La mayoría birmana finalmente comprende los abusos que, durante décadas, han sufrido las minorías étnicas a manos de la junta militar.
La lucha del pueblo de Myanmar contra la dictadura militar ha recorrido un largo camino desde el golpe de estado del 1 de febrero en el país. Como activista, con 10 años de lucha contra el fascismo y de defensa por la paz y los derechos de las minorías oprimidas, considero que hoy vivimos una situación excepcional para unirnos como nación, y para resistir el nacionalismo étnico, la destructiva polarización política y los intentos de asustarnos de los soldados, buscando nuestro sometimiento.
Mis propias opiniones sobre cómo podría y debería ser una revolución antifascista en Myanmar también han cambiado durante los ocho meses transcurridos desde el golpe.
En los cinco años, del 2015 al 2020, del gobierno de la Liga Nacional para la Democracia o NLD que lidera Aung San Suu Kyi, dediqué gran parte de mi activismo a denunciar su abandono de las normas democráticas y de los derechos humanos, y su incapacidad para promover la paz en las zonas del país pobladas por nacionalidades étnicas, donde el conflicto entre ejércitos armados de las minorías étnicas y soldados de la junta dura ya más de siete décadas. Incluso boicoteé las elecciones generales de noviembre de 2020, las cuales otorgaron la segunda aplastante victoria a la NLD.
Es por eso, que cuando se produjo el golpe, inicialmente no estaba seguro de cuál debía de ser mi postura. Aunque me molestó y me enfadó la toma de poder por parte de los militares, no quería tampoco apoyar a la NLD ignorando el trato que había dado en el pasado a comunidades étnicas, opositores políticos y activistas. Sin embargo, decidí finalmente que el golpe era algo más que una simple disputa política entre la NLD y la junta militar. El golpe representaba la supresión por la fuerza de la voluntad del pueblo y, por tanto, debíamos resistirlo.
Participé en las manifestaciones desde el 6 de febrero, día de inicio de las protestas antigolpistas en Rangún, hasta la segunda semana de marzo, cuando la junta militar incluyó mi nombre en su lista de órdenes de detención por «sedición» y allanó mi casa y mi oficina. Mi familia y yo escapamos por poco. Sabiendo que nuestras vidas corrían peligro, mi esposa y mis hijos huyeron del país y yo me refugié en territorio controlado por una de las organizaciones armadas de las minorías étnicas.
Durante el mandato de la NLD fui demandado en dos ocasiones por apoyar luchas étnicas en favor de los derechos y la autodeterminación y creía que comprendía bien la visión de las minorías oprimidas de mi país.
Al alojarme en sus aldeas y escuchar sus relatos, sin embargo, conocí las realidades y las verdaderas luchas de sus vidas diarias, dándome cuenta solo entonces de la superficialidad de mi comprensión sobre los problemas que verdaderamente preocupan a las minorías étnicas en Myanmar.
Aunque tenía un conocimiento conceptual de lo que suponía sobrevivir de la agricultura en una zona afectada por la guerra civil, en donde los niños suelen caminar por horas para ir a la escuela y alcanzar la clínica más cercana lleva días de viaje, ser testigo de primera mano de los estragos de los combates en las comunidades me ofreció una perspectiva distinta.
Desde el golpe de estado y en todo el país, los enfrentamientos entre el ejército y los grupos armados de resistencia han desplazado al menos a 230.000 personas, muchas de las cuales huyeron de los ataques aéreos y con artillería pesada de los soldados de la junta. He sido testigo de combates y visto los restos de las explosiones de minas terrestres. También he visitado campos de personas desplazadas, en donde la lucha diaria se concentra en satisfacer las necesidades básicas.
Nada de esto es nuevo para las comunidades étnicas de Myanmar. Los soldados birmanos llevan décadas atormentándolas, saqueando e incendiando aldeas, realizando detenciones arbitrarias y cometiendo contra ellas actos de violencia sexual. Mis anfitriones me explicaron que rara es la vez que construyen casas resistentes, ya que siempre consideran la posibilidad de tener que salir huyendo del lugar.
A pesar de haber apoyado a las minorías étnicas oprimidas en mi país durante más de una década, solo tras esta experiencia me di realmente cuenta de lo profundo de su sufrimiento y comprendí, con claridad, la razón por la cual tantas de estas personas consideran la resistencia armada como la única solución.
La dirección del movimiento nacional de protesta y mi propia visión sobre el conflicto han cambiado simultáneamente.
En las ciudades del país, donde la mayoría de la población pertenece a la etnia birmana, las manifestaciones inicialmente se centraron en la puesta en libertad de Aung San Suu Kyi y de la representación política electa, en presionar a los militares para que aceptaran los resultados de las elecciones, y en reunir al Parlamento.
Pero cuando los soldados empezaron a aterrorizar a la población en las zonas urbanas, la gente empezó a darse cuenta del tipo de abusos contra los derechos que otros grupos étnicos venían sufriendo desde hacía tiempo. Como resultado, las ambiciones de las personas manifestantes se ampliaron.
Muchas personas pertenecientes a la mayoría birmana empezaron a pedir justicia y a disculparse por su anterior ignorancia, o por haber negado las atrocidades cometidas por los militares contra personas de otras etnias, incluida la etnia Rohingya.
A medida que organizaciones armadas de las minorías étnicas asumían un papel protagónico en la lucha contra el régimen y en la protección de disidentes, la juventud urbana empezó a informarse también sobre las luchas políticas de las minorías étnicas.
A finales de marzo, los principales grupos de protesta exigieron una revisión de la constitución redactada por los militares y el establecimiento de una democracia federal, en consonancia con las peticiones hechas por las naciones étnicas mucho antes del golpe de estado.
Al contar con pocas alternativas, actualmente la ciudadanía considera cada vez más la resistencia armada como la única forma de derrocar a la junta, uniendo fuerzas con organizaciones armadas de las minorías étnicas y formado nuevas fuerzas de defensa civil y movimientos de guerrilla urbana.
El 5 de mayo, el Gobierno de Unidad Nacional or NUG, formado por representantes electos de la política, el activismo y miembros de la sociedad civil en el exilio, y que funciona en la oposición desde la clandestinidad, anunció la creación de una Fuerza de Defensa Popular (PDF, por sus siglas en inglés), precursora de un ejército federal, que agrupa a los grupos de resistencia armada bajo un solo mando central.
Y el 7 de septiembre, el NUG declaró una «guerra de defensa popular » a nivel nacional contra la junta militar, llamando a toda la ciudadanía en el país a unirse en una «revolución necesaria para construir un país pacífico y establecer una unión federal».
En la actualidad, nos enfrentamos a una coyuntura crítica en nuestro viaje revolucionario. Mi preocupación es que la fuerza y la unidad de la ciudadanía disminuyan si no conseguimos, primero, aumentar la confianza y, segundo, mantener una comunicación fluida entre grupos de resistencia predominantemente birmanos y aquellos de nacionalidades étnicas.
Para que la revolución tenga éxito, debemos seguir esforzándonos por estar unirnos en torno a una visión compartida que nos beneficie a todos y no únicamente a la mayoría birmana, promoviendo la autodeterminación y los derechos de otros pueblos étnicos en el país.
El NUG debe hacer todo lo posible para comprometerse con las diversas comunidades étnicas nacionales nominando a personas no-birmanas para puestos de liderazgo, y sus PDF deben unir fuerzas con las organizaciones armadas de las minorías étnicas, comprometiéndose sinceramente con los objetivos políticos de éstas.
También es imperativo que el NUG inicie un proceso nacional de disculpas por las atrocidades cometidas y por el trato inhumano dado por sucesivos gobiernos a las minorías étnicas, incluyendo a la etnia Rohingya.
La mayoría debe crear una plataforma inclusiva y fomentar la colaboración entre todas las nacionalidades étnicas en Myanmar para construir juntas una nueva democracia federal, basada en la libertad, la justicia y la igualdad.
Thet Swe Win es activista de derechos humanos y ha liderado numerosas campañas en contra del discurso del odio, el nacionalismo budista y la discriminación y violencia anti-musulmana y anti-rohingya. También es el fundador y director ejecutivo de la organización Synergy – Social Harmony, que trata de fortalecer la cohesión social en Myanmar. Ha recibido varios premios de derechos humanos, entre ellos el premio Loka Thara en 2018 por parte de las organizaciones de la sociedad civil de Myanmar y el premio Tulipán de Derechos Humanos en 2019, concedido por el Ministerio de Asuntos Exteriores de los Países Bajos.
Fuente original en inglés: https://www.aljazeera.com/opinions/2021/10/1/the-coup-united-the-people-of-myanmar-against-oppression