Al inicio del conflicto de la OTAN contra Libia, gracias a una decisión disparatada y aviesa del Consejo de Seguridad, señalamos en el artículo titulado «Libia y la increíble agresión vestida de humanitaria» que, a veces, ya uno no sabe en qué van a parar las cosas en este mundo, ni sabe con certeza cuál […]
Al inicio del conflicto de la OTAN contra Libia, gracias a una decisión disparatada y aviesa del Consejo de Seguridad, señalamos en el artículo titulado «Libia y la increíble agresión vestida de humanitaria» que, a veces, ya uno no sabe en qué van a parar las cosas en este mundo, ni sabe con certeza cuál será y dónde se conservará la unidad de medida que se tomará como patrón o referencia universal para medir y justipreciar los hechos que ocurran aquí, allá o acullá dentro de las fronteras de los países y en cuyos límites, según la carta de las Naciones Unidas, rigen los principios inviolables de independencia, soberanía, autodeterminación y otros que protegen a los pueblos de las amenazas, la injerencia en los asuntos internos, la agresión cualquiera que esta sea y la invasión de su espacio terrestre, marítimo o aéreo.
Añadíamos que cuando todo lo ocurrido en estos años de guerras ilegítimas, despiadadas, genocidas y preñadas de actos criminales de lesa humanidad; cuando es conocido todo el trasfondo de la motivación y la justificación para desencadenar tales actos violatorios de la paz; cuando todo el mundo conoce los millones de víctimas muertas o heridas o sufrientes por las incontables razones a que son expuestos los seres humanos durante las acciones bélicas en las que la destrucción, la violencia, la privación y la inseguridad se convierten en compañía omnipresente todos los días, durante años, y sin que se pueda tener la menor esperanza de cuándo terminará la venganza, el sacrificio y el sufrimiento atroces; cuando todo eso es una verdad reconocida e inobjetable, nos llega, nada más ni nada menos que sancionado por el Consejo de Seguridad de la ONU, un nuevo episodio de guerra contra un pueblo, en el que la prepotencia imperial y la inconsecuencia de algunos contribuyeron a engendrarlo.
Ante el dilema de la guerra y la paz, la Asamblea General de ONU y el Consejo de Seguridad debían ser consecuentes para no desmayar en los esfuerzos para preservar la paz y evitar al máximo la intromisión que violara los principios cardinales de la Carta.
Por eso, a la luz de lo ocurrido en el caso libio, cabe enfatizar que, cuando no se actúa en forma consecuente, de nada sirven las justificaciones de un voto culpable ni valen las mea culpas posteriores ni las exhortaciones de los miembros decisivos para que no se practicara el crimen que estaban seguros que se cometería en nombre, tanto de los votantes afirmativos como de todos los votantes abstencionistas.
Al aprobar una zona de exclusión aérea sobre territorio libio, no se estaba proclamando una celeste y paradisíaca región custodiada por ángeles y arcángeles, sino una zona terrífica de inclusión de guerra custodiada por las más sofisticadas naves aéreas de destrucción masiva, agravado por el hecho de que sus acciones agresivas de destrucción cuentan con una impunidad real para la riposta defensiva del país agredido.
Y los meses han transcurrido y lo pronosticado es una realidad apabullante. Pues a medida que los acontecimientos han avanzado, hemos visto que las víctimas han sumado miles.
¿Alguien podrá decirnos si las muertes de militares y civiles libios poseen una sublimación especial por ser causada por la llamada «coalición comunitaria» extranjera, y es mucho más justificable y beneficiosa para el derecho humano a la vida, en comparación con las muertes inevitables que ocurran entre los dos bandos combatientes por intereses encontrados en su propio país?
¿Quiénes garantizarán la tan cacareada «transparencia» sobre los datos exactos y verídicos del número de muertos y heridos provocados por las fuerzas de Kaddafi en los incidentes contra la oposición armada en Bengazzi antes del inicio de los bombardeos de USA y la OTAN, y quiénes los compararán con la suma mayor del número de muertos y heridos ocasionados por los bombardeos masivos de la OTAN y los provocados por las tropas «rebeldes» durante los asaltos de las ciudades sitiadas?
¿Qué contraste en magnitud se puede establecer entre la destrucción de las edificaciones y estructuras de todo tipo provocadas por las tropas leales a Kaddafi y las ocasionadas por las tropas aéreas de la OTAN y las aliadas del Consejo «rebelde», en toda Libia?
¿Qué tribunal juzgará -si de juzgar se tratara- a cada uno de los bandos involucrados por las muertes y daños de todo tipo injustificables?
¿Quiénes responderán por la soberanía pisoteada, la libre determinación violentada, la injerencia en los asuntos internos de los pueblos?
Y es que en tierra de Libia se repite, con las diferencias y similitudes, los acontecimientos ocurridos hace setenta años, a principios de 1941, cuando la 15ª División Panzer fue enviada por Hitler a Libia, bajo el mando de Rommel, para ayudar a las derrotadas y desmoralizadas tropas italianas, formando el Deutsches Afrikakorps, al frente de la cual alcanzó su mayor fama.
Esta vez las legiones aéreas de la OTAN fueron enviadas en auxilio de las tropas aliadas de opositores libios, que estaban amenazadas de una derrota inminente en Bengazzi, y se encargaron de ir destruyendo los medios militares y cuantas edificaciones militares o civiles fueran incluidas en sus objetivos imperiales, a la vez que armaban, entrenaban y acompañaban desde el aire a las fuerzas «rebeldes» hacia el asedio y la conquista de Trípoli. Es por eso que cabe afirmar que el agresivo espíritu fantasmal de Rommel y Hitler presiden las agresiones de la OTAN en tierra libia. Y ello ha determinado el curso forzado de los acontecimientos que aún se encuentran en un desarrollo cruento. ¿Cómo es posible celebrar como una victoria honorable y acatar lo logrado bajo el imperio de la fuerza bruta, cuando se trata evidentemente de un acto bochornoso y condenable?
Libia es hoy un campo de ensayo en el terreno político, en el que los principios nazis de espacio vital, lucha eterna y raza superior han encontrado sus sustitutos ideológicos, ya disfrazados o descubiertos. Es un campo de ensayo en el terreno militar, mucho más barato y eficiente, ya que las estrategias, las maniobras y operaciones militares se realizan dentro de todas las fronteras del país, con las menores complicaciones en bajas humanas. Es un campo de ensayo para definir las relaciones con las fuerzas disidentes, presentes en todos los países, que mediante un supuesto apoyo generoso, moverá a cuantos traidores, vendepatrias y mercenarios sean convocados a actuar como caballos de Troya del imperio contra gobiernos legítimos. Es un ensayo en el campo de la política internacional, pues lo que ayer parecía contención a la injerencia y agresión por parte de la ONU parece hoy no serlo, ya que los países imperiales están buscando la convalidación y respaldo de ese ente para sus planes futuros de dominio mundial.
¿Se permitirá que otro Hitler con distinto nombre lance oleadas de aviones y de tropas sobre naciones más débiles con el fin de dominarlas, hoy una y mañana otra, en nombre del destino manifiesto de las potencias hegemónicas?
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.