Doctor en Ciencias Políticas, Jorge Malena es un referente de peso a la hora de desentrañar el acontecer de China. Coordinador académico y docente de la Escuela de Estudios Orientales de la Universidad del Salvador, este especialista en política internacional examina las claves del pensamiento estratégico del gigante asiático. El recambio político de octubre próximo, […]
Doctor en Ciencias Políticas, Jorge Malena es un referente de peso a la hora de desentrañar el acontecer de China. Coordinador académico y docente de la Escuela de Estudios Orientales de la Universidad del Salvador, este especialista en política internacional examina las claves del pensamiento estratégico del gigante asiático. El recambio político de octubre próximo, el vínculo con América Latina y la inserción internacional de China son algunos de los aspectos que marcan el pulso de esta potencia en pleno proceso de gestación. Malena es autor de China, la construcción de un «país grande», seleccionado por la Asociación de Editores de China como la obra mejor posicionada de América sobre la nación asiática.
-La salida del gobierno del popular dirigente chino Bo Xilai se interpretó como una crisis política a pocos meses de que comience un período de renovación en las más altas esferas políticas del país. ¿Cómo avizora esa transición en el liderazgo comunista?
-Me llama la atención que en Occidente se hable de una crisis política, cuando en realidad «purgas», para usar un término utilizado entre los comunistas chinos, hubo siempre. En verdad, desde la época de Mao Tse Tung, luego la de Deng Xiaoping, pasando por Jiang Zemin y, ahora, con el actual presidente Hu Jintao siempre ha habido purgas entre las distintas facciones del Partido Comunista Chino. Lo novedoso aquí es que un hecho político que tuvo lugar en la cúpula del poder haya tomado estado público. Ello responde al desarrollo de la sociedad civil china, que cobra impulso pese a que el gobierno busca controlar los medios de comunicación, las redes sociales, etcétera. Lo cierto es que estos canales adquieren una suerte de vida propia y las autoridades no pueden ejercer un control absoluto.
-¿Corre riesgo, entonces, el secretismo característico del régimen chino?
-Es uno de los grandes interrogantes. Esta sociedad civil es uno de los efectos positivos de la reforma económica de fines de la década del setenta. Deng Xiaoping lanzó la política de reforma y apertura económica que permitió una gradual mejora en el nivel de vida material de la población, que comenzó a consumir más y mejor, en paralelo al desarrollo de actividades de carácter cultural y educativo. Esta mayor conciencia ciudadana en China exige transparencia en la esfera pública. En este contexto, en octubre próximo, va a tener lugar un nuevo Congreso nacional del Partido, donde se llevará a cabo la elección del secretario general. Luego, en marzo de 2013, el ganador será a su vez elegido por la Asamblea Popular Nacional, que es el Poder Legislativo, como presidente de la República Popular China. Todo ello evidencia el control que ejerce el Partido Comunista Chino sobre el gobierno.
-¿Entonces?
-Prácticamente podemos decir que la ciudadanía no participa en ese proceso. En síntesis, lo que puede observarse es que, hasta ahora, tuvo lugar en China una etapa de fuertes reformas económicas, a la que hoy se suma una etapa de desarrollo de la sociedad civil, y que existe la aspiración de que comience a desarrollarse una reforma política. No olvidemos que China es el país más poblado del mundo y que tiene desde hace más de sesenta años un sistema político de partido único. Entonces, que más de un quinto de la población del mundo no goce de ciertas libertades políticas configura una gran cuenta pendiente a futuro.
-Esa eventual reforma, ¿en qué se diferenciaría de una democracia al estilo occidental?
-Precisamente, se trata de una cultura distinta y, por lo tanto, de una cultura política distinta. Hay muchas versiones acerca de lo que puede suceder. En mi opinión, una de las lecturas más realistas es la que señala que será el propio Partido Comunista el que promueva una gradual apertura política. Es decir, que es muy posible que en China pasemos de un rojo oscuro a uno claro, y así hasta llegar a un rosado. Ello puede significar que, como en otras economías del Este asiático, se afiance una economía de mercado con un sistema político que puede ser definido como autoritario pero no como totalitario.
Vínculo con América Latina
-¿Cuál es el balance de la relación de China con nuestra región y, particularmente, con la Argentina?
-En primer lugar, las economías de China y América Latina, así como ocurre con las de África, se convirtieron en complementarias. Es decir, China, dado su avance económico y aumento del nivel de vida de su población, necesita de lo que nuestro país produce, a la vez que nosotros necesitamos el know how tecnológico de la potencia asiática, que permitiría avanzar hacia un mayor valor agregado de nuestras exportaciones. En segundo lugar, este proceso se ve reforzado desde el punto de vista político. Es decir, hay una coincidencia sobre la conveniencia de promover el multipolarismo. Entonces, no están de acuerdo con la vigencia de un orden unipolar donde Estados Unidos es el actor preeminente del sistema internacional, y el que fija la agenda. Por ello, China concibe a países latinoamericanos, como la Argentina, como socios estratégicos.
-Algunas miradas enfatizan en el intercambio comercial desigual que se mantiene con China, y que favoreció una reprimarización. ¿Qué opina?
-Hay autores que afirman que estamos ante una suerte de neocolonialismo. No comparto esta visión. Si definimos el colonialismo como aquello que tuvo lugar en los siglos XV, XVI y XVII con el dominio español en la región, y luego en los siglos XVIII y XIX con la presencia y el predominio de Inglaterra en América Latina, la situación actual es totalmente distinta. China paga por los productos que compra, además de contribuir en el desarrollo de infraestructuras a través de las inversiones. No hay una presencia por la fuerza. Lo que sí marcaría es que del lado de América Latina, e incluso desde el lado africano, se debería tomar conciencia acerca del papel central que nuestros países juegan para China.
-¿Cómo explica ese papel?
-Ocurre que, en rigor de verdad, China necesita más de nuestros productos que lo que nosotros necesitamos vendérselos específicamente a ellos. Por ejemplo, hace dos años, por desavenencias en materia comercial, China decidió no comprarle aceite de soja a la Argentina, y se pudo dar ese lujo porque tenía reservas estratégicas de las cuales proveerse. Ante esta situación, nuestro país le vendió este producto a la India. Es decir, se colocó el aceite en otro mercado. Más tarde, se regularizó la situación. Entonces, deberíamos tener una mayor conciencia de la necesidad del pueblo chino de consumir ese alimento, y no ceder a las presiones que las autoridades de ese país ponen en práctica para bajar el precio de los commodities.
-¿Existe una estrategia local para que el comercio con China se sostenga en el tiempo?
-China cada año incorpora decenas de miles de personas a su clase media, por lo que la necesidad de importar nuestros productos va a seguir existiendo. La cuestión pasa por que la Argentina procure agregarle cada vez más valor a nuestra producción agrícola ganadera para que no exporte meramente el insumo en bruto, sino que haya algún procesamiento que permita venderlo más caro. El actual Gobierno está llevando a cabo esfuerzos por industrializar el sector, pero va a tomar algunos años, y será importante que se le dé continuidad a esta política.
Inserción internacional
-En su libro, China, la construcción de un «país grande», usted analiza la política exterior del gigante asiático. ¿Cuál es el plan estratégico de ese país para los años venideros?
-Del análisis de las reflexiones de los académicos y los asesores chinos, que tienen poca difusión porque se producen con el fin de asesorar al gobierno, se desprende que el país en el corto y mediano plazo aspira a ser una potencia regional en el Este de Asia; es decir, que allí China tenga la voz cantante. Ahora bien, esta aspiración no se traduce exactamente a escala global, porque el régimen está abocado a la tarea ciclópea de tener que brindar alimento, vestimenta, vivienda y educación a 1.300 millones de habitantes. Con todo, pese a que vivimos en la época de la geoeconomía, donde lo importante es ocupar mercados y no territorios, se debate si la expansión económica que China lleva a cabo a través del comercio y las inversiones para proveerse de los insumos que requiere su crecimiento puede degenerar en una búsqueda más hostil de los mismos. Es decir, si puede acompañar los esfuerzos económicos con fuerza militar, por ejemplo.
-Según su análisis, no parece ser ésa la vocación de China…
-Así es, según los estudios de la historia militar de China, en el 85 por ciento de los casos en que ellos hicieron uso de su aparato militar ha sido por motivos defensivos.
-La merma del poder global de Estados Unidos y la crisis del proyecto europeo, ¿cómo influyen en el protagonismo internacional de China?
-En rigor de verdad, China necesita que Estados Unidos y Europa revitalicen sus economías para colocar sus productos en esos mercados, por lo que la crisis que viven afecta el avance de China. Por ello, en el caso europeo, el país es uno de los más interesados en colaborar con los salvatajes. China apuesta a la construcción de un «país grande» en el sentido de que quiere ocupar un lugar de importancia en el mapa de fuerzas internacionales. No busca ser una superpotencia al estilo norteamericano. Para ello, emplea diversas estrategias. Una es promover el yuan como parte de una canasta de monedas internacionales que compita con el monopolio que hasta hace pocos años ha tenido el dólar estadounidense.
-¿Cómo reacciona Estados Unidos ante el avance chino?
-Ellos ven con preocupación este mayor protagonismo de China en el mundo, porque afecta de manera directa esta preeminencia que Estados Unidos buscó consolidar a partir del colapso de la Unión Soviética y la constitución de un orden unipolar. Sin ir más lejos, en 2006, en un hecho increíble, Estados Unidos le pidió explicaciones a China por la creciente influencia que este país estaba adquiriendo en América Latina.
-Sobre todo, en el marco del supuesto desinterés estadounidense hacia la región…
-Sí, pero ello es así en tanto y en cuanto no se interese China u otro.
El legado de Mao Tse Tung
-En sus investigaciones, usted enfatiza la influencia del legado cultural chino a la hora de elaborar políticas. ¿Cómo lo explicaría?
-Sí, por ejemplo, pesan factores como la conciencia sobre el llamado «siglo de humillación nacional». Se trató del período que abarcó desde 1839, con la Primera Guerra del Opio, hasta 1949, donde se estableció la República Popular China, con Mao. Es decir, que esa conciencia sobre los 110 años sufridos a manos del sometimiento del imperialismo extranjero genera en los chinos un deseo de que su país vuelva a ser respetado en el escenario internacional y que su voz vuelva a ser escuchada. Algunos autores hablan de la influencia del sentimiento de orgullo nacional del país, el cual se ha visto reforzado por los logros económicos alcanzados en estos últimos treinta años.
-¿Y qué queda hoy en China de Mao?
-Digamos que para los jóvenes Mao es tomado como parte del pasado, genera curiosidad. Es para ellos un ícono de la primera etapa de la República Popular, una suerte de padre de la patria, y que amerita ser conocido en tanto puso fin a ese siglo de humillación nacional, que fue un paréntesis del esplendor chino. Por otra parte, entre quienes vivieron la última etapa de Mao, su figura es recordada muchas veces con nostalgia porque ven con cierta preocupación el desarrollo de valores occidentales como el consumismo, el materialismo, el individualismo, que para la cultura tradicional china son disvalores.
Fuente original: http://www.revistadebate.com.ar//2012/04/20/5320.php