A nadie pueden sorprender las invocaciones al estudio del marxismo realizadas a instancias de Liu Yunshan, responsable de propaganda en el Comité Permanente del Buró Político del PCCh. Es un recurso habitual en la política china por más que sorprenda a quienes consideran que el rumbo real del país discurre por latitudes bien alejadas del […]
A nadie pueden sorprender las invocaciones al estudio del marxismo realizadas a instancias de Liu Yunshan, responsable de propaganda en el Comité Permanente del Buró Político del PCCh. Es un recurso habitual en la política china por más que sorprenda a quienes consideran que el rumbo real del país discurre por latitudes bien alejadas del ideario marxista.
A dichas invocaciones, no obstante, se han sumado en los últimos meses otras invectivas ideológicas por parte del secretario general del PCCh, Xi Jinping, que apuntan a la conformación de un cierto eclecticismo como vector predominante en el nuevo equipo dirigente elegido en el XVIII Congreso, a punto de cumplirse su primer año de gestión.
El pensamiento tradicional chino se ha venido afirmando de forma progresiva ya durante el precedente mandato de Hu Jintao (2002-2012), con la recuperación de la figura de Confucio, la reivindicación de la sociedad armoniosa y la identificación de los principales factores de aquella filosofía que ha modulado la China milenaria que pudieran servir de utilidad especialmente para cohesionar la sociedad y preservar la estabilidad. Los nuevos dirigentes recorren esta senda explorando incluso con mayor ímpetu si cabe, sobre todo, el papel de la religión, incluyendo el budismo y el taoísmo. Estos días, coincidiendo con el centenario del nacimiento de Xi Zhongxun, padre de Xi Jinping, se ha exaltado especialmente su habilidad en la conducción de los temas religiosos. El renacimiento de las prácticas religiosas bendecidas por el PCCh podría ayudar en el empeño de reconducir el desconcierto moral de la sociedad y contribuir a restaurar la confianza en las autoridades. Diversas declaraciones de Yu Zhengsheng, número cuatro en la jerarquía oficial, apuntan hacia un mayor respeto a la religión, lo cual no debe interpretarse como tolerancia con aquellas iglesias ilegales que celosas de su independencia desafían el poder.
Pero no es ahí donde estriba la principal novedad. Por el contrario, llama la atención la vigorosa recuperación de conceptos y praxis asociadas al maoísmo. No se trata de revitalizar ni mucho menos las ínfulas de la lucha de clases (aunque algunos hablan abiertamente de lucha ideológica), pero sí de promover la «línea de masas», el espíritu de «crítica-autocrítica», la conocida como «experiencia Fengqiao», y toda una retahíla de expresiones de la época relacionadas con la «pureza» del PCCh -expresión de Hu Jintao-, en un afán de acercamiento al Mao previo a la Revolución Cultural. De esta forma, la lucha contra la corrupción, una prioridad de la agenda política del momento, se conduce recuperando las tradiciones políticas del PCCh más que acercándose a las fórmulas recomendadas desde Occidente. Y estaríamos, por tanto, ante una campaña que va mucho más allá de las luchas entre facciones que acostumbran acompañar las alternancias sino que procuraría la restauración de una moralidad en gran medida perdida como consecuencia del impacto de más de tres décadas de vertiginosas reformas.
En la lucha contra el «proyectil almibarado» (así llamaba Mao a la corrupción), el énfasis recae en la supervisión interna y en la promoción de un estilo de militancia que pueda evitar el cambio en la naturaleza del PCCh y, consiguientemente, asegure el mantenimiento del rumbo trazado. Esto sería especialmente importante en una etapa crucial como la actual para confirmar la emergencia de China y evitar su inclusión en las redes de dependencia de Occidente. En una intervención en 1957, Deng Xiaoping atribuía un importante papel a la sociedad en este control -que hoy el PCCh parece querer instrumentar a través de Internet y las redes sociales- y también a los demás partidos legales en el país (integrantes de la Conferencia Consultiva), cuya función en este aspecto es prácticamente desconocida, reduciéndose a la consulta en un marco caracterizado por la asimetría y la inexistencia de voluntad de alternancia.
En el PCCh parece existir la convicción de que esto puede ser más efectivo para sanearse internamente y preservar la estabilidad, aunque tal procedimiento parece estar en las antípodas del Estado de derecho, si bien en esta ceremonia del despiste no falta quien dude en presentar a Mao como un precursor del gobierno conforme a la ley….
No quiere ello decir tampoco que, en su totalidad, el PCCh rechace las aportaciones del pensamiento occidental. Si este lo asociamos a la defensa del imperio de la ley y de las libertades, el PCCh se quedaría por el momento con lo primero, impulsando fórmulas que permitan desarrollar una cultura legalista, prácticamente inexistente en la historia china, y habilitando fórmulas para controlar el ejercicio del poder a través de la aplicación de la norma (la jaula de regulaciones, en expresión de Xi Jinping) que desembocaría en un Estado de derecho de una especificidad tal que rechazaría lo que nosotros entendemos por constitucionalismo.
En suma, la yuxtaposición de pensamiento tradicional, ideario partidario y aportaciones occidentales vendría a ser la correspondencia ideológica del hibridismo sistémico que manifiesta la economía y la sociedad de la China de hoy.
Para nosotros, tal mezcla resultaría un cóctel explosivo por su pléyade de contradicciones. ¿Podrá funcionar en China? La cuestión estriba en saber en qué medida la sociedad china, a día de hoy, acepta ser definida en términos de «masas populares» o de «sociedad civil». En Internet, a la luz de este debate, no faltan quienes rechazan considerarse «masa» y se reivindican como ciudadanos. Por otra parte, el establecimiento de una frontera entre el imperio de la ley y la omisión de las libertades, revelando una clara voluntad de apoyarse en el derecho para abrir paso a su ideología y no para renunciar a ella, puede encontrar resistencias en una contestación social que puede llegar a ser incontrolable para el Partido. La defensa formal del Estado de Derecho, ya avanzada por la Constitución de 1982 que, por otra parte, consagra el papel dirigente del Partido, aportaría un barniz de modernidad pero sin trascendencia sistémica efectiva.
La síntesis que parece promover el PCCh señala el afán de buscar una vía propia que tanto conjure contra las influencias políticas occidentales como permita higienizar el propio PCCh con una política de moralización que facilite la recuperación de la credibilidad ante la sociedad y fortalezca su hegemonía política.
En este tramo de efervescencia ideológica, una vez más nos hallamos ante la conciliación de dos rumbos aparentemente contradictorios: de una parte, la profundización de la reforma para fortalecer el papel del mercado y disminuir el intervencionismo público, el fomento de la propiedad privada, etc., con un nuevo Hong Kong en marcha en Shanghai; y, de otra, el establecimiento de claros diques de contención que tratarían de preservar la preeminencia del liderazgo del PCCh y su hipotética orientación socialista. Con tales mimbres, ¿quedará espacio suficiente para preservar el consenso?
Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China y autor de «China pide paso. De Hu Jintao a Xi Jinping» (Icaria editorial). Sígueme en Twitter: @XulioRíos
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