Lo que comenzó como una guerra comercial impulsada por el presidente Donald Trump ha evolucionado hacia un conflicto estructural que va mucho más allá de los simples aranceles. En el fondo, lo que está en juego es el orden mundial, vale decir la hegemonía de Estados Unidos, el control de los recursos naturales y la disputa por el liderazgo tecnológico y militar. Detrás de las tarifas, sanciones y acuerdos rotos, se esconde una tensión global que, de no manejarse con responsabilidad, podría escalar hacia una confrontación convencional, e incluso nuclear y en esto, no caben posiciones dogmáticas.
Las tarifas impuestas por Trump a productos de China, la Unión Europea, la India, Brasil, Canadá, México y otros países han sido justificadas como presunta protección de la industria local. Sin embargo, su efecto real ha sido el de una herramienta geopolítica. El propósito es desacelerar el ascenso de potencias rivales y reforzar la influencia estadounidense en sectores clave como tecnología, energía y seguridad.
A través de estos aranceles, EE.UU. busca condicionar el desarrollo tecnológico de China y otros países, limitar la dependencia de minerales críticos provenientes de países no alineados y recuperar el control de cadenas de suministro estratégicos.
El conflicto actual se parece cada vez más a una versión moderna del «Gran Juego». Esta vez no es por colonias, sino por litio, tierras raras, gas natural, agua potable y cereales. Países como China aseguran posiciones en África y América Latina, mientras EE.UU. y sus aliados reconfiguran alianzas para proteger sus intereses.
El dominio de estos recursos no solo garantiza riqueza, sino poder: el que controle el litio controlará las baterías; el que domine los chips controlará los ejércitos y las telecomunicaciones; el que asegure alimentos y agua controlará poblaciones enteras.
Desde la Segunda Guerra Mundial, EE.UU. ha sido el centro de gravedad del sistema global. Hoy, esa posición está siendo cuestionada. El avance tecnológico de China, el acercamiento entre Rusia e Irán, la consolidación de bloques alternativos (BRICS+) y la crisis interna de las democracias occidentales han debilitado la posición dominante de Washington, encontrándose en una posición cada vez más decadente.
El recurso a los aranceles es, en este sentido, un intento de frenar esa decadencia. Pero también alimenta resentimientos, impulsa represalias y acelera la fragmentación del orden internacional. Muchos países comienzan a tomar distancia de los EE.UU. y vuelcan su mirada hacia los BRICS+.
La preocupación no es exagerada: la historia ofrece precedentes donde tensiones económicas desembocaron en conflictos militares. La Gran Depresión, impulsada en parte por medidas proteccionistas como los aranceles Smoot-Hawley, fue antesala de la Segunda Guerra Mundial.
Hoy, las tensiones en el Mar de China Meridional, en Ucrania, en Medio Oriente y en el Ártico son zonas calientes que podrían desatar choques militares. Una cadena de errores de cálculo, provocaciones y sumada a liderazgos agresivos podría desembocar en un conflicto global. Las doctrinas de uso limitado de armas nucleares ya existen y el umbral de lo impensable podría reducirse.
Sin embargo, la ventana se estrecha. La clave está en restablecer canales de diálogo, reconstruir instituciones multilaterales eficaces y reequilibrar las relaciones económicas para que sean sostenibles y justas.
El mundo se encuentra ante una escisión histórica: o avanza hacia una cooperación multipolar ordenada, o se adentra en una nueva era de confrontación caótica. Los aranceles son solo la superficie de un conflicto mucho más profundo y muy peligroso.
La sensación de que «algo grande está por romperse» no es mera paranoia. El mundo está en una fase de transición peligrosa. Si no se actúa con visión y responsabilidad, los conflictos económicos podrían escalar hacia una conflagración convencional, o incluso nuclear. La historia aún está por escribirse, pero los síntomas del presente son inequívocos: estamos jugando con fuego, ante los aranceles del Sr. Trump, la hegemonía global y el control de los recursos naturales del planeta.
Eduardo Andrade Bone. Analista Político y Comunicador Social.
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