A Donald Trump le gustaría mucho agregar su rostro al monte Rushmore como el quinto mosquetero presidencial. Su gran espectáculo de fuegos artificiales y furia del 3 de julio fue lo siguiente mejor que encontró. El distópico discurso de Trump fue casi irrelevante. Mucho más importante resultó la sesión de fotos exhibiendo su sonrisa de satisfacción junto al rostro de Abraham Lincoln.
Sin embargo, sería más apropiado tallar la cara de Trump en un Rushmore completamente diferente, que podría localizarse en unas tierras baldías más adecuadas, como el monte Hermón en Siria, cerca de la frontera con Israel. Allí, el careto de Donald Trump podría unirse al de sus compañeros autócratas Vladimir Putin y Xi Jinping. Para honrar a los lugareños retrógrados, los pétreos semblantes de Bashar al-Asad y Benjamin Netanyahu convertirían el conjunto en un quinteto íntimo.
Seamos sinceros: Jefferson y Washington no son la compañía que Trump conservaría a pesar de sus pretensiones de America First. Sus compatriotas ideológicos se encuentran en otros países: Jair Bolsonaro de Brasil, Narendra Modi de India, Rodrigo Duterte de Filipinas, Daniel Ortega de Nicaragua, Viktor Orban de Hungría, etc. Por desgracia, este Rushmore global de autócratas se está volviendo tan concurrido como un equipo de fútbol que se apretuja para hacerse una selfi.
Pero Putin y Xi se destacan del resto. Consiguen un lugar de honor debido a sus largos historiales de políticas autoritarias y a la absoluta desvergüenza de sus recientes tomas del poder. En comparación, Trump es el recién llegado arrogante que bien podría no durar la temporada, un velocista impulsivo en la maratón de la geopolítica. Si en noviembre las cosas le van mal al equipo Trump, Estados Unidos tendrá que dedicarse a sacar el aerógrafo de repente, a borrar al 45º presidente de la historia y a extraer gozosamente su cara del Rushmore global.
Sin embargo, Putin y Xi están ahí para largo.
Líder de por vida
A finales de junio, Rusia celebró un referéndum sobre una serie de cambios constitucionales que el presidente Vladimir Putin propuso a principios de año. Los votantes rusos se encontraron con más de 200 propuestas de enmiendas. No es de extrañar que las autoridades dieran a los rusos una semana completa para votar. Deberían haber previsto también seminarios obligatorios sobre derecho constitucional.
Por supuesto, el gobierno ruso no intentaba estimular una discusión amplia sobre la gobernanza. El parlamento ruso ya había aprobado los cambios. Simplemente, Putin quería que los votantes rusos sellaran su nueva versión nacionalista-conservadora del país.
No obstante, una participación escasa no hubiera quedado muy bien. Para garantizar lo que el portavoz del Kremlin describió como un “referéndum triunfante sobre la confianza” en Putin, en los lugares de trabajo se presionó a sus empleados para que votaran, y el gobierno distribuyó premios de lotería entre los votantes. Algunas personas se las arreglaron para votar más de una vez. Para colmo, el fraude generalizado resultaba necesario para lograr el resultado positivo predeterminado.
En lugar de votar sobre cada una de las enmiendas, los rusos tuvieron que aprobar o desaprobar todo el paquete. Entre los cambios constitucionales se encuentran las declaraciones de que el matrimonio solo tiene lugar entre un hombre y una mujer, que los rusos creen en Dios y que la constitución rusa tiene prioridad sobre el derecho internacional.
Varias medidas aumentaban el poder del ejecutivo sobre los ministerios y el poder judicial. A las bases electorales de Putin, como los pensionistas, se les tiraron caramelitos.
¿Quién iba a votar en contra de Dios o los jubilados?
Pero la joya de la corona era la enmienda que le permite a Putin postularse para la presidencia dos veces más. Dada su sistemática supresión de la oposición, que incluye también el asesinato, Putin probablemente estará en el cargo hasta que tenga 84 años. Eso le da mucho tiempo para hacer que Rusia, dependiendo de su perspectiva, vuelva a ser grandiosa o para convertirla en una especie de Putin S.A.
El presidente ruso no sueña con la dominación mundial. En el mejor de los casos, lo que él tiene son ambiciones regionales. Sin embargo, estas ambiciones han hecho que Rusia entre en conflicto con los Estados Unidos por Ucrania, Siria, incluso por el espacio ultraterrestre. Y luego está la fricción perenne a causa de Afganistán.
Mucho se ha hablado en la prensa estadounidense sobre Putin ofreciendo recompensas a los talibán por matar a soldados estadounidenses y de la coalición. Es un tema feo, pero no más feo que lo que Estados Unidos estaba haciendo en la década de 1980.
¿Creían que todo el dinero estadounidense que se destinaba a los muyahidines era para cultivar amapolas de opio, dirigir medersas y planear algún día morder la mano que les daba de comer? El gobierno de Estados Unidos estaba dando a los “combatientes por la libertad” afganos armas y fondos para matar soldados soviéticos, de los que murieron casi 15.000 en el transcurso de la guerra. Los rusos han sido mucho menos eficientes. A lo sumo, los talibanes han matado a 18 soldados estadounidenses desde principios de 2019, y quizá dos de ellos estaban vinculados al programa de recompensas.
Sin embargo, era de esperar que un presidente de EE. UU. protestara contra un ataque tan directo sobre los soldados estadounidenses aunque no tuviera intención de tomar represalias. En cambio, Donald Trump ha afirmado que el programa de recompensas de Putin es una mentira. “La historia de las recompensas de Rusia es solo otra historia de noticias falsas que se cuenta solo para dañarnos a mí y al Partido Republicano”, tuiteó Trump.
Putin, sabedor de cuán sensibles son el presidente y el pueblo estadounidenses ante la muerte de soldados de su país en el extranjero, no pudo resistirse a aumentar las apuestas en Afganistán y hacer que la retirada de EE. UU. sea mucho más incuestionable. Sacar a Estados Unidos de la ecuación -reduciendo la alianza transatlántica, sacando a las tropas estadounidenses de Oriente Medio, aplaudiendo la salida de Washington de varias organizaciones internacionales- otorga a Rusia un mayor margen de maniobra para consolidar su poder en el espacio euroasiático.
Trump ha desestimado casi todos los actos desagradables del Kremlin tildándolos de falsedades, desde la interferencia electoral en Estados Unidos hasta los asesinatos de opositores en el extranjero. A Trump le importa poco Ucrania, se ha mostrado tibio, cuando no hostil, hacia las sanciones de Estados Unidos contra Moscú, y ha intentado constantemente llevar de vuelta a Rusia al G8. Sin embargo, también ha socavado el mecanismo más importante de compromiso con Rusia, a saber, los tratados para el control de armamento.
El enfoque servil de Trump hacia Putin y el enfoque desconectado de Rusia es exactamente lo contrario del tipo de política de compromiso basada en principios que Washington debería estar cimentando. Estados Unidos debería identificar intereses comunes con Rusia sobre las armas nucleares, el clima, el cese al fuego regional, la recuperación del acuerdo nuclear con Irán y, al mismo tiempo, criticar la conducta rusa que viola las normas internacionales.
Apropiación de territorio
Xi Jinping ya se ha convertido en líder de por vida, y no necesitaba simular un referéndum sobre cambios constitucionales. El Congreso Nacional del Pueblo simplemente eliminó en 2018 el límite de dos períodos de la presidencia, y el no va más: Xi puede estar en la cima hasta que caiga.
Olvídense del liderazgo colectivo dentro del partido. Y ciertamente olvídense también de algún tipo de evolución hacia la democracia. Bajo Xi, China ha vuelto al gobierno de un solo hombre del período Mao.
Así pues, mientras Putin estaba ocupado asegurando su futuro el pasado fin de semana, Xi se dedicaba a asegurar el futuro de China como una entidad integrada y políticamente homogénea. En otras palabras, Xi se lanzaba sobre Hong Kong.
Hong Kong tuvo una vez un gran valor económico para Pekín como puerta de entrada a la economía global. Ahora que China tiene todo el acceso a la economía global que necesita y algo más, Hong Kong solo tiene un valor simbólico ya que como antiguo territorio colonial regresó a la nación china en 1997. En la medida en que Hong Kong siga siendo un enclave de pensadores libres que critiquen al Partido Comunista, Pekín se verá privado paso a paso de la democracia.
El 30 de junio, una nueva ley de seguridad nacional entró en vigor en Hong Kong. “La nueva ley menciona cuatro delitos: secesión, subversión, terrorismo y colusión con fuerzas extranjeras”, escribe Matt Ho en el South China Morning Post. “También estableció nuevos poderes para la aplicación de la ley y fundó agencias gubernamentales responsables de la seguridad nacional. Las condenas, en virtud de la ley, incluyen sentencias de cadena perpetua”.
Desde el punto de vista de Pekín, las protestas que han agitado Hong Kong durante los últimos meses violan la ley de seguridad nacional en las cuatro categorías. Por lo tanto, los infractores pueden ahora enfrentar sentencias de prisión bastante largas, y la policía ha arrestado ya a varias personas acusadas de violar la nueva ley. Esa nueva ley se extiende a prácticamente todos los aspectos de la sociedad, incluidas las escuelas, que ahora deben “armonizar” sus enseñanzas con la línea del partido en Pekín.
Sin embargo, lo que está sucediendo en Hong Kong sigue siendo una versión diluida de la represión que tiene lugar en el continente. Esta semana, las autoridades de Pekín arrestaron a Xu Zhangrun, profesor de derecho y destacado crítico de Xi Jinping. Se une a otros detenidos, como el magnate inmobiliario Ren Zhiqiang, que estaba vinculado a un artículo que llamaba a Xi “payaso sin ropa que sigue decidido a coronarse emperador” y Xu Zhiyong, quien pidió a Xi que dimitiera por su gestión de la crisis del coronavirus.
Mientras tanto, el trato de Pekín a los musulmanes en la provincia de Xinjiang equivale a un castigo colectivo: más de un millón de personas enviadas a “campos de reeducación”, niños separados de sus familias, esterilización forzosa. Exiliados uigures acusaron a China de genocidio y crímenes de guerra ante la Corte Penal Internacional.
Al igual que Putin, Xi se ha alineado con un nacionalismo conservador que resulta atractivo para gran parte de la población. A diferencia de Putin, el líder chino no tiene que preocuparse por los índices de aprobación o las elecciones periódicas. Se asienta también en una economía mucho mayor, reservas de divisas extranjeras mucho mayores y los medios para construir un internacionalismo antiliberal para reemplazar el consenso de Washington que ha prevalecido durante varias décadas.
Además, no hay alternativas políticas en el horizonte de China que puedan desafiar a Xi ni a su particular fusión de capitalismo y nacionalismo.
Trump ha perseguido el mismo tipo de compromiso sin principios con China que con Rusia: adular al rey, indiferencia hacia los derechos humanos y un enfoque centrado en las ganancias. Una vez más, el compromiso basado en principios requiere trabajar con China en puntos de interés común mientras se rechazan sus violaciones de derechos humanos.
Por supuesto, eso no va a suceder teniendo en cuenta la violación de los derechos humanos con la que la Casa Blanca se entretiene actualmente.
Y con Trump ya van tres
Donald Trump aspira a convertirse en líder de por vida, como sus amigos Putin y Xi, y ha “bromeado” con ello en numerosas ocasiones. También ha estado atacando los pilares de la sociedad democrática: prensa libre, jueces independientes, inspectores generales; ha adoptado las mismas políticas culturales nacionalistas-conservadoras.
Y ha calificado a sus oponentes de enemigos del pueblo. En su discurso en el Rushmore del 3 de julio, Trump arremetió contra…
“Un nuevo fascismo de extrema izquierda que exige lealtad absoluta. Si no hablas su idioma, realizas sus rituales, recitas sus mantras y no sigues sus mandamientos, entonces serás censurado, desterrado, incluido en la lista negra, perseguido y castigado. No va a pasarnos nada de eso. No se equivoquen: esta revolución cultural de izquierdas está diseñada para derrocar a la Revolución Americana. Al hacerlo, destruirían la civilización que rescató a miles de millones de seres de la pobreza, la enfermedad, la violencia y el hambre, y llevó a la humanidad a nuevas alturas de logros, descubrimientos y progreso”.
Y siguió adelante describiendo su ofensiva contra los manifestantes, su oposición a los “demócratas liberales”, sus esfuerzos para erradicar la oposición en las escuelas, en las salas de redacción e “incluso en nuestras salas de juntas corporativas”. Al igual que Putin, cantó las alabanzas de la familia estadounidense y los valores religiosos. Describió a un pueblo estadounidense que se mantiene a su lado y al de los Cuatro Rushmore, vociferando contra todos aquellos que han ejercido sus derechos constitucionales de libertad de expresión y reunión.
Nunca se sabría, a partir de la diatriba del presidente, que los manifestantes lo que intentaban no era derrocar a la Revolución Americana sino a los residuos de la Confederación.
Los partidarios de Trump se han tomado muy en serio los ataques del presidente contra los “enemigos” de Estados Unidos.
Desde que comenzaron las protestas en torno al asesinato de George Floyd en mayo, ha habido al menos 50 casos de automóviles lanzados contra los manifestantes, una de las tácticas favoritas utilizadas por los supremacistas blancos. Y más de 400 informes de violaciones de la libertad de prensa. T. Greg Doucette, abogado conservador del movimiento “Never Trump”, ha recopilado más de 700 videos que recogen mala conducta policial, generalmente violenta, hacia manifestantes pacíficos.
Como he expuesto, no hay una “revolución cultural” de izquierdas extendiéndose por Estados Unidos. Es Donald Trump quien espera desencadenar una revolución cultural que llevarían a cabo una multitud de violentos involucionistas que reverencian la bandera confederada, la supremacía blanca y un presidente estilo Mussolini que observa toda la carnicería que se está produciendo en EE. UU. desde su posición en el Rushmore global de autócratas.
John Feffer es director de Foreign Policy in Focus.
Fuente: https://fpif.org/the-global-rushmore-of-autocrats/
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