Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
En la víspera de su visita a Ucrania, David Miliband, secretario de exteriores de Gran Bretaña, quiso forjar «la coalición más amplia posible contra la agresión rusa en Georgia.» El día siguiente advirtió que Rusia no debe iniciar una nueva guerra fría.
Los rusos reaccionaron de manera defensiva, diciendo que no quieren una guerra fría, pero argumentaron que más vale perder así llamados amigos en Occidente que la dignidad nacional.
La disputa que ha comenzado por el uso de la fuerza por Rusia para rechazar un ataque militar georgiano contra una minoría separatista continúa ahora por la decisión de Moscú de reconocer la independencia de los dos pequeños Estados parias que se han auto-gobernado efectivamente durante los últimos 16 años.
La decisión rusa de reconocer Abjazia y Osetia del Sur en Georgia no debería ser una sorpresa para los que conocen la región. Osetia del Sur nunca había sido parte de Georgia hasta que José Stalin separó el país osetio en dos partes y agregó la parte norte a Rusia, mientras entregaba el sur a su Georgia nativa.
El plan de Stalin incluía una cierta autonomía para Abjazia y las dos Osetias. Sin embargo, otro dictador georgiano, Zviad Gamsakhurdia (1939 – 1993), abolió la autonomía de Osetia del Sur y liquidó el estatus autónomo de la República Abjazia incluso antes de que la Unión Soviética dejara de existir formalmente en 1991. Aproximadamente al mismo tiempo, cuando los georgianos proclamaron su independencia de Moscú, la asamblea parlamentaria de la República de Abjazia reafirmó su soberanía y anunció la separación de Georgia. Tbilisi reaccionó enviando bandas de saqueadores a ambas regiones separatistas.
La política chovinista oficial de Gamsakhurdia de «Georgia para los georgianos» alentó la limpieza étnica que siguió. Cuando los surosetios y abjazianos trataron de expulsar a los granujas con la ayuda de milicias populares específicamente reunidas con esa intención, Georgia envió fuerzas policiales y tropas regulares. Esto inició un conflicto armado que duró hasta un acuerdo de cese al fuego negociado por los rusos. Todas las partes estuvieron de acuerdo en aceptar a tropas rusas como mantenedoras de la paz.
Durante los últimos 16 años, Moscú se ha negado incondicionalmente a tener en cuenta pedidos de los dirigentes separatistas de reconocer su independencia de facto de Georgia. A pesar de ello, el único canal de ayuda material que llegaba a los enclaves separatistas provenía de Rusia. Tbilisi no ha contribuido ni un centavo para ayudar a restaurar ciudades y aldeas devastadas por el fuego georgiano. A medida que pasaba el tiempo, más y más georgianos partieron hacia Georgia propiamente tal. Las economías abjaziana y surosetia perdieron toda conexión con Georgia y se orientaron totalmente hacia Rusia.
Las afirmaciones de soberanía de Georgia sobre las repúblicas separatistas se basan en el precedente soviético y el deseo occidental de «castigar» a Rusia, mientras recompensa al régimen de Mikheil Saakashvili apuntalado por EE.UU. La idea de que Osetia del Norte y Osetia del Sur se reunifiquen como una nueva república de la Federación Rusa es simplemente inaceptable para Occidente, sin importar cuántos referendos prueben la voluntad popular y lo genuinamente democráticos que fueran dichos referendos. Después de todo, como arguyó el antiguo consejero nacional de seguridad de EE.UU., Zbigniew Brzezinski, Rusia ya es demasiado grande incluso en su forma cercenada post Soviética; ¿No sería formidable apartar Siberia y Lejano Oriente?
Es interesante que haya quienes en la así llamada elite «liberal» rusa hayan recibido la idea con una comprensión positiva. Por cierto, si tu fortuna personal se basa en una venta indiscriminada de las riquezas naturales del país, la supervisión central no es una prioridad que te interese.
Durante toda la década de Boris Yeltsin, la política exterior de Rusia, no se desvió significativamente del plan original preparado en Washington. El país era gobernado por oligarcas, no por el gobierno elegido. Occidente lo llama «democracia.» Mientras las dos pequeñas naciones caucásicas clamaban pidiendo protección, las manos de Moscú estaban atadas por temor a la desaprobación occidental.
La menor señal de orientación independiente en la política exterior era citada como prueba de «imperialismo» ruso. No importa que miles de personas en ambas repúblicas no reconocidas tuvieran pasaportes rusos. Rusia se vio obligada a hacer la vista gorda ante la continua miseria de gente que no podía vivir como parte de Georgia – y a la que no se le permitía existir independientemente.
Mientras tanto, razones humanitarias funcionaban bien a favor de timoreses orientales, kosovares, y kurdos independientes de hecho en Iraq. Lo mismo no valía para abjazianos y surosetios. El 8 de agosto, el ejército georgiano recibió orden de «recuperar» Osetia del Sur. y lanzó una andanada de cohetes GRAD contra la población civil de Tsjinvali. Pronto hubo cerca de 2.000 osetios muertos, y 30.000, o sea un cuarto de la población total, huyeron de sus casas destruidas, y muchos terminaron al lado ruso de la frontera. Una docena de mantenedores de la paz rusos fueron muertos en el ataque. La ONU se mostró «preocupada», pero nadie entre los dirigentes occidentales indicó ni la menor molestia.
No obstante, la molestia se hizo manifiesta cuando soldados rusos se desplazaron para proteger a la minoría amenazada y detener el conflicto. La ofensiva cumplió esas tareas en cinco días con un mínimo derramamiento de sangre.
La molestia occidental se convirtió en un coro universal de condena cuando el presidente Dmitry Medvedev, actuando por mandato directo y unánime de ambas cámaras de la Asamblea Federal, decidió extender el reconocimiento de independencia de Rusia a las dos naciones que han sido independientes de facto desde 1992, y que pagaron ese privilegio con sangre.
En lugar de ver las acciones de Rusia como dictadas por consideraciones humanitarias, o, por lo menos, por puro realismo político (¿hay alguien que esté en su sano juicio y crea que naciones norcaucásicas encarnizadamente orgullosas aceptarían voluntariamente el gobierno de quienes les niegan su derecho mismo a existir como etnias separadas?). La prensa occidental salmodia guerra fría.
La posición de Rusia es que si la amistad con Occidente sólo puede ser comprada si permanece impávida e ignora ruegos desesperados de ayuda de una nación afín, afiliada étnicamente, Moscú no se puede permitir una amistad semejante. Guerra fría o no, ya pasaron los días de una Rusia políticamente correcta, al estilo de EE.UU.
En su lugar, es la hora de una Rusia que ha restaurado la dignidad de su gobierno elegido; de una Rusia que no debe nada a las instituciones financieras del mundo, y que posee casi 100.000 millones de dólares en deudas de agencias de EE.UU.; y de una Rusia que suministra un tercio de todo el gas de Europa. Es un país cuyo ejército es, de nuevo, capaz de adquirir armamentos de clase mundial y de entrenar a soldados en su uso adecuado.
Esta Rusia está preparada para reforzar su colaboración militar con China, asegurando una modernización exhaustiva de las fuerzas del gigante asiático. Esta nueva Rusia ha reestablecido su presencia diplomática y económica en todo el mundo, tiene amigos y socios en ambos hemisferios, y es capaz de influenciar situaciones geopolíticas en áreas mucho más distantes que el vecino Cáucaso.
El intento de castigar a esta nueva Rusia, de una u otra manera, puede ser una aventura bastante costosa. ¿Está dispuesto Occidente a sobrellevar esos costos – sólo para mostrar a Rusia «quién manda», mientras niega a dos naciones más pequeñas el mismísimo derecho a la autodeterminación del que gozan actualmente los georgianos?
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Mikhail A Molchanov es profesor de ciencias políticas en la Universidad St Thomas, en Canadá. Ha publicado varios libros y artículos sobre la transición y la política exterior post comunistas de Rusia y problemas internacionales de Eurasia.
(Copyright 2008 Mikhail A Molchanov.)