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Una lectura en términos de la realpolitik

El Pacto Molotov-Ribbentrop y sus protocolos secretos

Fuentes: La Cosa

Como ha expuesto Tony Judt, en su fundamental “Postwar: A History of Europe Since 1945”, entre los motivos de los primeros movimientos de revueltas en la región del Báltico a finales de la década de los 80, estuvieron aquellos que pusieron el foco en el aniversario del Pacto Molotov-Ribbentrop firmado entre Stalin y Hitler en 1939[1], que fue seguido de la anexión de los tres Estados del Báltico.

En 1989 ante el Segundo Congreso de Diputados Popular de la URSS, Alexandr Yákovlev, quien para algunos fue el “ideológo de la perestroika”, presentaría los resultados de una investigación realizada por la “Comisión para la evaluación política y jurídica del Pacto germanosoviético de no agresión de 1939”.

Se ha destacado que conllevó el primer reconocimiento oficial de la existencia de un Protocolo secreto adicional al Pacto. Éste dibujaría el reparto en zonas de influencia el mapa de Europa del Este, en un momento en que la historiografía soviética no había hecho nunca mención del referido protocolo secreto.[2] Sobre la base del Pacto hecho público es que la historiografía soviética defendió su importancia: logró retrasar la agresión, provocó la división en el bloque fascista, entre otras tantas valoraciones.[3]

Sin embargo, es cierto que la historia se torna un campo de batalla que muchas veces contiene la legitimación del presente en esa suerte de corsi et ricorsi entre fuerzas o poderes internacionales en pugna. En tiempos en que el presidente ruso Vladimir Plutin asume reencarnar la imagen de los hombres fuertes que forjaron esa gran nación y la mantuvieron en los tiempos difíciles, con un reposicionamiento de Rusia en los vaines geopolíticos actuales, no resulta ingenuo que la Asamblea parlamentaria del Consejo de Europa en 2006 aprobara una resolución condenando las “crímenes de los regímenes comunistas totalitarios” y en 2009 la Asamblea Parlamentaria de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) aprobara en 2009 otra resolución equiparando el régimen nazi con el régimen de Stalin.[4]

En ese marco se creó en 2007 una comisión presidencial en Rusia para contrarrestar lo que entendía como la “falsificación de la historia en detrimento de los intereses de Rusia” y para el monitoreo de las publicaciones históricas de este período.[5] Como nos relata David Wedgwood Benn en su artículo “Russian historians defend the Molotov–Ribbentrop Pact”, aparecen en este contexto dos títulos publicados en Rusia con una defensa del Pacto y que, en verdad, echan por tierra todo el esfuerzo realizado a principios de los 90 de ubicar en su justo lugar el papel de aquel tratado en la historia de la Unión Soviética.[6]

En términos generales, estos caminos enrevesados de las interpretaciones históricas, con mucha utilidad para los tiempos presentes, hace que sea difícil para algunos aceptar -no son muy pocos- que los soviéticos funcionaron en muchos momentos, parafraseando a Raúl Roa, con la “política del disparo en la nuca”.

Existen hechos, muchos ya reconocidos y excusados, como la matanza de Katyn -que la Duma Estatal de Rusia reprobó en 2010 y que están investigados profundamente, entre otros, en el libro de Grover C.Furr, titulado “The Mystery of the Katyn Massacre: The Evidence, the Solution”[7] o en el libro de Anna M. Cienciala y de Wojciech Materski, “Katyn: a crime without punishment”[8], o los pillajes acontecidos con la toma de Berlín por las tropas soviéticas -como ha descrito Anthony Beevor en “Berlín: la caída, 1945”[9]-, o la posible masacre de Memmersdor[10] como se ha dado testimonio en el libro “The War of Our Childhood: Memories of World War II”.

En todo caso, y por otra parte, esa bibliografía en nada puede aminorar, en un balance histórico apegado a los hechos, la enorme contribución soviética en la derrota del nazismo, posiblemente la mayor que se hizo en esos momentos tan cruciales para la historia de la humanidad.

Para el juzgador del relato de los hechos relacionados con el Pacto Molotov-Ribbentrop y con sus protocolos secretos —que nunca es “aséptico”—, se le puede identificar al menos con dos espejuelos históricos: uno que valorará el Pacto desde la ética, desde los visión de los pueblos, desde las consecuencias nefastas para la humanidad y para los movimientos comunistas -tal vez ahí se pueda ubicar parte la opinión de Fidel Castro sobre el Pacto-[11]; y otro que valorará los hechos desde la geopolítica, de la potencia que jugó con las mismas armas y se ubicó en los marcos de un “expansionismo imperialista”, o, parafraseando también a Armando Hart, de una política exterior que minó con conceptos “geopolíticos” el “internacionalismo proletario”.

En todo caso, y en los marcos de esta suerte de realpolitik, cabe preguntarse, no obstante, el por qué de una alianza con los fascistas alemanes y no con aliados en un mundo tan convulso que avanzaba entre posicionamientos estratégicos con el ascenso del nazismo en Europa. ¿Fue realmente posible una alianza con occidente y no con los nazis? ¿Fue en todo caso “necesario” el Pacto dentro de este esquema geopolítico? ¿Pudo en verdad la Unión Soviética sacar alguna ventaja estratégica?

No creo que sobre estos hechos se puedan tener todas las certezas posibles ni que se pueda responder a todas estas preguntas sin que siempre queden lados flacos.

Al menos -y concéntrandonos solamente en esta suerte de realpolitik que se discute, no desde otro punto de vista, de inicio totalmente reprobable-, intentaré una reconstrucción de los hechos que tome en perspectiva las voces de los protagonistas de la época, de los que tomaron las decisiones más importantes en estos complejos escenarios y que engrosan la literatura historiográfica no soviética más seria que se pudiera consultar. Entre ellas, aquellas compuestas por los estadistas y militares más relevantes de la época, de los que por la cercanía con los hechos pudieron tomarle el pulso de los acontecimientos que se sucedían en tiempo real.

Es conocido que la desorganización política en Alemania después de imponer los aliados la República de Weimar -que se sumaba a las causas desastrosas provocadas por el Tratado de Versalles-, fue un detonante progresivo para un sentimiento de “revancha”, que en buena medida se desarrolló a través de organizaciones secretas y partidos políticos.[12]Los viejos antagonismos subsistieron y la política imperialista de reparto del mundo se acentuó con el conflicto. “Los aliados, -escribió un historiador militar- con un raro desconocimiento de la psicología alemana, les ayudaron a fortalecerla y perpetuarlas al permitirles regresar armados cruzando los puentes del Rhin, con sus bandas y banderas a la cabeza”.[13]

Estaba también viva e intacta, no se podía olvidar, los elementos espirituales que componían la casta militar prusiana.[14] No obstante, el Tratado de Versalles estableció que el ejército alemán no debía comprender más de siete divisiones en una fecha que no debía ser posterior al 31 de marzo de 1920. No debía exceder de 100.000 hombres, incluido oficiales, los que exclusivamente estarían destinados a la conservación del orden en el interior del territorio y a la vigilancia de las fronteras.[15]

Pudiera especularse, sin lugar a dudas, que desde el afincamiento de Hitler en el poder, Occidente miró con buenos ojos una posible expansión hacia el Este, hacia el modelo soviético que se levantó con fuerza en 1917. No sería descabellado sostener, a la luz de toda la información disponible, que Occidente albergó la posibilidad de un choque entre alemanes y soviéticos, que se deducía de alguno de los puntos fundamentales expuesto por el nacionalsocialismo desde su existencia. Al menos los hechos, con una rara mezcla de todo, indicaban que la política de occidente conocida como “apaciguamiento”, debía mucho de este posible conflicto que los alejaría de la amenaza de ambos.

En este orden, ya en fecha tan cercana de la ascensión de Hitler al poder como 1932, la delegación alemana a la Conferencia de Desarme de la Sociedad de Naciones, había exigido la eliminación de las restricciones sobre su derecho al rearme. Esta posición encontró apoyo en los sectores británicos, que propusieron un plan que intentaba “reconstruir” el status de todas las naciones sobre la base de un derecho a defenderse con un ejército reducido.

Bajo la garantía de “Igualdad de derechos en un sistema que proporcionaría seguridad a todas las naciones”, Alemania vio las puertas abiertas para su rearme. Con igual finalidad en 1933 el gobierno británico de Ramsay Mac Donald lanzó un plan que tendía, entre otros, a lograr la igualdad entre las tropas francesas y alemanas, y a la implementación de otras medidas relacionadas con el armamento. Los franceses aceptaron sólo con algunas condiciones. Hitler, como ya se ha dicho, alimentado y empujado por la miope y débil postura de estas potencias, y seguro de su inacción, ordenó el retiro de la representación alemana de la Conferencia de Desarme y de la Sociedad de Naciones ese mismo año.[16]

En 1935 la región del Sarre, una pequeña franja de territorio alemán rica en minas de carbón e importantes fundiciones de acero -gobernada por una Comisión de la Sociedad de Naciones (artículos 16, Parte III, sección IV, capítulo II)[17]-, volvió a manos de Hitler mediante un plebiscito coaccionado con el “visto bueno” en aquel entonces del presidente francés Pierre Laval. Éste anunciaría públicamente ante el Consejo de Naciones que Francia no ofrecería resistencia a la vuelta del Sarre a Alemania. Ese mismo año, el 9 de marzo de 1935, Hitler anunció la constitución oficial de la Fuerza Aérea Alemana, que violaba las sanciones del Tratado de Versalles, y siete días más tarde anunció el restablecimiento del servicio militar obligatorio. Por el mismo tiempo, Etiopía alertaba a Sociedad de Naciones sobre las amenazas de los fascistas italianos capitaneado por Mussolini.[18]

Ante tal panorama, los “apaciguadores” se reunieron en una Conferencia celebrada en Stressa con participación de Francia, Gran Bretaña e Italia. Mussolini estaba a la cabeza de la delegación italiana, que había seguido a una visita de representantes británicos a Hitler (Sir Simon y Eden) en la que se discutiría sobre las violaciones a los tratados, pero sin que considerara la posibilidad de aplicar sanciones a las naciones infractoras. En aquella Conferencia no se abordaría la cuestión de Etiopía amenazada por Italia, pues según refieren muchos estudios, las delegaciones de estos países en su afán de que Mussolini firmara los acuerdos concernientes sólo a Europa, no le mencionaron la problemática respecto a Abisinia, lo que dejó entender que éstos lo habían dejado “libre” para actuar.[19]

Como parte de todo ese escenario, en las sesiones de los días del 15 al 17 de ese año el Consejo de la Sociedad de Naciones examinó las “supuestas” violaciones cometidos por Alemania al decretar el servicio militar obligatorio. Pero, como hasta ese momento, sólo palabras y frases salieron de esas sesiones. Siguió que el 2 de mayo el gobierno francés de Pierre Laval se animó a firmar un pacto con los soviéticos (en palabras de Churchill, los hasta ahora “incomunicados” soviéticos) que garantizaba ayuda mutua frente al peligro de una guerra por cinco años. Como parte de la firma de este pacto, el presidente Laval se dirigió a Moscú y pudo entrevistarse con Stalin.[20]

Sin embargo, como bien hace notar el mismo Winston Churchill: “El pacto franco-soviético, que no ataba a ninguna de las dos partes a compromiso alguno en caso de una agresión por parte de Alemania, sólo tuvo ventajas limitadas. No se formó una verdadera confederación con Rusia. Además, durante su viaje de regreso el ministro de Relaciones Exteriores francés se detuvo en Cracovia para asistir al sepelio del mariscal Pilsudski, encontrándose en tal oportunidad con Goering, con quien departió muy cordialmente. Sus expresiones de desconfianza y de antipatía por los Soviets fueron debidamente transmitidas a Moscú por canales alemanes.”[21]

Ese mismo año los británicos, que prácticamente fueron los abanderados del “apaciguamiento”, decidieron firmar un acuerdo naval con Alemania sin previa consulta con Francia y sin informar a la Sociedad de Naciones. Constituiría una legitimación de las violaciones del Tratado de Versalles en materia naval, que no permitía a Alemania construir más de seis acorazados pesados de 10.000 toneladas, así como sólo seis cruceros livianos que no excedieran de 6000 toneladas.[22]

Alemania, por esa fecha, ya había construido los acorazados de bolsillo Scharnhorst y el Gneisenao, que resultaron ser embarcaciones de 26.000 toneladas. En tal acuerdo se fijaría que la armada alemana no debía ser superior a un tercio de la británica; se concedió a los alemanes el derecho de construir submarinos (prohibidos también por el Tratado de Versalles), con lo que podía construir como promedio el 60% del potencial de unidades submarinas británicas, y que podía llegar excepcionalmente hasta el 100%. En este sentido, Churchill expresó: “La limitación de la flota alemana a un tercio de la británica permitió a Alemania la realización de un programa de construcciones nuevas que iba a obligar a sus astilleros a desarrollar su actividad máxima durante un período no menor de diez años. En consecuencia, no existía en la práctica limitación o freno alguno a la expansión naval alemana. Podían construir tan velozmente como se lo permitiesen sus posibilidades materiales.”[23]

En ese año, la complicidad continuaría ante una serie de violaciones del Tratado de Versalles, que se traducían en la reapertura de la escuela Estado Mayor Alemán el 15 de octubre, y la reestructuración de las Fuerzas Armadas. En marzo de 1936, ya completamente desinhibido Hitler en el escenario internacional, jugó con acierto una de las fichas que le confirmaría la inacción y complicidad de las potencias accidentales: la ocupación de la Renania.[24]

El Tratado de Versalles había fijado una “zona desmilitarizada” en Renania, en la que Alemania no tendrían ni establecería fortificaciones en la margen izquierda del Rin, ni dentro de 50 km de su margen derecha. Tampoco podía tener una fuerza armada ni realizar maniobras militares, ni mantener facilidades para la movilización militar. Como colofón a estas imposiciones se encontraba el pacto de Locarno, que garantizaba la frontera de Alemania y Bélgica, y de Alemania y Francia, y posibilitaba que Alemania, Francia y Bélgica nunca invadieran ni atacaran a través de estas fronteras. Se había establecido que si alguno de estos países infringiera lo dispuesto con respecto a Renania, constituiría un acto de agresión, que implicaría la utilización de la fuerza militar.

Es de importancia lo que algunos militares alemanes después de la guerra escribieron sobre el asunto de Renania. En alguno de ellos se muestra cómo la oficialidad alemana era presa de una gran inseguridad en el momento de la ocupación, y la propia incertidumbre de Hitler sobre una posible intervención de las potencias occidentales. El militar alemán Walter Goerlitz dejaría sentado: “El 6 de marzo, un día antes de la acción, el jefe del Estado Mayor alemán fue informado recién que al día siguiente se procedería a ocupar de nuevo a la Renania. Jodl caracterizó la situación en el Comando en Jefe del Ejército y en el Departamento de Fuerzas Armadas como la de un jugador de ruleta que pone todo lo que posee sobre un solo color. De acuerdo con Fritsch (nombrado desde 1935 Comandante Supremo del Ejército, n.a.), Beck (Jefe de Estado Mayor n.a.) se decidió a efectuar la ocupación de la Renania con las menores fuerzas posibles, a fin de poder retirarse sin mayores pérdidas en caso de una reacción francesa. Una sola división fue puesta en marcha con este fin y tres batallones debían avanzar a título de ensayo hasta Aquisgrán, Tréveris y Saarbrucken.”[25]

Sin lugar a dudas fue este un momento trascendental para la paz en Europa. Coincido con la idea de que un gesto de presión hubiera significado al menos un replanteo por parte de Alemania de las cartas a jugar. Sin embargo, de Francia sólo se registró una protesta ante la Sociedad de Naciones y de Gran Bretaña una conducta indiferente. Estados Unidos, en su política de “aislamiento”, no se daba por enterado.

Por otro lado, la Unión Soviética propuso que se adoptasen medidas enérgicas contra esta nueva agresión, algo que pasó inadvertido para Occidente. Todo esto se sumaba a la agresión de los italianos a Abisinia, ocurrida en octubre de 1935, causa de un grupo de sanciones que pasaron sin trascendencia, pues, como se ha apuntado también, el petróleo, un arma que podía haber sido efectiva, no se incluyó en ellas. Con igual indiferencia las potencias occidentales observaron como Alemania e Italia intervenían en la guerra civil española a favor de Franco, en la que aplicaron una política de “no intervención”.

Por tal razón, convencido de que nadie se interpondría en su camino, el otro gran paso de Hitler fue la ocupación de Austria en 1938. Meses antes de la ocupación, el ministro de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña en el gobierno de Chamberlain, Lord Halifax, había visitado a Hitler en Berlín para revisar la política angloalemana. Eso fue en noviembre de 1937, y la anexión de Austria ocurrió en marzo de 1938. El gobierno de la Unión Soviética, por su parte, había comprendido el verdadero peligro de esta agresión, y no tardó en proponer una conferencia para discutir en la forma que iba a enfrentar tal violación. Tampoco esta propuesta sería tomada en cuenta en Occidente.

Posteriormente vendría Checoslovaquia. Es tal vez el momento de mayor vergüenza de las potencias occidentales en relación con Hitler. Es conocido que el Führer había desplegado, meses antes, un gran andamiaje propagandístico sobre la restitución de los territorios checoslovacos con población alemana, y específicamente sobre la región de los Sudetes. Había vertebrado un gran movimiento nazi, con el subsiguiente despliegue del ejército en la frontera. El asunto “formalmente” se complicaba, porque Checoslovaquia tenía un pacto de asistencia con Francia e Inglaterra, como aliada de Francia, y no podía quedar inmóvil si ésta entraba en guerra.

Ante las exigencias alemanas al gobierno checo, el gobierno de Chamberlain decidió enviar una misión a Checoslovaquia para “mediar” en la crisis, y proponer “fórmulas”. Cuenta el embajador soviético en Gran Bretaña que Lítvinov, ministro de Relaciones Exteriores de la Unión Soviética, había recibido el 2 de noviembre de 1938 al encargado de negocios francés en Moscú, Payant, y le había declarado que le transmitiera al gobierno francés que, en caso de agresión a Checoslovaquia, el gobierno soviético cumpliría los compromisos previstos en el pacto soviético-checoslovaco de asistencia mutua de 1935, que incluía prestar ayuda armada a dicho país.[26]

El 21 de septiembre el ya mencionado ministro de Relaciones Exteriores de la Unión Soviética, declaraba oficialmente en una Asamblea de la Sociedad de Naciones: “Es nuestra intención cumplir las obligaciones emanadas del pacto y dar junto con Francia la ayuda a Checoslovaquia que nuestras posibilidades nos permita ofrecer. Nuestro Ministerio de Guerra está dispuesto a participar inmediatamente en una Conferencia con representantes de los Departamentos de Guerra de Francia y Checoslovaquia, con el fin de discutir las medidas adecuadas al momento… Hace sólo dos días que el gobierno checoslovaco realizó una consulta formal a mi gobierno para saber si la Unión Soviética está preparada, de acuerdo con el pacto Soviético-Checoslovaco, para proporcionar a Checoslovaquia ayuda efectiva e inmediata si Francia, fiel a sus obligaciones, proporciona ayuda similar, a lo cual mi gobierno dio una respuesta clara y afirmativa”.[27]

El propio Winston Churchill dice con respecto a este proceder: “Resulta, en verdad, sorprendente que esta declaración pública e incondicional, por una de las grandes potencias interesadas, no haya desempeñado el papel que le correspondía en las negociaciones de Chamberlain, o en la conducta francesa en esta crisis… Lo cierto es que no se le prestó atención a la oferta del Soviet, ni los rusos fueron tenidos en cuenta en la lucha contra Hitler y se les trató con indiferencia -por no decir desdén- que quedó grabado en el espíritu de Stalin. Los acontecimientos siguieron su curso como si la Rusia soviética no existiese. Y por esto tuvimos que pagar muy caro después.”[28]

La desafortunada política se consumaría en la tristemente célebre Conferencia de Múnich, donde Chamberlain por Gran Bretaña, Daladier por Francia, Mussolini por Italia, y Hitler por Alemania, firmaron la sentencia de muerte de Checoslovaquia, al permitirle a Alemania la anexión de los Sudetes.[29] Meses más tarde, Checoslovaquia sería tragada por Hitler.[30] Como bien ha dicho un biógrafo de Hitler: “Austria y el país de los Sudetes, en un plazo de seis meses, representaba el triunfo de los métodos de guerra política que Hitler había aplicado con tanta diligencia durante los últimos cinco años.”[31]

Sin embargo, las autoridades francesas no dejaron en ningún momento de estar informadas sobre las verdaderas intenciones de Alemania. M. Francois-Poncet, embajador de Francia en Alemania dejó ver en una misiva a M. Georges Bonnet, Ministro de Relaciones Exteriores de Francia, las siguientes consideraciones sobre los alemanes luego de la anexión de los Sudetes: “Pero igualmente, son muy numerosos los que proclaman que hay que continuar avanzando, y a hacer valer en lo posible la superioridad militar que el Reich cree poseer actualmente. Su influencia se hace sentir en el seno mismo de la Comisión Internacional, en donde fingen conducirse como vencedores que tienen el derecho de formular exigencias imperativas. Ha sido necesario recordarles varias veces que el acuerdo del 29 de Septiembre no era un «Diktat» alemán, sino un arreglo internacional. La anexión de los Sudetes, después de siete meses de intervalo con la incorporación de Austria, no ha calmado sus apetitos. En el momento en que el ejército alemán ocupa las montañas que hasta aquí formaban las fronteras históricas de Bohemia, interrogan el horizonte en busca de nuevas pretensiones que formular, de nuevas batallas que dar, de nuevos objetivos que llevar.”[32]

Después de Múnich, los cañones de Hitler enfilaron hacia Polonia, y con similares mecanismos utilizados en Austria y Checoslovaquia, comenzó a reclamar la región del Danzit. La Unión Soviética volvió a presentar en marzo de ese año una propuesta de realización de una conferencia de seis potencias, que nuevamente no era tomada en serio por las potencias occidentales. A pesar de la indiferencia, en abril del mismo año, y después de la anexión de Memel a Alemania y del ataque italiano a Albania, la Unión Soviética propone un plan de asistencia mutua.

Según este plan, Gran Bretaña, Francia y la Unión Soviética ofrecerían garantías a aquellos Estados de Europa oriental y central amenazados por Hitler. Tras larga jornada de vacilaciones y discusiones, el referido pacto tampoco fue tenido en cuenta. La significación de haber rechazado ésta última propuesta, es resaltada por muchos estudiosos del tema. Churchill expresó: “La alianza de Gran Bretaña, Francia y Rusia habría provocado gran alarma en el corazón de Alemania en 1939, y nadie puede probar que aun entonces no se pudo haber evitado la guerra (…) No es posible ni aun ahora, determinar el momento en que Stalin abandonó definitivamente toda intención de colaborar con las democracias occidentales para llegar a un acuerdo con Hitler. Y hasta parece que ese momento no existió nunca”.[33]

A estos hechos siguió que el gobierno inglés y francés, de pocas ganas, intentaron “dialogar” con los soviéticos. Para ello, el gobierno británico envió para esa misión a Strang, un funcionario desconocido y de poca importancia dentro del gobierno de Chamberlain, después de que se hubiera desechado la propuesta de enviar a Anthony Eden, un personaje de mayor reputación y que había en años anteriores establecido contactos con la Unión Soviética. Como dijera Churchill:“Fue éste otro error. El envío de una figura de segundo plano constituyó una ofensa. Es dudoso que Strang haya podido traspasar la corteza exterior del organismo soviético.”[34]

III.

Para la vista de los soviéticos, Hitler se expandía al este, y al parecer Stalin tenía la seguridad de que Occidente no intervendría en un conflicto ruso-alemán. Puede especularse del momento en que se produjo un giro en la política de la Unión Soviética, pero lo cierto es que los fracasos continuos en sus negociaciones con Occidente para frenar a Hitler lo convencieron de su situación de aislamiento. Este es un hecho que parece incontrovertible y parece justificar su actuación en los meses que siguen.

Desde un punto de vista militar y estratégico, la situación de la Unión Soviética no era favorable. Polonia se había mostrado desde los primeros años de la Revolución bolchevique como un celoso anticomunista, que pugnaba constantemente con los intereses soviéticos, y había rechazado cualquier pacto o tratado con éstos durante los años que precedieron al pacto de no agresión ruso-alemán. Hungría representaba un “Estado tapón” en el oriente europeo, junto a Rumania y Hungría. En caso de guerra, no cabía dudas que Polonia sería el lugar por donde pasarían las tropas alemanas, como había ocurrido durante la Primera Guerra Mundial. Ya en los días previos al Pacto, una misión militar de británicos y franceses, encabezados por el almirante Drax (que como en todos los casos no llevaba autorización escrita para negociar), Doumunec por Francia y Voroshilov por Rusia, había fracasado por la negativa de Polonia y Rumania a permitir el paso de tropas rusas por su territorio.[35]

Un pormenorizado relato del fracaso de estas negociaciones se encuentran en el magnífico libro de Geoffrey Roberts, “Molotov, Stalin´s Cold Warrior”. Es significativa su opinión sobre el ascenso de Molotov en mayo de 1939 al mando de la política exterior soviética en lugar de Livitnov, hombre conocido por su acercamiento a Occidente. Se ha aducido, en tal sentido, que la sustitución se produjo por el rumbo de la política que ya había decidido Stalin de acercamiento con los alemanes, y que tenía como momento culminante los estancamientos en las negociaciones de la última propuesta de Litvinov de crear una triple alianza entre la Unión Soviética, Gran Bretaña y Francia después de la caída de Checoslovaquia en marzo de 1939. Sin embargo, como expone Geoffrey Roberts, este argumento tropieza ante la certeza de que la política de Molotov, lejos de abandonar la iniciativa de la triple alianza, persiguió las negociaciones con mucho más vigor que Litvinov. Considera, en tal sentido, que la sustitución de este último estuvo relacionada con el fracaso de Litvinov en avanzar en las negociaciones.[36]

Ante estas circunstancias, que se debatía entre el aislamiento y la alianza con los alemanes, Stalin consideró la última opción como el mejor paso a seguir. Gabriel Gorodetsky, en los comentarios del diario del embajador soviético Iván Maisky, considera que, entre las alternativas posibles, Stalin optó por el pacto con Alemania por la “sospecha obsesiva de que Gran Bretaña y Francia estaban decididas a desviar el ataque de Hitler hacia el este. La decisión se vio apoyada por el cálculo frío de las consecuencias económicas y militares que acarrearía este acuerdo.”[37]

Con todas las diferencias del caso, es imposible no recordar que en 1922, en un momento complicado para ambos Estados después de la Primera Guerra Mundial, habían firmado el Tratado de Rapallo, un pacto de amistad y cooperación, que abrió incluso un espacio de colaboración militar. La opinión de Churchill, quien fue durante toda su vida un enemigo acérrimo de la Unión Soviética, deja una impresión con mucha carga de realidad: “Por lo que respecta al soviet debe decirse que su necesidad vital era mantener las posiciones de repliegue de los ejércitos alemanes tan al oeste como fuese posible, de manera de dar a los rusos más tiempo para reunir sus fuerzas provenientes de todas las regiones de su inmenso imperio. Habían quedado indeleble impresos en la mente los desastres ocurridos a sus ejércitos en 1914 cuando se habían lanzado a la ofensiva contra los alemanes, a pesar de no haberse completado todavía la movilización general. Pero ahora sus fronteras estaban más hacia el este que en la guerra anterior. Rusia debía ocupar los Estados Bálticos y una buena parte de Polonia mediante la fuerza o el engaño antes de ser atacada. Si su política era cruel, era también realista en alto grado.”[38]

Es en este contexto que, a finales de agosto de 1939, se firma el Pacto Molotov-Ribbentropp entre Alemania y la Unión Soviética y su Protocolo secreto.[39] Los documentos firmados centraban la atención en un pacto de no agresión, en la que cada una de las dos partes, si se viese envuelta en guerra, la otra se comprometía a no prestar ayuda a los enemigos de aquella. Se comprometían también a no participar en ningún agrupamiento de potencias, que directa o indirectamente fuera dirigido contra la otra. Su duración era de 10 años. En su protocolo secreto, Alemania y Rusia se dividían las “zonas de influencia”: Estonia y Letonia quedaban en la “zona soviética”, y tiempo después le seguiría también Lituania; Polonia se repartía siguiendo la línea de los ríos Narev, Vístula y Son; así como también Rusia declaró su intención de apoderarse de la provincia rumana de la Besaravia. Éste Protocolo se modificaría con el Protocolo Adicional de 28 de octubre de ese año, que se escondió bajo un Tratado Germano-soviético de Amistad y Definición de Fronteras.

De esta manera, una vez invadido Polonia por las tropas alemanas en septiembre de 1939, el ejército ruso también penetró el territorio polaco y se encontraron en Brest-Litovsk, en el mismo lugar donde se firmó la paz entre Alemania y la República soviética en 1918.[40] Las tropas soviéticas quedaron al margen de la frontera con Hungría.

Posteriormente, con la entrada de Lituania en la “esfera soviética”, la provincia de Lublín y una parte de Varsovia, que se encontraban en la parte rusa, fue cedido a la parte alemana. A cambio de exportar a Alemania una gran cantidad de petróleo, Stalin insistía en el retiro alemán de la región petrolífera de Borislav-Drohobycz, que se incorporaría a la mitad soviética en Polonia. Los tres Estados del Báltico fueron anexados en junio de 1940, y la zona de Besarabia también quedó anexado posteriormente, así como el territorio ganado en la guerra contra Finlandia en 1940, que sería una prueba clara de que los soviéticos apostaban por todos los medios para defenderse solos de Alemania.[41]

Respecto a Finlandia, Churchill expone en sus memorias que los soviéticos, en negociaciones previas al conflicto, le pidieron a Finlandia retirar su frontera sobre el istmo de Carelia a una distancia considerable, que permitiera que la artillería enemiga no alcanzara Leningrado. También solicitaron que cedieran algunas islas en el Golfo de Finlandia y arriendo de la península Rybathy, junto con el único puerto libre de hielos que tenía Finlandia en el Océano Glacial Ártico, Petsamo. Del mismo modo exigieron que se le facilitara el arriendo del puerto de Hango, a la entrada del Golfo de Finlandia, para instalar una base naval y aérea rusa. Como expone Churchill, ésta última petición fue rechazada por Finlandia, lo que provocó que las negociaciones se interrumpieran el 13 de noviembre y que se siguiera la ordenación de la movilización finlandesa y el reforzamiento de sus tropas en la frontera. El 28 de ese mismo mes Molotov denunció el Pacto de no agresión entre Finlandia y Rusia, y dos días más tarde comienzan los ataques sobre Finlandia.[42]

Más allá de cualquier valoración ética o moral de aquel pacto -como ya anunciamos-, no parece que pueda negarse que el replanteo expansionista del territorio europeo representó alguna ventaja para la Unión Soviética. Como expresó uno de lo más destacado biógrafos de Hitler, Alan Bullock, refiriéndose a estas medidas soviéticas: “No era posible ni mucho menos que Hitler permaneciese ciego a la realidad de que las medidas tomadas por Rusia para reforzar su posición en el Báltico no tenían evidentemente otro objetivo que defenderse contra un futuro ataque de Alemania.”[43] El general alemán Heinz Guderian, en su libro “Panzer Leader”, pudo sostener también que, si bien el acuerdo comercial que siguió al Pacto de 1939 resultó beneficioso para Alemania, los rusos “aprovecharon al máximo la situación internacional”, con el ataque a Finlandia, la anexión de los Estados bálticos y la ocupación de la Besarabia de manos de Rumania.[44] Aunque es verdad que durante la campaña este pacto permitió que los alemanes operaran en el Oeste durante 1940, con sólo siete divisiones en el este, para guardar la larga línea entre el Báltico y los Cárpatos, e incluso dos de esas divisiones fueron transferidas al Oeste durante la referida campaña.[45]

En todo caso, la valoración sobre la posibilidad que brindó el interregno entre 1939 y el inicio de la agresión alemana en 1941 para el reforzamiento del Ejército Rojo de la guerra que se venía, puede estar en permanente debate. Aunque ello puede inducirnos también a sostener, tomando como base los datos de esa época, que un conflicto por esas fechas entre alemanes y soviéticos, hubiera supuesto un descalabro aún mayor para el Ejército soviético que el sufrido en los primeros meses de la agresión en 1941.

Resulta evidente que entre 1939 y el inicio de la agresión en 1941, el Ejército Rojo incrementó sus números en material de guerra, como recoge Steven J. Zaloga y Leland S. Ness en “The Red Army Handbook 1939-1945”[46]. No obstante existe coincidencia entre los historiadores que al inicio de la agresión alemana no estaba suficientemente preparada para la guerra moderna. Un enorme impacto habría tenido la purga en el Ejército Rojo en 1936, que descabezó a una brillante oficialidad, y entre ellos al venerado Mijaíl Tujachevski.

Hubo una reforma en el Ejército Rojo a raíz del mediocre desempeño en la guerra contra Finlandia,[47] y se construyeron ocho cuerpos mecanizados, más dos divisiones separadas de tanques como producto del victorioso método de la Blitzkrieg en la caída de Francia en 1940[48] -que podemos encontrar en detalle en el libro “Lost Victories”[49] de uno de sus más geniales ejecutores, el general aleman Erich von Manstein-, cuyos antecedentes estaban en las obras de Charles de Gaulle, “Hacia un ejército profesional” y de Heinz Guderian, “Atención Tanques”. No obstante, como puso de manifiesto Alexander Hill en su libro The Red Army and the Second World War, buena parte del Ejército Rojo, al inicio de la agresión en junio de 1941, se había movilizado recientemente, estaba mal entrenada y poco abastecidas a lo largo de la frontera occidental soviética, que se sumaba a la demora de equipar con tanques nuevos, mucho de ellos en mal estado de reparación.[50]

Al ritmo que exponíamos los hechos y las valoraciones de protagonistas y de autores destacados en el estudio de este período, hemos ido respondiendo las preguntas que nos planteamos inicialmente. Dentro de la lógica, siempre fría y desnudada, de la realpolitik, resulta evidente que el pacto de 1939 optó por una de los dos caminos a seguir para entonces por la Unión Soviética en el escenario europeo: el aislamiento o la alianza para sacar algo de provecho. No me queda claro del todo cuál hubiera sido el destino si la posición hubiera sido el aislamiento, y la posición de desligarse de cualquier alianza ante una guerra que se sabía inevitable.

¿Hubieran las potencias occidentales apoyado a la Unión Soviética si los planes alemanes de agresión se hubieran adelantando? No puede tampoco tenerse certeza de la respuesta correcta, pero al menos las posiciones que mantuvieron los Aliados (Estados Unidos y Gran Bretaña), no ya en ese período de “apaciguamiento”, sino durante la agresión a la Unión Soviética, nos podrían dar algunas pistas: retrasaron la apertura del segundo frente que, con ahínco, reclamaba Stalin y que se puede consultar en su correspondencia de guerra; se tiene constancia, por boca del propio Churchill, de la idea de abrir el mencionado segundo frente en los Balcanes y no en Francia, para con ello impedir que la “bota del Ejército Rojo” avanzara por toda Europa, entre otros tantos ejemplos.

Incluso, podríamos preguntarnos por qué Gran Bretaña o Francia no intentaron acercarse a la Unión Soviética, incluso después del Pacto. La respuesta soviética pudiera haber ido en varias direcciones, pero al menos tenemos el criterio de que el gobierno británico no pudo leer en la situación la posibilidad aún existente de entablar negociaciones con la Unión Soviética y que prefirió continuar su política no pactar con ella, a los que veía en una alianza irreductible que se lanzaría contra ellos también.[51]

No podría ser categórico del todo, desde los espejuelos de la realpolitik, sobre las ventajas estratégicas de aquel pacto y de sus protocolos secretos en el desenlace final de la guerra. Ello, porque como ya hemos visto, quedan muchas dudas pendientes sobre lo que pudo hacer y adelantar la Unión Soviética en el período 1939-1941 y si, finalmente, hubiera sido posible una alianza con Occidente que, al menos por los datos que se disponen, se había entorpecido hasta alcanzar un nivel insalvable. No obstante, tampoco se podría afirmar rotundamente que este pacto oprobioso, lamentable, de nefastas consecuencias para muchos pueblos, no representó algo, y tal vez mucho, en el posicionamiento de la Unión Soviética para enfrentar la agresión nazi en 1941.

Notas:

[1] Judt, Tony, Postwar: A History of Europe Since 1945, Penguin Press, 2005, p.645.

[2] Ver en este sentido: Sánchez de las Matas Martín, María, “El punto de vista soviético sobre el Pacto Mólotov-Ribbentrop”, Reflexiones, 86-1, 2007, p.185. Ver también a: Senn, Alfred Erich, “Perestroika in Lithuanian Historiography: The Molotov-Ribbentrop Pact”, The Russian Review, Vol. 49, No. 1, Jan., 1990, p.44. “Although the existence of the secret protocols of 1939 had been rumored during the war, they first became public at the Nurnberg trials, and American historians subsequently published the texts on the basis of documents found in the German Foreign Ministry archives. The Soviets immediately called the texts “falsifications,” fabricated in the interests of Cold War. There were no original, authentic documents, they argued; the German text had been based on a microfilm copy and there existed no Russian version in Soviet archives.”

[3] Ibidem, pp.184-185. Ver también de modo especial: Lindpere, Heiki, Molotov-Ribbentrop Pact: Challenging Soviet History, Estonian Foreign Policy Institue, 2009.

[4] Ver sobre esto a: Wedgwood Benn, David, “Russian historians defend the Molotov–Ribbentrop Pact”, International Affairs, 87, 3, 2011, p.709-710

[5] Ibidem, pp. p.710

[6] Andrei Dyukov, “The Molotov–Ribbentrop pact: questions and answers” (2009), y N. A. Narochnitskaya y otros, “The script of the Second World War: who started the war and when?” (2009).

[7] Furr, Grover C., The Mystery ofthe Katyn Massacre: The Evidence, the Solution, Erythros Press and Media, LLC, 2018

[8] Cienciala, Anna M.; Materski, Wojciech, Katyn: a crime without punishment, Yale University Press, 2007.

[9] Beevor, Anthony, Berlín: la caída, 1945, Viking Press, 2002.

[10] Contaría Goetz Oertel, en un libro de memorias, el recuerdo de aquellos sucesos acontecidos en 1944: “January was bitter cold. The nineteenth of January, that date is clearly etched into my mind, there was an alarm in Stuhm. The Russians had reached a small village by the name of Nemmersdorf, just south of Gumbinnen. There they apparently raped, killed, and burned, foreshadowing what was in store for the rest of us. The Nazis used this incident to build up the people’s morale and fighting spirit, or so they thought. They made a big deal out of the thing, reporting the atrocities in great detail in newspapers and over the radio. Instead of building up the fighting spirit, it served to alarm all of us and told every German that the last thing they wanted to do was to be around when the Russians came. Suddenly it became an imperative for everyone to leave. This Nemmersdorf event was sort of a watershed; it changed the mood of nearly everyone. Very early the next morning my father drove my mother, us three children, and a friend and her young daughter in our old DKW to the town of Dirschau. Dirschau was on a major rail line between Berlin and Königsberg. He must have figured from there we would have a better chance of getting out. I recall the exhaust fumes of our DKW suddenly catching fire as we crossed the bridge across the Weichsel. My father managed to extinguish the fire before it caused significant damage.” Goetz Oertel, “Stuhm, East Prussia (Poland)”, en The War of Our Childhood: Memories of World War II, University Press of Mississippi, 2002, p.210.

[11] Fidel expresó en Cien Horas con Fidel, Conversaciones con Ignacio Ramonet: “En esto estaba la mano de Stalin y sus métodos. Ordenó, desde Moscú, que se establecieran alianzas nacionales contra el fascismo. Y luego, después del pacto Molotov-Ribbentrop, las contradicciones surgidas por el acuerdo entre la Unión Soviética y la Alemania nazi y otras acciones que fueron políticamente muy costosas para los partidos comunistas de América Latina. Esto fue precedido por una política de purgas y toda clase de abusos de poder en la URSS. Las fuerzas armadas soviéticas fueron descabezadas, y desde mi punto de vista se cometieron grandes errores estratégicos, tanto en el terreno político como militar.”

[12] Sobre los efectos desastrosos del Tratado de Versalles en Alemania existe una amplia y diversa bibliografía. Ver a modo de ejemplo: ABBOT, WILLIS JOHN, The Nations at War. New York, Judge, 1918.; ABBOT, WILLIS JOHN, The Nations at war, 1914-August-1916. New York, Leslie-Judge, 1917.; ASQUITH, ENRIQUE H., La guerra, sus causas y su significación. Edimburgo, T. Nelson, 1914.;ALLEN, GEORGE H., The Great War. Philadelphie, George Barrie’s Sons, 1915.; CLEMENCEAU, GEORGES BENJAMÍN, Grandezas y miserias de una victoria. Madrid, M. Aguilar, 1930.; BETHMANN-HOLLWEG, THEOBALD VON, Considérations sur la Guerre mondiale. Paris, Charles-Lavauzelle, 1924.; BARBOSA, RUY, Le Devoir des neutres, trad. Du portugais par Cardozo de Bethencourt, Paris, Librairie Félix Aloan, 1917.; LLOYD GEORGE, DAVID, The Truth about reparations and war-debts. London, William Heinemann, 1932.; LABOUGLE, EDUARDO, Alemania en la paz y en la Guerra: su desarrollo económico, el problema alimenticio, medidas de emergencia. Buenos Aires, Agencia General de Libería y Publicaciones, 1924.; TERRAIL, GABRIEL, Les Négociations secrètes et les quatre armistice, avec pièces justificatives par Mermeix. 11 ed. Paris, Librairie Ollendorff, 1919.; STAMPFER, FRIEDRICH, De Versailles a la Paix. Berlin, Buchhandlung, Vorwärts, 1920.; SIMONDS, FRANK HERBERT, Can Europe keep the peace ? New York, Harper, 1931. Mordcq, Jean Jules Henri, L’Armistice du il novembre 1918 ; récit d’un témoin. Paris, Librairie Plon, 1937.; FERRARA, ORESTES, Lessons of the war and the peace conference. New York, Harper, 1919.; DÍAZ RETG, ENRIQUE, Tratado de paz entre las potencias aliadas y asociadas y Alemania, firmado el día 28 de junio de 1919 en Versalles. Barcelona, Editorial A.L.S.A, 1919.; COSMOS, SEUD, The Basis of durable peace. New York, Charles Scribner’s Sons, 1917.; BRIGGS, MITCHELL PIRIE, George D. Herron and the European settlement. California, Stanford University Press, 1932.; BONSAL, STEPHEN, Asunto inconcluso (la paz de Versalles). Buenos Aires, Emecé Editores, 1954.; ADDAMS, JANE, Peace and bread in time of war. Boston, G.K. Hall, 1960.; LICHTENBERGER, HENRI, Relations between France and Germany: a report. Washington, Carnegie Endowment for International Peace, 1923.; LESTIEN, GEORGES, La Premiére guerre mondiale. Paris, Presses Universitaires de France, 1949.; LE BON, GUSTAVE, Enseñanzas psicológicas de la Guerra Europea. Versión española de Rafael Urbano. Madrid, Librería Gutenberg de José Ruiz, 1916.; GARNER, JAMES WILFOR, Prize law during the world War; a study of the jurisprudence of the prize courts, 1914-1924. New York, The Macmillan, 1927.; GARNER, JAMES WILFORD, International Law and the world war. London, Longmans, Green, 1920.; FOCH, MARÉCHAL, Mémoires: pour server a l’histoire de la guerre de 1914-1918. Paris, Librairie Plon, 1931.

[13] YOUNG, DESMOND, Rommel, el zorro del desierto. Buenos Aires, Ediciones Mayo, p.35

[14] Ver sobre el prusianismo a: LANSING, ROBERT, El prusianismo; discurso pronunciado por el Secretario de Estado de los Estados Unidos. Washington, Impr. Del Gobierno, 1918.

[15] Artículo 160.1 del Pacto de la Liga de Naciones. Ver a DÍAZ RETG, ENRIQUE, Tratado de Paz entre las potencias aliadas y asociadas y Alemania, Barcelona, Editorial A.L.S.A., 1919. p.130-131.

[16] Ver en este sentido a CHURCHILL, WINSTON, La Segunda Guerra Mundial, Se cierne la tormenta. 4ta. Ed., Ediciones Peuser, 1950, p. 100 y ss.

[17] DÍAZ RETG, ENRIQUE, Tratado de Paz entre las potencias aliadas y asociadas y Alemania, pp. p.55-61. Estaba establecido que, a la terminación de un período de quince años desde la entrada en vigor del Tratado de Versalles, la población del territorio de la Cuenca del Sarre sería invitada a indicar sus deseos en un plebiscito, Ibid., p.61.

[18] Ver a CHURCHILL, WINSTON, La Segunda Guerra Mundial, Se cierne la tormenta. 4ta. Ed., Ediciones Peuser, 1950, p. 100 y ss.

[19] Ver esta opinión en MAISKY, I.: Quién ayudó a Hitler. Editorial Progreso, Moscú, p. 50 y ss.

[20] CHURCHILL, WINSTON, La Segunda Guerra Mundial, Se cierne la tormenta. 4ta. Ed., Ediciones Peuser, 1950, p.125 y ss.

[21] Ibid, p. 131.

[22] Parte V, Sección II, Capítulo IV, Artículo 190, del Tratado de Versalles. Ver a DÍAZ RETG, ENRIQUE, Tratado de Paz entre las potencias aliadas y asociadas y Alemania, Barcelona, Editorial A.L.S.A., 1919, p.145.

[23] CHURCHILL, WINSTON, La Segunda Guerra Mundial, Se cierne la tormenta. 4ta. Ed., Ediciones Peuser, 1950,p.133.

[24] Sobre estos datos y la sucesión de hechos, consultar. Ibidem, pp.133 y ss.

[25] Goerlitz, Walter, El Estado Mayor Alemán. Editorial AHR, 1era edición, Barcelona, 1954, p. 301.

[26] MAISKY, I., Quién ayudó a Hitler, p. 71. Ver igualmente Libro Amarillo francés. Documentos diplomáticos 1938-1939; piezas referentes a los acontecimientos y a las negociaciones que precedieron al principio de las hostilidades entre Alemania de una parte, Polonia, Gran Bretaña y Francia de la otra. París, Editorial Garnier, 1940.

[27] Cit. por CHURCHILL, WINSTON, La Segunda Guerra Mundial, Se cierne la tormenta, p.279. ver también a MAUROIS, ANDRÉ, Los orígenes de la Guerra de 1939. Trad. de Marcelo Rouvere, México, Editorial Mundo Actual, 1940.; DODD, WILLIAM EDWARD, Revelaciones del embajador Dodd; cinco años de misión en Berlín. Buenos Aires, Editorial Ayacucho, 1943.; HAINES, CHARLES GROVE, The Origins and background of the second world war. New York, Oxford University Press, 1943.; BADEAU, JOHN STOTHOFF, East and West of Suez; the story of the modern near East. New York, The Foreing Policy Assocation, 1943.

[28] Ibid, p. 280.

[29] Consultar el texto del Acuerdo concluido en Munich el 29 de septiembre de 1938, que acordaba crear una Comisión Internacional, compuesta de representantes de Alemania, de Gran bretaña, de Francia, de Italia y de Checoslovaquia para la evacuación de las personas de esta región, así como que en los territorios que esta comisión determinase debía efectuarse un plesbicito, y los cuales debían ser ocupados por contingentes internacionales hasta el final del plebiscito.También estaba a cargo de la delimitación final de las fronteras. Libro Amarillo francés. Documentos diplomáticos 1938-1939; piezas referentes a los acontecimientos y a las negociaciones que precedieron al principio de las hostilidades entre Alemania de una parte, Polonia, Gran Bretaña y Francia de la otra. París, Editorial Garnier, 1940, pp.11-12.

[30] Existe igualmente una amplia bibliografía sobre el tema del Pacto de Múnich. Ver a modo ejemplo, MAISKI, IVAN, Das Drama von Munchen.

[31] BULLOCK, ALLAN, Hitler, Editorial Grijalbo S.A., Tomo II, 1955, p.424

[32] Libro Amarillo francés. Documentos diplomáticos 1938-1939; piezas referentes a los acontecimientos y a las negociaciones que precedieron al principio de las hostilidades entre Alemania de una parte, Polonia, Gran Bretaña y Francia de la otra. París, Editorial Garnier, 1940, p.19.

[33] CHURCHILL, WINSTON, La Segunda Guerra Mundial, Se cierne la tormenta, pp. 328-329.

[34] Ibid., p.350.

[35] CHURCHILL, WINSTON, La Segunda Guerra Mundial, Se cierne la tormenta, ob.cit., p.351.

[36] Roberts, Geoffrey, Molotov, Stalin´s Cold Warrior, Potomac BooksWashington, D.C., 2012, p.21

[37] Ver El Cuaderno Secreto: Ivan Maiski, emabajador soviético en Londres 1932-1943, Gabriel (Ed.) Gorodetsky.

[38] Ibid., p. 354

[39] Ver sobre algunos de estos particulares en varios libros generales sobre la segunda guerra mundial: MICHEL, HENRI, La Segunda Guerra Mundial. trad.J. García-Bosch. 1era edición, Barcelona, Oikos-tas, 1972.; CERÉ, ROGER, La Seconde guerre mondiale: 1939-1945. Paris, Presses Unitaires de France, 1967.; KNAPP, WILFRID, A History of war and peace: 1939-1945. London, Oxford University Press, 1967.; LIDDELL HART,BASIL HENRY, Historia de la Segunda Guerra Mundial. Versión española de Domingo Manfred Cano, Barcelona, Editorial Luis Caralt, 1972.;OVSIANY, IGOR, The origins of world war two. Moscow, Novosti Press Agency Publishing House, 1989. Sobre algunos aspectos puntuales de aquellas negociaciones ver: Walson, Derek, Molotov, A biografy, Palgrave Macmillan, 2005, pp.166-179

[40] Ver en este sentido a SCHWARZSCHILD, LEOPOLD, El mundo en crisis: de Versalles a Pearl Harbor. Trad. De C.A. Jordana, Buenos Aires, Editorial Poseidon, 1943.; CROCE, BENEDETTO, Germany and Europe; a spiritual dissension. New York, Random House, 1944.; CUFF, SAMUEL H., The Face of the war, 1931-1942. New York, julian Messner, 1942.; MOWRER, EDGAR ANSEL, Global war an atlas of world strategy. New York, William Morrow, 1942.

[41] CHURCHILL, WINSTON, La Segunda Guerra Mundial, Se cierne la tormenta, pp. 487-488.

[42] Ibidem, pp. pp. 487-488.

[43] BULLOCK, Allan, Hitler, p.519

[44] Guderian, Heinz, Panzer Leader, New Introduction by Kenneth Macksey, Foreword by Captain B.H. Liddell Hart, Translated from the German by Constantine Fitzbbon, Da Capo Press, 2002, p.140.

[45] BULLOCK, Allan, Hitler, p.520.

[46] En los inicios de 1939 el Ejército rojo contaba con 84 divisiones de fúsil, 14 divisones de rifles de montaña, 5 brigadas de rifles, cerca de 14 divisiones de caballerías, 4 cuerpos de tanques, 24 brigadas de tanques ligeros y 4 brigadas de tanques pesadas. En los días en que caía Francia ante el ejército alemán, el alto mando soviético decidió construir cerca de 161 divisiones de rifles, incluía 10 divisones de montaña y 7 de rifles motorizadas, 24 divisones de caballerías y 38 brigadas de tanques (entre ellas 18 con tanques ligeros T-26, 16 con tanques rápidos BT, 3 con tanques medio T-28 y 1 con tanques pesados T-35). Como se expone, estas divisiones serían apoyadas con 61 regimientos de artillería de cuerpo y 55 de otros regimientos de artillería. Zaloga, Steven J.; Ness, Leland S., The Red Army Handbook 1939-1945, Suttong Publishing, p.v.

[47] “The Red Army may have ultimately prevailed against the Finns, but its tactical and operational performance had neither impressed Stalin nor foreign observers.” Hill, Alexander, The Red Army and the Second World War, Cambridge University Press, 2017, p.169

[48] Zaloga, Steven J.; Ness, Leland S., The Red Army 1939-1945, Suttong Publishing, p.VI.

[49] Manstein, Erich von, Lost Victories, the war memories of Hitler´s most brilliant general, Edited and Translated by Anthony G. Powell, Foreword by Captain B.H. Liddell Hart.

[50] Hill, Alexander, The Red Army and the Second World War, Cambridge University Press, 2017, p p.202.

[51] Ver a Gorodetsky, Gabriel, “The impact of the Ribbentrop-Molotov Pact on the course of soviet foreign policy”, Cahiers du Monde russe et soviétique XXXI, I, janvier-mars 1990 , pp. 27-42 .

Fuente: https://jcguanche.wordpress.com/2020/05/31/el-pacto-molotov-ribbentrop-y-sus-protocolos-secretos-una-lectura-en-terminos-de-la-realpolitik/