La tensión entre Islamabad y Washington crece por los ataques norteamericanos sobre Pakistán. Consecuencias de una eventual rivalidad geopolítica entre ambos países. El rol de la India. La noticia de la muerte de Abu Yahya Al Libi durante un ataque con aviones no tripulados, «drones», el último 4 de junio, fue celebrada en Washington como […]
La tensión entre Islamabad y Washington crece por los ataques norteamericanos sobre Pakistán. Consecuencias de una eventual rivalidad geopolítica entre ambos países. El rol de la India.
La noticia de la muerte de Abu Yahya Al Libi durante un ataque con aviones no tripulados, «drones», el último 4 de junio, fue celebrada en Washington como un duro golpe contra los remanentes del movimiento Al Qaeda en el Noroeste de Pakistán. La relevancia de Abu Yahya Al Libi es discutible y, quizá, sea menor que aquella que le asigna la administración de Barack Obama públicamente. Pero el incidente es una prueba más del papel central de los aviones no tripulados en las operaciones de Estados Unidos en la región.
Los ataques con «drones» aumentaron significativamente desde la asunción de Obama a la presidencia, en enero de 2009. Dos años antes, hubo sólo cinco ataques y 35 en 2008. El número ascendió a 53, en 2009, y 117, en 2010. Hubo una caída en 2011 -debido en parte a la oposición pública en Pakistán- y una pausa a comienzos de 2012, luego del asesinato de 24 soldados pakistaníes durante un ataque transfronterizo, en noviembre de 2011. Sin embargo, poco tiempo después, hubo una oleada de ataques aún más fuerte.
Para Washington, el uso de aviones no tripulados representa una política exitosa, mientras que para Islamabad significa una violación a su soberanía nacional. La crítica del gobierno paquistaní se fundamenta, especialmente, en la fuerza de la opinión pública que, a su vez, se enfurece con la utilización directa de «drones», por el hecho de que sus ataques son, a menudo, audibles y visibles, con lo cual el agravio resulta más obvio.
Es muy poco probable que la administración Obama detenga sus operaciones con aviones no tripulados durante la difícil campaña por la reelección, en la cual Mitt Romney juega constantemente con la idea de un presidente débil y derrotista. De hecho, la información acerca de la participación directa de Obama en las decisiones sobre los ataques con «drones» refleja una medida deliberada para contrarrestar esa imagen. Como consecuencia, las relaciones entre Pakistán y Estados Unidos empeorarán aún más.
Esto, a su vez, es probable que sea considerablemente exacerbado por otros dos factores que tienen poco o nada que ver con los «drones» y que atrajeron mucha menos atención de la que merecen. Ambos están vinculados con la relación entre la India y Estados Unidos y es posible que tengan un impacto considerable y persistente en los años venideros, sin importar quién ingrese en la Casa Blanca en noviembre.
Un eje emergente
El primer factor es la presión del Pentágono para que la India aumente considerablemente su ayuda militar a Afganistán. Un importante equipo de funcionarios estadounidenses participó de reuniones en Nueva Delhi, en mayo último. Los funcionarios pidieron la colaboración del gobierno indio para extender el actual limitado papel de la India en múltiples sectores, como entrenamiento militar, capacitación de la magistratura afgana y participación en muchos proyectos de ingeniería.
La lista norteamericana de deseos incluye ayuda financiera directa de la India para las Fuerzas de Seguridad Nacional de Afganistán, el entrenamiento a 25 mil miembros de esas fuerzas (incluso, hasta quinientos oficiales) en bases indias y el abastecimiento de tanques, artillería, lanzamisiles, morteros y equipos de comunicación, entre otros elementos.
La consecuencia de todo esto será una profunda y duradera relación entre India y las fuerzas armadas afganas. Pakistán se opondría rotundamente a ese escenario, aunque con escasos efectos luego de que Washington retire la mayoría de sus fuerzas de Afganistán, por lo cual tiene pocas expectativas de cooperación paquistaní.
Este lazo cercano entre la India y Afganistán a instancias de Estados Unidos -tomado por sí solo- es tan celebrado en Nueva Delhi como odiado en Islamabad. Sin embargo, esto sólo parte de una historia que todavía está en desarrollo. Y aquí el segundo factor tiene un significado geopolítico mucho más importante: la evidencia de una relación militar cada vez más profunda entre la India y Estados Unidos, vinculada con la preocupación de ambos países por el ascenso de China.
El secretario de Defensa estadounidense, Leon Panetta, hizo una visita de alto nivel a Nueva Delhi, el 5 de este mes, que incluyó reuniones con el primer ministro indio, Manmohan Singh; con el ministro de Defensa, A.K. Antony, y con el asesor de Seguridad Nacional, Shivshankar Menon. En el Instituto de Estudios de Defensa y Análisis, Panetta dijo que Nueva Delhi era «un eje de la nueva estrategia militar enfocada en Asia», y que «los lazos militares mejoraron ostensiblemente durante la última década». Sin embargo, agregó: «Es necesario trabajar más para asegurar que ambos países puedan salvaguardar las encrucijadas de la economía global que abarcan el Océano Índico y el Pacífico Occidental».
Esas palabras sobre una relación cercana pueden parecer impertinentes en la India, dado su apego a su independencia en materia de política exterior. Pero en realidad las fuerzas armadas indias necesitan desesperadamente una modernización, motivo por el cual se acercan a Estados Unidos para acelerar ese proceso.
El problema de la obsolescencia militar que afecta a la India refleja su pasada dependencia del armamento soviético, que ahora resulta muy poco confiable. Por ejemplo, los aviones MiG de la armada sufrieron 482 accidentes en las últimas tres décadas, lo cual derivó en la muerte de 171 pilotos y 39 civiles. Los principales problemas de defensa interna de la India incluyen interminables demoras para desarrollar su propio avión de combate ligero.
Los países europeos intentarán captar potenciales mercados de armas en la India, pero Estados Unidos les saca ventaja, ya que ofrece una amplia variedad de programas cooperativos relacionados, fundamentalmente, con tecnologías de avanzada. Es una muy buena noticia para la industria armamentista norteamericana. Sin embargo, el interés principal de la administración estadounidense es que la India juegue un papel clave en la contención de una posible expansión militar china, lo tenga o no en mente Pekín.
Una nueva rivalidad
La combinación de esos dos factores produce algo que se parece a la paranoia política en Islamabad. Hace tiempo que Pakistán le provee a Afganistán elementos de defensa, de ahí la necesidad de mantener la mayor influencia posible allí, en particular mediante el apoyo a los talibanes. Ahora, Pakistán enfrenta la posibilidad de que la India «invada» el espacio afgano que considera vital para su seguridad, justo en el momento en que crece la cooperación militar de ese país con la única superpotencia sobreviviente del mundo.
Es probable que se produzcan dos réplicas. La primera es que Pakistán actúe con una mayor determinación para asegurar que sus aliados en Afganistán -especialmente los talibanes- tengan el papel más importante posible en la futura gobernabilidad del país. Ese factor creará muchos problemas cuando Estados Unidos intente retirarse. La segunda es que Pakistán se embarque definitivamente en un esfuerzo para intensificar los vínculos existentes con Pekín.
Por lo tanto, puede esperarse que Islamabad trate de contrarrestar sistemáticamente el eje Estados Unidos-India, con lo cual China celebraría la oportunidad de aumentar su propia influencia, no sólo en Pakistán sino también en Afganistán. Ése, el nuevo «gran partido» que ahora se juega en Asia, promete momentos interesantes por venir.
Fuente: http://www.revistadebate.com.
Traducción: Ignacio Mackinze.
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