Si alguien ha pensado que aplicando el principio del derecho romano de «Cui boni» -¿ a quién beneficia?- sirve para determinar quién ordenó el asesinato de Benazir Bhutto se equivoca. En esta Tierra de los Cándidos -así significa Pakistán-, uno tiene más enemigos que amigos, es mejor preguntar ¿A quién ha perjudicado ese magnicidio? Primero […]
Si alguien ha pensado que aplicando el principio del derecho romano de «Cui boni» -¿ a quién beneficia?- sirve para determinar quién ordenó el asesinato de Benazir Bhutto se equivoca. En esta Tierra de los Cándidos -así significa Pakistán-, uno tiene más enemigos que amigos, es mejor preguntar ¿A quién ha perjudicado ese magnicidio? Primero a EEUU y sus planes para Pakistan y la region; pero también a Musharraf, a quien ni le intersaba desestabilizar aun más la situación, ni convertirse en el principal acusado del asesinato de la lider de la oposicón en víspera de las elleciones.
¿Beneficiarios? Que no significa «implicados», son más: desde los sectores fundamentalistas del ejercito que intentan debilitar a Musharraf para forzarle a llegar a un acuerdo con los islamistas, hasta los militares reacios a compartir el poder con nadie, pasando por el ex primer ministro Nawaz Sharif -líder de la Liga Musulmana de Pakistán que además dirige la coalición de fuerzas del APDM (All Parties Democratic Movement), próximo a Arabia Saudí-, a quien no le gustaba el pacto suscrito entre Musharraf y Benazir, dejándole a él fuera del juego político; sin olvidar a los islamistas de Amal, que nunca aceptarían a una mujer dirigiendo la Umma, comunidad de musulmanes. De hecho en el febrero pasado, la Ministra de Asuntos Sociales, Zilla Huma Usman fue asesinada por no vestir de forma adecuada y por «incitar a corrupción moral a las mujeres». La ausencia de la carismática Benazir, abre más espacio político a estas fuerzas que no suelen contar con mucha simpatía del electorado.
Se ha desmoronado, pues, el plan de Washington, que consistía en forzar a Musharraf a quitarse el atuendo militar, convocar elecciones a la Asamblea Nacional, y entregar el puesto del primer ministro a la Bhutto, para de esta manera dar una imagen amable a la férrea dictadura del General hasta poder apartarle de la escena política. Sin duda, eso de repartir y compartir el poder en un momento de una crisis multidimensional, y teniendo en cuenta la complejidad del tejido social de este país y la de sus fuerzas políticas, ha sido un grave error, resultado de otros tantos que Washington viene cometiendo en este extenso y precario Estado de Asia Central.
Fallos, resultados de dos males endémicos de la política exterior de EEUU: servirse de un país en función de sus proyectos regionales, para una vez satisfechas sus necesidades abandonarlo, y segundo, injerir en sus políticas sin conocer su estructura social, cultural y la relación real de las fuerzas políticas con los ciudadanos. Si no, ¿cómo podría pedir al ejercito de Musharraf que bombardease los campamentos de los Taliban en sus fronteras con Afganistán? ¿No se acordaba de que Pakistán junto con Arabia saudí y Emiratos Árabes fueron los únicos Estados que reconocieron a aquel tenebroso régimen en Afganistán? ¿No sabía que la mayoría de los militares pakistanies, además de ser ultrarreligiosos son patan como los Taliban, una etnia de 40 millones de almas que viven a ambos lados de la frontera afgano-paquistaní? Aun así, Musharraf colaboró activamente en el derrocamiento de aquellos extremistas, ganándose la enemistad de parte de sus generales.
Quizá la contrapartida prometida por Washington merecería la pena: recibir en su puerto de Karachi el trazo final de unas vías férreas y de un gasoducto que saldrían de las repúblicas asiáticas ex soviéticas, cruzando Afganistán, además de tener acceso al soñado mercado de aquellos inmensos países. Pero, George Bush no sólo incumplió sus promesas, sino que le abandonó para acercarse a su principal enemiga: la India. Su visita en el verano del 2006 a este país -otro fabricante de armas atómicas fuera de la legalidad internacional-, significaba que Pakistán en la agenda de EEUU dejaba su lugar, en un nuevo mapa del mundo, a la gigante India, por el pulso que lleva Washington contra Pekin por la supremacía del mundo.
Y Musharraf no es ningún tonto. Enterró la política de poner una vela a EEUU y otra a los Taliban, a beneficio de los segundos, y buscó aliados entre los rivales del imperio. Con Irán -y a pesar de la oposición de Washington- firmó un megacontrato para la construcción de un gaseoducto llamado «Paz» que pasa por el Golfo Pérsico, y con China un acuerdo para levantar seis centrales nucleares.
La Casa Blanca, a través del ex subsecretario de Estado Richard Armitage, le amenazó con bombardear su país y devolverlo a ‘la edad de piedra’ a menos que cooperara seriamente con la guerra contra el terrorismo. Y por si el General estaba pensando en el «tránsfuguismo», el 13 de mayo Washington envió a Anne Patterson, experta en lucha contra las fuerzas antinorteamericanas en Latinoamérica, como nueva embajadora en Islam Abad.
El último gran error de Bush ha sido apoyar abiertamente a Benazir Bhutto, esa «hija del Occidente» -con un curriculum politico-economico más que cuestionable-, como alternativa a Musharraf. En nuestro Oriente un gesto favorable del gobierno estadounidense a un político significa el fin de su popularidad, de su carrera, y puede que incluso de su vida.
Cierto que el General dirige una peculiar República Islámica pretoriana en coalición con fanáticos religiosos y militares y civiles corruptos. Sin embargo, Washington no debería haberlo abandonado y humillado. Esto acarreará consecuencias aun por ver.
Teniendo en cuenta que pedir unas elecciones libres y democráticas para reconducir la situación del país, en las circunstancias actuales de la región, es simplemente absurdo, el ejército, ese principal verdugo de la libertad en este país, quizá sea la única fuerza capaz de impedir un desastre aun mayor.
Tras perder a Benazir, pocas alternativas le quedan a EEUU:
Buscar un hombre fuerte entre los militares, apostar por algún civil conocido como por ejemplo, Iftikhar Chaudhry, juez del Tribunal Supremo, o una cohabitación entre las fuerzas armadas y diferentes grupos, casi todas, débiles.
Eliminar o debilitar al general golpista, el impresentable dictador Parvez Musharraf, en las circunstancias actuales del país y de la región, sigue siendo una estupidez monumental.