Tratando de exorcizar su reputación como el «Partido del No», la semana pasada los congresistas republicanos dieron a conocer una serie de propuestas que planean realizar si recuperan el control del Congreso en las elecciones de noviembre de 2010. Al tomar una página del «Contrato con Estados Unidos» de Newt Gingrich, los líderes del Partido […]
Tratando de exorcizar su reputación como el «Partido del No», la semana pasada los congresistas republicanos dieron a conocer una serie de propuestas que planean realizar si recuperan el control del Congreso en las elecciones de noviembre de 2010. Al tomar una página del «Contrato con Estados Unidos» de Newt Gingrich, los líderes del Partido Republicano esperan usar su «Juramento a Estados Unidos» para repetir su éxito de 1991, cuando ganaron ambas cámaras del Congreso por primera vez en más de una generación.
A muchos niveles, el «Juramento a Estados Unidos· es un ejercicio de lo que quisieran que sucediera. Por una parte, incluso aunque ganen una mayoría en la Cámara de Representantes y en el Senado -de ninguna manera un resultado previsible- es imposible que los republicanos obtengan 60 votos en el Senado. Esa es la norma que el abuso del filibusterismo por parte de los republicanos ha establecido como el mínimo necesario para aprobar cualquier legislación en el Congreso. Es más, si el Partido Republicano llegara a aprobar de alguna manera en el Congreso cualquier ítem significativo de su plan, el presidente Obama seguramente ejercería su pode de veto, y no hay manera de que los republicanos puedan conseguir los dos tercios de los miembros de ambas cámaras que se necesitan para anular un veto presidencial.
A otro nivel, el juramento del Partido Republicano es un ejercicio de que lo quisieran que sucediera, porque hace promesas mutuamente incompatibles, tales como reducciones de impuestos para todo el mundo (incluyendo a los muy ricos), continuar con los enormes gastos de los militares, proteger los programas de ayuda a los ancianos y veteranos, mientras que al mismo tiempo reducen seriamente el déficit presupuestario. Como escribió acerca de los republicanos el columnista de The New York Times y Premio Nobel de Economía Paul Krugman, «Independientemente de la guerra al terror, la principal preocupación del Partido parece ser la guerra a la aritmética». Es más, como señalan varios expertos independientes no partidistas y tanques pensantes, si la Carta a los Reyes Magos de los republicanos fuera puesta en práctica en su totalidad, el efecto sería el de incrementar enormemente el déficit.
Si se mira como un texto, el juramento está lleno de vagas promesas, premisas engañosas y clichés gastados. Ideológicamente, en comparación con otros pronunciamientos de los republicanos, el juramento presta poca atención a los temas «morales» tradicionales del partido, como el aborto y la homosexualidad. En su lugar, el enfoque es ineludiblemente a favor de los negocios:
«… Ofrecemos un plan para poner a trabajar a la gente otra vez, Terminaremos con el ataque a la libre empresa rechazando las políticas que acaban con los empleos y tomando medidas para garantizar a los actuales negocios y futuros empresarios que el gobierno no asfixiará su capacidad de competir en el mercado». ¿A qué ataque al sistema de libre empresa se refieren? ¿Cuáles son las promesas de acabar con los empleos?
¿Podrían estar hablando de las políticas de Obama que rescataron a la mayorías de las empresas icónicas del capitalismo, desde Goldman Sachs y otros gigantes de Wall Street hasta la General Motors? Nada menos que un parangón del establishment del capitalismo norteamericano como el ex presidente de la Reserva Federal Paul Volcker ha dicho acerca de Obama que «Él no es una radical izquierdista de mirada perdida. Es ridículo. Desde que tomó posesión ha sido un defensor de los mercados abiertos».
Más allá de su naturaleza ilusoria y engañosa, el juramento no es más que un refrito casi literal de las mismas ideas republicanas que han utilizado durante décadas: menos gastos del gobierno (excepto en el caso de los militares), menos impuestos (en especial para los muy ricos) y menos regulaciones (de las fechorías corporativas). Es una fórmula política que vio sus aplicaciones, casi en forma prístina, durante la presidencia de George W. Bush. Esa fue la receta que durante ocho años produjo pocos empleos, niveles sin precedente de la desigualdad económica, y déficit récord, entre muchos otros desastres. Y finalmente, ese fue el programa que culminó en la peor crisis financiera desde la década de 1930, la cual sacudió los cimientos del capitalismo global y desató la Gran Recesión que aún estamos viviendo y por lo cual, irónicamente, en noviembre el electorado norteamericano castigará a los demócratas en las urnas electorales. Si la definición de la locura es hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes, entonces nos podríamos cuestionar la cordura del electorado norteamericano si llevan de nuevo a los republicanos al poder para repetir las catastróficas políticas de George W. Bush.