Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
La grotesca decapitación de James Foley está despertando pasiones en los círculos políticos de Washington. De los niveles más elevados de la administración de Obama a los expertos de los medios, las emociones se inflaman sobre lo que EE.UU. debería o podría hacer. El hecho en sí no ha cambiado nada en la medida en que el EI [Estado Islámico] representa una amenaza para EE.UU. y su importancia para la política en Medio Oriente. Lo que se ha transformado es el estado de ánimo. Un impulso irresistible está desplazando un proceso de deliberación fría.
El torrente de comentarios, como de costumbre, revela poco en forma de lógica rigurosa, pero mucho en forma de pensamientos inconexos y emociones descontroladas. Como de costumbre, también, la táctica eclipsa la estrategia. El secretario Hagel declara que el EI es la peor amenaza procedente de la militancia islamista «más allá de todo lo que hayamos visto… una amenaza inminente para todo lo que tenemos… una amenaza al nivel de un 11-S». El general Dempsey afirma que el EI plantea una amenaza «inmediata» y no puede ser «derrotado sin encarar la parte de la organización que reside en Siria y utilizar todos los medios a nuestra disposición. El general John Allen, quien comandó las fuerzas estadounidenses en Afganistán, llama al presidente Obama a que elimine al EI cueste lo que cueste. Es decir, un logro que ni él ni los otros nueve comandantes consiguieron -ni de lejos- en Afganistán. Rick Perry, como titula el New York Times, advierte qde ue el peligro inmediato no está en el Éufrates o el Tigris sino en Rio Grande donde infiltrados del EI ya han entrado en EE.UU. (presumiblemente disfrazados de adolescentes hondureños). Los senadores John McCain y Lindsey Graham, autoproclamados jefes conjuntos del «comando de bombardeo», exigen clamorosamente que golpeemos duramente al EI, aunque no está claro dónde se encuentra el EI en la lista de prioridades de los muchos malos que el agresivo dúo insiste en que bombardeemos.
Esos ejemplos de diagnosis y recetas fragmentarias -incluso las sobrias- no ayudan mucho.
Volvamos a lo básico: intereses nacionales, evaluación de amenazas, medidas de una política exitosa. No podemos interpretar lo que significa «derrotar» al EI hasta que especifiquemos exactamente qué es lo que nos preocupa. ¿Es el terrorismo lanzado contra EE.UU. (al estilo del 11-S) desde los territorios que controla? ¿Es el derrocamiento del gobierno en Bagdad? ¿Es el derrocamiento del gobierno kurdo? ¿La invasión de Jordania o de Arabia Saudí? ¿El que presente una amenaza terrorista a largo plazo en la región que desestabilice gobiernos que queremos que sean estables? Esas variaciones de la amenaza presentan tipos muy diferentes de desafíos. Afectan a los intereses estadounidenses de diferentes maneras y en magnitudes diferentes. Son susceptibles a diferentes tipos de acción por parte de EE.UU. o deotros.
Los ataques aéreos son solo pertinentes a las amenazas 2, 3 y 4, y la probabilidad y el grado de su efectividad siguen siendo altamente inciertos. «¿Tropas en el terreno? Bueno, tuvimos una fuerza considerable en Irak durante ocho años y no impidió que el EI emergiera del cuerpo herido de al Qaida en Mesopotamia. Este enemigo es aún más formidable. Tampoco podría proteger una nueva invasión a EE.UU. contra actos terroristas directos. La eliminación total del EI del territorio que ocupa es casi imposible. Además, eliminarlo permanentemente como pide el general Allen es aún más improbable. Es el dilema que hemos enfrentado con los talibanes en Afganistán y que durante más de una década no hemos reconocido y mucho menos tratado seriamente de resolver. Además, el control territorial para bases de entrenamiento, centros de adoctrinamiento, células de planificación, etc. está considerablemente sobrestimado. Al Qaida no necesitó gran cosa para activar los ataques del 11-S. La planificación y coordinación operacional se hizo en Hamburgo y la ejecución táctica se dirigió desde Nueva Jersey.
Hay una lección más general que debemos aprender de este último ejercicio de producción de política ad hoc mediante conferencias de prensa. La insistencia de los altos funcionarios de hablar in extenso en público sobre estos asuntos complejos, delicados, cuando no existe una política clara, es contraria a una planificación y a una diplomacia seria.
Si se sienten obligados a reaccionar a los eventos para satisfacer a los medios y a una población agitada, deberían decir solo unas pocas palabras escogidas y luego declarar que tienen que ir a una reunión importante, preferiblemente no en Martha’s Vineyard iIsla turística en Cape Cod, N. del T.).
El silencio, sin embargo se interpreta como equivalente a muerte en la egocéntrica edad mediática en la que la imagen es todo, confundiendo la acción al azar con la acción enfocada. La consecuente tormenta estática en nuestro espacio público es invasiva. Destruye la capacidad de reflexionar, evaluar, ponderar, imaginar. Hemos llegado a «pensar» en frases con gancho así como a hablar en frases con gancho. Es el postremo punto final de una cultura política en la cual pasamos más tiempo tratando de poner nuestros pensamientos en orden que en hacer algo realmente.
Dicho claramente, se puede argumentar persuasivamente que se prestará un buen servicio al país si nuestros dirigentes observan una moratoria en declaraciones públicas durante algunos días -ignorando a los fatuos medios, a los expertos no demasiado conocedores o intuitivos y a los políticos fanfarrones- y se dedican a una intensa labor de reflexión. Los gobiernos serios, especialmente el de una superpotencia, no manejan sus relaciones exteriores en un estado histriónico.
Seríamos capaces de realizar una mejor tarea de análisis político que la que hemos hecho hasta ahora con respecto al EI y lo que hemos visto durante toda la era del GWOT [acrónimo de la Guerra Global Contra el Terror, N. del T.] El hecho de que no se haya alcanzado un estándar razonable de deliberación válida y de ejecución hábil ha producido una tragedia nacional. Es un comentario embarazoso sobre el estado del gobierno de EE.UU.
Michael Brenner es Profesor de Asuntos Internacionales en la Universidad de Pittsburgh.
Fuente: http://www.counterpunch.org/2014/08/27/the-isis-panic/