos.
Con este punto de partida, reflexiona Alfredo Apilánez, “las montañas de deuda pública y el descomunal fraude fiscal a cargo, principalmente, de las grandes corporaciones tecnológicas y financieras, caracterizan la paupérrima situación del erario público y reflejan su impotencia para movilizar los recursos fiscales que requeriría la extraordinaria urgencia del momento. Tal configuración, que representa un auténtico golpe de Estado financiero contra la maltrecha soberanía nacional, arroja una vez más a los desvalidos Estados en brazos de los tiburones financieros para la financiación de las extraordinarias emergencias sociales generadas por la pandemia”.
En este contexto la Unión Europea ha impulsado el denominado plan de recuperación NextGeneration para afrontar los efectos de la pandemia, dotado con 750.000 millones de euros en préstamos y subvenciones a fondo perdido durante el periodo 2021-2027. ¿De qué modo se financiará la iniciativa? El mecanismo previsto consiste en que la Comisión Europea emita deuda en los mercados de capitales.
Se trata de “un negocio redondo para los tiburones de las finanzas y las grandes corporaciones, destinatarias últimas del maná”, subraya Alfredo Apilánez; por ejemplo en el estado español, empresas del IBEX 35 han presentado propuestas de proyectos para su financiación con el NextGenerationEU por valor de cerca de 100.000 millones de euros, informa la Guía NextGenerationEU: más sombras que luces, publicada por el Observatorio de Multinacionales en América Latina (OMAL), el Observatori del Deute en la Globalització (ODG) y Ecologistas en Acción.
Alfredo Apilánez comparte con los alumnos algunas críticas de fondo al discurso dominante: “La elección de los gobiernos occidentales en el momento del estallido de la pandemia no fue –como proclaman, a bombo y platillo, como si de un ansiado paradigma se tratara, algunos entusiastas reformistas- entre un redivivo keynesianismo y la sempiterna ortodoxia neoliberal, sino entre el caos absoluto y la preservación de un mínimo resto de cohesión social: la implacable austeridad de la década anterior se transforma por tanto en la gobernanza de la pobreza”. Otro punto relevante es “la ausencia casi absoluta de programas públicos de inversión productiva”.
En la última parte de su intervención, el ponente menciona el término fascismo financiero, que el sociólogo Boaventura de Sousa Santos empleó por primera vez en un ensayo de 1998 –Reinventar la democracia. Reinventar el Estado– y recuperó en 2010 en un artículo publicado en la revista brasileña de izquierdas Carta Maior. De Sousa Santos consideraba que el fascismo financiero es una de las formas de sociabilidad fascista, la más agresiva y la que predomina en los mercados de valores y divisas; es también, la más reacia a cualquier intervención democrática. En el universo bursátil, añadía el intelectual y activista portugués, el largo plazo son los próximos 10 minutos.
Podría trazarse un hilo de continuidad. En 2021, en plena pandemia, “las dramáticas implicaciones de este progresivo desquiciamiento del sistema de mercancía y del deterioro acelerado de las condiciones de vida de las mayorías sociales situarán, en la infortunada tesitura de que no seamos capaces de construir entre todos una sociedad racional, a la especie y a su crucificado planeta ante una perspectiva catastrófica”, concluye Apilánez.