Discurso en la reunión internacional de movimientos sociales. Bangkok, 31 de agosto de 2012
Este julio ha sido el más cálido en los Estados Unidos desde que se empezaron a tomar registros. En la India, las lluvias monzónicas se han retrasado mucho dando como resultado la segunda sequía en el país en cuatro años. Temperaturas de tres dígitos [En Fahrenheit, N.del t.] en Nueva Delhi y otras ciudades ya han provocado los peores cortes de luz en la historia del país y la mala cosecha que se espera es probable que recorte al menos un cinco por ciento del crecimiento del PIB. En Beijing, que normalmente sufre falta de agua, una tormenta el 21 de julio dio como resultado la peor inundación desde que se empezaron a tomar registros en 1951, según The Economist. Mientras tanto, en las Filipinas, una extendida «tormenta sin nombre» -como mucha gente la denominaba- se ha prolongado durante más de una semana hundiendo a la zona metropolitana de Manila en un desastre acuático que es probable que sea el peor de la historia reciente.
La nueva normalidad es el cambio climático, y el jefe del departamento de medio ambiente del gobierno filipino captó la naturaleza de la ira de la naturaleza cuando dijo que la «nueva normalidad» en nuestro clima es un tiempo impredecible, debido al aumento incontrolado de la temperatura media del globo debido a las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Si hay alguna duda de que lo anormal es ahora la norma, recuérdese que se está desarrollando el segundo año directo en el que las lluvias incesantes han sembrado el caos en el Sudeste Asiático. El año pasado, la estación del monzón produjo la peor inundación en la historia de Tailandia, con las aguas precipitándose desde el norte del país rodeando incluso a Bangkok, afectando a más de 14 millones de personas, dañando casi 7000 millas cuadradas de tierra agrícola, interrumpiendo las cadenas mundiales de suministros de las multinacionales con sus filiales en el país, y provocando lo que el Banco Mundial estimó ser el cuarto desastre más costoso nunca producido.
Quizás lo más frustrante de las lluvias tormentosas incesantes hace dos semanas sea que los filipinos poco podían hacer para prevenirlas. Podríamos haber hecho que fuesen menos calamitosas resituando a los ocupantes informales lejos de los cauces en la Bahía de Manila y reforestando las colinas y montañas que rodean el área metropolitana. Podríamos haber aprobado la Ley de Salud Reproductiva mucho antes y promocionado la planificación familiar para reducir el impacto humano sobre el medio ambiente de las tierras altas, rurales y urbanos. Podríamos, en resumen, haber tomado medidas para adaptarnos a los patrones climáticos cambiantes. Pero prevenir los cambios fundamentales en el clima regional y mundial es algo que no podíamos hacer. Este es el dilema de la mayor parte de los países en el Sur: somos víctimas y nuestras armas son escasas y limitadas.
El jaque mate mundial. Como muchos de ustedes saben, se han hecho muy pocos progresos en las negociaciones sobre el clima, y aquí la culpa recae primero y principalmente sobre los gobiernos del Norte. El Congreso de los Estados Unidos está poblado por escépticos climáticos del Partido Republicano quienes siguen creyendo, contra toda evidencia, que el cambio climático son imaginaciones liberales y han impedido la aprobación de lo que es ya una ley climática débil. La Unión Europea se ha comprometido a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, pero esto debe cumplirse principalmente mediante medidas de contención débiles o poco realistas como el comercio de carbono o tecnosoluciones como el secuestro y almacenamiento de carbono, no mediante la moderación del crecimiento económico o la reducción del consumo, que sigue siendo el motor principal de las emisiones de gases de efecto invernadero. Actualmente, con sus economías paralizadas y la necesidad imperiosa de reiniciarse debido a la crisis financiera, la reducción de gases de efecto invernadero tienen una prioridad muy baja en la agenda de los líderes europeos.
Por desgracia, la dimensión Norte-sur ha añadido una dinámica mortal a este proceso puesto que las así llamadas economías capitalistas emergentes del Sur, en especial China, Brasil y la India, reclaman su parte del espacio ecológico para crecer aunque las economías capitalistas del Norte sigan rechazando abandonar algo del vasto espacio ecológico que ahora ocupan y explotan. China es hoy el mayor contribuyente mundial de gases de efecto invernadero, pero la base de su rechazo para establecer límites obligatorios a sus emisiones de gases de efecto invernadero es que sus emisiones acumuladas han sido, históricamente, bastante bajas, suponiendo aproximadamente el 9 por ciento del total histórico.
El rechazo del Norte a reducir el alto consumo y el esfuerzo de las grandes economías emergentes para reproducir el modelo de consumo del Norte se encuentra en la raíz del punto muerto en las negociaciones sobre el cambio climático -simbolizado por el fracaso de las conversaciones promovidas por las Naciones unidas en Copenhague en 2009 y Durban en 2011 para ponerse de acuerdo en los contornos de un acuerdo sucesor del Protocolo de Kyoto.
Lo que se acordó en Durban fue que los gobiernos deberían presentar sus ofertas de reducciones de GEI en 2015, pero estas serían aplicadas solo en 2020. Pero para entonces ya será demasiado tarde, dicen muchos expertos, porque los países ya se habrán ceñido a una vía de desarrollo con mucho carbono. Los científicos dicen que dada la ausencia de límites de emisiones obligatorios en los próximos años, el mundo se encuentra en curso de pasar de los 2 grados a los que les gustaría confinar el aumento de la temperatura media mundial, y ya está en una trayectoria de un aumento de temperatura de 4 a 5 grados, lo que sería calamitoso por sus consecuencias. Reflejando lo que muchos ven como una actitud exasperantemente despreocupada de Washington, Todd Stern, un funcionario climático de los EEUU, urgió recientemente a los gobiernos a abandonar el objetivo del aumento de 2 grados y buscar un acuerdo internacional «más flexible» basado en objetivos voluntarios. Esto solo puede proporcionar a los gobiernos de los países en vías de alto crecimiento una excusa para posponer el aceptar compromisos, si no tirar a la basura directamente las reducciones obligatorias.
La crisis económica mundial
Déjenme hacer referencia ahora a la crisis económica mundial que se está desarrollando junto a la crisis medioambiental. 2012 es el año 5 de la Gran Recesión. En los Estados Unidos y Europa, los embriagadores años de la globalización, cuando un crédito aparentemente inagotable permitía a las clases medias acceder a una cantidad inimaginable de bienes, se están desvaneciendo rápidamente de la memoria popular. Con las economías de los EEUU y Europa registrando apenas crecimiento, el gran motor del capitalismo aparece palpablemente haber cambiado a una marcha inferior. Indefinidamente.
No me extenderé en las causas y dinámica de la crisis económica. Déjenme decirles simplemente que es muy difícil pensar que vuelva pronto el crecimiento a los Estados Unidos y Europa. De hecho, mi impresión es que para el día de las elecciones en los EEUU, la tasa de desempleo volverá a ser de un 9 por ciento o más, y la elección de un presidente Republicano dedicado al recorte de gastos garantiza un periodo más largo de estancamiento. Respecto a Europa, la devastación de los mercados de exportación de Alemania en el Sur de Europa debida a los programas de austeridad promovidos por el gobierno alemán harán sentir a este país una desaceleración del crecimiento en Alemania mismo. Es solo recientemente que quizás hemos llegado a comprender que lo que estamos viendo es una crisis de la globalización, esto es, una que implicará el fin de la llamada segunda era de la globalización que empezó en los 80.
¿Qué quiero decir con esto? A finales de 2008 y en 2009, la recesión en Europa y los Estados Unidos produjo la bajada de las tasas de crecimiento en el Este de Asia, pero esto duró solo un año. en 2010, el Este de Asia y las grandes «nuevas economías emergentes» conocidas como BRIC (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) parecían haberse recuperado. Eran vistas como puntos brillantes en la economía global, mostrando resiliencia y crecimiento aunque se estancase el Norte. De hecho, para economistas como el premio Nobel Michael Spence, «Con el crecimiento volviendo a los niveles anteriores a 2008, el exitoso rendimiento de China, India y Brasil son importantes motores de expansión para la economía mundial de hoy»[i]. En una década, la parte del PIB mundial de las economías emergentes pasaría la marca del 50 por ciento, predijo. Buena parte de este crecimiento provendría de «impulsores endógenos de crecimiento interno en las economías emergentes, ancladas en una clase media en expansión»[ii]. Más aún, al aumentar el comercio entre los BRIC, el futuro de las economías emergentes reduce su dependencia de la demanda de los países industrializados»[iii].
Las tendencias recientes, sin embargo parecen mostrar que la idea de que el destino de los BRIC se ha desacoplado del de los EEUU y Europa era una ilusión. 2012 parece ser el año en el que las economías emergentes cederán a las turbulentas olas que emanan de las economías en hundimiento del Norte. Las economías se están ralentizando, con el crecimiento de la India en 2011 cayendo un cinco por ciento respecto a 2010. El crecimiento de Brasil estaba por debajo del tres por ciento -más bajo, como destacó el Economist, que el enfermizo de Japón. El crecimiento de China del primer trimestre de este año se hundió al 8,1 por ciento, su ritmo más lento en tres años. La razón principal parece ser la continuada gran dependencia de estas economías respecto a los mercados del Norte y su incapacidad para institucionalizar la demanda interna como el motor clave de la economía.
Déjenme centrarme en China. Al ser la segunda mayor economía del mundo, el desaceleramiento de China es particularmente alarmante. En 2008, en respuesta a la crisis, China lanzó un programa de estímulo de 585 mil millones de dólares para permitir que el mercado interno compensase la périda de la demanda de la exportación. Habiendo conseguido inicialmente algún éxito, China, sin embargo, regresó al crecimiento orientado a la exportación hacia los mercados estadounidense y europeo. La razón de la retirada era así explicada por el tecnócrata chino Yu Yong Ding:
Con una ratio comercio-PIB y exportación-PIB en China que ya supera respectivamente el 60% y el 30%, la economía no puede seguir dependiendo de la demanda externa para mantener el crecimiento. Por desgracia, con un gran sector exportador que emplea a millones de trabajadores, esta dependencia se ha vuelto estructural. Esto significa que reducir la dependencia comercial de China y el excedente comercial es mucho más que un problema de ajuste de política macroeconómica.[v] La vuelta a un crecimiento dirigido a la exportación, más que un caso de mera dependencia estructural, reflejaba un conjunto de intereses del perido de reformas que, como señalaba Yu, «se han metamorfizado en intereses particulares, que luchan duro para proteger lo que tienen»[vi] . El lobby exportador, que une a empresarios privados, gestores de empresas estatales, inversores extranjeros y tecnócratas del gobierno, sigue siendo el lobby más fuerte en Beijing.
De hecho, según Yu, solo la crisis hacía señas en el futuro puesto que el patrón del crecimiento de China casi ha agotado su potencial»[vii]. La economía que con más éxito condujo la ola globalizadora, China «ha alcanzado un punto crítico: sin dolorosos ajustes estructurales, el impulso de su crecimiento económico se podría perder repentinamente. El rápido crecimiento de China se ha conseguido con un coste extremadamente alto. Solo las generaciones futuras sabrán el precio real.» [viii]
Para resumir, yo no veo que el Norte surga en algún momento cercano del estancamiento a corto y medio plazo. Asia será pronto arrastrada a esta vorágine, y el mundo se dirige a una depresión que podría ser peor que la de los 30.
El fracaso de las soluciones del Establishment
Con la intersección fatal de la crisis ecológica global y la crisis económica global, el establishment se ha quedado sin soluciones. Con la erupcíon de la crisis financiera en 2008, han competido dos enfoques por parte del establishment para enfrentarse a la crisis.
Inmediatamente después del desencadenamiento de la crisis, el premio Nobel neoliberal de la Universidad de Chicago Robert Lucas dijo: «Todo economista es un keynesiano en la madriguera». En 2010, sin embargo, los neoliberales ya habían abandonado la madriguera. Pero su solución no era una solución en tanto en cuanto no resolvía el problema de terminar con el paro y reiniciar el crecimiento. Desde el punto de vista neoliberal, una profundización de la crisis era, de hecho, parte del orden natural de las cosas, por el que los «excesos» y distorsiones creados por la intervención gubernamental eran sacados del sistema.
Lo que los neoliberales consiguieron hacer fue cambiar la narrativa del discurso, jugando con la tradicional desconfianza de la clase media en el gobierno, el déficit en el gasto y los impuestos. Aquí se apoyaron en la maquinaria propagandística de Wall Street, que buscaba alejar el foco público de la reforma financiera. En lugar del desempleo y el estancamiento a corto y medio plazo, el problema real que señalaban era la deuda y el déficit. Déficits masivos financiados por la deuda, decían, asegurarían un futuro de esclavitud por deudas a las futuras generaciones.
Ya sea en los Estados Unidos o en Europa, este camino no ofrece nada a la gente sino más desempleo y estancamiento, y es duro ver al neoliberalismo recuperando su legitimidad ideológica bajo estas condiciones.
Déjenme volver a los keynesianos, quienes buscaron ocupar el asiento del conductor con la erupción de la crisis en 2009. Keynesianos como Paul Krugman vieron el desempleo como el problema, e iba a ser eliminado mediante un déficit masivo, bajas tasas de interés y políticas monetarias laxas. Las críticas al keynesianismo, sin embargo, no procedieron solo de la derecha sino también de los sectores progresistas, quienes pusieron su foco sobre el crecimiento para estimular el consumo simplemente como una solución a corto plazo en lugar de una visión transformadora para reestructurar la economía mediante más igualdad y democracia. Desde el punto de vista de sus críticos en la izquierda, el problema del nuevo keynesianismo es su fidelidad al marco del capitalismo monopolista, que descansa fundamentalmente sobre el beneficio derivado de la extracción explotadora de valor de plusvalía del trabajo, es conducida de crisis en crisis por tendencias intrínsecas hacia la sobreproducción y tendía a empular al medio ambiente hasta sus límites en busca de beneficios.
Tanto en la escena nacional como mundial, el nuevo keynesianismo promovía un nuevo compromiso de clase acompañado de nuevos métodos para contener o minimizar la tendencia del capitalismo a la crisis. Igual que el viejo keynesianismo y el New Deal estabilizaron el capitalismo nacional, la función histórica del nuevo keynesianismo es resolver las contradicciones del capitalismo global contemporáneo y relegitimarlo tras la crisis y el caos traídos por el neoliberalismo. Desde el punto de vista de muchos progresistas, el viejo y nuevo keynesianismo trataba, en su raíz, de la gestión social.
Alternativas progresistas
Con el descrédito del neoliberalismo y las limitaciones del keynesianismo, otros sectores han visto la crisis como algo que proporciona la oportunidad de movernos de simplemente apagar fuegos a proponer una reestructuración económica más fundamental.
Los ecologistas radicales han localizado la crisis en el contexto mucho más amplio de un modo de producción orientado al crecimiento y adicto a los combustibles fósiles. Para analistas como Richard Heinberg, la intersección entre el colapso financiero, el estancamiento económico, el calentamiento global, el progresivo agotamiento de las reservas de combustibles fósiles y la agricultura llegando a sus límites, es fatal. Supone una crisis mucho más profunda que un contratiempo pasajero en el camino al crecimiento. Augura no simplemente el fin de un paradigma de crecimiento global dirigido por la demanda de las economías centrales. Significa el «fin del crecimiento» tal como lo conocemos. Es, en resumen, la trampa malthusiana, aunque Heinberg comprensiblemente evita utilizar el término.
Los giros de la economía financiera, dice, no se originan simplemente de la dinámica de acumulación de capital sino de un desequilibrio ecológico que todo lo abarca: Quizá el ascenso meteórico de la economía financiera en las últimas dos décadas es el resultado de una estrategia semiconsciente por parte de las élites directivas de la sociedad para apalancar los últimos incrementos posibles de crecimiento de una economía basada en los recursos, física, que se estaba acercando a su capacidad límite. En cualquier caso, las implicaciones de la actual crisis económica no se puede comprender solo por las estadísticas de desempleo y los precios de las propiedades inmobiliarias. Los intentos de reemprender el crecimiento chocarán inevitablemente con los límites naturales que simplemente no responden a paquetes de estímulo o rescates… El crecimiento de los problemas medioambientales exige aumentar rápidamente la cantidad de esfuerzos destinados a resolverlos. Además de enfrentarse a los límites sobre la cantidad de deuda que se puede acumular para mantener esos problemas a raya, también nos enfrentamos a límites en la cantidad de energía y materiales que podemos destinar a estos propósitos. Hasta ahora el dinamismo del crecimiento nos ha permitido superar los costes medioambientales acumulados. A medida que termina el crecimiento, las facturas medioambientales por los dos últimos siglos de loca expansión pueden llegar a su fecha de cumplimiento justo cuando nuestras cuentas bancarias estén vacías. [ix]
Las próximas decadas, afirma Heinberg, estarán marcadas por una transición de la expansión a la contracción, un proceso «caracterizado por una contracción general de la sociedad hasta que vivamos dentro del presupuesto renovable de recursos de la Tierra, reciclando a la vez la mayor parte de los minerales y metales que seguiremos utilizando.» El futuro apunta en la dirección de ecocomunidades descentralizadas marcadas por un proceso de decisión participatoria más manejable, con sistemas de baja energía, basado en cooperativas de producción y otras funciones económicas, dependiente de la agricultura orgánica para la alimentación, y usando monedas no basadas en la deuda para el intercambio.
Alternativas desde el Sur
No son solo los ecologistas radicales del Norte quienes han iniciado el reto de promover una visión de una reestructuración radical de la economía. Una de las más conocidas es el paradigma de Soberanía Alimentaria de La Vía Campesina, que ofrece un programa completo de transformación social y económica.
Permítanme extenderme con alguna amplitud sobre la Soberanía Alimentaria, puesto que este es uno de los esfuerzos más atrevidos para proporcionar una alternativa completa al neoliberalismo. Tal como yo lo entiendo, los pilares clave de la soberanía alimentaria son los siguientes:
Primero, el objetivo de la política agrícola debería ser una autosuficiencia alimentaria en la que los campesinos dentro del país produzcan la mayor parte de los alimentos consumidos internamente -una condición no cubierta por el concepto de «seguridad alimentaria», que los representantes de las empresas estadounidenses han definido como la capacidad de cubrir las necesidades alimentarias de un país mediante la producción interna o la importación. Las implicaciones radicales de esta premisa son destacadas por Jennifer Clapp: «Al sacar a los campesinos completamente del sistema de comercio mundial, el movimiento de soberanía alimentaria se centra en las necesidades lcoales y en los locales alimentarios locales, liberando así a los pequeños agricultores de las normas injustas y desequilibradas del comercio que defienden los Acuerdos de Agricultura de la OMC.»[xi]
Segundo, un pueblo debería tener el derecho a determinar sus pautas de producción de alimentos y consumo, tomando en consideración la «diversidad rural y productiva», y no permitir que estas esten subordinadas a un comercio internacional desregulado.[xii]
Tercero, la producción y el consumo de alimentos deberían estar guiados por el bienestar de los campesinos y los consumidores, no por las necesidades de beneficios de los agronegocios internacionales.
Cuarto, los sistemas nacionales de alimentos producen «alimentos sanos, de buena calidad y culturalmente apropiados principalmente para el mercado doméstico» [xiii] y evitan lo que Bové ha denominado malbouffe o «comida basura» estandarizada internacionalmente.»[xiv]
Quinto, se debe conseguir un nuevo equilibrio entre agricultura e industria, el campo y la ciudad, para dar la vuelta a la subordinación de la agricultura y el campo a la industria y las élites urbanas, que han dado como resultado un campo arruinado y barrios de chabolas enormes de refudiados rurales.
Sexto, se debe dar marcha atrás a la concentración de tierras por parte de los terratenientes y las empresas transnacionales y se debe promover la equidad en la distribución de tierras mediante una reforma agraria, aunque el acceso a la tierra debería ser posible más allá de la propiedad individual, permitiendo más formas comunales y colectivas de propiedad y producción que promuevan un sentido de administración ecológica.
Séptimo, la producción agrícola debería ser llevada a cabo principalmente por pequeños campesinos o cooperativas o empresas estatales, y la distribución y el consumo de alimentos deberían estar gobernados por unos esquemas de precios justos que tomen en consideración los derechos y el bienestar tanto de campesinos como de consumidores. Entre otras cosas, esto significa terminar con el dumping por parte de las empresas transnacionales de mercancías agrícolas subvencionadas, que han hundido artificialmente los precios dando como resultado la destrucción de pequeños campesinos. También debería significar, según el especialista y activista Peter Rosset, «una vuelta a la protección de la producción alimentaria nacional de los países … reconstrucción de reservas nacionales de grano … presupuestos del sector público, precios mínimos, créditos y otras formas de ayuda» que «estimulen la recuperación de la capacidad de producción alimentaria [de los países]».[xv]
Ocho, la agricultura industrial basada en la ingeniería genética y la Revolución Verde original intensiva en productos químicos debería ser desaconsejada porque monopoliza el control sobre las semillas, acelera la agenda corporativa y porque la agricultura industrial es medioambientalmente insostenible.
Nueve, las tecnologías agrícolas tradicionales campesinas e indígenas contienen una gran parte de sabiduría y representan la evolución de un equilibrio mayormente benigno entre la comunidad humana y la biosfera. Por tanto, la evolución de la agro-tecnología para que cubra las necesidades sociales debe tener a las prácticas tradicionales como punto de partida en lugar de considerarlas prácticas obsoletas a eliminar.
Como señala Philip McMichael, «la soberanía alimentaria en la teoría y en la práctica representa una alternativa política, ecológica y cultural a la «muy moderna» agricultura empresarial basada en insumos y productos estandarizados y que sirve a una minoría de la población mundial… El principio de soberanía alimentaria no supone ni un retorno a la agricultura tradicional ni una vuelta a una bucólica cultura campesina. Es más bien una respuesta plenamente moderna a la actual coyuntura neoliberal, que no tiene soluciones sostenibles a sus problemas completamente modernos.» [xvi]
He subrayado el paradigma de Soberanía Alimentaria de La Vía Campesina, pero todos nosotros formamos parte de movimientos que están en búsqueda de alternativas a un capitalismo global que ha llegado a un callejón sin salida, tanto en su forma neoliberal como keynesiana. Déjenme decir que aunque nuestros esfuerzos pueden ser diferentes cuando llegamos al detalle, la mayor parte de ellos comparten los mismos principios fundamentales. Principios compartidos de alternativa económica existen, y ya han surgido sustancialmente en la lucha y en la reflexión crítica sobre el fracaso del socialismo centralizado y el capitalismo neoliberal. ¿Cuales son los principios que comparten nuestros esfuerzos?
El primero de todos, que tienen como objetivo aumentar el equilibrio ecológico, la democracia y la igualdad promoviendo al mismo tiempo el principio de subsidiariedad o colocar el lugar de producción y toma de decisiones en el nivel más bajo en el que se pueda dar con un coste económico mínimo.
Segundo, buscan moverse más allá de la economía de eficiencia estrecha, en la que el criterio clave es la reducción de unidad de coste, sin importar la desestabilización social y ecológica que produce este proceso. Por el contrario, promueven una «economía efectiva» que fortalezca la solidaridad social al subordinar las operaciones del mercado a los valores de equidad, justicia y comunidad al aumentar la esfera de toma de decisiones democrática. Usando el lenguaje de Karl Polany en su libro La gran transformación, nuestros paradigmas tratan de «reincrustar» la economía en la sociedad en lugar de que la sociedad sea dirigida por la economía. [xvii]
Finalmente, nuestros enfoques mantienen que un modelo de «talla única» como el neoliberalismo o el socialismo central burocratizado es disfuncional y desestabilizador. Por el contrario, se debería esperar y animar la diversidad, como ocurre en la naturaleza.
Conclusión
Permítanme que concluya diciendo que nos encontramos hoy en la intersección fatal entre la crisis ecológica y la crisis económica, dos crisis que son globales por naturaleza. Las dos grandes ideologías del establishment, el neoliberalismo y el keynesianismo, están enfrascadas en una lucha titánica entre ellas, pero ambas fracasan al intentar resolver los fundamentos de esta crisis dual que se encuentran en la dinámica intrínseca del capitalismo, que es dependiente de una expansión y consumo constante. Al mismo tiempo, las negociaciones globales para resolver la ciris climática están paralizadas, mostrando las flaquezas del sistema multilateral dominado por el Norte. En esta coyuntura, a la sociedad civil internacional, de la que formamos parte, se le reta a dar un paso al vacío. Debemos tomar la iniciativa, poner fin al punto muerto entre los estados, y presentar alternativas para sacar al planeta de la debacle a la que el capitalismo mundial ha hundido. Gracias.
Notas:
[i] Michael Spence, The Next Convergence: the Future of Economic Growth in a Multispeed World (Crawley, Western Australia: University of Western Australia, 2011), p. 187.
[ii] Ibid., p. 188.
[iii] Ibid.
[iv] «Start the engines, Angela,» The Economist, June 9, 2012, http://www.economist.com/node/
[v] Yu Yongding, «A different road forward,» China Daily, Dec 23, 2010, http://www.chinadaily.com.cn/opinion/2010-12/23/content_11742757.htm
[vi] Ibid.
[vii] Ibid.
[viii] Ibid.
[ix] Richard Feinberg, The End of Growth (British Columbia: New Society Publishers, 2011), p. 152.
[x] Ibid., p. 284.
[xi] Jennifer Clapp, Food (Cambridge: Polity Press, 2012), p. 175.
[xii] Via Campesina, «Food Sovereignty and International Trade,» Position paper approved at the Third International Conference of the Via Campesina, Bangalore, India, October 3-6. Cited in Annette Desmarais, La Via Campesina and the Power of Peasants (London: Pluto Press, 2007), p. 34.
[xiii] Quoted in Desmarais, ibid.
[xiv] Jose Bove, «A Farmers’ International?,» New Left Review, No. 12 (Nov-Dec 2001), http://www.mewleftreview.org/A2358.
[xv] Peter Rosset, quoted in Philip McMichael, «»Food Sovereignty in Movement: the Challenge to Neo-Liberal Globalization,» draft, Cornell University, 2008.
[xvi] McMichael.
[xvii] Karl Polanyi, The Great Transformation (Boston: Beacon, 1957), pp. 68-76.
Fuente: http://focusweb.org/