Estaba el viejo enfrascado en el periódico cuando una joven voz amiga irrumpió en su lectura: -Abuelo, fueron los americanos quienes lanzaron la primera bomba atómica, ¿verdad? -Sí, y la segunda -respondió él, alzando la vista-. Y son los únicos que lo han hecho en zonas pobladas. -Pero ahora -siguió la nietecilla- acusan a Irán […]
Estaba el viejo enfrascado en el periódico cuando una joven voz amiga irrumpió en su lectura:
-Abuelo, fueron los americanos quienes lanzaron la primera bomba atómica, ¿verdad?
-Sí, y la segunda -respondió él, alzando la vista-. Y son los únicos que lo han hecho en zonas pobladas.
-Pero ahora -siguió la nietecilla- acusan a Irán de querer fabricar una…
-Así es. Acusan a Irán. Aunque sea mentira. Aunque ellos nunca hayan pedido perdón por haberla usado. Y aunque sean ellos y sus amigos los que amenazan con volver a usarla.
La niña se quedó pensativa. Luego volvió a sus preguntas:
-Pero, ¿por queeeeé…? ¡No es justo! ¿Por qué siguen haciendo lo que les da la gana?
Tras meditar unos segundos, el abuelo se volvió hacia ella y contestó:
-Pues porque el mundo nunca condenó lo de Hiroshima…
Echemos un vistazo a la prensa, a la de hace unos meses (ver 1, 2 y 3):
27.1.2010. Auschwitz. En esta fecha, con motivo del 65º aniversario desde que las tropas soviéticas entraron en ese trágico y emblemático lugar, los medios masivos rememoran lógicamente el «horror» de los «campos de concentración» y de «exterminio». Haciéndose eco de los discursos políticos pronunciados, las crónicas usan con profusión esos términos así como los de «Holocausto», «locura nazi», «maquinaria nazi», «campos nazis de la muerte», «cámaras de gas», «asesinados» y «genocidio». Recuerdan que en la fecha indicada quedó «liberado» el campo en cuestión y añaden, naturalmente, que evocar aquello debiera servir para prevenir que se repita. El «presidente israelí», asistente a las ceremonias junto con destacados mandatarios de las principales naciones de Occidente, reitera la necesidad de perseguir a los «criminales nazis» aún vivos, para castigarlos como ya lo fueron todos sus compinches previamente capturados. De paso aprovecha para advertir contra el peligro de «una segunda Shoá», que esta vez sería provocada por Irán.
Ahora miremos la prensa de hoy:
6.8.2010. Hiroshima. En esta fecha, con motivo del 65º aniversario del primer ataque nuclear de la historia, los medios masivos rememoran lógicamente el «horror» del «bárbaro ataque» ordenado por el «cruel régimen estadounidense». Las crónicas usan con profusión esos términos así como los de «holocausto nuclear», «locura «demócrata»», «asesinados» y «genocidio». Recuerdan que «el mundo entero» condenó a los responsables de tan «horrendo crimen» y del que se produjo escasos días después en Nagasaki. El «primer ministro japonés», presente en las ceremonias, reitera la necesidad de perseguir a los «criminales de aquel régimen norteamericano» que todavía sobreviven, a fin de castigarlos como ya lo fueron sus compinches previamente capturados. Estados Unidos, que pidió «perdón» hace décadas por aquel exterminio masivo, se ha vuelto a comprometer a través de su presidente actual, Barack Obama, igualmente presente en el evento, a seguir contribuyendo a que el mundo permanezca libre del arma nuclear, ya completamente eliminada de la faz de la tierra desde hace varias décadas.
No. Si así fuera, el abuelo estaría engañando a esa niña inquieta e idealista que le hace tantas preguntas.
La realidad es que la prensa de hoy (ver p. ej 1, 2, 3 y 4) no ha tratado así el asunto. Quizá es porque opinan que lo de Hiroshima no fue tan grave como lo de Auschwitz. Pero lo cierto es que en general los medios sistémicos no usan términos condenatorios de lo ocurrido en esa ciudad japonesa. Parece que ni siquiera el hecho de que tres días después se repitiera en la población hermana de Nagasaki es razón suficiente para emitir una clara condena. Y ya son 65 años así.
No se habla de «holocausto», aunque sea con minúsculas, en relación con estas fechas. No se emplea el término ‘genocidio’. No se condena a los responsables, ni a su régimen. Ni siquiera los hechos mismos. Nadie habla, por supuesto, de perseguir a los criminales supervivientes. Los gobiernos de Estados Unidos jamás han pedido perdón por ese acto de barbarie. Y sólo este año, por primera vez en seis décadas y media, un representante oficial norteamericano -su embajador en Tokio, nada de Obama- ha estado presente en las conmemoraciones. Es también la primera ocasión en que se personan allí enviados oficiales de Francia y Reino Unido, así como el secretario general de la ONU. Cabe preguntarse por qué han tardado tantísimos años en hacerlo. ¿Qué se lo impidió hasta ahora?
En los discursos y comunicados oficiales de este día, apenas se habla del «horror» en relación con Hiroshima. Y cuando lo hace algún medio, no lo acompaña -como en el caso de Auschwitz- de un adjetivo que designe a sus causantes. Llama la atención que, según los medios masivos, la palabra clave en el recuerdo de Hiroshima es ‘paz’. Un hermoso vocablo, un bellísimo concepto, pero, ¿por qué aquí «paz» mientras en Auschwitz sigue clamándose justicia, con un énfasis que a veces suena a venganza? En Japón, según las crónicas, no luce el odio. Hasta los supervivientes proclaman haberlo superado, a pesar de que nunca recibieron una mala disculpa, mucho menos justicia: «Primero lo odié (a Estados Unidos), pero el odio ha desaparecido. Ahora quiero un mundo en paz.» Estupendo.
Es tal, año tras año, el silencio respecto a los culpables de Hiroshima, que algún observador podría llegar a preguntarse quién cometió aquello… Pero la respuesta nos la dan los medios: la bomba. Ella misma fue la culpable. Ella sola. Bueno, si acaso lo es también un avión (el Enola Gay, el que la descargó), en grado de cómplice.
La bomba, sí. «Niño» (Little Boy), se llamaba (la de Nagasaki, «Gordo» [Fat Man]). Ella parece, en la mayoría de las crónicas -como en la de El Mundo-, mucho más directamente relacionada con la catástrofe que quienes la arrojaron. Y, claro, que quienes ordenaron lanzarla.
En coherencia con las consabidas invocaciones a un mundo libre de armas nucleares, el alcalde de Hiroshima ha reclamado, aunque haya sido tímidamente, que Japón deje de estar bajo el «paraguas nuclear» estadounidense. La cosa tiene su lógica: ¿A quién le apetece sentirse protegido por aquello y por aquéllos que destruyeron a los suyos? Pero rápidamente el primer ministro de su país ha salido al paso, afirmando que esa protección «sigue siendo necesaria». Y lo ha dicho en el marco de unas revelaciones según las cuales el gobierno precedente habría acordado en secreto con Estados Unidos el permiso para que armas nucleares transiten por aguas japonesas. La razonable prohibición al respecto, observada durante décadas, parece que ahora puede ser violada. Ciertamente, no por los japoneses. Paradójicamente (?), por el mismo estado que las usó contra ellos.
* * *
Lanzado el «Niño» sobre Hiroshima y conocidos sus poderosos efectos (unos 80.000 muertos instantáneos, en torno a 140.000 computados a finales de ese mismo año), el presidente Harry Truman se apresuró a festejarlos:
«Los japoneses comenzaron la guerra desde el aire en Pearl Harbor. Ahora les hemos devuelto el golpe multiplicado. Con esta bomba hemos añadido un nuevo y revolucionario incremento en destrucción a fin de aumentar el creciente poder de nuestras fuerzas armadas. En su forma actual, estas bombas se están produciendo. Incluso están en desarrollo otras más potentes. […] Ahora estamos preparados para arrasar más rápida y completamente toda la fuerza productiva japonesa que se encuentre en cualquier ciudad. Vamos a destruir sus muelles, sus fábricas y sus comunicaciones. No nos engañemos, vamos a destruir completamente el poder de Japón para hacer la guerra. […] El 26 de julio publicamos en Potsdam un ultimátum para evitar la destrucción total del pueblo japonés. Sus dirigentes rechazaron el ultimátum inmediatamente. Si no aceptan nuestras condiciones pueden esperar una lluvia de destrucción desde el aire como la que nunca se ha visto en esta tierra.»
En su discurso, Truman no parece preocupado en disimular su regocijo por lo ocurrido. Está anunciando, de hecho, su intención de repetirlo, incluso a mayor escala. Ya antes de los efectos del «Niño», no le había importado demasiado que Japón fuera un estado prácticamente rendido (y arrasado por medio de terribles bombardeos «convencionales», como los que se llevaron por delante a 80.000 habitantes de la capital, pero en modo alguno los únicos). ¿Por qué habría de importarle después si, total, la destrucción sólo había aumentado en grado? Había que volver a disfrutar del nuevo poder destructivo y del gozo de saber cuánto intimidarían así a la otra superpotencia emergente. Por eso, tan sólo tres días después, mandó al «Gordo» a Nagasaki.
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Hace escasos meses, el premio Nobel de la Paz Barak Obama, a la sazón presidente -mira tú- de los Estados Unidos de América, amenazó con un ataque nuclear a Irán. En el mundo no se dispararon las alarmas (fuera de gritos prácticamente inaudibles como los de este diminuto blog). A fin de cuentas, Irán está gobernado por auténticos «demonios» y quien amenazaba era el hombre más pacífico de la tierra según el prestigioso Comité Nobel de Oslo.
Pero, ¿qué pasará si un día esas amenazas se consuman y provocan la muerte de cientos de miles de iraníes? Pues que el susodicho Nobel, o quien le suceda, no será el culpable. El abuelo tenía razón: si el mundo no condenó a Truman, que ni siquiera recibió tal galardón, ¿por qué habrían de condenar a Obama? Éste responsabilizará a los ayatolás y el mundo imputará el exterminio a las bombas.
A ver si aprendemos la historia de una vez: en Auschwitz la culpa fue de los nazis, sin duda unos depravados. Pero en Hiroshima y Nagasaki, la culpa fue del Niño y del Gordo.
De la lotería, vamos.
Blog del autor: http://lacomunidad.elpais.com/periferia06/posts
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